Por Claudio Scaletta
Lo que define a la economía kirchnerista no son factores como el tipo de cambio o los superávit gemelos, que son coyunturales, sino dos concepciones esenciales y relacionadas de la heterodoxia: el crecimiento conducido por la demanda y la férrea voluntad de influir en los ciclos económicos. Podría sumarse el concepto de inclusión, pero desde la economía es casi una redundancia. Resulta por demás improbable que el crecimiento conducido por la demanda no aumente, a su vez, los niveles de inclusión. La razón reside en la refutación del principio de escasez.
La economía ortodoxa se plantea como administradora de la escasez. Se concibe a sí misma como “la ciencia que con recursos escasos busca satisfacer necesidades ilimitadas”. Error por partida doble: ni los recursos son escasos, ni las necesidades ilimitadas. El problema es de concepción. Para el mainstream, la economía es una realidad de suma cero; aplicar recursos a un sector supone no aplicarlos a otro. El crecimiento requiere entonces ganancias elevadas, entendidas como la contrapartida de salarios bajos, como incentivo para que las empresas inviertan. Se supone que luego de un determinado período no explicitado, la lógica inicial se subvertirá, los dueños de las empresas se volverán generosos en la prosperidad, dejarán de pagar los bajos salarios del principio y, finalmente, los mayores frutos se derramarán al conjunto de la población. A su vez, como los recursos son escasos conviene que no los gaste el Estado, lo que presupone la contrapartida de minimizar impuestos. Si la suma es cero, lo que gasta el Estado no lo gastan las empresas.
Para la heterodoxia, en cambio, el proceso económico dista de sumar cero y es dinámico. El crecimiento de la demanda se traduce siempre en aumento del Producto, lo que es válido también para su contrario, sin crecimiento de la demanda no hay aumento del Producto. La afirmación y su contrario contienen en su interior la regulación de los ciclos. Si por la vía de la demanda se puede influir en el crecimiento, sea para expandirlo o frenarlo, entonces es posible, por la misma vía, regular los ciclos, sean estos últimos largos, cortos o, bajando a la realidad presente y local, de Stop & Go.
Esta contraposición entre corrientes es esquemática. La capacidad de regulación del crecimiento y de los ciclos no es infinita, la máquina del movimiento continuo no se descubrió tampoco en economía. Sin embargo, lo que en la dimensión de la ciencia aparece como un debate aséptico, una visión teórica frente a otra, en la vida cotidiana de las mayorías tiene un impacto enorme. Mientras la ortodoxia propone en la actual coyuntura un ajuste para estabilizar las variables macro, lo que significaría caída de los ingresos y luego de la actividad, dinámica comprobada empíricamente entre 1998 y 2002, la heterodoxia contrapone como punto de partida el aumento del consumo y el gasto, y por lo tanto, del bienestar. Su objetivo prioritario no es el equilibrio presunto de las variables macro, sino el sostenimiento de la actividad y los ingresos. La diferencia es de grado. No se trata de aumentar las ganancias de las empresas y luego el Producto para que alguna vez eso llegue a los salarios, sino al revés, aumentando los salarios y el consumo aumenta el Producto y con él, también las ganancias. La lógica que está por detrás es microeconómica. Las empresas no invierten cuando perciben que es barato hacerlo, o por un “clima” de negocios favorable, sino cuando saben que venderán con ganancia sus bienes y servicios, es decir, cuando hay demanda.
Todas las medidas económicas anunciadas por el Gobierno avanzan en esta dirección; estimular el consumo con el objetivo de sostener la demanda y, en consecuencia, la actividad y el empleo. El plan “Ahora 12” para pagar en doce cuotas sin intereses una canasta de bienes de consumo busca adicionalmente romper con las malas expectativas sobre el devenir económico, prédica que no tendría efectos si no existiesen causas reales; las “expectativas” aceleran o frenan procesos, pero no los crean.
El panorama del ciclo presente es el opuesto al de los tiempos del “viento de cola” de los primeros gobiernos kirchneristas. No se trata de un desgaste propio del ciclo, sino de la aparición del “viento de frente”. Siguiendo la analogía náutica, el problema de los vientos desfavorables es que evidencian los defectos del barco. Para el caso, todo lo que dejó de hacerse en materia de sustitución de importaciones, especialmente en regímenes súper deficitarios como el automotor y el electrónico o la demora en recuperar el control del también muy deficitario sector energético. El viento de frente pega fuerte también desde fuera, tanto por el bloqueo estadounidense a los pagos de deuda soberana, que abortó transitoriamente la estrategia de financiar en un plazo breve la restricción externa con entrada de capitales, como por la caída de la demanda mundial para las exportaciones locales. A ello se suma la peor noticia de la coyuntura, la caída de los precios de la soja por las buenas cosechas que se esperan en el Hemisferio Norte y en el Sur, algo imposible de solucionar internamente y ajeno a la especulación de los productores y comercializadores que no liquidaron. Fronteras adentro, el problema excluyente en el corto plazo es la escasez relativa de divisas, que impacta sobre el tipo de cambio y, luego, en la inflación. La devaluación siempre supone una primera etapa de caída de la demanda por reducción de ingresos, un período en que los salarios quedan por debajo de los precios. Por eso, una vez recuperados los ingresos salariales tras las paritarias, resulta fundamental atender el frente del consumo interno, más en un contexto de bombardeo mediático en contrario. “Ahora 12” lo hará de manera más eficiente y abarcadora que mecanismos, también necesarios, como Pro.Cre.Auto, no sólo por los sectores a los que beneficia, sino porque las empresas productoras del paquete de bienes y servicios a financiar en doce cuotas sólo demandaron el último año el 3,4 por ciento de las importaciones totales, con lo que el plan no contribuirá de manera significativa a la escasez de divisas
Lo que define a la economía kirchnerista no son factores como el tipo de cambio o los superávit gemelos, que son coyunturales, sino dos concepciones esenciales y relacionadas de la heterodoxia: el crecimiento conducido por la demanda y la férrea voluntad de influir en los ciclos económicos. Podría sumarse el concepto de inclusión, pero desde la economía es casi una redundancia. Resulta por demás improbable que el crecimiento conducido por la demanda no aumente, a su vez, los niveles de inclusión. La razón reside en la refutación del principio de escasez.
La economía ortodoxa se plantea como administradora de la escasez. Se concibe a sí misma como “la ciencia que con recursos escasos busca satisfacer necesidades ilimitadas”. Error por partida doble: ni los recursos son escasos, ni las necesidades ilimitadas. El problema es de concepción. Para el mainstream, la economía es una realidad de suma cero; aplicar recursos a un sector supone no aplicarlos a otro. El crecimiento requiere entonces ganancias elevadas, entendidas como la contrapartida de salarios bajos, como incentivo para que las empresas inviertan. Se supone que luego de un determinado período no explicitado, la lógica inicial se subvertirá, los dueños de las empresas se volverán generosos en la prosperidad, dejarán de pagar los bajos salarios del principio y, finalmente, los mayores frutos se derramarán al conjunto de la población. A su vez, como los recursos son escasos conviene que no los gaste el Estado, lo que presupone la contrapartida de minimizar impuestos. Si la suma es cero, lo que gasta el Estado no lo gastan las empresas.
Para la heterodoxia, en cambio, el proceso económico dista de sumar cero y es dinámico. El crecimiento de la demanda se traduce siempre en aumento del Producto, lo que es válido también para su contrario, sin crecimiento de la demanda no hay aumento del Producto. La afirmación y su contrario contienen en su interior la regulación de los ciclos. Si por la vía de la demanda se puede influir en el crecimiento, sea para expandirlo o frenarlo, entonces es posible, por la misma vía, regular los ciclos, sean estos últimos largos, cortos o, bajando a la realidad presente y local, de Stop & Go.
Esta contraposición entre corrientes es esquemática. La capacidad de regulación del crecimiento y de los ciclos no es infinita, la máquina del movimiento continuo no se descubrió tampoco en economía. Sin embargo, lo que en la dimensión de la ciencia aparece como un debate aséptico, una visión teórica frente a otra, en la vida cotidiana de las mayorías tiene un impacto enorme. Mientras la ortodoxia propone en la actual coyuntura un ajuste para estabilizar las variables macro, lo que significaría caída de los ingresos y luego de la actividad, dinámica comprobada empíricamente entre 1998 y 2002, la heterodoxia contrapone como punto de partida el aumento del consumo y el gasto, y por lo tanto, del bienestar. Su objetivo prioritario no es el equilibrio presunto de las variables macro, sino el sostenimiento de la actividad y los ingresos. La diferencia es de grado. No se trata de aumentar las ganancias de las empresas y luego el Producto para que alguna vez eso llegue a los salarios, sino al revés, aumentando los salarios y el consumo aumenta el Producto y con él, también las ganancias. La lógica que está por detrás es microeconómica. Las empresas no invierten cuando perciben que es barato hacerlo, o por un “clima” de negocios favorable, sino cuando saben que venderán con ganancia sus bienes y servicios, es decir, cuando hay demanda.
Todas las medidas económicas anunciadas por el Gobierno avanzan en esta dirección; estimular el consumo con el objetivo de sostener la demanda y, en consecuencia, la actividad y el empleo. El plan “Ahora 12” para pagar en doce cuotas sin intereses una canasta de bienes de consumo busca adicionalmente romper con las malas expectativas sobre el devenir económico, prédica que no tendría efectos si no existiesen causas reales; las “expectativas” aceleran o frenan procesos, pero no los crean.
El panorama del ciclo presente es el opuesto al de los tiempos del “viento de cola” de los primeros gobiernos kirchneristas. No se trata de un desgaste propio del ciclo, sino de la aparición del “viento de frente”. Siguiendo la analogía náutica, el problema de los vientos desfavorables es que evidencian los defectos del barco. Para el caso, todo lo que dejó de hacerse en materia de sustitución de importaciones, especialmente en regímenes súper deficitarios como el automotor y el electrónico o la demora en recuperar el control del también muy deficitario sector energético. El viento de frente pega fuerte también desde fuera, tanto por el bloqueo estadounidense a los pagos de deuda soberana, que abortó transitoriamente la estrategia de financiar en un plazo breve la restricción externa con entrada de capitales, como por la caída de la demanda mundial para las exportaciones locales. A ello se suma la peor noticia de la coyuntura, la caída de los precios de la soja por las buenas cosechas que se esperan en el Hemisferio Norte y en el Sur, algo imposible de solucionar internamente y ajeno a la especulación de los productores y comercializadores que no liquidaron. Fronteras adentro, el problema excluyente en el corto plazo es la escasez relativa de divisas, que impacta sobre el tipo de cambio y, luego, en la inflación. La devaluación siempre supone una primera etapa de caída de la demanda por reducción de ingresos, un período en que los salarios quedan por debajo de los precios. Por eso, una vez recuperados los ingresos salariales tras las paritarias, resulta fundamental atender el frente del consumo interno, más en un contexto de bombardeo mediático en contrario. “Ahora 12” lo hará de manera más eficiente y abarcadora que mecanismos, también necesarios, como Pro.Cre.Auto, no sólo por los sectores a los que beneficia, sino porque las empresas productoras del paquete de bienes y servicios a financiar en doce cuotas sólo demandaron el último año el 3,4 por ciento de las importaciones totales, con lo que el plan no contribuirá de manera significativa a la escasez de divisas