Por Hernán Lacunza
02/06/12 – 01:09
Inhibiciones para ahorrar en dólares, trabas para importar, perros olfateando maletines en la City y baúles en las fronteras, dificultades para viajar al exterior (ni cash acá, ni cajeros allá), automotrices que exportan vino para importar autopartes, dificultades para girar utilidades, exportadores obligados a liquidar divisas antes de cobrar, dólar oficial “no para todos” y paralelo en varias versiones. Algunas normas escritas, muchas “instrucciones verbales”, misterios sobre los criterios que abren o cierran compuertas. Rumores desopilantes y fantasmas del pasado. Postales de un mercado cambiario dislocado. Impensado meses atrás. Innecesario.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Reaccionando a las consecuencias, emparchando cicatrices del remiendo anterior, atribuyendo a teorías conspirativas la dolarización que tiene raíces en la inflación, que encarece el peso y abarata el dólar.
Cinco días después de las elecciones de octubre, frente a una fuga acelerada aun con el rotundo triunfo del FpV (US$ 3.500 millones mensuales), iniciamos la represión de la demanda de dólares y aumento compulsivo de la oferta (cepo para comprar; obligación de vender a petroleras, mineras y aseguradoras).
Entusiasmados por el aparente éxito inicial, nos tentamos con la inhibición del reparto de utilidades de los bancos en enero, licencias para importar en febrero, reforma del BCRA en marzo (bajo pretexto de recuperar la “soberanía monetaria”, liberamos unos $ 100 mil millones para financiar el Tesoro), reducción del plazo de liquidación de exportaciones en abril, estrangulamiento del cepo y restricciones para viajar al exterior en mayo.
Con la lógica de comprimir al órgano sangrante, pero sin bajar la presión arterial (inflación), el “torniquete” va migrando por el organismo hasta conformar una “trombosis” (caen la venta de inmuebles, las importaciones, las exportaciones, la inversión), inhibiendo incluso la llegada de “sangre oxigenada” (nuevas inversiones, financiamiento). Si el inversor no sabe si podrá recuperar sus dólares, ni siquiera a un precio más alto, desaparece la oferta voluntaria de divisas.
“Pesificar o morir”. “Pesificar” es el verbo que conjugan las voces oficiales por estos días, atribuyendo la persistente dolarización a trastornos obsesivos, pautas culturales y fuerzas conspirativas. De la inflación, ni hablar.
La sana intención de recrear una moneda nacional no indica cómo piensa remover la persistente inflación que induce a la población a “delegar” esas funciones en una moneda extranjera, para que los ahorros no se escurran, o medir con algún parámetro estable el valor de algunos bienes durables, como los inmuebles.
Difícil hilvanar una relación lógica entre la reforma de la carta orgánica del BCRA que, hace apenas dos meses, soslayó la misión de “preservar del valor de la moneda” (mantener una baja inflación) y la repentina vocación “pesificadora” de estas semanas. Tampoco entre una autoridad monetaria que reduce la tasa de interés en cualquier circunstancia, haciendo cada vez menos atractivo el plazo fijo frente al dólar.
Por el contrario, algún argumento oficial se empeña en demostrar que en los últimos años el que apostó al dólar perdió. Implícitamente, está reconociendo el atraso cambiario. Peligroso por su efecto bumerán: en materia financiera, el futuro suele ser la inversa del pasado. Dada la lógica reinante, intentaremos pesificar “por las buenas o por las malas”, como expresan las voces menos cándidas, sin contemplar que la pesificación compulsiva induce la dolarización voluntaria. Como los controles tienen rendimientos decrecientes (cada vez menos eficacia y más costos), la secuencia “adictiva” suma alcances, frecuencia y agresividad para contener los daños colaterales de la medida anterior (cae la producción por falta de insumos importados, merma de depósitos en dólares).
¿Se trata de un problema inmanejable? Definitivamente no. No parece tan importante el desvío del nivel de la paridad, como la distracción del piloto que rompió el velocímetro (niega la inflación), acelera ante la curva que se avecina (sube el gasto público y la “maquinita” de emitir) y “traba las puertas” para que nadie pueda bajar (comprar dólares).
El tipo de cambio real multilateral es 50% superior al de fines de la convertibilidad, aunque 33% inferior al del promedio 2003-2009. La apreciación se aceleró 18% en los últimos doce meses, por la inflación local y la depreciación del real brasileño. En un ejercicio hipotético que “blanqueara” la suba del tipo de cambio informal de las últimas semanas ($ 6 por dólar), volveríamos a la segunda mitad de 2009. Nada explosivo administrado con pericia y en el marco de un programa antiinflacionario. Lo contrario sería “pan para hoy y hambre para mañana”; cualquier devaluación aislada se trasladaría a precios.
No parece haber más espacio para postergar los costos. Con más controles, aumenta el riesgo de trombosis con afección a la actividad, la inversión y la confianza. Mientras, los vaivenes arbitrarios del cepo no hacen más que incrementar la demanda potencial hasta el máximo regulatorio.
Una estrategia más convencional tendría beneficios mediatos, pero costos inmediatos (suba de la tasa de interés y sacrificio de reservas). De allí su baja probabilidad en la matriz de decisión política.
No hacer nada no es gratuito, como lo demuestra el goteo de depósitos en dólares y la caída equivalente de las reservas. Aun sin sumar una eventual complicación del escenario internacional, los desafíos serán mayores en un entorno de escasez relativa del 2° semestre, cuando merme la liquidación de la cosecha gruesa, la demanda reprimida no se haya esfumado y se concentren los pagos de deuda externa. En un bosque seco, las chispas son peligrosas.
*Empiria Consultores y miembro del Club Político Argentino.
02/06/12 – 01:09
Inhibiciones para ahorrar en dólares, trabas para importar, perros olfateando maletines en la City y baúles en las fronteras, dificultades para viajar al exterior (ni cash acá, ni cajeros allá), automotrices que exportan vino para importar autopartes, dificultades para girar utilidades, exportadores obligados a liquidar divisas antes de cobrar, dólar oficial “no para todos” y paralelo en varias versiones. Algunas normas escritas, muchas “instrucciones verbales”, misterios sobre los criterios que abren o cierran compuertas. Rumores desopilantes y fantasmas del pasado. Postales de un mercado cambiario dislocado. Impensado meses atrás. Innecesario.
¿Cómo llegamos hasta aquí? Reaccionando a las consecuencias, emparchando cicatrices del remiendo anterior, atribuyendo a teorías conspirativas la dolarización que tiene raíces en la inflación, que encarece el peso y abarata el dólar.
Cinco días después de las elecciones de octubre, frente a una fuga acelerada aun con el rotundo triunfo del FpV (US$ 3.500 millones mensuales), iniciamos la represión de la demanda de dólares y aumento compulsivo de la oferta (cepo para comprar; obligación de vender a petroleras, mineras y aseguradoras).
Entusiasmados por el aparente éxito inicial, nos tentamos con la inhibición del reparto de utilidades de los bancos en enero, licencias para importar en febrero, reforma del BCRA en marzo (bajo pretexto de recuperar la “soberanía monetaria”, liberamos unos $ 100 mil millones para financiar el Tesoro), reducción del plazo de liquidación de exportaciones en abril, estrangulamiento del cepo y restricciones para viajar al exterior en mayo.
Con la lógica de comprimir al órgano sangrante, pero sin bajar la presión arterial (inflación), el “torniquete” va migrando por el organismo hasta conformar una “trombosis” (caen la venta de inmuebles, las importaciones, las exportaciones, la inversión), inhibiendo incluso la llegada de “sangre oxigenada” (nuevas inversiones, financiamiento). Si el inversor no sabe si podrá recuperar sus dólares, ni siquiera a un precio más alto, desaparece la oferta voluntaria de divisas.
“Pesificar o morir”. “Pesificar” es el verbo que conjugan las voces oficiales por estos días, atribuyendo la persistente dolarización a trastornos obsesivos, pautas culturales y fuerzas conspirativas. De la inflación, ni hablar.
La sana intención de recrear una moneda nacional no indica cómo piensa remover la persistente inflación que induce a la población a “delegar” esas funciones en una moneda extranjera, para que los ahorros no se escurran, o medir con algún parámetro estable el valor de algunos bienes durables, como los inmuebles.
Difícil hilvanar una relación lógica entre la reforma de la carta orgánica del BCRA que, hace apenas dos meses, soslayó la misión de “preservar del valor de la moneda” (mantener una baja inflación) y la repentina vocación “pesificadora” de estas semanas. Tampoco entre una autoridad monetaria que reduce la tasa de interés en cualquier circunstancia, haciendo cada vez menos atractivo el plazo fijo frente al dólar.
Por el contrario, algún argumento oficial se empeña en demostrar que en los últimos años el que apostó al dólar perdió. Implícitamente, está reconociendo el atraso cambiario. Peligroso por su efecto bumerán: en materia financiera, el futuro suele ser la inversa del pasado. Dada la lógica reinante, intentaremos pesificar “por las buenas o por las malas”, como expresan las voces menos cándidas, sin contemplar que la pesificación compulsiva induce la dolarización voluntaria. Como los controles tienen rendimientos decrecientes (cada vez menos eficacia y más costos), la secuencia “adictiva” suma alcances, frecuencia y agresividad para contener los daños colaterales de la medida anterior (cae la producción por falta de insumos importados, merma de depósitos en dólares).
¿Se trata de un problema inmanejable? Definitivamente no. No parece tan importante el desvío del nivel de la paridad, como la distracción del piloto que rompió el velocímetro (niega la inflación), acelera ante la curva que se avecina (sube el gasto público y la “maquinita” de emitir) y “traba las puertas” para que nadie pueda bajar (comprar dólares).
El tipo de cambio real multilateral es 50% superior al de fines de la convertibilidad, aunque 33% inferior al del promedio 2003-2009. La apreciación se aceleró 18% en los últimos doce meses, por la inflación local y la depreciación del real brasileño. En un ejercicio hipotético que “blanqueara” la suba del tipo de cambio informal de las últimas semanas ($ 6 por dólar), volveríamos a la segunda mitad de 2009. Nada explosivo administrado con pericia y en el marco de un programa antiinflacionario. Lo contrario sería “pan para hoy y hambre para mañana”; cualquier devaluación aislada se trasladaría a precios.
No parece haber más espacio para postergar los costos. Con más controles, aumenta el riesgo de trombosis con afección a la actividad, la inversión y la confianza. Mientras, los vaivenes arbitrarios del cepo no hacen más que incrementar la demanda potencial hasta el máximo regulatorio.
Una estrategia más convencional tendría beneficios mediatos, pero costos inmediatos (suba de la tasa de interés y sacrificio de reservas). De allí su baja probabilidad en la matriz de decisión política.
No hacer nada no es gratuito, como lo demuestra el goteo de depósitos en dólares y la caída equivalente de las reservas. Aun sin sumar una eventual complicación del escenario internacional, los desafíos serán mayores en un entorno de escasez relativa del 2° semestre, cuando merme la liquidación de la cosecha gruesa, la demanda reprimida no se haya esfumado y se concentren los pagos de deuda externa. En un bosque seco, las chispas son peligrosas.
*Empiria Consultores y miembro del Club Político Argentino.