Mauricio Macri deberá hacerse a la idea de que el peronismo entró en campaña electoral. Peor: que está dispuesto a usar sin piedad las debilidades de su administración con miras a las elecciones del próximo año. Es imposible imaginar que el peronismo se hubiera unido en todas sus fracciones, como se unió ayer, para tumbar un proyecto clave del Presidente si no existiera recesión económica. Si el segundo semestre no hubiera resultado una promesa frustrada, y el último trimestre, también. Macri conserva buenos índices de aceptación popular, pero eso es, precisamente, lo que el peronismo quiere cambiar frente a un año electoral.
El Gobierno lo sindica a Sergio Massa como el líder de la sublevación de los diputados peronistas. Tiene razón. Fue él quien juntó las cabezas de los renovadores, de los kirchneristas arrepentidos, de las kirchneristas consecuentes y hasta de los gobernadores. Fue él quien les dijo a los kirchneristas más conocidos que se retiraran a la última fila; no podían mostrarse después de haber estado una década defendiendo las escalas más confiscatorias del impuesto a las ganancias. Esos kirchneristas aceptaron. Valía la pena para ellos el segundo plano si ése era el precio de un fracaso de Macri.
El hecho político innegable es que el peronismo se unió, por tercera vez en pocas semanas, para desafiar el poder del Presidente. Primero los senadores peronistas se juntaron para aprobar un proyecto de ley de emergencia económica, cuya concreción requería de un mayor déficit fiscal. El Gobierno se vio entonces obligado a negociar un nuevo proyecto de emergencia social. Poco después, el voto peronista del Senado declaró caída la reforma electoral, uno de los proyectos predilectos del Presidente, por la influencia de muchos de caudillos peronistas de feudos provinciales. Ayer, Massa soldó el destruido mosaico del peronismo para dejar sin respaldo parlamentario el proyecto oficial que intentaba mejorar el impuesto a las ganancias. El proyecto de Massa y del resto del peronismo es mucho más generoso con los trabajadores que el del Gobierno. Duplica de hecho el salario no imponible.
Una novedad que sorprendió a los peronistas fue que por primera vez el Gobierno se negó a negociar su proyecto. Podían hacerle pequeños retoques, pero no mucho más. La diferencia entre la propuesta del Gobierno y las de la oposición eran enormes, y no se zanjarían con simples retoques. ¿Qué pasó para que no hubiera espíritu de acuerdo esta vez? ¿Qué cambió la decisión de un gobierno que se ufana de ser el más negociador de la historia reciente? Sucede que el poder de Macri se puso en duda cuando el peronismo le impuso aquel proyecto de emergencia social, que el Gobierno aceptó en sus grandes trazos. Nadie impugnó el contenido del acuerdo con los movimientos sociales, sino la constatación política de que el peronismo le cambió la agenda a la administración. El Presidente percibió que sectores económicos e internacionales importantes habían colocado un interrogante sobre su poder para gobernar el país. Ordenó que no hubiera concesiones.
Prefirió demostrar poder para conducir la economía aun a costa de perder popularidad. La única solución que le quedaría a Macri, si las dos cámaras del Congreso aprobaran el proyecto opositor, es el veto. Pero un veto sobre una decisión que beneficia a muchos trabajadores será siempre impopular. El Gobierno se escudaba ayer en el argumento de que la mayoría de la sociedad es optimista con respecto al futuro y que lo que se juntó ayer, todos los matices del peronismo, pertenece al pasado. Ambas afirmaciones son ciertas. Es igualmente certero que el optimismo no tiene nada que ver con la cantidad de dinero que se gana o se pierde con una ley. Tampoco le importa mucho a la gente de a pie si el dinero que viene de más lo coloca el pasado o el porvenir. No se puede medir con las categorías del análisis político las necesidades objetivas de la sociedad.
De manual
Los gobernadores peronistas son el último refugio del Gobierno. Supone que los mandatarios influenciarían ante los senadores porque el impuesto a las ganancias es coparticipable y, por lo tanto, los recursos que perderá el gobierno federal también los perderán las provincias. El proyecto opositor contempla la creación de nuevos impuestos que son también coparticipables; no perderían nada. Otra cosa es la responsabilidad de los diputados (o la irresponsabilidad) en la decisión de agregar nuevos impuestos a una sociedad saturada de gravámenes. Más allá de la percepción colectiva, llama la atención que el peronismo no haya encontrado, en 70 años de historia, otro modo de resolver los problemas que cargándole a la sociedad más presión impositiva. Desde ese punto de vista, Massa es una peronista de manual. Oportuno para subirse a la ola social e indiferente a la carga del Estado sobre la economía (populista, le llamarían en otras partes del planeta).
Los gobernadores serán un refugio inservible. Lo único que les importaba a ellos y a muchos diputados, cuando se negociaba el proyecto opositor, era el nuevo impuesto al juego. El único impuesto que merecía aplicarse. El único que inquietaba a muchos peronistas, pero no por las buenas razones, sino por las malas. Los Cristóbal López de este mundo también son un motivo de unidad peronista, pero para protegerlo. El juego y las cajas negras de la política están muy vinculados.
El peronismo es cambiante y contradictorio. Le dio a Macri un presupuesto votado por importantes mayorías en Diputados y Senado. Aprovechó luego el error del Presidente de no haber incorporado en el presupuesto el nuevo impuesto a las ganancias (hubiera sido una cuestión fiscal y no política) y ahí encontró una razón para fusionarse aunque sea por un instante. La razón está a la vista: derrotar a Macri.
El Gobierno lo sindica a Sergio Massa como el líder de la sublevación de los diputados peronistas. Tiene razón. Fue él quien juntó las cabezas de los renovadores, de los kirchneristas arrepentidos, de las kirchneristas consecuentes y hasta de los gobernadores. Fue él quien les dijo a los kirchneristas más conocidos que se retiraran a la última fila; no podían mostrarse después de haber estado una década defendiendo las escalas más confiscatorias del impuesto a las ganancias. Esos kirchneristas aceptaron. Valía la pena para ellos el segundo plano si ése era el precio de un fracaso de Macri.
El hecho político innegable es que el peronismo se unió, por tercera vez en pocas semanas, para desafiar el poder del Presidente. Primero los senadores peronistas se juntaron para aprobar un proyecto de ley de emergencia económica, cuya concreción requería de un mayor déficit fiscal. El Gobierno se vio entonces obligado a negociar un nuevo proyecto de emergencia social. Poco después, el voto peronista del Senado declaró caída la reforma electoral, uno de los proyectos predilectos del Presidente, por la influencia de muchos de caudillos peronistas de feudos provinciales. Ayer, Massa soldó el destruido mosaico del peronismo para dejar sin respaldo parlamentario el proyecto oficial que intentaba mejorar el impuesto a las ganancias. El proyecto de Massa y del resto del peronismo es mucho más generoso con los trabajadores que el del Gobierno. Duplica de hecho el salario no imponible.
Una novedad que sorprendió a los peronistas fue que por primera vez el Gobierno se negó a negociar su proyecto. Podían hacerle pequeños retoques, pero no mucho más. La diferencia entre la propuesta del Gobierno y las de la oposición eran enormes, y no se zanjarían con simples retoques. ¿Qué pasó para que no hubiera espíritu de acuerdo esta vez? ¿Qué cambió la decisión de un gobierno que se ufana de ser el más negociador de la historia reciente? Sucede que el poder de Macri se puso en duda cuando el peronismo le impuso aquel proyecto de emergencia social, que el Gobierno aceptó en sus grandes trazos. Nadie impugnó el contenido del acuerdo con los movimientos sociales, sino la constatación política de que el peronismo le cambió la agenda a la administración. El Presidente percibió que sectores económicos e internacionales importantes habían colocado un interrogante sobre su poder para gobernar el país. Ordenó que no hubiera concesiones.
Prefirió demostrar poder para conducir la economía aun a costa de perder popularidad. La única solución que le quedaría a Macri, si las dos cámaras del Congreso aprobaran el proyecto opositor, es el veto. Pero un veto sobre una decisión que beneficia a muchos trabajadores será siempre impopular. El Gobierno se escudaba ayer en el argumento de que la mayoría de la sociedad es optimista con respecto al futuro y que lo que se juntó ayer, todos los matices del peronismo, pertenece al pasado. Ambas afirmaciones son ciertas. Es igualmente certero que el optimismo no tiene nada que ver con la cantidad de dinero que se gana o se pierde con una ley. Tampoco le importa mucho a la gente de a pie si el dinero que viene de más lo coloca el pasado o el porvenir. No se puede medir con las categorías del análisis político las necesidades objetivas de la sociedad.
De manual
Los gobernadores peronistas son el último refugio del Gobierno. Supone que los mandatarios influenciarían ante los senadores porque el impuesto a las ganancias es coparticipable y, por lo tanto, los recursos que perderá el gobierno federal también los perderán las provincias. El proyecto opositor contempla la creación de nuevos impuestos que son también coparticipables; no perderían nada. Otra cosa es la responsabilidad de los diputados (o la irresponsabilidad) en la decisión de agregar nuevos impuestos a una sociedad saturada de gravámenes. Más allá de la percepción colectiva, llama la atención que el peronismo no haya encontrado, en 70 años de historia, otro modo de resolver los problemas que cargándole a la sociedad más presión impositiva. Desde ese punto de vista, Massa es una peronista de manual. Oportuno para subirse a la ola social e indiferente a la carga del Estado sobre la economía (populista, le llamarían en otras partes del planeta).
Los gobernadores serán un refugio inservible. Lo único que les importaba a ellos y a muchos diputados, cuando se negociaba el proyecto opositor, era el nuevo impuesto al juego. El único impuesto que merecía aplicarse. El único que inquietaba a muchos peronistas, pero no por las buenas razones, sino por las malas. Los Cristóbal López de este mundo también son un motivo de unidad peronista, pero para protegerlo. El juego y las cajas negras de la política están muy vinculados.
El peronismo es cambiante y contradictorio. Le dio a Macri un presupuesto votado por importantes mayorías en Diputados y Senado. Aprovechó luego el error del Presidente de no haber incorporado en el presupuesto el nuevo impuesto a las ganancias (hubiera sido una cuestión fiscal y no política) y ahí encontró una razón para fusionarse aunque sea por un instante. La razón está a la vista: derrotar a Macri.