Todos hemos conocido anti-israelíes que, pese a su hostilidad, afectan cierto aprecio por lo judío. Es en boca de ellos que oímos loas al levantamiento del Gueto de Varsovia, cuyo espíritu liberador y antifascista pretenden contraponer al belicismo y el ánimo opresor que encuentran en el sionismo y el Estado de Israel. En esta argumentación (si es que puede llamarse así) no faltará una alabanza al comandante de dicha revuelta, Mordejai Anilevicz, mártir de la causa, aplastada su vida junto a lo que quedaba del gueto. ¿Pero es válida la contraposición entre el espíritu de esa revuelta y el espíritu del Estado Sionista de Israel? Mordejai Anilevicz, con sólo 23 años, fue el comandante de la ZOB (Żydowska Organizacja Bojowa en polaco u Organización para la Lucha Judía) movimiento de resistencia que se organizó en el Gueto de Varsovia una vez conocidos los planes nazis de acabar con aquél y aniquilar a todos sus habitantes. El ZOB no estaba solo. Lo acompañaba en la resistencia el ŻZW (Żydowski Związek Wojskowy, o Unión Militar Judía), cuyo comandante era el joven Pawel Frenkiel. Ahora bien, ¿de dónde provenían estas milicias clandestinas? El ZOB fue constituido por tres organizaciones juveniles: Hashomer Hatzair, Habonim Dror y Bnei Akiva. Atención: uuu…nombres en hebreo. Exacto, porque todos sus militantes estudiaban hebreo aun viviendo en Polonia y consideraban, en medio de tanta muerte, que el futuro del pueblo judío no estaba en Europa (donde sólo había para ellos destrucción) ni en ninguna diáspora. Para esos militantes la única emancipación posible luego de dos mil años de persecuciones y sometimientos se encontraba en la reunificación de la nación judía en su hogar nacional, la tierra de su memoria histórica, aquella región del planeta conocida como Palestina. Es decir, los valientes héroes del gueto de Varsovia eran SIONISTAS. Todos ellos. ¿Y qué hay del ZZW, la otra organización resistente del gueto? Ésta fue conformada por la fusión de tres organizaciones: Betar, Brit Hajaial y células del Irgún Tzvaí Leumí. Otra vez nombres hebreos, otra vez jóvenes que estudian hebreo en medio de la desesperante Varsovia y cuyo sueño era emigrar a Petaj Tikva o Rishon LeZion, otra vez jóvenes judíos no religiosos que sin embargo ponían mucha énfasis en aquél saludo tradicional de Rosh Hashaná: “el próximo año en Jersualem”[1]. Sí, los del ZZW también eran SIONISTAS. Si uno se pone a revisar exhaustivamente encontrará que la resistencia judía al nazismo, con todos sus esfuerzos frustrados por combatir a la monstruosa maquinaria nazi, se sostenía en los movimientos juveniles sionistas.
¿Y qué pasó con el Bund, el ejemplo perfectamente trosco de cómo los valores obreristas y universalistas del socialismo pueden ponerse por encima de las identidades nacionales, de cómo los judíos podían integrarse a las sociedades en que vivían en su carácter de clase? Más allá de las buenas intenciones del Bund, no se puede negar que su orientación fue estéril. Los movimientos sionistas sencillamente fueron más efectivos en la salvaguarda del pueblo judío y por eso se impusieron. Hoy el bundismo es una añoranza lejana y el sionismo el fundamento ideológico de un Estado. Cuando la organización juvenil sionista-socialista Hashomer Hatzair, durante una reunión en Varsovia, propuso al Bund la creación de una organización armada de defensa propia, la oferta fue rechazada por los bundistas porque no confiaban en que el emprendimiento pudiese tener éxito sin el soporte de los grupos polacos de resistencia. Es decir, no confiaban en que los judíos pudiesen valerse por sí mismos. Seguían atascados en un paradigma atrasado, que el sionismo venía a transformar. Ante el derrumbe inexorable de ese mundo, se trataba para el judío de hacerse fuerte, valerse por sí mismo y no esperar nada del resto.
Ergo, no sólo el espíritu del Estado Sionista de Israel no está en contradicción con el levantamiento del gueto de Varsovia, sino que es la continuación lógica y esperable de aquél.
Hoy en día la fórmula de la paz parece pre-fabricada. Está en boca de todos: dos Estados para dos pueblos, el Estado Palestino al lado del Estado de Israel, casi como si la fórmula hubiera estado allí desde siempre, como si no fuera que su viabilidad tiene fecha reciente, hace exactamente 20 años, durante los acuerdos de Oslo. Pero si el conflicto tiene aproximadamente 70 años y la solución de dos Estados se piensa seriamente sólo hace 20, ¿qué pasaba antes? O, mejor dicho, ¿cómo se llegó a este compromiso? Bien, los árabes desde el comienzo rechazaron cualquier Estado judío, sin importar sus dimensiones, en la medida en que lo consideraban un retroceso en relación a una situación original, previa al surgimiento del movimiento sionista, cuando vivían en una Palestina mayoritariamente árabe. Lo primero que hay que decir es que esta Palestina mayoritariamente árabe tenía de trasfondo el sometimiento de los judíos en los ghettos y campos de concentración europeos y la ciudadanía de segunda y los linchamientos de judíos en los países árabes. Sólo este gris destino del pueblo judío podría sostener la ilusión de una “Palestina para los palestinos”. En esa Palestina mayoritariamente árabe faltaba una pieza: los judíos sometidos en su diáspora.
Pero volvamos a un punto anterior. Y me refiero a los árabes, porque hasta 1964 en que se crea la OLP, la cuestión palestina estaba exclusivamente en manos de los Estados árabes. Lo único que separó a los palestinos de ser jordanos o libaneses fue el deseo de los Estados árabes de no entregar la ciudadanía a refugiados, conservar su estatuto de refugiados y así mantener vivo el conflicto (Israel incorporó a judíos expulsados de Egipto por Nasser, quien adicionalmente confiscó sus propiedades. Egipto no incorporó a gazatíes desplazados por la creación de Israel, y prefirió hacinarlos en campos de refugiados. Es decir, Israel incorporó a judíos desplazado de todos los países árabes; los países árabes no incorporaron a árabes desplazados de la naciente Israel).
Para los árabes cualquier Estado judío era un retroceso en relación a una situación originaria, previa al surgimiento del movimiento sionista. Por lo tanto rechazaban incondicionalmente la existencia de cualquier Estado judío. Así fue como los árabes dijeron NO al plan de partición de la Comisión Peel de 1937 , NO a la partición de la ONU de noviembre de 1947, en 1967 no se conformaron con un solo NO y dijeron los famosos TRES NO de Jartum: NO a la paz con Israel, NO al reconocimiento del Estado de Israel, NO a las negociaciones con Israel. Los estados árabes (algunos de los 22 estados árabes que hay en el mundo) invadieron Israel, ese país fundado por sobrevivientes de pogroms y del Holocausto, con el propósito de expulsar a sus habitantes. Y no ocurrió una sola vez sino repetidamente en el 48, luego en el 56, en el 67 y en el 73, en todas las oportunidades sin éxito. En cada uno de estas negativas árabes, en cada una de estos enfrentamientos, Israel avanzó. Avanzó territorialmente, militarmente, tecnológicamente y anímicamente. La única razón por la que la expectativa árabe palestina actual está puesta en tener soberanía sobre Cisjordania y Gaza (incluso más pequeñas que las de la partición) y desestiman la posibilidad de ingresar con ejércitos y despoblar a Israel de judíos, es porque Israel ha avanzado lo suficiente para imponer este escenario. Dado que en el fondo del conflicto está el desconocimiento absoluto de las pretensiones nacionales y territoriales del pueblo judío, nos encontramos con la paradoja de que la solución de los dos estados sólo aparece en el horizonte de lo pensable cuando Israel ha avanzado lo suficiente para derribar cualquier expectativa árabe sobre la desaparición del Estado de Israel. Los árabes pasaron de los tres NO de Jartum a rogar por un pedazo de Cisjordania sin asentamientos, no porque los árabes se hayan apiadado, sino porque los israelíes lo impusieron en el terreno. Es una verdadera paradoja. Si avanzar fue lo único que permitió a Israel consolidar su misma existencia, ¿quién podría convencer a sus dirigentes de que tendrían una ganancia si dejaran de hacerlo?
Constituye una verdadera hipocresía llamar a la creación de un Estado Palestino al lado del Estado de Israel cuando al jugador ya no le quedan más cartas, cuando el jugador apostó una y otra vez por la desaparición del Estado de Israel y una y otra vez perdió (pero aun así pretende retirarse de la mesa con el mismo dinero con el que ingresó al juego). Si los árabes hubieran aceptado la partición de noviembre de 1947 tendrían menos que sus expectativas, pero mucho más de lo que tienen ahora. Fueron por más, quisieron la liberación y la gloria. Fueron derrotados en cada uno de sus emprendimientos militares. Resulta lógico entonces que sus pretensiones territoriales sean desatendidas y que se les haga una propuesta que encuentran desfavorable. Nunca hubieran confiado en las armas en primer lugar.
El miedo de los israelíes vuelto constantemente agresividad, su corrimiento a la derecha, su opción electoral por fórmulas belicistas y expansionistas son casi la respuesta ante el siguiente hecho: Israel tiene enemigos que desconocen su derecho a la existencia, que siguen soñando con una Palestina anterior al 48. Ahí es donde el sentimiento anti-israelí muestra su lado más macabro. Cito mi post “¿Existen los sionistas?”:
Aun cuando es posible aceptar que “antisionismo” y “antijudaismo” son términos teóricamente distintos el problema es el siguiente: cuando tomamos las consignas antisionistas “demasiado en serio”, nos encontramos con los efectos antisemitas como un resultado no deseado de nuestra acción. Es decir, si llevamos las consignas del antisionismo hasta sus últimas consecuencias habría que reconocer que el resultado podría ser letal y dramático para los judíos de Medio Oriente: ¿es posible imaginar al Estado de Israel siendo desmantelado libremente por sus enemigos sin que esto tenga como consecuencia directa la muerte de miles de judíos? Ergo, aunque “antisemitismo” y “antisionismo” sean dos objetos teóricamente distintos, la realización final de la “destrucción del Estado de Israel” no podría acometerse sin el exterminio de judíos, sea planificado o no planificado.
Por lo tanto, las decisiones de Israel y sus consecuencias no pueden ser evaluadas contra el background de “la situación ideal” sino contra el background de los potenciales desenlaces que tendrían otras decisiones posibles. Imaginemos una ucronía reveladora; imaginemos que los ejércitos árabes hubieran tenido éxito en su incursión militar de junio de 1967 y hubieran “liberado a Palestina”, slogan que con tanta gratuidad se usa en la actualidad. ¿No hubiera sido necesario para destruir la macabra Entidad Sionista, como era el sueño de Nasser, masacrar judíos en masa, ya que estos, que contaban por varios millones, no tendrían cabida en ningún Estado árabe vecino ni serían recibidos por los países europeos de los que huyeron, en cuyos suelos sus antiguos hogares no existían más? Cualquier secuela negativa de la victoria israelí de 1967 queda minimizada al lado de los potenciales escenarios que habrían emergido de su derrota.
¿Y qué pasó con el Bund, el ejemplo perfectamente trosco de cómo los valores obreristas y universalistas del socialismo pueden ponerse por encima de las identidades nacionales, de cómo los judíos podían integrarse a las sociedades en que vivían en su carácter de clase? Más allá de las buenas intenciones del Bund, no se puede negar que su orientación fue estéril. Los movimientos sionistas sencillamente fueron más efectivos en la salvaguarda del pueblo judío y por eso se impusieron. Hoy el bundismo es una añoranza lejana y el sionismo el fundamento ideológico de un Estado. Cuando la organización juvenil sionista-socialista Hashomer Hatzair, durante una reunión en Varsovia, propuso al Bund la creación de una organización armada de defensa propia, la oferta fue rechazada por los bundistas porque no confiaban en que el emprendimiento pudiese tener éxito sin el soporte de los grupos polacos de resistencia. Es decir, no confiaban en que los judíos pudiesen valerse por sí mismos. Seguían atascados en un paradigma atrasado, que el sionismo venía a transformar. Ante el derrumbe inexorable de ese mundo, se trataba para el judío de hacerse fuerte, valerse por sí mismo y no esperar nada del resto.
Ergo, no sólo el espíritu del Estado Sionista de Israel no está en contradicción con el levantamiento del gueto de Varsovia, sino que es la continuación lógica y esperable de aquél.
Hoy en día la fórmula de la paz parece pre-fabricada. Está en boca de todos: dos Estados para dos pueblos, el Estado Palestino al lado del Estado de Israel, casi como si la fórmula hubiera estado allí desde siempre, como si no fuera que su viabilidad tiene fecha reciente, hace exactamente 20 años, durante los acuerdos de Oslo. Pero si el conflicto tiene aproximadamente 70 años y la solución de dos Estados se piensa seriamente sólo hace 20, ¿qué pasaba antes? O, mejor dicho, ¿cómo se llegó a este compromiso? Bien, los árabes desde el comienzo rechazaron cualquier Estado judío, sin importar sus dimensiones, en la medida en que lo consideraban un retroceso en relación a una situación original, previa al surgimiento del movimiento sionista, cuando vivían en una Palestina mayoritariamente árabe. Lo primero que hay que decir es que esta Palestina mayoritariamente árabe tenía de trasfondo el sometimiento de los judíos en los ghettos y campos de concentración europeos y la ciudadanía de segunda y los linchamientos de judíos en los países árabes. Sólo este gris destino del pueblo judío podría sostener la ilusión de una “Palestina para los palestinos”. En esa Palestina mayoritariamente árabe faltaba una pieza: los judíos sometidos en su diáspora.
Pero volvamos a un punto anterior. Y me refiero a los árabes, porque hasta 1964 en que se crea la OLP, la cuestión palestina estaba exclusivamente en manos de los Estados árabes. Lo único que separó a los palestinos de ser jordanos o libaneses fue el deseo de los Estados árabes de no entregar la ciudadanía a refugiados, conservar su estatuto de refugiados y así mantener vivo el conflicto (Israel incorporó a judíos expulsados de Egipto por Nasser, quien adicionalmente confiscó sus propiedades. Egipto no incorporó a gazatíes desplazados por la creación de Israel, y prefirió hacinarlos en campos de refugiados. Es decir, Israel incorporó a judíos desplazado de todos los países árabes; los países árabes no incorporaron a árabes desplazados de la naciente Israel).
Para los árabes cualquier Estado judío era un retroceso en relación a una situación originaria, previa al surgimiento del movimiento sionista. Por lo tanto rechazaban incondicionalmente la existencia de cualquier Estado judío. Así fue como los árabes dijeron NO al plan de partición de la Comisión Peel de 1937 , NO a la partición de la ONU de noviembre de 1947, en 1967 no se conformaron con un solo NO y dijeron los famosos TRES NO de Jartum: NO a la paz con Israel, NO al reconocimiento del Estado de Israel, NO a las negociaciones con Israel. Los estados árabes (algunos de los 22 estados árabes que hay en el mundo) invadieron Israel, ese país fundado por sobrevivientes de pogroms y del Holocausto, con el propósito de expulsar a sus habitantes. Y no ocurrió una sola vez sino repetidamente en el 48, luego en el 56, en el 67 y en el 73, en todas las oportunidades sin éxito. En cada uno de estas negativas árabes, en cada una de estos enfrentamientos, Israel avanzó. Avanzó territorialmente, militarmente, tecnológicamente y anímicamente. La única razón por la que la expectativa árabe palestina actual está puesta en tener soberanía sobre Cisjordania y Gaza (incluso más pequeñas que las de la partición) y desestiman la posibilidad de ingresar con ejércitos y despoblar a Israel de judíos, es porque Israel ha avanzado lo suficiente para imponer este escenario. Dado que en el fondo del conflicto está el desconocimiento absoluto de las pretensiones nacionales y territoriales del pueblo judío, nos encontramos con la paradoja de que la solución de los dos estados sólo aparece en el horizonte de lo pensable cuando Israel ha avanzado lo suficiente para derribar cualquier expectativa árabe sobre la desaparición del Estado de Israel. Los árabes pasaron de los tres NO de Jartum a rogar por un pedazo de Cisjordania sin asentamientos, no porque los árabes se hayan apiadado, sino porque los israelíes lo impusieron en el terreno. Es una verdadera paradoja. Si avanzar fue lo único que permitió a Israel consolidar su misma existencia, ¿quién podría convencer a sus dirigentes de que tendrían una ganancia si dejaran de hacerlo?
Constituye una verdadera hipocresía llamar a la creación de un Estado Palestino al lado del Estado de Israel cuando al jugador ya no le quedan más cartas, cuando el jugador apostó una y otra vez por la desaparición del Estado de Israel y una y otra vez perdió (pero aun así pretende retirarse de la mesa con el mismo dinero con el que ingresó al juego). Si los árabes hubieran aceptado la partición de noviembre de 1947 tendrían menos que sus expectativas, pero mucho más de lo que tienen ahora. Fueron por más, quisieron la liberación y la gloria. Fueron derrotados en cada uno de sus emprendimientos militares. Resulta lógico entonces que sus pretensiones territoriales sean desatendidas y que se les haga una propuesta que encuentran desfavorable. Nunca hubieran confiado en las armas en primer lugar.
El miedo de los israelíes vuelto constantemente agresividad, su corrimiento a la derecha, su opción electoral por fórmulas belicistas y expansionistas son casi la respuesta ante el siguiente hecho: Israel tiene enemigos que desconocen su derecho a la existencia, que siguen soñando con una Palestina anterior al 48. Ahí es donde el sentimiento anti-israelí muestra su lado más macabro. Cito mi post “¿Existen los sionistas?”:
Aun cuando es posible aceptar que “antisionismo” y “antijudaismo” son términos teóricamente distintos el problema es el siguiente: cuando tomamos las consignas antisionistas “demasiado en serio”, nos encontramos con los efectos antisemitas como un resultado no deseado de nuestra acción. Es decir, si llevamos las consignas del antisionismo hasta sus últimas consecuencias habría que reconocer que el resultado podría ser letal y dramático para los judíos de Medio Oriente: ¿es posible imaginar al Estado de Israel siendo desmantelado libremente por sus enemigos sin que esto tenga como consecuencia directa la muerte de miles de judíos? Ergo, aunque “antisemitismo” y “antisionismo” sean dos objetos teóricamente distintos, la realización final de la “destrucción del Estado de Israel” no podría acometerse sin el exterminio de judíos, sea planificado o no planificado.
Por lo tanto, las decisiones de Israel y sus consecuencias no pueden ser evaluadas contra el background de “la situación ideal” sino contra el background de los potenciales desenlaces que tendrían otras decisiones posibles. Imaginemos una ucronía reveladora; imaginemos que los ejércitos árabes hubieran tenido éxito en su incursión militar de junio de 1967 y hubieran “liberado a Palestina”, slogan que con tanta gratuidad se usa en la actualidad. ¿No hubiera sido necesario para destruir la macabra Entidad Sionista, como era el sueño de Nasser, masacrar judíos en masa, ya que estos, que contaban por varios millones, no tendrían cabida en ningún Estado árabe vecino ni serían recibidos por los países europeos de los que huyeron, en cuyos suelos sus antiguos hogares no existían más? Cualquier secuela negativa de la victoria israelí de 1967 queda minimizada al lado de los potenciales escenarios que habrían emergido de su derrota.