Horacio González analiza las implicancias del llamado a la unidad del peronismo y sostiene que la base de un frente capaz de derrotar al macrismo está en la capacidad de amalgama de todos los que perciban el modo de expropiación económica y cultural al que está sometido el país. La peronización del macrismo y la urgencia electoral es otro de los puntos de análisis de González en este texto.
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
I
¿Persiste el ciclo del peronismo? Es necesario que los peronistas que actúan como tales –es decir, respondiendo sin mayores exigencias al llamado de una identidad-, perciban bien el modo profundo de esa significación, y por lo tanto, qué implica un llamado a la “unidad del peronismo”. A nadie puede dejar de llamarle la atención, ahora, que se llaman peronistas personajes ubicados en lugares de fuerte expresión política en el esquema macrista. Están tan a la vista, que el pensamiento crítico, absorto, no alcanza a dar cuenta de ello. ¿No será entonces mejor dejar de lado la reflexión sobre el jefe de la bancada macrista en el senado, el senador peronista Pichetto; el jefe de la bancada macrista en diputados, el peronista Monzó, los numerosos peronistas que votan la legislación que hace aprobar el gobierno en las cámaras, y los notarios gobernadores peronistas que rezan, y no sólo por intereses de “gobernabilidad presupuestaria”, por el cuadro de insignias del angélico presidente Macri y la incauta libélula Vidal? El que desee ingresar sin problemas al dilema existencial que propone la llamada “unidad del peronismo”, es aconsejable que aparte ese cáliz del peronismo enterrado por convicción en las arenas cambiantes de cambiemos. Pero esas arenas resisten con su difusa identidad a los juegos de espejos macristas a pesar de todos los temas que figuran en la carpeta del peronismo clásico; estatizaciones –se niegan-, industrialización –se la combate – distribución de la renta –se la hostiga. ¿Entonces el peronismo sería un rincón cultural de la conciencia que podría abarcar cualquier plan económico? Esta idea el menemismo no la inventó, pero la promovió por doquier. ¿Es la misma que se invoca hoy? Fijeza cultural y mutabilidad económica. ¿Es serio eso?
No cabe duda que pensar las cosas así, escudito en la solapa e integración a todos los planes neoliberales “exitosos” que se presenten, es el colmo del oportunismo, para calificarlo de una manera clásica. Los promotores de la “unidad del peronismo” en su trazo más grueso, ponen cierto empeño, a veces más o menos leve, en aclarar que esos peronistas no entrarían en la “unidad peronista”. Pero de inmediato se genera el problema de las categorías, “exhaustivas y excluyentes”. No se diga entonces que está aclarado este problema.
II
El peronismo sin más está atravesado por todas las reales y efectivas contradicciones económicas y existenciales del momento. Así que su unidad podría ser –por hablar filosóficamente- una mala infinitud. Se pensará que esto siempre es así; pero más fácil será decir que este sería un peronismo para reemplazar al macrismo, más o menos en sus mismos términos, corrigiendo tal o cual exceso en la política económica, tal o cual exceso en la “política verbal”, tal o cual exceso en la súper-representación de los intereses empresariales en estado puro, un empresario de sector = un ministro. Ahora bien, podrá decirse que esto es considerar con mucho escepticismo el modo en que se usa el vocablo “peronismo”.
No lo es. Ningún compañero que se sienta incluido en esa identidad debe dejar de pensar en esos temas precisamente en nombre de una expresión verosímil e histórica de la identidad. Porque no existe un peronismo “verdadero”, que sería el que depurado después de sacarles las crestas menemistas, macristas, y que al final de la larga marcha hacia el carozo, no deje aparecer un Perón concluyente: tercermundista perfecto y para los más exigentes, un Cooke lector de Sartre o de Lenin. El peronismo es sólo y nada más que una memoria, y eso no es poco sin mucho. Son los que lo emplean para colocarlo como etiqueta de unidades indiferenciadas, como frascos de una farmacopea, o que toman todo según uno de los lados de la perinola, los que usufructúan el último mendrugo de la innegable capacidad que tiene esa invocación –que resuena con tintes dramáticos en los pliegues rememorantes del colectivo social argentino-, para congregar a entusiastas compañeros.
Que nadie sienta esto como una ofensa. El peronismo es un campo nominalista donde todos, incluso el macrismo, en especial el macrismo, hacen sus operaciones. Es el territorio donde no hay impostores porque de antemano se ha sustraído la idea de verdad. Al no haber peronismo verdadero –salvo el que sepa recrear como un hilo vibrante del pasado trágico del país-, tampoco hay impostores, sino solo especuladores del diccionario venerable de la historia nacional. Es duro decirlo, pero es así. La historia del peronismo hecha con criterios reformuladores y actuales está por hacerse porque lo impiden –sin saberlo, acaso debemos decir-, los que lo invocan protegidos, aún hoy, por la infinidad de frases contradictorias del General, una de las cuales siempre va a caber en el repertorio copioso de los practicantes habituales de la política no menos habitual.
III
Para tener la conciencia tranquila frente a la historia del peronismo, hay que hacerla no como un historiador profesional con documentación exquisita en la mano, sino recordando todas las palabras que hemos empelado en nuestra vida militante que creímos que anudaban las necesidades de un presente dado con una herencia que obligatoriamente nos pertenecía.
Tampoco es así. El peronismo formuló una maquinaria arácnida, iba desde el “peronistas somos todos” hasta la expresión habitual de la invectiva de “traidor”, y desde “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” hasta “si un peronista se cree más que lo que es, se trasforma en oligarca”. Evidencias de una identidad siempre en movimiento, lo que le garantizaba perdurabilidad y al mismo tiempo le daba tal dispersividad, que finalmente producía ortodoxias tan diversas, que cada ortodoxia tenía como reverso su propia heterodoxia. ¿Pero entonces no hay un piso mínimo de aglomeración de hechos que permita reconocer la identidad a través de sus mutaciones, y las mutaciones a través de la identidad?
Con el menemismo ya se hizo difícil pues estaban dispuestos a abandonar la idea del Estado centralizador y la soberanía económica del país –piezas molares del peronismo-, pero se mantenían ciertos rituales, diversas heráldicas, la idea del “jefe”, que además, en este caso, tenía una gran capacidad adaptativa, incluso reflejada en las estetizaciones diversas a las que era sometida su figura.
Miles y miles de peronistas aceptaron que ese nombre quedara como un pellejo vacío en cuanto a su memoria programática misma, mientras seguía en uso el conjunto de ritualidades, con su fuerza dramática tan reconocible. El mismo Perón, cuando consideraba las etapas con las que evolucionaba toda historia, mencionaba un período de construcción ideológica (equiparable a los enciclopedistas franceses), otro de institucionalización y otro de consolidación doctrinaria. Así hablaba. Como sea, esta esquiva sucesión de etapas, con el que todo proyecto político sueña prolongarse en la historia, no tiene siempre la misma suerte de la Revolución francesa, quizás la que lo habría cumplido más acabadamente. De la publicidad de ideas a la creación de instituciones ya sólidamente rocosas, impermeables a lo social.
La perdurabilidad casi siempre tiene que ver con el exceso de ritualización. En el caso del peronismo, fue alcanzado de distintas maneras por la paradoja central que lo fundó, postular la unidad nacional (y para ello era necesaria una movilización de masas que a la vez originaba rechazo) y promover un lenguaje revolucionario (que entretejía los ecos de las dos grandes revoluciones contradictorias de la época, y producía una división en las izquierdas y el nacionalismo). Toda esta complejidad estaba destinada a perdurar menos por su audaz operación política –que cerraba un ciclo entero en la Argentina-, que por los picos dramáticos a los que alcanzaba el peronismo con los constantes sacudones en la escena política. El concepto de “movilización”, tomado de viejas doctrinas prusianas –que en algún momento molestó al entonces peronista Carlos Astrada-, el fresco resumen de todos los enemigos en la idea de “oligarquía” –que atrajo a no pocos sectores de izquierda-, y el gusto por las vicisitudes cambiantes que elevaban la temperatura social constantemente, fueron núcleos de atracción del peronismo histórico que explican su arraigo y verosimilitud. Primero, el cautiverio de Perón y el modo en que irrumpió en la Plaza de “las patas en la fuente”. Luego, el bombardeo a la Plaza del 55; antes la ruptura con la Iglesia –uno de los pilares del 45-, después el vertiginoso incendio de las iglesias, los años de exilio, y un Perón que poco a poco se asentaba en lo que llamó “el rol de padre eterno”. La adopción del nombre de “resistencia” para miles de grupos, no necesariamente interligados entre sí, que se caracterizaban por distintos tipos de acciones contra los sucesivos gobiernos que habían proscripto al peronismo, generaban acciones arriesgadas y no pocos martirologios. Y como cierre de un largo ciclo de casi dos décadas, la vuelta de Perón, dónde tenía que optar qué actitud tomar frente a las “formaciones especiales “ –prefirió llamarlas así-, que eran un fuerte síntoma de época, entre el tercermundismo, los socialismos en cada nación dependiente, y la lucha armada como método de acción, todo lo cual hizo de los dos o tres años que antecedieron al gobierno de Perón, un ramillete de actividades entre la tragedia colectiva y el festejo de las figuras más arriesgadas de la hora, en el itinerario iluminado del “guerrillero heroico”. ¿Cómo no ver estrías poderosas de la memoria allí?
IV
Todo esto ocurrió en una napa superior de la actividad histórica, donde se movían miles y miles de nuevos movilizados, en una suerte de nueva superestructura cultural radicalizada que tenía distintas contemplaciones, alianzas o aversiones hacía lo que permanecía, esos aires graníticos del antiguo peronismo doctrinario, que tenía su propia lista de sacrificados y su lenguaje ya definitivamente cerrado en una doctrina que admitía adhesiones de lenguas diversas –la de Arregui, Puiggrós, Jauretche, el marxismo nacional, el fanonismo sartreano populista, el malditismo cookista etc.-, pero que en su fondo último tenía guardado las 20 verdades, clavadas en la carne social durante la década estatal del peronismo, fortísima en dictámenes, consignas, imágenes, historias de redención. Y por añadidura, el “llevo en los oídos una música maravillosa”, que derramaba hacia un futuro de improbables lo que sin embargo es un balance siempre pendiente entre las acciones de igualitarismo social, de redención grupal, de astucias políticas diversas –en general arropadas bajo el nombre de “conducción”-, y de guerras internas, tal como las satirizó Soriano en su momento, pero que tenían más gravedad que el aire bufo que este novelista les dio.
V
Al ocupar toda la escena, el peronismo –como obra magna de su conducción basada en “si voy con los buenos me quedo solo”, protagonizó una batalla campal en su propio seno, literalmente expresada en Ezeiza en 1973, donde puede considerarse que se cierra su ciclo vital.
Dicho esto, el peronismo en su forma activista y operante –en su praxis y su estética-, ha cerrado su productividad histórica. Pero no es lo mismo si lo consideramos una memoria abierta a múltiples significaciones, que deben originar –en los grupos y personas que lo invocan-, una actitud interpretativa novedosa. Una hermenéutica social, democrática y de izquierda popular, regida por lo que provisoriamente llamaremos un humanismo crítico. Ya en el intercambio de cartas entre Jorge Alemán y Ricardo Forster se esbozan estos lineamientos. Pero aunque inspirados en ellos, me hago cargo también en su integridad de lo que aquí se dice.
Es evidente que hay una urgencia en 2019. La urgencia es una interesante categoría política. Significa que el tiempo es un ser inaprensible y pone límites a todo sin que sepamos cuándo ni dónde. “Actuamos a contrarreloj”. ¿Cuándo no es así en la acción política? Toda la discusión sobre el agrupamiento de fuerzas debe tener una dimensión temporal –en este caso el ciclo electoral-, una dimensión cualitativa –el Frente se rige por una conceptualizad explícita y pública, en general de índole programática-, y una dimensión trans-profesional. Esta última se refiere a como proceden los políticos profesionales y cómo debe proceder el político de lo que surge, ante el numen de la urgencia que para muchos, también para mí, debe presidir lo que se haga. Me refiero a políticos que miden lo real en términos de “con esto no alcanza”, o sin esto es imposible pero con esto solo no va. Siempre el pensamiento de la escasez como posible de ser resuelto en una sumatoria de agregados ya existentes, sin que se prevea la emergencia de nada novedoso o contingente. ¡Si la escasez es siempre inspiradora así como está! La política se convierte entonces en un arte de trastienda oficiado por los profesionales que saben lo que “alcanza”.
Por otro lado, la urgencia tiene que ver también con la posibilidad de afinar la definición de lo que es el gobierno de Macri. Neoliberalismo, sí, de acuerdo. Offshore, of course. Deuda externa que después compran en parte ellos mismos, endeudamientos imposibles de pagar, desprecio del mundo del trabajo, no sólo salarial sino también en cuanto a la dignidad del trabajo, incesante conflicto de intereses, que dicen querer cuidar pero que es el motor interno de este grupo de “asaltantes del poder”, trabajar en forma determinista por los intereses que simultáneamente los poseen –ellos a los intereses y los intereses a ellos-, y que al mismo tiempo “representan” en su condición de “funcionarios con cargos en el Estado”. El Equipo, o sea, la gran conjuración de los tecnócratas. ¿Cómo definirla pues?
VI
Si recurrimos al saber de los politólogos, conjunto de técnicas gnoseológicas ya casi encaminadas de antemano a justificar las configuraciones de poder que presentan una adhesión actual a lo empírico del presente, esta es un democracia de derecha con los mismos problemas que tuvieron Alfonsín, Menem o Kirchner, donde haciendo suma y restas y aplicando algún que otro algoritmo más, se trataría de un momento constitucional distinto con problemas diferentes –algún que otro tiro por la espalda, varios jueces en la zona de indignidad, algún que otro desliz autoritario del presidente-, pero nada que no sea dentro de lo posible dentro de las democracias, en un mundo que sostiene con dificultad los viejos parámetros progresistas o iluministas. Este diagrama pasa por alto el modo en que la historia carga las palabras, todas las palabras.
No obstante, se tiene la indefinible sensación de que no está todo dicho sobre el macrismo ni que sea posible hacer algo interesante con esa o cualquier otra politología. ¿Cómo explicar las relaciones empresariales y políticas del macrismo, sus dilemas con el mismo mundo del que proviene, sus apuestas osadas para embeberse de cualquier tema que no controlan y especialmente la relación peronismo-macrismo? Está lejos de ser una relación fácilmente catalogable, cuanto más tengamos estos términos en un estante más o menos fijo, donde como conceptos supongamos que ya están dados e incluidos en los diccionarios de alguna real academia. No es así, es claro. Pero tengamos en cuenta el modo en que el macrismo subiste en sectores sociales bajos que se incorporaron sin esfuerzo en su campaña de moralismo ficcional, basado en los casos conocidos y ultra promocionados de la “corrupción” entendida como figura del mal, la inseguridad como forma de la vida que se estrecha, la ciudad como manera de circulación rápida y a la luz de un pragmatismo del orden y de la justicia como frágil cobertor de una venganza sangrienta contra una amenaza exterior, que puede ser un joven delincuente o un narcotraficante como rostros malignos que obstruyen un “ideal de existencia”. Es este estilo la religión de las mercancías macristas. Pero no sabemos mucho sobre el modo en que, a pesar de sus notorias políticas de rebajamiento del nivel salarial y otras consustanciales con este tozudo rumbo, es aceptado como ese tal ideal de existencia, tan indefinible como penetrante en el lenguaje cotidiano, ajeno a los que hablan los políticos tradicionales, pero no Macri con su ignorancia trágica de las complejidades del mundo histórico-social.
De tal modo, la urgencia (electoral) debe combinarse como lo que también urge no menos (la urgencia argumental y enunciativa). Esto último no es aparentemente una zona propicia en las reuniones para crear un frente opositor que se han realizado en diversos ámbitos de país, y se seguirán realizando. Se trata, para decirlo cabalmente, de un problema de índole intelectual que trasciende a todos y que a veces es apartado con desgano en nombre de la primera urgencia sin percibir que es parte de la misma urgencia. Cuál es la de definir el fenómeno por el cual el macrismo se “peroniza” en ciertas áreas de su actuación y el peronismo en sus áreas derechistas y otras no menos difusas, va y viene de los alrededores de Macri y la Vidal, no sólo por explicaciones basadas en cuestiones presupuestarias de los distritos que manejan- comprensibles desde ya-, sino que dejan entrever oscuras y sistemáticas compatibilidades.
Muchas veces la “primer urgencia” –electoral-, deja escapar de la boca de compañeros la idea que el orden intelectual siempre involucrado en la política, puede resolverse acusando a los que supuestamente lo cultivan, de estar en un termo, de hablar en difícil o escribir cosas largas. El problema es conocido, es antiguo y atravesó todas las corrientes de expresión. ¿Para qué repetir lo ya sabido? Ni hay que enrarecer las cosas porque sí, en nombre de deleites “intelectuales “, ni pasearse por los patios de la política olfateando “intelectualismo” a toda costa, denunciado con dos o tres frases de ocasión que provinieron también de intelectuales de la tradición popular, quizás acertados en su momento, pero equivocados en su forzado trasplante al hoy. Estos prejuicios, sorprendentemente, son muy amplios y a veces tropiezan más de la cuenta en ellos, los que quieren verse “embarrados de militancia viva, y no en el tapper”, y nada más que porque fueron a una reunión en algún ateneo suburbano, adquieren el derecho a fastidiarse cuando se desciende a las maquinarias conceptuales últimas de los problemas históricos. Hace siglos que nadie sale ganando exponiendo estas ofuscaciones.
VII
No, mis amigos. El problema intelectual en la actual situación tiene varias aristas. Por ejemplo, ¿se pusieron a analizar qué significa la visita de Patti Smith a la Argentina? El numeroso público que se dio cita en el Centro Kirchner es un público juvenil, entremezclado, variado en edades y gustos, motivado por una cantante y poeta destacada de las contraculturas norteamericanas de los años 60. No es eso lo que está en discusión, ni el arte de Patti Smith ni mucho menos las fotografías de Maplethorpe. Sino las condiciones de producción de ese tipo de espectáculos, financiado por fundaciones internacionales –en este caso la Fundación Cartier, una suerte de FMI para artistas de retro-vanguardia-, condiciones de producción que están lejos de ser discutidas por Patti Smith –quizás porque cree estar en un país que se sacó de encima un odioso “populismo”-, y que en verdad corresponden al estadio más elevado de la industria cultural en el mundo, donde ya da lo mismo Alejandra Pizarnik, Duchamp, Perlongher o Aby Warburg. Pues fueron sustraídos de sus propias condiciones existenciales, y ya es el momento de extirparlos de sus mundos lingüísticos y fenomenológicos, para considerarlos como algo más que se le agrega a Lollapallooza o algún torneo de ese tipo.
Doy apenas otro ejemplo, más complejo. En estos días el Teatro Nacional Cervantes organiza un festejo sobre el bicentenario de Marx, con figuras intelectuales competentes y grupos teatrales de vanguardia. ¿Quién se animaría a decir que ésta no sería una muestra de amplitud en un órgano oficial de la cultura que tiene la reputación de ese venerable instituto teatral? En los gobiernos Kirchner hubo muchos de esos actos –y alguno de ellos, muy importante, precisamente en ese lugar, con prominentes figuras de la izquierda mundial-, pero más allá de que el kirchnerismo es una proyección inevitable pero no fácil de definir de una mutación del peronismo –lo que hoy, muchos que lo aceptaron en su momento, lo niegan para no caer bajo los balinazos de Madmoiselle et Monsieur Carpetá-, no es difícil aceptar que por ser el peronismo latu sensu una cultura con sus propios héroes culturales, alguno de ellos del primer nivel literario del país, se susciten ciertos resquemores con Marx, con Borges, etc.
Pero ocurre que esta dos figuras, como tantas otras, ya están globalizadas. No es por eso que subsisten, sino porque aun contienen el alma secreta de un horizonte general del pensamiento crítico y de la literatura que se expresa luciendo sus raíces milenarias. ¿Pero salvando esta peculiar situación, no sería posible debatir qué significa que una “política cultural” del macrismo incluya a Marx? ¿Pluralismo, oportunismo, imposibilidad de pensar un gobierno como un todo y un sector que se peroniza, otro se marxistiza, con convocatorias a figuras culturales relevantes? Todo eso puede ser y es, menos aceptar que el macrismo es un generoso pluralismo que se suma al feminismo mundial, al marxismo conmemorativo o al ecologismo radical.
¿Por qué entonces no pensar también en las condiciones de producción de eventos como éstos en medio de un gobierno neo liberal proscriptivo, insensible a las demandas sociales y practicante de justificaciones atroces a las muertes en la calle que producen por goteo y con diferentes excusas dirigidas a su público conservador –popular y no popular-, que poco se interesa por el cumpleaños fantasmal del hombre de Tréveris? ¿O será que los intelectuales que estudian marxismo o que aceptan genuinamente esa identidad van a denunciar a este gobierno en uno de sus más importantes recintos teatrales? Quizás. Ojalá. Y aun así algún funcionario dirá que fue una gesta del pluralismo.
Volviendo a la tan mentada y urgente “unidad del peronismo”, veo en ella un conjunto de problemas ostensibles. Esta no puede ser una lógica lineal para juzgar lo que “alcanza” o no “alcanza”, sino un logro del pensamiento crítico expandido y renovado. Y en esa misma medida, no escindible de un gesto que nada tiene que ver con agregados, añadidos, lechos de procusto o pensamientos sobre “amplio y flojo versus enérgico y escaso”, sino con la emisión de un grito o una voz propiciatoria.
No habrá frente ni ningún otro ensamble productivo de nuevas historias, si queda en manos de pragmatismos de última hora, profesionales del reacomodo incesante y permanente. No lo habrá si no se revisa el pensamiento mismo del corazón del peronismo. Y así, cuando queden sus piezas expuestas a las críticas de su osatura última, nada impedirá que funciones mucho más ambiciosas en términos de memoria proyectual o imán para novedades teórico-prácticas, queden disponibles para un conjunto social renovado. Hay una maquinaria cultural perono-macrista-ucerreísta o macrista-radico-peronista que se ha conjugado bajo banderas de la derecha que absorbe todo en nombre de un pluralismo de fachada, que como nunca escinde vida cultural de furias destructivas de las bases formativas del país, tal como se entendían en momento muy importante de su historia durante el siglo XIX y XX.
La base de este frente capaz de derrotar al macrismo está en verdad en la capacidad de amalgama de todos los que al unísono perciban el modo de expropiación económica y cultural al que está sometido el país y –si le damos una extensión un poquito más dramática- el pueblo nación. Esta última –omitimos el guion- no es una entidad metafísica sino un linaje cultural que en este justo momento de la torsión política argentina, merece el esfuerzo superior de crear palabra nuevas, segundas y terceras identidades que no abandonen necesariamente las de cuño tradicional-, y estos nuevos vocablos son los que merecerán estar esparcidos por todas partes, en numerosas tradiciones políticas. Y que aunque no lo parezca, a veces no viene mal que grupos o personas específicas, con su clamor angustioso, lo susciten, fuera de toda regla, de expectativa ya trillada o de horizontes axiomáticamente transitados. En este contexto, valga la palabra, no parece oportuno abandonar el “vamos a volver”, pues no tiene correlato en las cosas sino en las ideas aun no formuladas de la historia.
*Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional
Por Horacio González*
(para La Tecl@ Eñe)
I
¿Persiste el ciclo del peronismo? Es necesario que los peronistas que actúan como tales –es decir, respondiendo sin mayores exigencias al llamado de una identidad-, perciban bien el modo profundo de esa significación, y por lo tanto, qué implica un llamado a la “unidad del peronismo”. A nadie puede dejar de llamarle la atención, ahora, que se llaman peronistas personajes ubicados en lugares de fuerte expresión política en el esquema macrista. Están tan a la vista, que el pensamiento crítico, absorto, no alcanza a dar cuenta de ello. ¿No será entonces mejor dejar de lado la reflexión sobre el jefe de la bancada macrista en el senado, el senador peronista Pichetto; el jefe de la bancada macrista en diputados, el peronista Monzó, los numerosos peronistas que votan la legislación que hace aprobar el gobierno en las cámaras, y los notarios gobernadores peronistas que rezan, y no sólo por intereses de “gobernabilidad presupuestaria”, por el cuadro de insignias del angélico presidente Macri y la incauta libélula Vidal? El que desee ingresar sin problemas al dilema existencial que propone la llamada “unidad del peronismo”, es aconsejable que aparte ese cáliz del peronismo enterrado por convicción en las arenas cambiantes de cambiemos. Pero esas arenas resisten con su difusa identidad a los juegos de espejos macristas a pesar de todos los temas que figuran en la carpeta del peronismo clásico; estatizaciones –se niegan-, industrialización –se la combate – distribución de la renta –se la hostiga. ¿Entonces el peronismo sería un rincón cultural de la conciencia que podría abarcar cualquier plan económico? Esta idea el menemismo no la inventó, pero la promovió por doquier. ¿Es la misma que se invoca hoy? Fijeza cultural y mutabilidad económica. ¿Es serio eso?
No cabe duda que pensar las cosas así, escudito en la solapa e integración a todos los planes neoliberales “exitosos” que se presenten, es el colmo del oportunismo, para calificarlo de una manera clásica. Los promotores de la “unidad del peronismo” en su trazo más grueso, ponen cierto empeño, a veces más o menos leve, en aclarar que esos peronistas no entrarían en la “unidad peronista”. Pero de inmediato se genera el problema de las categorías, “exhaustivas y excluyentes”. No se diga entonces que está aclarado este problema.
II
El peronismo sin más está atravesado por todas las reales y efectivas contradicciones económicas y existenciales del momento. Así que su unidad podría ser –por hablar filosóficamente- una mala infinitud. Se pensará que esto siempre es así; pero más fácil será decir que este sería un peronismo para reemplazar al macrismo, más o menos en sus mismos términos, corrigiendo tal o cual exceso en la política económica, tal o cual exceso en la “política verbal”, tal o cual exceso en la súper-representación de los intereses empresariales en estado puro, un empresario de sector = un ministro. Ahora bien, podrá decirse que esto es considerar con mucho escepticismo el modo en que se usa el vocablo “peronismo”.
No lo es. Ningún compañero que se sienta incluido en esa identidad debe dejar de pensar en esos temas precisamente en nombre de una expresión verosímil e histórica de la identidad. Porque no existe un peronismo “verdadero”, que sería el que depurado después de sacarles las crestas menemistas, macristas, y que al final de la larga marcha hacia el carozo, no deje aparecer un Perón concluyente: tercermundista perfecto y para los más exigentes, un Cooke lector de Sartre o de Lenin. El peronismo es sólo y nada más que una memoria, y eso no es poco sin mucho. Son los que lo emplean para colocarlo como etiqueta de unidades indiferenciadas, como frascos de una farmacopea, o que toman todo según uno de los lados de la perinola, los que usufructúan el último mendrugo de la innegable capacidad que tiene esa invocación –que resuena con tintes dramáticos en los pliegues rememorantes del colectivo social argentino-, para congregar a entusiastas compañeros.
Que nadie sienta esto como una ofensa. El peronismo es un campo nominalista donde todos, incluso el macrismo, en especial el macrismo, hacen sus operaciones. Es el territorio donde no hay impostores porque de antemano se ha sustraído la idea de verdad. Al no haber peronismo verdadero –salvo el que sepa recrear como un hilo vibrante del pasado trágico del país-, tampoco hay impostores, sino solo especuladores del diccionario venerable de la historia nacional. Es duro decirlo, pero es así. La historia del peronismo hecha con criterios reformuladores y actuales está por hacerse porque lo impiden –sin saberlo, acaso debemos decir-, los que lo invocan protegidos, aún hoy, por la infinidad de frases contradictorias del General, una de las cuales siempre va a caber en el repertorio copioso de los practicantes habituales de la política no menos habitual.
III
Para tener la conciencia tranquila frente a la historia del peronismo, hay que hacerla no como un historiador profesional con documentación exquisita en la mano, sino recordando todas las palabras que hemos empelado en nuestra vida militante que creímos que anudaban las necesidades de un presente dado con una herencia que obligatoriamente nos pertenecía.
Tampoco es así. El peronismo formuló una maquinaria arácnida, iba desde el “peronistas somos todos” hasta la expresión habitual de la invectiva de “traidor”, y desde “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” hasta “si un peronista se cree más que lo que es, se trasforma en oligarca”. Evidencias de una identidad siempre en movimiento, lo que le garantizaba perdurabilidad y al mismo tiempo le daba tal dispersividad, que finalmente producía ortodoxias tan diversas, que cada ortodoxia tenía como reverso su propia heterodoxia. ¿Pero entonces no hay un piso mínimo de aglomeración de hechos que permita reconocer la identidad a través de sus mutaciones, y las mutaciones a través de la identidad?
Con el menemismo ya se hizo difícil pues estaban dispuestos a abandonar la idea del Estado centralizador y la soberanía económica del país –piezas molares del peronismo-, pero se mantenían ciertos rituales, diversas heráldicas, la idea del “jefe”, que además, en este caso, tenía una gran capacidad adaptativa, incluso reflejada en las estetizaciones diversas a las que era sometida su figura.
Miles y miles de peronistas aceptaron que ese nombre quedara como un pellejo vacío en cuanto a su memoria programática misma, mientras seguía en uso el conjunto de ritualidades, con su fuerza dramática tan reconocible. El mismo Perón, cuando consideraba las etapas con las que evolucionaba toda historia, mencionaba un período de construcción ideológica (equiparable a los enciclopedistas franceses), otro de institucionalización y otro de consolidación doctrinaria. Así hablaba. Como sea, esta esquiva sucesión de etapas, con el que todo proyecto político sueña prolongarse en la historia, no tiene siempre la misma suerte de la Revolución francesa, quizás la que lo habría cumplido más acabadamente. De la publicidad de ideas a la creación de instituciones ya sólidamente rocosas, impermeables a lo social.
La perdurabilidad casi siempre tiene que ver con el exceso de ritualización. En el caso del peronismo, fue alcanzado de distintas maneras por la paradoja central que lo fundó, postular la unidad nacional (y para ello era necesaria una movilización de masas que a la vez originaba rechazo) y promover un lenguaje revolucionario (que entretejía los ecos de las dos grandes revoluciones contradictorias de la época, y producía una división en las izquierdas y el nacionalismo). Toda esta complejidad estaba destinada a perdurar menos por su audaz operación política –que cerraba un ciclo entero en la Argentina-, que por los picos dramáticos a los que alcanzaba el peronismo con los constantes sacudones en la escena política. El concepto de “movilización”, tomado de viejas doctrinas prusianas –que en algún momento molestó al entonces peronista Carlos Astrada-, el fresco resumen de todos los enemigos en la idea de “oligarquía” –que atrajo a no pocos sectores de izquierda-, y el gusto por las vicisitudes cambiantes que elevaban la temperatura social constantemente, fueron núcleos de atracción del peronismo histórico que explican su arraigo y verosimilitud. Primero, el cautiverio de Perón y el modo en que irrumpió en la Plaza de “las patas en la fuente”. Luego, el bombardeo a la Plaza del 55; antes la ruptura con la Iglesia –uno de los pilares del 45-, después el vertiginoso incendio de las iglesias, los años de exilio, y un Perón que poco a poco se asentaba en lo que llamó “el rol de padre eterno”. La adopción del nombre de “resistencia” para miles de grupos, no necesariamente interligados entre sí, que se caracterizaban por distintos tipos de acciones contra los sucesivos gobiernos que habían proscripto al peronismo, generaban acciones arriesgadas y no pocos martirologios. Y como cierre de un largo ciclo de casi dos décadas, la vuelta de Perón, dónde tenía que optar qué actitud tomar frente a las “formaciones especiales “ –prefirió llamarlas así-, que eran un fuerte síntoma de época, entre el tercermundismo, los socialismos en cada nación dependiente, y la lucha armada como método de acción, todo lo cual hizo de los dos o tres años que antecedieron al gobierno de Perón, un ramillete de actividades entre la tragedia colectiva y el festejo de las figuras más arriesgadas de la hora, en el itinerario iluminado del “guerrillero heroico”. ¿Cómo no ver estrías poderosas de la memoria allí?
IV
Todo esto ocurrió en una napa superior de la actividad histórica, donde se movían miles y miles de nuevos movilizados, en una suerte de nueva superestructura cultural radicalizada que tenía distintas contemplaciones, alianzas o aversiones hacía lo que permanecía, esos aires graníticos del antiguo peronismo doctrinario, que tenía su propia lista de sacrificados y su lenguaje ya definitivamente cerrado en una doctrina que admitía adhesiones de lenguas diversas –la de Arregui, Puiggrós, Jauretche, el marxismo nacional, el fanonismo sartreano populista, el malditismo cookista etc.-, pero que en su fondo último tenía guardado las 20 verdades, clavadas en la carne social durante la década estatal del peronismo, fortísima en dictámenes, consignas, imágenes, historias de redención. Y por añadidura, el “llevo en los oídos una música maravillosa”, que derramaba hacia un futuro de improbables lo que sin embargo es un balance siempre pendiente entre las acciones de igualitarismo social, de redención grupal, de astucias políticas diversas –en general arropadas bajo el nombre de “conducción”-, y de guerras internas, tal como las satirizó Soriano en su momento, pero que tenían más gravedad que el aire bufo que este novelista les dio.
V
Al ocupar toda la escena, el peronismo –como obra magna de su conducción basada en “si voy con los buenos me quedo solo”, protagonizó una batalla campal en su propio seno, literalmente expresada en Ezeiza en 1973, donde puede considerarse que se cierra su ciclo vital.
Dicho esto, el peronismo en su forma activista y operante –en su praxis y su estética-, ha cerrado su productividad histórica. Pero no es lo mismo si lo consideramos una memoria abierta a múltiples significaciones, que deben originar –en los grupos y personas que lo invocan-, una actitud interpretativa novedosa. Una hermenéutica social, democrática y de izquierda popular, regida por lo que provisoriamente llamaremos un humanismo crítico. Ya en el intercambio de cartas entre Jorge Alemán y Ricardo Forster se esbozan estos lineamientos. Pero aunque inspirados en ellos, me hago cargo también en su integridad de lo que aquí se dice.
Es evidente que hay una urgencia en 2019. La urgencia es una interesante categoría política. Significa que el tiempo es un ser inaprensible y pone límites a todo sin que sepamos cuándo ni dónde. “Actuamos a contrarreloj”. ¿Cuándo no es así en la acción política? Toda la discusión sobre el agrupamiento de fuerzas debe tener una dimensión temporal –en este caso el ciclo electoral-, una dimensión cualitativa –el Frente se rige por una conceptualizad explícita y pública, en general de índole programática-, y una dimensión trans-profesional. Esta última se refiere a como proceden los políticos profesionales y cómo debe proceder el político de lo que surge, ante el numen de la urgencia que para muchos, también para mí, debe presidir lo que se haga. Me refiero a políticos que miden lo real en términos de “con esto no alcanza”, o sin esto es imposible pero con esto solo no va. Siempre el pensamiento de la escasez como posible de ser resuelto en una sumatoria de agregados ya existentes, sin que se prevea la emergencia de nada novedoso o contingente. ¡Si la escasez es siempre inspiradora así como está! La política se convierte entonces en un arte de trastienda oficiado por los profesionales que saben lo que “alcanza”.
Por otro lado, la urgencia tiene que ver también con la posibilidad de afinar la definición de lo que es el gobierno de Macri. Neoliberalismo, sí, de acuerdo. Offshore, of course. Deuda externa que después compran en parte ellos mismos, endeudamientos imposibles de pagar, desprecio del mundo del trabajo, no sólo salarial sino también en cuanto a la dignidad del trabajo, incesante conflicto de intereses, que dicen querer cuidar pero que es el motor interno de este grupo de “asaltantes del poder”, trabajar en forma determinista por los intereses que simultáneamente los poseen –ellos a los intereses y los intereses a ellos-, y que al mismo tiempo “representan” en su condición de “funcionarios con cargos en el Estado”. El Equipo, o sea, la gran conjuración de los tecnócratas. ¿Cómo definirla pues?
VI
Si recurrimos al saber de los politólogos, conjunto de técnicas gnoseológicas ya casi encaminadas de antemano a justificar las configuraciones de poder que presentan una adhesión actual a lo empírico del presente, esta es un democracia de derecha con los mismos problemas que tuvieron Alfonsín, Menem o Kirchner, donde haciendo suma y restas y aplicando algún que otro algoritmo más, se trataría de un momento constitucional distinto con problemas diferentes –algún que otro tiro por la espalda, varios jueces en la zona de indignidad, algún que otro desliz autoritario del presidente-, pero nada que no sea dentro de lo posible dentro de las democracias, en un mundo que sostiene con dificultad los viejos parámetros progresistas o iluministas. Este diagrama pasa por alto el modo en que la historia carga las palabras, todas las palabras.
No obstante, se tiene la indefinible sensación de que no está todo dicho sobre el macrismo ni que sea posible hacer algo interesante con esa o cualquier otra politología. ¿Cómo explicar las relaciones empresariales y políticas del macrismo, sus dilemas con el mismo mundo del que proviene, sus apuestas osadas para embeberse de cualquier tema que no controlan y especialmente la relación peronismo-macrismo? Está lejos de ser una relación fácilmente catalogable, cuanto más tengamos estos términos en un estante más o menos fijo, donde como conceptos supongamos que ya están dados e incluidos en los diccionarios de alguna real academia. No es así, es claro. Pero tengamos en cuenta el modo en que el macrismo subiste en sectores sociales bajos que se incorporaron sin esfuerzo en su campaña de moralismo ficcional, basado en los casos conocidos y ultra promocionados de la “corrupción” entendida como figura del mal, la inseguridad como forma de la vida que se estrecha, la ciudad como manera de circulación rápida y a la luz de un pragmatismo del orden y de la justicia como frágil cobertor de una venganza sangrienta contra una amenaza exterior, que puede ser un joven delincuente o un narcotraficante como rostros malignos que obstruyen un “ideal de existencia”. Es este estilo la religión de las mercancías macristas. Pero no sabemos mucho sobre el modo en que, a pesar de sus notorias políticas de rebajamiento del nivel salarial y otras consustanciales con este tozudo rumbo, es aceptado como ese tal ideal de existencia, tan indefinible como penetrante en el lenguaje cotidiano, ajeno a los que hablan los políticos tradicionales, pero no Macri con su ignorancia trágica de las complejidades del mundo histórico-social.
De tal modo, la urgencia (electoral) debe combinarse como lo que también urge no menos (la urgencia argumental y enunciativa). Esto último no es aparentemente una zona propicia en las reuniones para crear un frente opositor que se han realizado en diversos ámbitos de país, y se seguirán realizando. Se trata, para decirlo cabalmente, de un problema de índole intelectual que trasciende a todos y que a veces es apartado con desgano en nombre de la primera urgencia sin percibir que es parte de la misma urgencia. Cuál es la de definir el fenómeno por el cual el macrismo se “peroniza” en ciertas áreas de su actuación y el peronismo en sus áreas derechistas y otras no menos difusas, va y viene de los alrededores de Macri y la Vidal, no sólo por explicaciones basadas en cuestiones presupuestarias de los distritos que manejan- comprensibles desde ya-, sino que dejan entrever oscuras y sistemáticas compatibilidades.
Muchas veces la “primer urgencia” –electoral-, deja escapar de la boca de compañeros la idea que el orden intelectual siempre involucrado en la política, puede resolverse acusando a los que supuestamente lo cultivan, de estar en un termo, de hablar en difícil o escribir cosas largas. El problema es conocido, es antiguo y atravesó todas las corrientes de expresión. ¿Para qué repetir lo ya sabido? Ni hay que enrarecer las cosas porque sí, en nombre de deleites “intelectuales “, ni pasearse por los patios de la política olfateando “intelectualismo” a toda costa, denunciado con dos o tres frases de ocasión que provinieron también de intelectuales de la tradición popular, quizás acertados en su momento, pero equivocados en su forzado trasplante al hoy. Estos prejuicios, sorprendentemente, son muy amplios y a veces tropiezan más de la cuenta en ellos, los que quieren verse “embarrados de militancia viva, y no en el tapper”, y nada más que porque fueron a una reunión en algún ateneo suburbano, adquieren el derecho a fastidiarse cuando se desciende a las maquinarias conceptuales últimas de los problemas históricos. Hace siglos que nadie sale ganando exponiendo estas ofuscaciones.
VII
No, mis amigos. El problema intelectual en la actual situación tiene varias aristas. Por ejemplo, ¿se pusieron a analizar qué significa la visita de Patti Smith a la Argentina? El numeroso público que se dio cita en el Centro Kirchner es un público juvenil, entremezclado, variado en edades y gustos, motivado por una cantante y poeta destacada de las contraculturas norteamericanas de los años 60. No es eso lo que está en discusión, ni el arte de Patti Smith ni mucho menos las fotografías de Maplethorpe. Sino las condiciones de producción de ese tipo de espectáculos, financiado por fundaciones internacionales –en este caso la Fundación Cartier, una suerte de FMI para artistas de retro-vanguardia-, condiciones de producción que están lejos de ser discutidas por Patti Smith –quizás porque cree estar en un país que se sacó de encima un odioso “populismo”-, y que en verdad corresponden al estadio más elevado de la industria cultural en el mundo, donde ya da lo mismo Alejandra Pizarnik, Duchamp, Perlongher o Aby Warburg. Pues fueron sustraídos de sus propias condiciones existenciales, y ya es el momento de extirparlos de sus mundos lingüísticos y fenomenológicos, para considerarlos como algo más que se le agrega a Lollapallooza o algún torneo de ese tipo.
Doy apenas otro ejemplo, más complejo. En estos días el Teatro Nacional Cervantes organiza un festejo sobre el bicentenario de Marx, con figuras intelectuales competentes y grupos teatrales de vanguardia. ¿Quién se animaría a decir que ésta no sería una muestra de amplitud en un órgano oficial de la cultura que tiene la reputación de ese venerable instituto teatral? En los gobiernos Kirchner hubo muchos de esos actos –y alguno de ellos, muy importante, precisamente en ese lugar, con prominentes figuras de la izquierda mundial-, pero más allá de que el kirchnerismo es una proyección inevitable pero no fácil de definir de una mutación del peronismo –lo que hoy, muchos que lo aceptaron en su momento, lo niegan para no caer bajo los balinazos de Madmoiselle et Monsieur Carpetá-, no es difícil aceptar que por ser el peronismo latu sensu una cultura con sus propios héroes culturales, alguno de ellos del primer nivel literario del país, se susciten ciertos resquemores con Marx, con Borges, etc.
Pero ocurre que esta dos figuras, como tantas otras, ya están globalizadas. No es por eso que subsisten, sino porque aun contienen el alma secreta de un horizonte general del pensamiento crítico y de la literatura que se expresa luciendo sus raíces milenarias. ¿Pero salvando esta peculiar situación, no sería posible debatir qué significa que una “política cultural” del macrismo incluya a Marx? ¿Pluralismo, oportunismo, imposibilidad de pensar un gobierno como un todo y un sector que se peroniza, otro se marxistiza, con convocatorias a figuras culturales relevantes? Todo eso puede ser y es, menos aceptar que el macrismo es un generoso pluralismo que se suma al feminismo mundial, al marxismo conmemorativo o al ecologismo radical.
¿Por qué entonces no pensar también en las condiciones de producción de eventos como éstos en medio de un gobierno neo liberal proscriptivo, insensible a las demandas sociales y practicante de justificaciones atroces a las muertes en la calle que producen por goteo y con diferentes excusas dirigidas a su público conservador –popular y no popular-, que poco se interesa por el cumpleaños fantasmal del hombre de Tréveris? ¿O será que los intelectuales que estudian marxismo o que aceptan genuinamente esa identidad van a denunciar a este gobierno en uno de sus más importantes recintos teatrales? Quizás. Ojalá. Y aun así algún funcionario dirá que fue una gesta del pluralismo.
Volviendo a la tan mentada y urgente “unidad del peronismo”, veo en ella un conjunto de problemas ostensibles. Esta no puede ser una lógica lineal para juzgar lo que “alcanza” o no “alcanza”, sino un logro del pensamiento crítico expandido y renovado. Y en esa misma medida, no escindible de un gesto que nada tiene que ver con agregados, añadidos, lechos de procusto o pensamientos sobre “amplio y flojo versus enérgico y escaso”, sino con la emisión de un grito o una voz propiciatoria.
No habrá frente ni ningún otro ensamble productivo de nuevas historias, si queda en manos de pragmatismos de última hora, profesionales del reacomodo incesante y permanente. No lo habrá si no se revisa el pensamiento mismo del corazón del peronismo. Y así, cuando queden sus piezas expuestas a las críticas de su osatura última, nada impedirá que funciones mucho más ambiciosas en términos de memoria proyectual o imán para novedades teórico-prácticas, queden disponibles para un conjunto social renovado. Hay una maquinaria cultural perono-macrista-ucerreísta o macrista-radico-peronista que se ha conjugado bajo banderas de la derecha que absorbe todo en nombre de un pluralismo de fachada, que como nunca escinde vida cultural de furias destructivas de las bases formativas del país, tal como se entendían en momento muy importante de su historia durante el siglo XIX y XX.
La base de este frente capaz de derrotar al macrismo está en verdad en la capacidad de amalgama de todos los que al unísono perciban el modo de expropiación económica y cultural al que está sometido el país y –si le damos una extensión un poquito más dramática- el pueblo nación. Esta última –omitimos el guion- no es una entidad metafísica sino un linaje cultural que en este justo momento de la torsión política argentina, merece el esfuerzo superior de crear palabra nuevas, segundas y terceras identidades que no abandonen necesariamente las de cuño tradicional-, y estos nuevos vocablos son los que merecerán estar esparcidos por todas partes, en numerosas tradiciones políticas. Y que aunque no lo parezca, a veces no viene mal que grupos o personas específicas, con su clamor angustioso, lo susciten, fuera de toda regla, de expectativa ya trillada o de horizontes axiomáticamente transitados. En este contexto, valga la palabra, no parece oportuno abandonar el “vamos a volver”, pues no tiene correlato en las cosas sino en las ideas aun no formuladas de la historia.
*Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional