Por Guillermo Raffo
23/03/12 – 11:24
Años esperando algún resarcimiento por el horror que producen algunos títulos de Clarín y cuando finalmente sucede es peor el remedio que la enfermedad.
El Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil Nº 20 falló a favor de las diputadas Diana Conti y Juliana Di Tullio en su demanda contra Clarín, que en 2009 tituló mal una nota, ejerciendo así “violencia mediática”. La condena es por el título; el contenido de la nota no se objeta nunca en el fallo de la jueza Sotomayor, que recomiendo leer entero porque es una aberración única, inexplicable.
No vamos a resolver en una página lo que estas personas tardaron tres años en embarrar, pero intentemos. Empezando por el delito, que es también la única evidencia: el título. Lo cito con pinzas: “La fábrica de hijos: conciben en serie y obtienen una mejor pensión del Estado”.
¿Cuál es el problema? Veamos. “Conciben en serie” es indiscutible. Si las 12 notas de la escala cromática son una serie, los siete hijos de la señora González también, más allá de sus características individuales y de la voluntad de la jueza. Que sus madres obtienen una mejor pensión del Estado por haber llegado al séptimo (de una serie, puesto que no habría séptimo sin sexto, etc.) también es innegable. Podríamos pensar que el título sugiere intencionalidad en la creación de la serie, pero también podríamos suponer que no: es opinable. Nos queda la “fábrica de hijos”. No es una analogía sensible ni elegante pero –convengamos– tampoco es más ofensiva para las madres que lo que La Máquina de Hacer Pájaros puede haberlo sido para los pájaros. Aclaremos también por las dudas –García ya tiene suficientes problemas sin exponerse al Inadi– que se cumplieron treinta y cinco años de la edición del primer disco de La Máquina y todavía estamos esperando que un pájaro se queje. A los pájaros no les molesta. A las madres tampoco, pero a las diputadas y a la jueza Sotomayor sí, porque las madres son pobres y no se pueden defender.
La condescendencia hipócrita del fallo es evidente: la jueza no habría condenado un título que dijera: “Oyster Boy: las profesionales de más de 30 son cobardes y tienen un hijo solo”. Y tampoco: “Subsidio letal: el Estado alienta la concepción de séptimos hijos, que pueden ser varones”. Porque no es conflictivo enunciar que las profesionales de clase media y los lobisones (de cualquier estrato social) encarnan arquetipos con problemas específicos. Pero guarda con la sugerencia velada y sarcástica de que la pobreza extrema –y su articulación con el poder– puede conducir a situaciones horribles. Porque si esto es cierto habría que hacer algo al respecto, ¿no? Y hacer algo es mucho trabajo.
“Habiendo perdido toda esperanza en sus políticas para garantizar equidad, nuestros políticos ofrecen a cambio el espectáculo del respeto, como premio consuelo”, dice Hari Kunzru, un novelista inglés de mi generación que si conociera a Lubertino se pega un tiro. Si lo de Kunzru es más o menos cierto en Inglaterra, se potencia al cubo en Argentina, donde los bateristas les prenden fuego a sus mujeres y el secretario de Comercio no las deja subir al avión. En un escenario así, el premio consuelo pasa a operar como coartada preventiva: te “defiendo” de lo que te hago yo, acusando a otros que no te hicieron nada, antes de que me acusen a mí de lo que realmente te hago todos los días.
Y después la jueza va y pone la firma, sentando un precedente nefasto en términos de libertad de expresión, y agregando reflexiones como esta: “Las palabras son sólo palabras, el sentimiento lo pone quien las escucha o quien las lee, pero ello se ve empañado cuando se carga de subjetividad la información, proponiendo al lector leer de la manera que el emisor pretende que sea leído”.
¿Qué es “ello”, lo que se empaña? Andá a saber. Pero estoy dispuesto a empañarlo incluso sin saber qué es, porque mi carga de subjetividad está empezando a levantar temperatura.
*Escritor y cineasta.
23/03/12 – 11:24
Años esperando algún resarcimiento por el horror que producen algunos títulos de Clarín y cuando finalmente sucede es peor el remedio que la enfermedad.
El Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil Nº 20 falló a favor de las diputadas Diana Conti y Juliana Di Tullio en su demanda contra Clarín, que en 2009 tituló mal una nota, ejerciendo así “violencia mediática”. La condena es por el título; el contenido de la nota no se objeta nunca en el fallo de la jueza Sotomayor, que recomiendo leer entero porque es una aberración única, inexplicable.
No vamos a resolver en una página lo que estas personas tardaron tres años en embarrar, pero intentemos. Empezando por el delito, que es también la única evidencia: el título. Lo cito con pinzas: “La fábrica de hijos: conciben en serie y obtienen una mejor pensión del Estado”.
¿Cuál es el problema? Veamos. “Conciben en serie” es indiscutible. Si las 12 notas de la escala cromática son una serie, los siete hijos de la señora González también, más allá de sus características individuales y de la voluntad de la jueza. Que sus madres obtienen una mejor pensión del Estado por haber llegado al séptimo (de una serie, puesto que no habría séptimo sin sexto, etc.) también es innegable. Podríamos pensar que el título sugiere intencionalidad en la creación de la serie, pero también podríamos suponer que no: es opinable. Nos queda la “fábrica de hijos”. No es una analogía sensible ni elegante pero –convengamos– tampoco es más ofensiva para las madres que lo que La Máquina de Hacer Pájaros puede haberlo sido para los pájaros. Aclaremos también por las dudas –García ya tiene suficientes problemas sin exponerse al Inadi– que se cumplieron treinta y cinco años de la edición del primer disco de La Máquina y todavía estamos esperando que un pájaro se queje. A los pájaros no les molesta. A las madres tampoco, pero a las diputadas y a la jueza Sotomayor sí, porque las madres son pobres y no se pueden defender.
La condescendencia hipócrita del fallo es evidente: la jueza no habría condenado un título que dijera: “Oyster Boy: las profesionales de más de 30 son cobardes y tienen un hijo solo”. Y tampoco: “Subsidio letal: el Estado alienta la concepción de séptimos hijos, que pueden ser varones”. Porque no es conflictivo enunciar que las profesionales de clase media y los lobisones (de cualquier estrato social) encarnan arquetipos con problemas específicos. Pero guarda con la sugerencia velada y sarcástica de que la pobreza extrema –y su articulación con el poder– puede conducir a situaciones horribles. Porque si esto es cierto habría que hacer algo al respecto, ¿no? Y hacer algo es mucho trabajo.
“Habiendo perdido toda esperanza en sus políticas para garantizar equidad, nuestros políticos ofrecen a cambio el espectáculo del respeto, como premio consuelo”, dice Hari Kunzru, un novelista inglés de mi generación que si conociera a Lubertino se pega un tiro. Si lo de Kunzru es más o menos cierto en Inglaterra, se potencia al cubo en Argentina, donde los bateristas les prenden fuego a sus mujeres y el secretario de Comercio no las deja subir al avión. En un escenario así, el premio consuelo pasa a operar como coartada preventiva: te “defiendo” de lo que te hago yo, acusando a otros que no te hicieron nada, antes de que me acusen a mí de lo que realmente te hago todos los días.
Y después la jueza va y pone la firma, sentando un precedente nefasto en términos de libertad de expresión, y agregando reflexiones como esta: “Las palabras son sólo palabras, el sentimiento lo pone quien las escucha o quien las lee, pero ello se ve empañado cuando se carga de subjetividad la información, proponiendo al lector leer de la manera que el emisor pretende que sea leído”.
¿Qué es “ello”, lo que se empaña? Andá a saber. Pero estoy dispuesto a empañarlo incluso sin saber qué es, porque mi carga de subjetividad está empezando a levantar temperatura.
*Escritor y cineasta.
Soy muy mal pensado: me parece que este también está en la Claringrilla (la nómina).