Pignanelli, el elegido en lugar de Caló

El metalúrgico Antonio Caló insiste en que quiere conducir la CGT. Está en todo su derecho. Pero deberá superar enormes dificultades. Sobre todo una: Cristina Kirchner, hasta ahora su principal respaldo, le ha bajado el pulgar. El motivo es obvio. El Gobierno impugna la central que encabeza Hugo Moyano para reemplazarla por una organización verticalista. No para encumbrar a un librepensador. Cuando dijo que la inflación es de 24%, que las obras sociales están desfinanciadas y que antes de fin de año la Casa Rosada debe dar respuesta al problema del mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, Caló «abolló el auto antes de comprarlo», para decirlo en sus términos. La Presidenta apestilló a Carlos Zannini: «¿Y a éste para qué me lo trajeron?» A partir de esa pregunta comenzó la caída del jefe de la UOM. Y comenzó a tambalear la construcción de una CGT oficialista.
Los funcionarios han montado una escenografía decorosa para la salida de Caló. La excusa del pico de presión ya se malgastó. Y el argumento ultravandorista, que el candidato repitió ante sus íntimos hasta el cansancio («quiero preservar mi intimidad y seguir yendo a «los burros»»), resulta impresentable, aun para un movimiento que, como el kirchnerismo, está tan ligado a los juegos de azar. La estrategia adoptada fue, en consecuencia, que los propios compañeros de Caló se encargaran de retirarlo. Francisco Gutiérrez (Quilmes), Carlos Gdansky (La Matanza), Naldo Brunelli (San Nicolás), Enrique Salinas (La Plata) y Hugo Curto (Tres de Febrero) advirtieron de repente que la UOM, por su trayectoria, no puede encabezar una CGT dividida.
Los sepultureros de las ilusiones de Caló son Carlos Kunkel y Raúl Olmos. Kunkel, primer avalista del metalúrgico, deberá asumir su fracaso. Olmos, dueño de Forjar Salud, la gerenciadora de la obra social de la UOM, es el administrador de los negocios del gremio. Aunque todavía no alcance el poder que ejercía Julio Raele durante el largo reinado de Lorenzo Miguel, su influencia es decisiva.
Olmos es también dueño de Crónica, diario que publicó la «primicia» de que Caló comenzaba a tambalear. Como accionista de Crónica, Olmos ejerce la secretaría de Afera, una asociación de medios oficialistas estimulada por el Gobierno para acompañar el avance sobre Papel Prensa. Está claro, entonces, para quién trabaja este contador mendocino.
Los gremialistas que, siguiendo instrucciones oficiales, habían aceptado la candidatura de Caló buscarán reorganizarse detrás de un reemplazante aceptable. «Los Gordos» (Armando Cavalieri, Oscar Lescano, Carlos West Ocampo) y los «independientes» (José Luis Lingeri, Andrés Rodríguez y Gerardo Martínez) convocaron a una reunión para el próximo jueves en la sede de Smata. Quieren testear si tienen el número de delegados suficientes para el congreso que, el próximo 3 de octubre, debería entronizar la conducción de la «CGT legítima».
La selección del lugar no es inocente. Smata es la casa de Ricardo Pignanelli, a quien «los Gordos» promueven ahora como jefe de la central oficialista. Para el vapuleado Caló es una ofensa gratuita: el sindicato de mecánicos nació como un desprendimiento de la UOM, con la que mantiene una rivalidad interminable.
Los sindicalistas suelen burlarse de sí mismos. Llaman «medica cuchara» a Martínez, de la construcción. A Lingeri, de Aguas y Saneamiento, «Míster Cloro». Y al criador de caballos Rodríguez, «el centauro». Con la misma picardía, apodaron «salta violeta» al mecánico Pignanelli. Es un chiste arqueológico, que remite al fallecido cómico Carlitos Scazziotta, quien en los años 60 y 70 animaba la pantalla vestido con pantalones gigantescos y tiradores. Igual que el voluminoso dirigente mecánico. «Violeta» era la perra de trapo que Scazziotta tenía por mascota. Humor en blanco y negro, como corresponde a la edad de los chistosos.
En la CGT de Moyano repiten la broma, pero con un giro corrosivo: sugieren que Pignanelli será frente al Gobierno tan dócil como «Violeta». Tratan de ridiculizar la retórica que emplea el mecánico para adherir a la Presidenta sin perder la dignidad sindical: «Sólo si salvamos «el modelo» podremos conseguir lo que pedimos». Hace un año Moyano decía frases parecidas.
Una conquista
Los promotores de Pignanelli, menos convencidos de las virtudes de la receta, recorren los despachos oficiales en busca de alguna «conquista» que, antes del 3 de octubre, justifique su obediencia. Unos piden a Carlos Tomada que mejore las asignaciones familiares. Otros confían en Ricardo Echegaray (AFIP), quien dice tener una propuesta de aumento del mínimo no imponible de Ganancias. Lingeri, que fue superintendente de Salud con Carlos Menem, debe convencer a Liliana Korenfeld de que pague los subsidios atrasados de las obras sociales. Como si fueran empresarios en busca de un aumento de tarifas, reciben la respuesta canónica: «Lo tuyo es muy razonable, pero hay que esperar a que decida la Presidenta».
La decisión acaso nunca llegue. En principio, porque para Cristina Kirchner conceder un reclamo sectorial es ceder autoridad. Igual que en el caso de los partidos políticos o los medios de comunicación, ella no cree que su relación con «el pueblo» requiera la mediación sindical. Lo explicó el 10 de mayo pasado, evocando a José Espejo, el líder de la CGT del primer peronismo: «¿Ustedes saben cómo se llamaba? Vayan a la calle a preguntar si alguien se acuerda del nombre del secretario general durante el gobierno de Perón y Evita. Va a decir que no la inmensa mayoría de los argentinos, salvo que se encuentren con algún militante peronista que diga era Espejo. Porque la gente sabe por qué vivieron mejor y por qué tuvieron las cosas».
La sagaz Susana Viau desnudó, en Clarín, la ideología que subyace a ese discurso: «Si la bonanza se derrama desde el vértice de la pirámide, si el reparto de los panes y los peces es una facultad exclusiva del conductor, el rol de los sindicalistas se reduce a «participar» del proceso, a «identificarse» con los benefactores, a «apoyar» el proyecto nacional y popular». En otras palabras: la sociedad civil no es el sujeto del progreso sino su objeto, como recipiendario de la filantropía del Estado encarnado en el líder. ¿Hará falta consignar la genealogía de esta imagen de las cosas?
Un segundo motivo para sospechar que el gremialismo chocará contra la indiferencia oficial es que Cristina Kirchner no tiene motivos para sentirse amenazada. Los más importantes jerarcas sindicales están encadenados al Gobierno por alguna prebenda personal. La amenaza más inquietante venía del lado de Moyano, quien imaginó ser el soporte de un proyecto político alternativo organizado en la provincia de Buenos Aires. Esa hipótesis, al menos por ahora, ha fracasado. No sólo porque Daniel Scioli resolvió mantenerse en el redil con tal de pagar los aguinaldos. También Sergio Massa ha sido encuadrado por Julio De Vido, que es el encargado de conseguir en 2013 los votos necesarios para habilitar la reelección. El acuerdo fue dado a publicidad con Massa y Gabriel Mariotto en un acto destinado a desguazar la policía de Scioli. Ahora sólo queda que el intendente de Tigre remolque a Felipe Solá para que la ingeniería electoral del año próximo quede casi concluida.
Desprovisto de candidato, Moyano ha comenzado a escuchar las insinuaciones de quienes se proponen reconciliarlo con el Gobierno. El más entusiasta es el petrolero Guillermo Pereyra, quien lo secunda en la CGT y, a la vez, ocupa una butaca como director de YPF. «Estamos en eso», contestó Pereyra el viernes pasado, cuando le preguntaron si ejercía alguna mediación.
Resistencia
La resistencia de la señora de Kirchner a sellar una alianza aun con los gremios que desean complacerla puede ser más que una expresión de desdén. Tal vez esconda un proyecto. Los sindicalistas más perspicaces están inquietos porque Korenfeld deriva sus reclamos por subsidios a Luciano Di Cesare. Es el director del PAMI y líder de una organización ultraoficialista denominada La Güemes, cuyos dirigentes coinciden en casi todas las provincias con los delegados de la obra social de los jubilados.
Di Césare es un médico mendocino, pero desde 1991 trabajó con Kirchner en la obra social de Santa Cruz. Su jefa era Korenfeld. Di Césare defiende la sustitución del sistema de salud sindical por una gran obra social en cuyo núcleo estaría el PAMI. Hasta ahora no tuvo éxito porque su idea era muy agresiva para el peronismo tradicional. Pero la relación del kirchnerismo con el peronismo ha sido puesta en tela de juicio de manera radical. ¿Avanzará la Presidenta también sobre «la columna vertebral del movimiento»? Si ésa fuera la intención, no habría hoy estrategia más inteligente que la indiferencia..

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