Gobiernos del este de Europa creen que Moscú busca impedir su autonomía energética
PUNGESTI, Rumania.- Vlasa Mircia, alcalde de esta paupérrima aldea del este de Rumania, pensó que iba a hacerse rico cuando el gigante energético norteamericano Chevron se presentó aquí hace un año y le alquiló una parcela de tierra de la que es propietario para hacer perforaciones exploratorias en busca de shale gas.
Pero ese encuentro entre los grandes negocios y la Rumania rural muy pronto se convirtió en pesadilla. El pueblo se convirtió en un imán de activistas de todo el país que se oponen al método de fractura hidráulica (o fracking), y se produjeron violentos encontronazos entre la policía y los manifestantes.
El alcalde, uno de los pocos lugareños que están abiertamente del lado de Chevron, fue expulsado de la ciudad y vituperado por corrupto y vendido, en un escenario que los activistas presentan como la lucha de David contra Goliat, esta vez, entre los empobrecidos granjeros y las corporaciones norteamericanas.
«Estaba realmente impactado», recuerda el alcalde, que ahora volvió a su oficina. «Acá nunca tuvimos manifestantes, y de pronto, estaban por todos lados.»
Los funcionarios del gobierno rumano, incluido el primer ministro, describen una campaña de protestas misteriosamente bien organizada y financiada, y dicen que uno de los protagonistas del enfrentamiento por el fracking en Europa es efectivamente Goliat, pero que no es la norteamericana Chevron, sino la empresa rusa Gazprom.
La gigante energética controlada por el Estado ruso tiene un claro interés en impedir que los países que dependen del gas natural ruso desarrollen sus propias fuentes alternativas de energía, según dicen, para conservar ese lucrativo mercado y esa potente cuota de poder internacional que significa para el Kremlin. «Todo lo que salió mal proviene de Gazprom», dijo Mircia.
Esa convicción de que Rusia fogonea las protestas -una opinión compartida por los funcionarios de Lituania, donde Chevron también se vio envuelta en una inusual ola de manifestaciones hasta que decidió retirarse- no tiene todavía el respaldo de ninguna evidencia clara. Gazprom, por su parte, rechazó las acusaciones de estar financiando las protestas en contra del fracking.
Pero hay evidencias circunstanciales que, sumadas a una gran dosis de sospecha al estilo Guerra Fría, acrecientan la alarma sobre una injerencia encubierta de los rusos para desbaratar todo aquello que amenace su asfixiante predominio energético sobre Europa.
En septiembre, antes de dejar su cargo de secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen manifestó en Londres su alarma, con comentarios que señalaban a Rusia y que enfurecieron a los ecologistas.
«Como parte de sus sofisticadas operaciones de información y desinformación, Rusia está activamente involucrada con las así llamadas ONG -agrupaciones ambientalistas que se oponen al shale gas- para perpetuar la dependencia del gas importado ruso», dijo Rasmussen, que no presentó ninguna prueba y agregó que su juicio se basaba en informes de miembros de la OTAN.
Acusaciones
«Para Rusia es crucial mantener esa dependencia energética. Está jugando sucio», dijo Iulian Iancu, presidente de la comisión de industria del Parlamento de Rumania y un convencido de que Rusia metió la mano para alentar a los opositores a la exploración de shale gas en toda Europa Oriental.
Iancu reconoció no tener evidencia directa que sustentara sus acusaciones, ni tampoco que respalden su reciente aseveración en el Parlamento de que Gazprom había gastado 82 millones de euros para financiar el activismo contra el fracking en toda Europa.
Esta oleada de protestas en contra del fracking en Europa Oriental, donde los países son más dependientes de la energía rusa, empezó hace tres años en Bulgaria, miembro de la Unión Europea (UE), pero mucho más afín a los intereses rusos que cualquiera de los otros miembros de ese bloque de 28 naciones.
En 2012, frente al súbito estallido de manifestaciones callejeras de los activistas, el gobierno búlgaro decidió prohibir el fracking y cancelar la licencia de shale gas concedida a Chevron a principios de ese año.
Rumania depende mucho menos de la energía rusa que Bulgaria y otros países de la región, pero un rápido crecimiento de la producción local le permitiría exportar energía a la vecina Moldavia y así frustrar uno de los importantes objetivos de la política exterior rusa. Como Ucrania, Moldavia se alejó de Moscú para inclinarse hacia la UE, y viene sufriendo crecientes presiones, en especial a través de los precios del gas, para que se mantenga dentro de la órbita de Moscú.
«Actualmente, la energía es el arma más efectiva que tiene la Federación Rusa», dijo en una entrevista el premier rumano, Victor Ponta.
Por lo general, Rusia demostró escasa preocupación por la protección del medio ambiente y tiene un largo historial de acoso y hasta encarcelamiento de los ambientalistas que protestan. Pero frente al fracking, sin embargo, las autoridades rusas se convirtieron en entusiastas ecologistas, y el año pasado, Vladimir Putin llegó a decir que el fracking «representa un enorme problema medioambiental».
Traducción de Jaime Arrambide.
PUNGESTI, Rumania.- Vlasa Mircia, alcalde de esta paupérrima aldea del este de Rumania, pensó que iba a hacerse rico cuando el gigante energético norteamericano Chevron se presentó aquí hace un año y le alquiló una parcela de tierra de la que es propietario para hacer perforaciones exploratorias en busca de shale gas.
Pero ese encuentro entre los grandes negocios y la Rumania rural muy pronto se convirtió en pesadilla. El pueblo se convirtió en un imán de activistas de todo el país que se oponen al método de fractura hidráulica (o fracking), y se produjeron violentos encontronazos entre la policía y los manifestantes.
El alcalde, uno de los pocos lugareños que están abiertamente del lado de Chevron, fue expulsado de la ciudad y vituperado por corrupto y vendido, en un escenario que los activistas presentan como la lucha de David contra Goliat, esta vez, entre los empobrecidos granjeros y las corporaciones norteamericanas.
«Estaba realmente impactado», recuerda el alcalde, que ahora volvió a su oficina. «Acá nunca tuvimos manifestantes, y de pronto, estaban por todos lados.»
Los funcionarios del gobierno rumano, incluido el primer ministro, describen una campaña de protestas misteriosamente bien organizada y financiada, y dicen que uno de los protagonistas del enfrentamiento por el fracking en Europa es efectivamente Goliat, pero que no es la norteamericana Chevron, sino la empresa rusa Gazprom.
La gigante energética controlada por el Estado ruso tiene un claro interés en impedir que los países que dependen del gas natural ruso desarrollen sus propias fuentes alternativas de energía, según dicen, para conservar ese lucrativo mercado y esa potente cuota de poder internacional que significa para el Kremlin. «Todo lo que salió mal proviene de Gazprom», dijo Mircia.
Esa convicción de que Rusia fogonea las protestas -una opinión compartida por los funcionarios de Lituania, donde Chevron también se vio envuelta en una inusual ola de manifestaciones hasta que decidió retirarse- no tiene todavía el respaldo de ninguna evidencia clara. Gazprom, por su parte, rechazó las acusaciones de estar financiando las protestas en contra del fracking.
Pero hay evidencias circunstanciales que, sumadas a una gran dosis de sospecha al estilo Guerra Fría, acrecientan la alarma sobre una injerencia encubierta de los rusos para desbaratar todo aquello que amenace su asfixiante predominio energético sobre Europa.
En septiembre, antes de dejar su cargo de secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen manifestó en Londres su alarma, con comentarios que señalaban a Rusia y que enfurecieron a los ecologistas.
«Como parte de sus sofisticadas operaciones de información y desinformación, Rusia está activamente involucrada con las así llamadas ONG -agrupaciones ambientalistas que se oponen al shale gas- para perpetuar la dependencia del gas importado ruso», dijo Rasmussen, que no presentó ninguna prueba y agregó que su juicio se basaba en informes de miembros de la OTAN.
Acusaciones
«Para Rusia es crucial mantener esa dependencia energética. Está jugando sucio», dijo Iulian Iancu, presidente de la comisión de industria del Parlamento de Rumania y un convencido de que Rusia metió la mano para alentar a los opositores a la exploración de shale gas en toda Europa Oriental.
Iancu reconoció no tener evidencia directa que sustentara sus acusaciones, ni tampoco que respalden su reciente aseveración en el Parlamento de que Gazprom había gastado 82 millones de euros para financiar el activismo contra el fracking en toda Europa.
Esta oleada de protestas en contra del fracking en Europa Oriental, donde los países son más dependientes de la energía rusa, empezó hace tres años en Bulgaria, miembro de la Unión Europea (UE), pero mucho más afín a los intereses rusos que cualquiera de los otros miembros de ese bloque de 28 naciones.
En 2012, frente al súbito estallido de manifestaciones callejeras de los activistas, el gobierno búlgaro decidió prohibir el fracking y cancelar la licencia de shale gas concedida a Chevron a principios de ese año.
Rumania depende mucho menos de la energía rusa que Bulgaria y otros países de la región, pero un rápido crecimiento de la producción local le permitiría exportar energía a la vecina Moldavia y así frustrar uno de los importantes objetivos de la política exterior rusa. Como Ucrania, Moldavia se alejó de Moscú para inclinarse hacia la UE, y viene sufriendo crecientes presiones, en especial a través de los precios del gas, para que se mantenga dentro de la órbita de Moscú.
«Actualmente, la energía es el arma más efectiva que tiene la Federación Rusa», dijo en una entrevista el premier rumano, Victor Ponta.
Por lo general, Rusia demostró escasa preocupación por la protección del medio ambiente y tiene un largo historial de acoso y hasta encarcelamiento de los ambientalistas que protestan. Pero frente al fracking, sin embargo, las autoridades rusas se convirtieron en entusiastas ecologistas, y el año pasado, Vladimir Putin llegó a decir que el fracking «representa un enorme problema medioambiental».
Traducción de Jaime Arrambide.
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