Por Dario Gallo
29/06/12 – 10:53
La señal de alarma saltó al término de la peor semana de Cristina Kirchner. Fue la que comenzó con el traslado de su hijo a Buenos Aires, afectado de no se sabe muy bien qué. Continuó con su regreso apurado desde Nueva York, luego de que su principal ex socio sindical mostrara el fósforo y la nafta desde TN. Y culminó con el desbarajuste institucional paraguayo, que la empujó a visitar a los periodistas acreditados en la Rosada. Se la vio demacrada, y más allá de sus palabras enérgicas, preocupó a los funcionarios más cercanos, quienes cada vez más notan cómo la Presidenta parece sentir el esfuerzo y no lo puede ocultar con maquillaje.
Desde lo político ya están en marcha acciones para disimularlo.
Un ex funcionario (renunció el año pasado) comentaba esta semana en un bar frente a la Plaza del Congreso que ya tenía el visto bueno para impulsar la reforma que posibilitaría un nuevo mandato de Cristina. Los que están adentro no harán comentarios, pero él –y otros outsiders oficiales– intentarán instalar el debate, si la coyuntura les da un respiro.
La salud. En las mismas condiciones, sometida a la presión diaria del poder, cualquier persona se sentiría abrumada. El caso de Cristina requiere mayor cuidado aún. Quienes la tratan seguido, incluso los ministros que no la ven todos los días, han comenzado a preocuparse. En especial, porque han creído que cierto desarreglo no habitual en ella o algunas dispersiones en sus cada vez más extensos discursos es producto de la presión que ejerce sobre ella la crisis.
Lo que casi nadie se pregunta es si la Presidenta cumple con la rigurosa rutina que se les impone a quienes están obligados a vivir con medicación diaria a perpetuidad por falta de la tiroides, que a ella le fue extraída en enero. Y aun así, hay que preguntarse si el equipo médico que la monitorea ha encontrado ya el nivel óptimo de esa hormona artificial. La falta de tiroxina, por ejemplo, puede provocar el resecamiento de la piel, propensión a olvidos y una tendencia a la depresión. El exceso de la misma hormona también provoca otras alarmas de signo contrario.
La sintonía fina de los médicos para dar con la dosis adecuada no sólo depende del hoy y el ahora del paciente. También hay que tener en cuenta enfermedades previas, otra medicación que pueda modificar o interferir con la nueva droga y, es una obviedad, el nivel de estrés en juego. Todo muy razonable para un ciudadano común, pero difícil de cumplir en un ciudadano con resposabilidades extraordinarias, como decía Kirchner.
La falta de información sobre la salud presidencial –no ha habido partes sobre los controles posteriores a la intervención– y la personalidad fuerte de Cristina contribuyen a complicar el panorama. Si se observan los últimos discursos de la Presidenta hay rostros preocupados a su alrededor, en especial cuando comienza a subir el tono de sus definiciones. Antes, los aplaudidores parecían reír relajados. Ahora, se revuelven en las sillas y esbozan muecas forzadas. Como los días que vienen son complicados en lo político y lo social, sería bueno que quienes tienen acceso a Cristina la ayuden a someterse a los controles estrictos. Y sería saludable, desde lo institucional, que se informe sobre los chequeos periódicos. Aunque los Kirchner, se sabe, no consideran que eso deba ser parte de la agenda pública.
¿Está bien cuidada la Presidenta? Es esperable que así sea. La salud presidencial no puede quedar sometida al marketing político. La historia clínica no es pesificable.
29/06/12 – 10:53
La señal de alarma saltó al término de la peor semana de Cristina Kirchner. Fue la que comenzó con el traslado de su hijo a Buenos Aires, afectado de no se sabe muy bien qué. Continuó con su regreso apurado desde Nueva York, luego de que su principal ex socio sindical mostrara el fósforo y la nafta desde TN. Y culminó con el desbarajuste institucional paraguayo, que la empujó a visitar a los periodistas acreditados en la Rosada. Se la vio demacrada, y más allá de sus palabras enérgicas, preocupó a los funcionarios más cercanos, quienes cada vez más notan cómo la Presidenta parece sentir el esfuerzo y no lo puede ocultar con maquillaje.
Desde lo político ya están en marcha acciones para disimularlo.
Un ex funcionario (renunció el año pasado) comentaba esta semana en un bar frente a la Plaza del Congreso que ya tenía el visto bueno para impulsar la reforma que posibilitaría un nuevo mandato de Cristina. Los que están adentro no harán comentarios, pero él –y otros outsiders oficiales– intentarán instalar el debate, si la coyuntura les da un respiro.
La salud. En las mismas condiciones, sometida a la presión diaria del poder, cualquier persona se sentiría abrumada. El caso de Cristina requiere mayor cuidado aún. Quienes la tratan seguido, incluso los ministros que no la ven todos los días, han comenzado a preocuparse. En especial, porque han creído que cierto desarreglo no habitual en ella o algunas dispersiones en sus cada vez más extensos discursos es producto de la presión que ejerce sobre ella la crisis.
Lo que casi nadie se pregunta es si la Presidenta cumple con la rigurosa rutina que se les impone a quienes están obligados a vivir con medicación diaria a perpetuidad por falta de la tiroides, que a ella le fue extraída en enero. Y aun así, hay que preguntarse si el equipo médico que la monitorea ha encontrado ya el nivel óptimo de esa hormona artificial. La falta de tiroxina, por ejemplo, puede provocar el resecamiento de la piel, propensión a olvidos y una tendencia a la depresión. El exceso de la misma hormona también provoca otras alarmas de signo contrario.
La sintonía fina de los médicos para dar con la dosis adecuada no sólo depende del hoy y el ahora del paciente. También hay que tener en cuenta enfermedades previas, otra medicación que pueda modificar o interferir con la nueva droga y, es una obviedad, el nivel de estrés en juego. Todo muy razonable para un ciudadano común, pero difícil de cumplir en un ciudadano con resposabilidades extraordinarias, como decía Kirchner.
La falta de información sobre la salud presidencial –no ha habido partes sobre los controles posteriores a la intervención– y la personalidad fuerte de Cristina contribuyen a complicar el panorama. Si se observan los últimos discursos de la Presidenta hay rostros preocupados a su alrededor, en especial cuando comienza a subir el tono de sus definiciones. Antes, los aplaudidores parecían reír relajados. Ahora, se revuelven en las sillas y esbozan muecas forzadas. Como los días que vienen son complicados en lo político y lo social, sería bueno que quienes tienen acceso a Cristina la ayuden a someterse a los controles estrictos. Y sería saludable, desde lo institucional, que se informe sobre los chequeos periódicos. Aunque los Kirchner, se sabe, no consideran que eso deba ser parte de la agenda pública.
¿Está bien cuidada la Presidenta? Es esperable que así sea. La salud presidencial no puede quedar sometida al marketing político. La historia clínica no es pesificable.
otra canallada.
¿Por qué?
Lo mismo decían cuando los periodistas se referían a la salud de Néstor.
Vos cuando le encargas un asunto a un abogado, a un arquitecto, o consultas al médico,¿no te preocupas si lo ves distraído, olvidadizo, enojado, cansado? La Presidenta es una persona designada como mandataria por parte de una mayoría de la sociedad, para que administre los negocios y bienes públicos de toda la sociedad, su salud nos atañe a todos, y la forma como se informa oficialmente sobre ello, nos preocupa a todos.-
porque a esta altura,DAIO,desconfio mucho de una oposicion que ya no sabe que armas usar para atacar al gobierno.Si resulta verdad,pedire disculpas.Que este cansada,es comprensible.Que no aparecen buenos reemplazos futuros,es lamentable.
el tema sigue siendo movido y alimentado insidiosamente por la oposicion en estos dias.
Calma. Todo ya ha regresado a la «normalidad»:
http://www.perfil.com/contenidos/2012/07/02/noticia_0026.html
¿que es la normalidad?
Y, se la vio alegre, repartiendo muñequitos, en uno de los salones de la casa de gobierno.
Eso muñecos, se venden en el Museo de la Casa de gobierno (?) y cuestan $ 65 c/u.
Dicen que vienen de Angola, y nuestros hermanos mayores de allá los utilizan para prácticas de vudú, que nada tiene que ver con un muñecote local, cuyo nombre suena igual.
¿Raro: había muñecos de Élla, de Él, del Che,pero no había de Scioli, ni de Moyano?
Daio: usted, al igual que Raymundo Roberts y Alejandro Borenstein, debería revisar su concepto sobre lo que es el humor.
Lo suyo, y lo de los otros, es sólo malhumor. Ni alcanza a la ironía.
ya te imagino poniendole alfileres a la muñequita.
¡A $ 65,oo, cada una, ni que me la regalen! Si me regalan una, la llevaré a una feria de canje, rápidamente,porque se desvaloriza segundo a segundo, especialmente después de cada discurso.