Por Marcos Novaro
28/05/11 – 03:14
Ante cada elección presidencial hay pronósticos sobre la consolidación de un nuevo “sistema de partidos”. Hoy serían un kirchnerismo recargado y el alfonsinismo resucitado, versiones actualizadas del nacional-populismo y la socialdemocracia.
Estos pronósticos han fallado antes porque subestiman la continuidad de los actores tradicionales y sobreestiman la durabilidad de las tendencias de opinión. Y hoy tienen más chances de fallar: ni el kirchnerismo ni el alfonsinismo son realmente partidos y no se diferencian lo suficiente como para ser polos de un “nuevo bipartidismo” que represente al grueso de la sociedad. Además, difieren demasiado en recursos de poder.
Empecemos por el kirchnerismo. En su origen fue el fruto de un descuido de la elite peronista. Duhalde y los gobernadores que firmaron el pacto de los “14 puntos” en abril de 2002, y aprobaron el presupuesto de 2003, no anticiparon el drástico cambio que estaban introduciendo en la relación entre Nación y provincias, por el poder fiscal que conferían a la Presidencia. Mientras creían elegir a un “presidente de transición”, dieron paso al kirchnerismo, que convirtió en pauta regular lo que había sido sólo un accidente: administrar fuera del control parlamentario del 20 al 40% de los ingresos nacionales. Uso con poca eficencia ese poder en muchos terrenos (educación, transporte, salud), pero no en uno decisivo, el control de la estructura territorial del peronismo y de su brazo sindical.
La pregunta es si ha logrado una penetración en el disco rígido del peronismo superior a la que tuvo el menemismo. El comportamiento de los jefes distritales del PJ, que salvo en la Capital resisten las pretensiones hegemónicas del kirchnerismo, y más recientemente también de los caciques sindicales, más renuentes que lo esperado a participar solícitos del derrocamiento de Moyano, no alienta una respuesta positiva. Cristina Kirchner puede haber vuelto a ser, tras la muerte de su marido, la única vía de acceso a los recursos fiscales para esa dirigencia, pero porque ya está en funciones y es reelegible. No por motivos más programáticos. ¿Podría de todos modos aprovechar esta nueva oportunidad para crear estos motivos? Eso esperan sus seguidores más fieles, que elucubran iniciativas como la “radicalización del populismo”, es decir, alimentar la caja presidencial a costa de las empresas privadas y el comercio exterior, o una reforma constitucional, incluso una “parlamentarista”, que perpetúe la concentración de poder en un primer ministro eternamente reelegible.
El polo alfonsinista de la UCR podría ser un socio colaborativo en este camino. Ya avaló iniciativas antiempresarias que ampliaron los ingresos de uso discrecional del Estado central: la estatización retroactiva de las cuentas administradas por las AFJP, y la alteración por decreto de esa ley para permitir a la Anses designar directores en grandes empresas. Dada su heredada predilección por el parlamentarismo, Ricardo podría aceptar el convite de un nuevo Pacto de Olivos. Podría creer, como ya lo hizo con la reforma política, que dosis crecientes de ingeniería institucional consolidarán las reglas republicanas y reflotarán el bipartidismo.
Hay varios obstáculos para esto.Primero, es improbable que el candidato radical vaya a polarizar con el kirchnerismo, por más ayuda que éste le preste. Alfonsín hijo ha sido muy eficaz para sacar del medio otros posibles candidatos opositores, pero no ha ganado mucho con eso. Aun cuando resuelva sus problemas coalicionales, buena parte de lo que intenta pescar lo perderá a manos de Carrió, Duhalde y otras fórmulas que se presenten. Segundo, ¿por qué el peronismo distrital y sindical habilitaría reformas destinadas a perpetuar el poder central, sin exigir a cambio una redistribución federal de recursos? ¿Por qué avalarían nuevos avances sobre las empresas si siguen condenados a la cuota que graciosamente la Presidencia decida asignarles? Reformas como las que los kirchneristas imaginan para un tercer mandato son posibles cuando el sistema institucional ha sufrido un quiebre, los partidos están debilitados y la macroecononomía habilita prácticas predatorias del Estado. Así fue en Venezuela, Bolivia y Ecuador. El kirchnerismo, siguiendo la pauta que el agente Smith de Matrix atribuye abusivamente al conjunto del género humano, ha consumido ya casi todas las fuentes de renta disponibles, deteriorando las variables cambiarias, monetarias y comerciales, su partido goza de una salud demasiado robusta para que se deje pasar por encima, y la contraparte tal vez dispuesta a colaborar en cambio carece de ella.
*Investigador del Conicet y director de Cipol.
28/05/11 – 03:14
Ante cada elección presidencial hay pronósticos sobre la consolidación de un nuevo “sistema de partidos”. Hoy serían un kirchnerismo recargado y el alfonsinismo resucitado, versiones actualizadas del nacional-populismo y la socialdemocracia.
Estos pronósticos han fallado antes porque subestiman la continuidad de los actores tradicionales y sobreestiman la durabilidad de las tendencias de opinión. Y hoy tienen más chances de fallar: ni el kirchnerismo ni el alfonsinismo son realmente partidos y no se diferencian lo suficiente como para ser polos de un “nuevo bipartidismo” que represente al grueso de la sociedad. Además, difieren demasiado en recursos de poder.
Empecemos por el kirchnerismo. En su origen fue el fruto de un descuido de la elite peronista. Duhalde y los gobernadores que firmaron el pacto de los “14 puntos” en abril de 2002, y aprobaron el presupuesto de 2003, no anticiparon el drástico cambio que estaban introduciendo en la relación entre Nación y provincias, por el poder fiscal que conferían a la Presidencia. Mientras creían elegir a un “presidente de transición”, dieron paso al kirchnerismo, que convirtió en pauta regular lo que había sido sólo un accidente: administrar fuera del control parlamentario del 20 al 40% de los ingresos nacionales. Uso con poca eficencia ese poder en muchos terrenos (educación, transporte, salud), pero no en uno decisivo, el control de la estructura territorial del peronismo y de su brazo sindical.
La pregunta es si ha logrado una penetración en el disco rígido del peronismo superior a la que tuvo el menemismo. El comportamiento de los jefes distritales del PJ, que salvo en la Capital resisten las pretensiones hegemónicas del kirchnerismo, y más recientemente también de los caciques sindicales, más renuentes que lo esperado a participar solícitos del derrocamiento de Moyano, no alienta una respuesta positiva. Cristina Kirchner puede haber vuelto a ser, tras la muerte de su marido, la única vía de acceso a los recursos fiscales para esa dirigencia, pero porque ya está en funciones y es reelegible. No por motivos más programáticos. ¿Podría de todos modos aprovechar esta nueva oportunidad para crear estos motivos? Eso esperan sus seguidores más fieles, que elucubran iniciativas como la “radicalización del populismo”, es decir, alimentar la caja presidencial a costa de las empresas privadas y el comercio exterior, o una reforma constitucional, incluso una “parlamentarista”, que perpetúe la concentración de poder en un primer ministro eternamente reelegible.
El polo alfonsinista de la UCR podría ser un socio colaborativo en este camino. Ya avaló iniciativas antiempresarias que ampliaron los ingresos de uso discrecional del Estado central: la estatización retroactiva de las cuentas administradas por las AFJP, y la alteración por decreto de esa ley para permitir a la Anses designar directores en grandes empresas. Dada su heredada predilección por el parlamentarismo, Ricardo podría aceptar el convite de un nuevo Pacto de Olivos. Podría creer, como ya lo hizo con la reforma política, que dosis crecientes de ingeniería institucional consolidarán las reglas republicanas y reflotarán el bipartidismo.
Hay varios obstáculos para esto.Primero, es improbable que el candidato radical vaya a polarizar con el kirchnerismo, por más ayuda que éste le preste. Alfonsín hijo ha sido muy eficaz para sacar del medio otros posibles candidatos opositores, pero no ha ganado mucho con eso. Aun cuando resuelva sus problemas coalicionales, buena parte de lo que intenta pescar lo perderá a manos de Carrió, Duhalde y otras fórmulas que se presenten. Segundo, ¿por qué el peronismo distrital y sindical habilitaría reformas destinadas a perpetuar el poder central, sin exigir a cambio una redistribución federal de recursos? ¿Por qué avalarían nuevos avances sobre las empresas si siguen condenados a la cuota que graciosamente la Presidencia decida asignarles? Reformas como las que los kirchneristas imaginan para un tercer mandato son posibles cuando el sistema institucional ha sufrido un quiebre, los partidos están debilitados y la macroecononomía habilita prácticas predatorias del Estado. Así fue en Venezuela, Bolivia y Ecuador. El kirchnerismo, siguiendo la pauta que el agente Smith de Matrix atribuye abusivamente al conjunto del género humano, ha consumido ya casi todas las fuentes de renta disponibles, deteriorando las variables cambiarias, monetarias y comerciales, su partido goza de una salud demasiado robusta para que se deje pasar por encima, y la contraparte tal vez dispuesta a colaborar en cambio carece de ella.
*Investigador del Conicet y director de Cipol.