Saluda, sonríe y derrocha optimismo corporal. A Sebastián Piñera, el presidente de Chile, no se le nota que hace apenas 48 horas acaba de recibir la derrota electoral más dura de su carrera en los comicios municipales. Sus candidatos perdieron en casi todas las comunas importantes de su país. Pero su dentadura blanquísima, esa que se hizo famosa durante el rescate de los mineros chilenos que conmovió al mundo, sigue sonriendo y brilla en el histórico Palacio de la Moneda donde asesinaron a Salvador Allende y mientras recibe a los directores de los principales diarios de RIPE (la Red de Periodismo Económico Iberoamericano), y entre ellos a El Cronista.
Asegura que debe seguir adelante y convencer a la sociedad chilena de que los buenos números de la economía pueden traducirse en cambios mucho más perceptibles para la vida real. Es el mismo desafío que tienen el resto de los presidentes vecinos ahora que el crecimiento bajó de aquellas tasas cercanas al 10% y que las demandas sociales crecen junto con el fastidio y el descenso persistente en las encuestas. La Argentina no tiene elecciones hasta fines del año próximo pero la tendencia del reclamo insatisfecho acosa tanto a Cristina Kirchner, como a Mauricio Macri, al socialista Antonio Bonfatti y a todos los gobernantes actuales.
Junto con el café del desayuno, Piñera repasa las cifras del Chile que gobierna desde hace tres años. El crecimiento del año va rumbo al 6%; la desocupación bajó al 7% y el objetivo es la creación de un millón de empleos; la inflación está controlada y es buena la tasa de inversión interna y extranjera directa. Pero la pobreza no retrocedió como lo esperaba y hasta se vió envuelto en una polémica porque un funcionario suyo manipuló una encuesta de la CEPAL que hizo bajar el índice de pobreza un 0,6% de lo que sucedía en la realidad. Casi un chiste si se lo compara con el manoseo del Indec en la Argentina pero al presidente de Chile lo metió en un escándalo nacional y el responsable renunció a las 24 horas. Esa distancia entre la economía fría de las estadísticas y la caliente percepción social es la razón por la que cree Piñera que los chilenos le dieron la espalda en las recientes elecciones de los municipios de todo el país.
Por eso, habla en estos días de un fenómeno muy interesante al que llama el IPC de los pobres. Según el presidente de Chile, el Indice de Precios al Consumidor para las clases bajas es del doble respecto del promedio de la población en su conjunto. Si la inflación anual de los chilenos para 2012 rondará el 6%, lo que llama el IPC de los pobres rondaría el 12%. Allí tienen mucha incidencia, según el criterio presidencial, el impacto del costo del transporte (cuyas tarifas han subido); el costo creciente de los alimentos en la canasta básica y el costo de la educación. Por eso es que los sectores medios y bajos de la sociedad chilena son los que más rechazo muestran hoy al gobierno nacional. Esa misma polémica, trasladada a la Argentina, tiene lecturas diferentes para el kirchnerismo gobernante y para la oposición. Cristina y los suyos no se cansan de afirmar que la inflación de los sectores más desprotegidos es supuestamente más baja que la de los sectores medios y altos. Guillermo Moreno, desde la secretaría de Comercio es el adalid de esta postura a la que apuntala con acciones en la venta de productos más baratos en el Mercado Central y en los supermercados que atienden el consumo popular. En cambio, buena parte de la dirigencia opositora y de los economistas más alejados de la mirada oficialista afirman que la inflación impacta mucho más en los sectores pobres que en las clases media y alta. En línea con lo que estima Piñera, señalan que las tarifas de servicios, la alimentación, la educación y en muchos casos el trabajo en negro los dejan en estado de mucha mayor exposición ante la suba imparable del costo de vida.
Para eludir estos obstáculos, Piñera apuesta a la Alianza del Pacífico, que Chile consolida con Perú, Colombia y México. Hoy son los países que más crecen en la región y, al contrario del sesgo proteccionista del Mercosur que lideran Brasil y la Argentina, los aliados del otro gran océano alientan una economía integrada pero más abierta a las inversiones extranjeras. Dejando de lado los modelos estatistas más extremos de Cuba, Venezuela o Ecuador, el presidente de Chile plantea las diferencias geográficas y hasta de ideología económica entre los dos bloques. Ellos apuntan a tener políticas comerciales conjuntas, arancel cero para las exportaciones y hasta una visa común para el tráfico de personas en la región. Piñera y el colombiano Santos tienen perfiles políticos parecidos, pero las diferencias con el peruano Ollanta Humala o con el mexicano Peña Nieto no interrumpen el crecimiento de un bloque que quiere integrarse al mismo ritmo que el Mercosur. Costa Rica, Panamá y Canadá han pedido ser observadores para evaluar las ventajas estratégicas de sumarse en el futuro cercano.
Las multilatinas, el fenómeno de las empresas que intentan convertirse en multinacionales desde su origen en los países emergentes de la región, es una de las alternativas económicas que los aliados del Pacífico cultivan con mayor esmero. Claro que si de multilatinas se trata, Brasil sigue siendo el país a imitar con la estatal Petrobras, y las constructoras Odebretch y Vale que compiten en el planeta en el mismo sendero que la chilena Lan y el grupo argentino Techint.
El origen empresario y la visualización como dirigente de derecha, que Piñera asume en un país donde la división política entre derecha e izquierda es mucho más natural que en la Argentina, le han impedido resolver hasta ahora el desafío de transformar los éxitos macroeconómicos en réditos electorales. El tránsito por el poder político le está mostrando los límites que en nuestra región tiene ese fenómeno que los economistas liberales definen como derrame para que el crecimiento se traduzca en reducción de la desigualdad a través de la recomposición de los salarios y el mayor acceso a la educación y al consumo. Tal vez sea hora para el presidente de Chile de hacerle caso a los keynesianos y darle al Estado un poco más de protagonismo.
Cuando se le pregunta cómo quiere que sea recordada su gestión, Piñera tomo un sorbo más de café y habla de un país desarrollado y sin pobres. Es un espejo imprescindible para los Macri, los Scioli, los Binner, los De la Sota, los Cobos y todos aquellos que aspiran a lograr algo parecido de la Argentina a partir del ya no tan lejano 2015.
Asegura que debe seguir adelante y convencer a la sociedad chilena de que los buenos números de la economía pueden traducirse en cambios mucho más perceptibles para la vida real. Es el mismo desafío que tienen el resto de los presidentes vecinos ahora que el crecimiento bajó de aquellas tasas cercanas al 10% y que las demandas sociales crecen junto con el fastidio y el descenso persistente en las encuestas. La Argentina no tiene elecciones hasta fines del año próximo pero la tendencia del reclamo insatisfecho acosa tanto a Cristina Kirchner, como a Mauricio Macri, al socialista Antonio Bonfatti y a todos los gobernantes actuales.
Junto con el café del desayuno, Piñera repasa las cifras del Chile que gobierna desde hace tres años. El crecimiento del año va rumbo al 6%; la desocupación bajó al 7% y el objetivo es la creación de un millón de empleos; la inflación está controlada y es buena la tasa de inversión interna y extranjera directa. Pero la pobreza no retrocedió como lo esperaba y hasta se vió envuelto en una polémica porque un funcionario suyo manipuló una encuesta de la CEPAL que hizo bajar el índice de pobreza un 0,6% de lo que sucedía en la realidad. Casi un chiste si se lo compara con el manoseo del Indec en la Argentina pero al presidente de Chile lo metió en un escándalo nacional y el responsable renunció a las 24 horas. Esa distancia entre la economía fría de las estadísticas y la caliente percepción social es la razón por la que cree Piñera que los chilenos le dieron la espalda en las recientes elecciones de los municipios de todo el país.
Por eso, habla en estos días de un fenómeno muy interesante al que llama el IPC de los pobres. Según el presidente de Chile, el Indice de Precios al Consumidor para las clases bajas es del doble respecto del promedio de la población en su conjunto. Si la inflación anual de los chilenos para 2012 rondará el 6%, lo que llama el IPC de los pobres rondaría el 12%. Allí tienen mucha incidencia, según el criterio presidencial, el impacto del costo del transporte (cuyas tarifas han subido); el costo creciente de los alimentos en la canasta básica y el costo de la educación. Por eso es que los sectores medios y bajos de la sociedad chilena son los que más rechazo muestran hoy al gobierno nacional. Esa misma polémica, trasladada a la Argentina, tiene lecturas diferentes para el kirchnerismo gobernante y para la oposición. Cristina y los suyos no se cansan de afirmar que la inflación de los sectores más desprotegidos es supuestamente más baja que la de los sectores medios y altos. Guillermo Moreno, desde la secretaría de Comercio es el adalid de esta postura a la que apuntala con acciones en la venta de productos más baratos en el Mercado Central y en los supermercados que atienden el consumo popular. En cambio, buena parte de la dirigencia opositora y de los economistas más alejados de la mirada oficialista afirman que la inflación impacta mucho más en los sectores pobres que en las clases media y alta. En línea con lo que estima Piñera, señalan que las tarifas de servicios, la alimentación, la educación y en muchos casos el trabajo en negro los dejan en estado de mucha mayor exposición ante la suba imparable del costo de vida.
Para eludir estos obstáculos, Piñera apuesta a la Alianza del Pacífico, que Chile consolida con Perú, Colombia y México. Hoy son los países que más crecen en la región y, al contrario del sesgo proteccionista del Mercosur que lideran Brasil y la Argentina, los aliados del otro gran océano alientan una economía integrada pero más abierta a las inversiones extranjeras. Dejando de lado los modelos estatistas más extremos de Cuba, Venezuela o Ecuador, el presidente de Chile plantea las diferencias geográficas y hasta de ideología económica entre los dos bloques. Ellos apuntan a tener políticas comerciales conjuntas, arancel cero para las exportaciones y hasta una visa común para el tráfico de personas en la región. Piñera y el colombiano Santos tienen perfiles políticos parecidos, pero las diferencias con el peruano Ollanta Humala o con el mexicano Peña Nieto no interrumpen el crecimiento de un bloque que quiere integrarse al mismo ritmo que el Mercosur. Costa Rica, Panamá y Canadá han pedido ser observadores para evaluar las ventajas estratégicas de sumarse en el futuro cercano.
Las multilatinas, el fenómeno de las empresas que intentan convertirse en multinacionales desde su origen en los países emergentes de la región, es una de las alternativas económicas que los aliados del Pacífico cultivan con mayor esmero. Claro que si de multilatinas se trata, Brasil sigue siendo el país a imitar con la estatal Petrobras, y las constructoras Odebretch y Vale que compiten en el planeta en el mismo sendero que la chilena Lan y el grupo argentino Techint.
El origen empresario y la visualización como dirigente de derecha, que Piñera asume en un país donde la división política entre derecha e izquierda es mucho más natural que en la Argentina, le han impedido resolver hasta ahora el desafío de transformar los éxitos macroeconómicos en réditos electorales. El tránsito por el poder político le está mostrando los límites que en nuestra región tiene ese fenómeno que los economistas liberales definen como derrame para que el crecimiento se traduzca en reducción de la desigualdad a través de la recomposición de los salarios y el mayor acceso a la educación y al consumo. Tal vez sea hora para el presidente de Chile de hacerle caso a los keynesianos y darle al Estado un poco más de protagonismo.
Cuando se le pregunta cómo quiere que sea recordada su gestión, Piñera tomo un sorbo más de café y habla de un país desarrollado y sin pobres. Es un espejo imprescindible para los Macri, los Scioli, los Binner, los De la Sota, los Cobos y todos aquellos que aspiran a lograr algo parecido de la Argentina a partir del ya no tan lejano 2015.