Escuché esta frase hace ya varias décadas. Solía repetirla Guillermo Magrassi (sociólogo, dedicado especialmente a la antropología cultural y a la difusión de las culturas originarias) al hablar sobre los tehuelches en sus cursos, cuando hacía conocer un relato mítico de los aonik’enk o tehuelches del Sur, que habitaron la parte más austral de Santa Cruz. Esta narración pertenece al ciclo de Elal, héroe mítico o deidad cultural quien instaura no sólo aspectos culturales tales como el uso del fuego, las técnicas de caza, la relación con los animales que son la base del sustento de ese pueblo, sino también aspectos morales, valores, leyes.
No me había animado a repetir lo dicho por Magrassi tan enfáticamente, hasta que unas palabras de la presidenta en su exposición sobre la postura argentina en la recuperación de las Malvinas vinieron a iluminar el tema.
Es que los tehuelches no fueron navegantes, ni de cabotaje como otros pueblos originarios de los canales fueguinos, ni de largo aliento como otras culturas americanas o polinesias. De modo que ciertos aspectos del mito no podían ser atribuidos sin más a estas islas y a otras del Atlántico Sur, que no alcanzan a verse desde las costas patagónicas.
Pero los relatos orales cuentan que después de trasladarse de su incierto lugar de origen (isla, caverna…) Elal llega a las tierras de los aonik’enk y comienza a fundar, a través de sus acciones, todos los aspectos culturales que ya mencionamos y muchos otros. Luego de numerosas pruebas en las que siempre resulta vencedor, se enamora de la hija del Sol y parte llevado por un cisne hacia la región del Sol naciente para buscarla. En su viaje, cuando el cisne se cansaba de sostenerlo sobre su lomo, Elal disparaba sus flechas y surgían islas en las que se detenían a descansar. Islas en el mar Austral, hacia el este. A nosotros nos resulta fácil ponerles nombre ahora, pero ¿cómo podían imaginarlas los tehuelches sin haberlas visto?
Una de las explicaciones que primero surge se refiere a cierta característica de los pueblos de tradición oral: la homeostasis. Esto significa que, cuando la realidad del entorno sufre modificaciones, los mitos se ajustan a estos cambios y se desprenden de lo que ya no resulta funcional o agregan de algún modo la explicación de lo nuevo. Así sucede en la práctica de la pintura rupestre, cuando diversos pueblos originarios que todavía la usaban a la llegada de los conquistadores trazan sobre la piedra caballos y jinetes, revelando que los diseños se hicieron en esa época pero siguiendo las viejas técnicas. De este modo, los que tomaron contacto con los aonik’enk desde las expediciones de Magallanes o Pedro de Gamboa, al haber avistado las islas, podrían haber hecho referencia a las mismas y hacer surgir involuntariamente los rasgos mitológicos que “explicaban” la presencia de estas formaciones geológicas.
Otra hipótesis plausible surge de las palabras de la presidenta que hizo alusión en su mensaje a las aves migratorias que conectan el continente con las Malvinas, y que en su ir y venir las enlazan aun más a nuestro territorio. Argentinas por historia, por ubicación en la plataforma submarina y por muchas razones, las aves serían un símbolo poético de esta pertenencia.
Quizás la observación de las bandadas migratorias en su ir y venir al repetirse las estaciones, haya podido hacer que estos pueblos originarios, tan observadores de los mínimos detalles del mundo circundante y tan inteligentes para comprenderlos, descubrieran la presencia de islas antes que los barcos les trajeran la información precisa.
En uno de sus trabajos Juan Adolfo Vázquez, quien estudiara los relatos orales y mitos de América, especialmente los propios del territorio argentino, refiere que el cisne al que hace referencia la gesta de Elal es un ave llamada coscoroba, (cygnus candida), que habita el extremo sur de nuestro continente y que en su migración llega a las Islas Malvinas.
Se trata de un cisne blanco con un toque negro en la punta de las alas (lo que sólo se observa en vuelo), que anida en el sur de Chile y la Argentina. Pasado el verano, tiempo de cría, migra pasando por las islas y llega hasta Buenos Aires, Paraguay o hasta el sur de Brasil para retornar en el verano siguiente a anidar en los lugares ya conocidos. El hecho de que pueda remontarse y desplazarse sobre los mares y hacia tierras que se pierden tras el horizonte, lo hace muy apto para representar el vuelo shamánico y esa especie de apertura del gran final del ciclo de Elal en su disputa con el Sol.
Y por eso, también poéticamente, podríamos decir hoy que, por las razones que sabemos, pero también porque al surgir de los poderes de Elal son tehuelches, las Malvinas son y serán argentinas. <
No me había animado a repetir lo dicho por Magrassi tan enfáticamente, hasta que unas palabras de la presidenta en su exposición sobre la postura argentina en la recuperación de las Malvinas vinieron a iluminar el tema.
Es que los tehuelches no fueron navegantes, ni de cabotaje como otros pueblos originarios de los canales fueguinos, ni de largo aliento como otras culturas americanas o polinesias. De modo que ciertos aspectos del mito no podían ser atribuidos sin más a estas islas y a otras del Atlántico Sur, que no alcanzan a verse desde las costas patagónicas.
Pero los relatos orales cuentan que después de trasladarse de su incierto lugar de origen (isla, caverna…) Elal llega a las tierras de los aonik’enk y comienza a fundar, a través de sus acciones, todos los aspectos culturales que ya mencionamos y muchos otros. Luego de numerosas pruebas en las que siempre resulta vencedor, se enamora de la hija del Sol y parte llevado por un cisne hacia la región del Sol naciente para buscarla. En su viaje, cuando el cisne se cansaba de sostenerlo sobre su lomo, Elal disparaba sus flechas y surgían islas en las que se detenían a descansar. Islas en el mar Austral, hacia el este. A nosotros nos resulta fácil ponerles nombre ahora, pero ¿cómo podían imaginarlas los tehuelches sin haberlas visto?
Una de las explicaciones que primero surge se refiere a cierta característica de los pueblos de tradición oral: la homeostasis. Esto significa que, cuando la realidad del entorno sufre modificaciones, los mitos se ajustan a estos cambios y se desprenden de lo que ya no resulta funcional o agregan de algún modo la explicación de lo nuevo. Así sucede en la práctica de la pintura rupestre, cuando diversos pueblos originarios que todavía la usaban a la llegada de los conquistadores trazan sobre la piedra caballos y jinetes, revelando que los diseños se hicieron en esa época pero siguiendo las viejas técnicas. De este modo, los que tomaron contacto con los aonik’enk desde las expediciones de Magallanes o Pedro de Gamboa, al haber avistado las islas, podrían haber hecho referencia a las mismas y hacer surgir involuntariamente los rasgos mitológicos que “explicaban” la presencia de estas formaciones geológicas.
Otra hipótesis plausible surge de las palabras de la presidenta que hizo alusión en su mensaje a las aves migratorias que conectan el continente con las Malvinas, y que en su ir y venir las enlazan aun más a nuestro territorio. Argentinas por historia, por ubicación en la plataforma submarina y por muchas razones, las aves serían un símbolo poético de esta pertenencia.
Quizás la observación de las bandadas migratorias en su ir y venir al repetirse las estaciones, haya podido hacer que estos pueblos originarios, tan observadores de los mínimos detalles del mundo circundante y tan inteligentes para comprenderlos, descubrieran la presencia de islas antes que los barcos les trajeran la información precisa.
En uno de sus trabajos Juan Adolfo Vázquez, quien estudiara los relatos orales y mitos de América, especialmente los propios del territorio argentino, refiere que el cisne al que hace referencia la gesta de Elal es un ave llamada coscoroba, (cygnus candida), que habita el extremo sur de nuestro continente y que en su migración llega a las Islas Malvinas.
Se trata de un cisne blanco con un toque negro en la punta de las alas (lo que sólo se observa en vuelo), que anida en el sur de Chile y la Argentina. Pasado el verano, tiempo de cría, migra pasando por las islas y llega hasta Buenos Aires, Paraguay o hasta el sur de Brasil para retornar en el verano siguiente a anidar en los lugares ya conocidos. El hecho de que pueda remontarse y desplazarse sobre los mares y hacia tierras que se pierden tras el horizonte, lo hace muy apto para representar el vuelo shamánico y esa especie de apertura del gran final del ciclo de Elal en su disputa con el Sol.
Y por eso, también poéticamente, podríamos decir hoy que, por las razones que sabemos, pero también porque al surgir de los poderes de Elal son tehuelches, las Malvinas son y serán argentinas. <