¿Por qué mejora la imagen de Cristina?

Hay diferencias importantes en los números. Los sondeos que paga el oficialismo hablan de una recuperación total luego de la caída sufrida por la muerte de Nisman. Es probable que exageren. Pero no hay duda de que la Presidenta se recuperó bastante y lo más sorprendente es que eso sucedió pese a que las investigaciones alrededor de la muerte y de la denuncia del fiscal no se desactivaron ni orientaron a desprestigiar a la víctima, como el oficialismo pretendía, y más importante aún, pese a que la economía, en particular el consumo y el empleo, no se reactivaron.
¿Cuál es la explicación? Igual que números más o menos oficialistas, también hay argumentos que se acomodan o no a sus intereses.
El que el propio kirchnerismo prefiere es que el consenso que una vez tuvo el modelo oficial está renaciendo porque la gente le ve mucho futuro y ninguno a los proyectos alternativos. Atribuyen esto, y la propia Presidenta lo ha dicho y repetido en estos días, a que no se produjo hasta aquí una crisis tan aguda como la que pronosticaban los opositores más duros y muchos argentinos, sobre todo de los sectores bajos, temen que en el futuro sí se produzca, y ellos pierdan entonces los precarios empleos, planes e ingresos que han conseguido en los últimos años.
El consenso a favor de Cristina sería además indicio, según esta versión de las cosas, de que el kirchnerismo sobreviviría en buena forma a su salida del poder. Y que ni siquiera es seguro que esa salida vaya finalmente a producirse.
¿LA REALIDAD?
Este argumento choca contra evidencias que no pueden disimular siquiera las encuestadoras más adictas al gobierno: si se pregunta la opinión sobre las políticas oficiales el nivel de aceptación cae significativamente. En todos los terrenos, pero en algunos decisivos en forma contundente: el apoyo a la gestión económica es por lo menos diez puntos menor a la simpatía por Cristina.
Justamente si la gente teme una crisis mayor es porque no confía en las soluciones que hoy se le ofrecen, y aunque puedan algunos votar por miedo a soluciones para ellos más costosas que sospechan otros administrarían, eso no quiere decir que estén demasiado entusiasmados con el proyecto oficial, más bien al contrario.
No es porque el proyecto K tenga futuro si no porque carece de él que recupera algo de simpatía de la opinión.
En este tipo de datos es que se afirma la explicación que prefieren los opositores: la gente se reconcilia con una Presidenta que está de salida, aunque no comparta ni sus políticas ni sus puntos de vista, ni quiera que ella siga en el poder, ni directa ni indirectamente.
El argumento invierte los términos de la explicación anterior: no es porque el proyecto K tenga futuro si no porque carece de él que recupera algo de simpatía de la opinión. Por lo que difícilmente pueda usar esta para mover a los electores a apoyar a sus candidatos, ni tampoco para forjarse un futuro.
Sucedería así, en el terreno de las opiniones políticas, algo parecido a lo que sucede en el terreno de las económicas y que repercute en las cotizaciones de los bonos y acciones: como el gobierno en ejercicio se va la gente se vuelve optimista, y es este optimismo respecto a las próximas autoridades lo que beneficia indirectamente a las salientes, alienta a ser más contemplativo o ver “luces y sombras” en su paso por el poder.
En el medio de estas dos versiones polares, a las que podemos atribuir más o menos asidero, hay todo un arco de variantes y matices que es también importante sopesar.
Cristina sigue siendo una líder potente, valorada por dotes personales reconocibles: coraje, autenticidad, resistencia. En un contexto en que hay motivos para temer el debilitamiento del gobierno, con el que se asocia retrospectivamente todo período de la política argentina en que el cambio de autoridades era inminente, acompañarla y sostenerla parece ser bastante razonable, casi un acto en defensa propia.
Por otro lado, y en parte por este mismo motivo, no hay mayor interés por escuchar críticas demasiado duras contra ella. Ni tampoco hay por tanto líderes opositores con chances electorales importantes que estén muy dispuestos a atacarla directamente, o siquiera contradecirla. Es un fenómeno éste que muchos analistas atribuyen a una supuesta falta de carácter y temple de los aspirantes a la sucesión. Pero que en verdad obedece a un correcto diagnóstico de lo que conviene hacer en la actual escena de competencia: más que enfrentarse directamente a Cristina, es conveniente atacar a sus colaboradores o sus políticas menos valoradas.
Cristina, pese a que no es candidata, no se da por enterada y es la única que está en campaña todo el tiempo.
Como los tres candidatos con más chances se parecen bastante entre sí, presentan variantes de una misma fórmula de “cambios y continuidades”, y están relativamente parejos en los sondeos, los tres están obligados a competir por los mismos votos, a calcular con mucha prudencia lo que les conviene decir y no mostrar perfiles demasiado definidos y excluyentes en nada, dejándole el campo libre a Cristina para que sea la única que “se muestra tal como es”, “dice lo que piensa” y “es fiel a sus ideas”.
A ello se suma que Cristina, pese a que no es candidata, no se da por enterada y es la única que está en campaña todo el tiempo y sin que nadie la objete. Mientras sus adversarios son impedidos hasta de hacer spots, siquiera de pegar carteles anunciando sus proyectos, por una normativa supuestamente dirigida a impedir la campaña permanente, pero que en el actual contexto de partidización extrema del estado tiene efectos por completo injustos y absurdos, la Presidenta no tiene límite alguno ni de tiempo ni de dinero para promocionarse a sí misma. Y eso hace, inclinando más y más la cancha de la competencia a su favor hasta el último minuto.
¿Que esto en alguna medida funcione significa que a pocos les preocupa la corrupción y el abuso de poder? ¿En su tramo final el kirchnerismo nos está mostrando que aunque sus personeros sean corridos eventualmente del control del Estado su forma de hacer las cosas seguirá vivito y coleando? Ojalá que quienes se resignan a que esto será así, sea por pesimismo intelectual o por disimulada conveniencia, se equivoquen. Pronto se verá si tienen o no razón.

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