Eduardo Luis Curia Economista
Las previsiones del proyecto de presupuesto para 2013 y las correcciones del de 2012, suscitan reflexiones de tenor macroeconómico sobre el desempeño fiscal y sus nexos con el curso del ciclo económico y de los grandes precios relativos de la economía.
Por de pronto, en cuanto a los ajustes del presupuesto de 2012, se nota el deslizamiento desde la pauta original de un superávit primario algo superior al 2% del PBI (con un módico superávit financiero) hacia un guarismo apenas positivo. Aquí el gasto público creció en 2012 más de lo que se preveía (aunque habría un ritmo algo menor al de 2011), con ingresos generales no muy diversos de los estimados.
Más allá del tema de la confirmación fáctica de estos datos, la impronta luce clara. Como dijimos a inicios de año, al asomar un serio proceso de desaceleración económica, en medio de éste, las pretensiones superavitarias aludidas podían jugar procíclicas. Surgía una presión para relajar esas pretensiones. El propio viceministro Kicillof citó el punto. La política fiscal, finalmente, se hizo algo más anticíclica.
Además, el propio recálculo para 2012, mientras registra un orden de devaluación un poco mayor al previsto, también asume guarismos de inflación (medidos al uso oficial) levemente superiores a los valores originales. Aun dentro del universo de referencias aplicadas en el ámbito oficial, afloraría cierto indicio de la tenacidad inflacionaria, a pesar de la desaceleración económica. A lo que se debería añadir la evaluación del hecho de una determinada distensión del ancla cambiaria de inflación (aun con nulo efecto de reversión cambiaria real).
Yendo al 2013, el presupuesto gira visiblemente hacia el superávit -un 2,3% del PBI en el primario, con equilibrio en el resultado financiero-, con una pauta de suba del gasto público del 15-16% que, si se concretara, marcaría una clara moderación respecto de 2012, y siendo bastante menor a la dinámica de recursos prevista. Tomando en teoría la vinculación gasto-ciclo, la orientación perfilaría lógica, por cuanto hay una esperanza comentada en otras notas de que el ciclo de negocios vaya al alza (de ahí los datos de crecimiento para 2013). Luego, aquí la política fiscal sería contracíclica en el ciclo alto. Aunque, con un 2013 sensible en lo político, el viceministro abrió la puerta para otro manejo del gasto en el supuesto de presiones recesivas.
El punto interesa puesto que al avanzar la década pasada, ganó espacio el usar la política fiscal con un sesgo procíclico en el ciclo elevado, asumiendo fuertes tasas de alza del gasto público y sumando recursos ad hoc para mostrar un cierto rango de resultado fiscal. Sí, la política fiscal marcó alguna contraciclicidad en 2009 en el ciclo bajo, y en 2010 en el ciclo alto (aunque usando recursos ad hoc).
La prociclicidad fiscal en el ciclo expansivo, afectó la lógica de la matriz del modelo competitivo productivo, del dólar alto. Sobreexcitó la demanda, aun cuando ese modelo ya la suponía fuerte, lo que ayudó a aceitar la incidencia de las presiones de costos y de la puja distributiva, oxigenando más a la inflación efectiva. A la vez, dado el peso pro no transables (en gasto y en asignación dinámica de recursos) del sector público, se perfiló un sesgo más complicado respecto de los bienes transables, rubricado por el uso del ancla cambiaria de inflación (mientras el gasto se indexa).
Interactúan seriamente, pues, el frente fiscal, el ciclo económico y los precios relativos (vgr, el tipo de cambio). El tema de la inflación -a su modo, un impuesto- y el conjunto de variables, es obvio, integran el espectro. Así, la esbozada anticiclicidad fiscal en 2013, en lo fáctico, depende mucho de la atenuación del gasto, y, esto, de la tasa tangible de ajuste de los diversos ítems. Por ejemplo, la de los salarios y jubilaciones es clave, lo cual, a su vez, remite al curso de la inflación efectiva. O sea: a la postre está comprometida toda la política económica y el andar global de la economía.
Notas relacionadas
Las previsiones del proyecto de presupuesto para 2013 y las correcciones del de 2012, suscitan reflexiones de tenor macroeconómico sobre el desempeño fiscal y sus nexos con el curso del ciclo económico y de los grandes precios relativos de la economía.
Por de pronto, en cuanto a los ajustes del presupuesto de 2012, se nota el deslizamiento desde la pauta original de un superávit primario algo superior al 2% del PBI (con un módico superávit financiero) hacia un guarismo apenas positivo. Aquí el gasto público creció en 2012 más de lo que se preveía (aunque habría un ritmo algo menor al de 2011), con ingresos generales no muy diversos de los estimados.
Más allá del tema de la confirmación fáctica de estos datos, la impronta luce clara. Como dijimos a inicios de año, al asomar un serio proceso de desaceleración económica, en medio de éste, las pretensiones superavitarias aludidas podían jugar procíclicas. Surgía una presión para relajar esas pretensiones. El propio viceministro Kicillof citó el punto. La política fiscal, finalmente, se hizo algo más anticíclica.
Además, el propio recálculo para 2012, mientras registra un orden de devaluación un poco mayor al previsto, también asume guarismos de inflación (medidos al uso oficial) levemente superiores a los valores originales. Aun dentro del universo de referencias aplicadas en el ámbito oficial, afloraría cierto indicio de la tenacidad inflacionaria, a pesar de la desaceleración económica. A lo que se debería añadir la evaluación del hecho de una determinada distensión del ancla cambiaria de inflación (aun con nulo efecto de reversión cambiaria real).
Yendo al 2013, el presupuesto gira visiblemente hacia el superávit -un 2,3% del PBI en el primario, con equilibrio en el resultado financiero-, con una pauta de suba del gasto público del 15-16% que, si se concretara, marcaría una clara moderación respecto de 2012, y siendo bastante menor a la dinámica de recursos prevista. Tomando en teoría la vinculación gasto-ciclo, la orientación perfilaría lógica, por cuanto hay una esperanza comentada en otras notas de que el ciclo de negocios vaya al alza (de ahí los datos de crecimiento para 2013). Luego, aquí la política fiscal sería contracíclica en el ciclo alto. Aunque, con un 2013 sensible en lo político, el viceministro abrió la puerta para otro manejo del gasto en el supuesto de presiones recesivas.
El punto interesa puesto que al avanzar la década pasada, ganó espacio el usar la política fiscal con un sesgo procíclico en el ciclo elevado, asumiendo fuertes tasas de alza del gasto público y sumando recursos ad hoc para mostrar un cierto rango de resultado fiscal. Sí, la política fiscal marcó alguna contraciclicidad en 2009 en el ciclo bajo, y en 2010 en el ciclo alto (aunque usando recursos ad hoc).
La prociclicidad fiscal en el ciclo expansivo, afectó la lógica de la matriz del modelo competitivo productivo, del dólar alto. Sobreexcitó la demanda, aun cuando ese modelo ya la suponía fuerte, lo que ayudó a aceitar la incidencia de las presiones de costos y de la puja distributiva, oxigenando más a la inflación efectiva. A la vez, dado el peso pro no transables (en gasto y en asignación dinámica de recursos) del sector público, se perfiló un sesgo más complicado respecto de los bienes transables, rubricado por el uso del ancla cambiaria de inflación (mientras el gasto se indexa).
Interactúan seriamente, pues, el frente fiscal, el ciclo económico y los precios relativos (vgr, el tipo de cambio). El tema de la inflación -a su modo, un impuesto- y el conjunto de variables, es obvio, integran el espectro. Así, la esbozada anticiclicidad fiscal en 2013, en lo fáctico, depende mucho de la atenuación del gasto, y, esto, de la tasa tangible de ajuste de los diversos ítems. Por ejemplo, la de los salarios y jubilaciones es clave, lo cual, a su vez, remite al curso de la inflación efectiva. O sea: a la postre está comprometida toda la política económica y el andar global de la economía.
Notas relacionadas