Uno de los grandes aportes del kirchnerismo a la conciencia política del pueblo argentino es que ayudó a correr ciertos velos y ensanchar, por ende, el marco de lo permitido o lo posible. Hasta 2003 campeaba la noción de que todo era hasta ahí porque llegado un determinado punto no se podía avanzar más. En 1983 la democracia retorna en medio de un corralito, encorsetada por grupos económicos que emergieron de la dictadura -en la que fueron principales actores- con un poder nunca visto. El intento de Raúl Alfonsín de una vía independiente junto a Bernardo Grinspun en el ministerio de Economía fue rápidamente derrotado y de ahí en más entraría en un tobogán que finalizaría con la entrega anticipada del gobierno.
Entonces vino Menem que no sólo no enfrentó a ese poder omnímodo sino que se asoció a él consolidando así la década más nefasta del último medio siglo para los sectores populares ya que se perpetró una victoria ideológica descomunal del neoliberalismo y en ese clima se descuartizó al estado para configurar un modelo de país condenado a ser furgón de cola y por ende imposibilitado de encarar un proyecto nacional con algún nivel de autonomía.
Luego de la debacle de la Alianza llega el kirchnerismo con una frase de Néstor aquél 25 de mayo de 2003 que lo resume todo «Cambio es el nombre del futuro». Y así arrancó un proceso que introdujo transformaciones y devolvió derechos pero que quizá ha tenido como valor central el identificar algunos conglomerados de poder ocultos o que no habían sido tan claramente divisados: Los tres casos más emblemáticos son los términos de propiedad de grandes conglomerados de medios, los servicios de inteligencia y la corporación judicial. Cristina llegará al 10 de diciembre sin que Clarín haya acatado la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, con la AFI dando sus primeros pasos y con buena parte del poder judicial en pie de guerra. No es para nada casual entonces que sea hoy el maridaje de estos tres factores de poder el que opere como punta de lanza en esta ofensiva feroz.
Antes de seguir adelante dejemos claro que estamos hablando de política y que por lo tanto es lógico que un gobierno que intentó desguasar a uno de los multimedios más poderosos del mundo de habla hispana, que pateó el nido de la SIDE y que tuvo la osadía de intentar transformar la estructura del poder más aristocrático y conservador del país padezca más tarde o más temprano un embate como el que está soportando con el acompañamiento autómata del conjunto de fuerzas opositoras. Empero, y aquí está lo realmente valioso, es importante analizar que independientemente del desenlace de los acontecimientos el pueblo ya se ha enterado que los medios de comunicación son de alguien y que por añadidura tienen intereses políticos, ideológicos y comerciales tanto como que el poder judicial en estrecha alianza con los servicios es el último garante de que el estado de cosas del país pre-kirchnerista no sea trastocado. Indudablemente éste es el principal aporte que el kirchnerismo le deja a la conciencia política de los argentinos: Podrán atacar a Cristina por todos lados buscando que deje el poder anticipadamente o generando las condiciones para la derrota del FPV en las presidenciales, lo que seguro no podrán es cerrarle los ojos a un pueblo que los tiene muy abiertos y sabe en qué consisten ciertos poderes y para qué lado juegan.
Luego habrá que discutir -y mucho- si el kirchnerismo procedió mejor o peor en las acciones que desplegó en lo inherente a la aplicación de la ley de medios o el intento de democratizar de la justicia. Pero lo verdaderamente letal para esos poderes otrora invisibles es que la sociedad hoy sabe que los medios emiten un mensaje condicionado a full por los diversos intereses editoriales y que la justicia es esa gran estructura corporativa que siempre terminará accionando para que nada cambie.
En este sentido, el ensanchamiento citado al comienzo se transforma en un valor de máxima calidad política. El haber demostrado en la vida real que en democracia se puede legislar y favorecer los intereses nacionales, los de las empleadas domésticas, los derechos del consumidor o de las minorías sexuales es un dato duro que se ha soldado a nuestra conciencia política y fundamentalmente es un elemento constitutivo de la formación de los pibes que han crecido en este contexto.
Ahí, quizá, radica la mayor «peligrosidad» que dejan estos años kirchneristas.