El jefe de Investigación de Oxfam Ricardo Fuentes-Nieva habla de cómo promover una mayor igualdad en un mundo globalizado, plantea terminar con los paraísos fiscales y promover un sistema tributario progresista y salarios dignos.
Desde Londres
La desigualdad mundial es tan marcada que hasta la Cumbre de los Ricos de Davos que comenzó ayer la citó como una de las grandes amenazas para la economía global. Un informe de la organización humanitaria Oxfam difundido el lunes lo ilustró con una comparación que revela los extremos del desequilibrio social en pleno siglo XXI. Según los cálculos de Oxfam, la mitad de la población mundial unas 3500 millones de personas gana en total lo mismo que las 85 personas más ricas del planeta. Esta aparente confluencia en el diagnóstico que hace una ONG que lucha contra la pobreza global y el Foro Económico Mundial, organizador de Davos, termina con la identificación del problema. En una encuesta de la consultora internacional Pricewaterhouse Coopers publicada ayer quedaba claro que las mil multinacionales que financian el Foro plantean que la desregulación y la reducción del déficit fiscal son fundamentales para lidiar con los problemas económicos globales. En la vereda opuesta, Oxfam plantea terminar con los paraísos fiscales, promover un sistema tributario progresista y salarios dignos, todas soluciones que rechazan las multinacionales. Página/12 dialogó con el jefe de Investigación de Oxfam Ricardo Fuentes-Nieva sobre los desafíos de promover una mayor igualdad en un mundo globalizado.
Oxfam está participando en Davos y ha coincidido con la evaluación del Foro Económico Mundial sobre los peligros que plantea la desigualdad. Pero ahí paran las coincidencias, ¿no?
En nuestro informe nosotros hemos visto que en 24 de los 26 países del mundo en los que había información estadística de los últimos 30 años la desigualdad había crecido. Puesto de otra manera, siete de cada 10 personas del mundo viven en un lugar más desigual que hace 30 años. Una segunda conclusión de nuestro informe es que los ricos tienen una creciente influencia en los procesos políticos que plantea serios problemas de legitimidad. Por último, pensamos que no hay razones para que esto siga siendo así. Es un tema que se puede corregir con políticas públicas concretas.
Precisamente, el camino que ustedes plantean está en los antípodas del que se promueve en Davos.
Nosotros creemos que debe haber un combate global contra la evasión impositiva y los paraísos fiscales. El estallido financiero de 2008 profundizó la desigualdad con los programas de austeridad que se llevaron adelante para solucionar una crisis que tuvo su origen en los más ricos del mundo y su especulación financiera. Los paraísos fiscales fueron fundamentales en esta especulación y constituyen una de las claves del desfinanciamiento de los estados porque distorsionan la política gubernamental. Por un lado fuerzan políticas de reducción impositiva a los más ricos para que no recurran a la evasión y la fuga de capital, y por la otra impiden políticas sociales y económicas que reducirían la desigualdad por la caída de la recaudación fiscal. Desde la década de 70 la carga tributaria bajó para los ricos en 29 de los 30 países en que existen datos disponibles. Esta es una política impulsada por el creciente poder político de los ricos y el desequilibrio en favor de las corporaciones en la distribución de los beneficios económicos entre trabajadores y el capital.
El argumento más citado a favor de salarios bajos y ventajas impositivas es la competitividad de las empresas en un mundo globalizado. Sin cuestionar la globalización actual, no parece haber solución al problema de la desigualdad.
Es un punto muy importante. Parte de esta concentración del ingreso está vinculada a la globalización que, al mismo tiempo, ha tenido aspectos positivos ayudando a que millones de personas salgan de la pobreza. Pero lo cierto es que el salario real promedio ha decrecido en muchos países. Igual no se puede plantear que este fenómeno se debe pura y exclusivamente a la globalización. Es cierto que los avances tecnológicos que han ido de la mano de la globalización han sido enormes y han generado una redistribución económica hacia grupos que tienen mayor educación. Pero al mismo tiempo la concentración del ingreso que hemos visto en los últimos dos años no puede ser explicada por este factor porque la globalización es un proceso que se puso en marcha hace mucho tiempo.
América latina ha sido uno de los lugares más desiguales del planeta por mucho tiempo. ¿Cómo evalúan la situación de la región en los últimos diez años?
Creemos que ha habido grandes progresos que demuestran que se pueden mejorar las cosas si existe la voluntad política. Programas sociales como Bolsa de Familia en Brasil, Trabajar en Argentina, Chile Solidario y Oportunidades en México han colocado a América latina a la vanguardia de políticas innovadoras de intervención estatal para lidiar con la desigualdad. Pero es cierto que esto no ha sido suficiente. Las protestas en Chile o en Brasil son señales de que queda mucho por hacer. Aun así, la tendencia es alentadora en América latina y es mucho mejor que en otras partes del mundo.
¿Qué pasa si no se modifica este panorama de creciente desigualdad global?
Estamos ante un peligro de ruptura del contrato social y una disolución de la idea de ciudadanía. Si los gobiernos no reflejan la voluntad de gran parte de la población, empiezan a perder legitimidad, dinamismo y se ponen en peligro la democracia, los derechos humanos y otros logros. En este sentido, más allá de si la evaluación que hace Davos de la desigualdad como una de las amenazas de la economía mundial es un mero ejercicio de relaciones públicas, creo que no es en interés de las mismas compañías de Davos que esta situación se desborde. Este desborde no va a pasar de un año a otro, pero hay un peligro que la sociedad se vuelva esclerótica con un impacto concreto económico y con un riesgo creciente de explosión social porque además ahora la desigualdad está afectando al conjunto de la sociedad de muchos países, incluyendo a las clases medias mismas, que han sido una de las grandes perdedoras de la crisis de 2008.
Desde Londres
La desigualdad mundial es tan marcada que hasta la Cumbre de los Ricos de Davos que comenzó ayer la citó como una de las grandes amenazas para la economía global. Un informe de la organización humanitaria Oxfam difundido el lunes lo ilustró con una comparación que revela los extremos del desequilibrio social en pleno siglo XXI. Según los cálculos de Oxfam, la mitad de la población mundial unas 3500 millones de personas gana en total lo mismo que las 85 personas más ricas del planeta. Esta aparente confluencia en el diagnóstico que hace una ONG que lucha contra la pobreza global y el Foro Económico Mundial, organizador de Davos, termina con la identificación del problema. En una encuesta de la consultora internacional Pricewaterhouse Coopers publicada ayer quedaba claro que las mil multinacionales que financian el Foro plantean que la desregulación y la reducción del déficit fiscal son fundamentales para lidiar con los problemas económicos globales. En la vereda opuesta, Oxfam plantea terminar con los paraísos fiscales, promover un sistema tributario progresista y salarios dignos, todas soluciones que rechazan las multinacionales. Página/12 dialogó con el jefe de Investigación de Oxfam Ricardo Fuentes-Nieva sobre los desafíos de promover una mayor igualdad en un mundo globalizado.
Oxfam está participando en Davos y ha coincidido con la evaluación del Foro Económico Mundial sobre los peligros que plantea la desigualdad. Pero ahí paran las coincidencias, ¿no?
En nuestro informe nosotros hemos visto que en 24 de los 26 países del mundo en los que había información estadística de los últimos 30 años la desigualdad había crecido. Puesto de otra manera, siete de cada 10 personas del mundo viven en un lugar más desigual que hace 30 años. Una segunda conclusión de nuestro informe es que los ricos tienen una creciente influencia en los procesos políticos que plantea serios problemas de legitimidad. Por último, pensamos que no hay razones para que esto siga siendo así. Es un tema que se puede corregir con políticas públicas concretas.
Precisamente, el camino que ustedes plantean está en los antípodas del que se promueve en Davos.
Nosotros creemos que debe haber un combate global contra la evasión impositiva y los paraísos fiscales. El estallido financiero de 2008 profundizó la desigualdad con los programas de austeridad que se llevaron adelante para solucionar una crisis que tuvo su origen en los más ricos del mundo y su especulación financiera. Los paraísos fiscales fueron fundamentales en esta especulación y constituyen una de las claves del desfinanciamiento de los estados porque distorsionan la política gubernamental. Por un lado fuerzan políticas de reducción impositiva a los más ricos para que no recurran a la evasión y la fuga de capital, y por la otra impiden políticas sociales y económicas que reducirían la desigualdad por la caída de la recaudación fiscal. Desde la década de 70 la carga tributaria bajó para los ricos en 29 de los 30 países en que existen datos disponibles. Esta es una política impulsada por el creciente poder político de los ricos y el desequilibrio en favor de las corporaciones en la distribución de los beneficios económicos entre trabajadores y el capital.
El argumento más citado a favor de salarios bajos y ventajas impositivas es la competitividad de las empresas en un mundo globalizado. Sin cuestionar la globalización actual, no parece haber solución al problema de la desigualdad.
Es un punto muy importante. Parte de esta concentración del ingreso está vinculada a la globalización que, al mismo tiempo, ha tenido aspectos positivos ayudando a que millones de personas salgan de la pobreza. Pero lo cierto es que el salario real promedio ha decrecido en muchos países. Igual no se puede plantear que este fenómeno se debe pura y exclusivamente a la globalización. Es cierto que los avances tecnológicos que han ido de la mano de la globalización han sido enormes y han generado una redistribución económica hacia grupos que tienen mayor educación. Pero al mismo tiempo la concentración del ingreso que hemos visto en los últimos dos años no puede ser explicada por este factor porque la globalización es un proceso que se puso en marcha hace mucho tiempo.
América latina ha sido uno de los lugares más desiguales del planeta por mucho tiempo. ¿Cómo evalúan la situación de la región en los últimos diez años?
Creemos que ha habido grandes progresos que demuestran que se pueden mejorar las cosas si existe la voluntad política. Programas sociales como Bolsa de Familia en Brasil, Trabajar en Argentina, Chile Solidario y Oportunidades en México han colocado a América latina a la vanguardia de políticas innovadoras de intervención estatal para lidiar con la desigualdad. Pero es cierto que esto no ha sido suficiente. Las protestas en Chile o en Brasil son señales de que queda mucho por hacer. Aun así, la tendencia es alentadora en América latina y es mucho mejor que en otras partes del mundo.
¿Qué pasa si no se modifica este panorama de creciente desigualdad global?
Estamos ante un peligro de ruptura del contrato social y una disolución de la idea de ciudadanía. Si los gobiernos no reflejan la voluntad de gran parte de la población, empiezan a perder legitimidad, dinamismo y se ponen en peligro la democracia, los derechos humanos y otros logros. En este sentido, más allá de si la evaluación que hace Davos de la desigualdad como una de las amenazas de la economía mundial es un mero ejercicio de relaciones públicas, creo que no es en interés de las mismas compañías de Davos que esta situación se desborde. Este desborde no va a pasar de un año a otro, pero hay un peligro que la sociedad se vuelva esclerótica con un impacto concreto económico y con un riesgo creciente de explosión social porque además ahora la desigualdad está afectando al conjunto de la sociedad de muchos países, incluyendo a las clases medias mismas, que han sido una de las grandes perdedoras de la crisis de 2008.