Cuando Cristina Fernández asumió su primer mandato, la Asignación Universal por Hijo no existía y, por ende, aún no había sido extendida a las mujeres embarazadas. Tampoco se había producido el incremento de la matrícula escolar que la asignación trajo aparejada, ni la reducción de la mortalidad infantil. No existía el nuevo DNI. Las AFJP manejaban los fondos de los jubilados, prestándoselos a altas tasas al Estado o haciendo negocios financieros. Seguíamos sin tener línea aérea de bandera, mientras el vaciamiento de Aerolíneas se profundizaba. AySA ya había vislumbrado su rol y su ambicioso plan de obras, pero aún no se habían incorporado a la red de agua cientos de miles de argentinos.
Había mil escuelas menos. Las reservas no habían llegado a los 50 mil millones ni se había desatado el debate respecto a su utilización para el desendeudamiento, cuestionada por los mismos que antes le reprocharían a Néstor Kirchner haberlas acumulado al tiempo que redujo la deuda externa. El Banco Central seguía siendo una herramienta que funcionaba con la lógica de los sectores financieros.
No se había inaugurado Yaciretá. Los presagios de colapso energético y su impacto sobre la actividad económica estaban a la orden del día, poniendo en duda la efectividad del plan energético puesto en marcha por el ministro Julio De Vido. La demanda energética se duplicaría y la inversión en obras para garantizar la diversificación de las fuentes permitiría afrontarla sin inconvenientes, excepción hecha de los cortes veraniegos originados en la falta de inversión de las concesionarias eléctricas, aun en manos privadas.
La crisis de los países centrales que se prolonga hasta nuestros días aún no se había desatado ni se había anunciado la 125 ni se había iniciado la crisis por las retenciones ni se intuía el resultado electoral de las elecciones de 2009. Tampoco podía presagiarse que a pesar de todas esas dificultades, el gobierno conseguiría sobreponerse a la crisis de la 125 y al resultado electoral adverso de 2009, recuperando la iniciativa política y atravesando esa crisis internacional sin incremento del desempleo, que ya había bajado a un dígito.
Tampoco existía la Ley de Medios ni la televisión digital, y el modesto esfuerzo del Estado por generar alternativas comunicacionales contrastaba con la hegemonía casi absoluta de los grandes grupos dominadores del espacio mediático, que esperaban revancha luego que Néstor Kirchner no aceptara al asumir su pliego de condiciones.
La vacuna del HP para prevenir el cáncer de cuello de útero no formaba parte del calendario obligatorio. No existía el Ministerio de Ciencia y Tecnología ni habíamos incorporado a nuestra percepción cotidiana que se habían sentado las condiciones para dejar de ser expulsores de inteligencia y mano de obra calificada y comenzarían a retornar al país decenas de científicos y miles de compatriotas. No se había formalizado la Unasur ni Argentina había contribuido a la liberación de Ingrid Betancourt ni se habían producido las gestiones decisivas de Néstor Kirchner para evitar la guerra entre Ecuador y Colombia.
No había sido creado el Ministerio de Seguridad, desde el cual se comenzaría a demostrar que es posible una política de seguridad democrática, compatible con la vigencia de los Derechos Humanos. Tampoco sabíamos que la radarización de nuestro espacio aéreo la llevaríamos adelante con nuestra propia tecnología. Aun no había explotado el fenómeno de ampliación de la participación ni la masiva incorporación de los jóvenes a la política, quebrando décadas de retracción e indiferencia. Faltaban tres años para el Bicentenario y sus entonces inimaginables festejos. Mauricio Macri aun no nos había hecho el favor de impedir Tecnópolis en la ciudad, permitiendo encontrar el formidable espacio en que brillaría la muestra.
La enumeración de cambios es arbitraria y podría continuar página tras página. Relatar las transformaciones que se vivieron en nuestra patria durante el gobierno de Cristina Fernández requiere enmarcarlas en las transformaciones que inició Néstor Kirchner en 2003 desde su irrepetible liderazgo, honrando su compromiso con el pueblo. Hasta nuestros días, sólo se encuentra un precedente similar en nuestra historia en las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón con el surgimiento de la revolución peronista. Frente a la puesta en marcha de este modelo de crecimiento con inclusión social, el sonsonete de los que pretenden retacearle a los Kirchner la condición de peronistas suena ridículo y se emparenta inevitablemente con la degradación que el justicialismo padeció en los noventa.
También debemos recordar que en diciembre de 2007 aun vivían Néstor Kirchner, Mariano y Cristian Ferreyra. La pérdida de Néstor nos permitiría asistir a la conmovedora entereza y presencia de ánimo con que Cristina Kirchner asumiría la responsabilidad de ejercer plenamente el liderazgo de la transformación. Las muertes de Mariano y Cristian Ferreyra y de quienes perdieron su vida en el Indoamericano nos remiten a las asignaturas pendientes que tenemos por delante al pensar en lo que viene.
La lucha contra el trabajo en negro y las tercerizaciones y por el derecho a la tierra y la vivienda está en el centro de nuestras prioridades a la hora de pensar en la sintonía fina necesaria para ir por más. Requiere políticas activas que trasciendan el productivismo. Esas políticas activas deben partir de identificar cuáles son los sectores más dinámicos, cuyo protagonismo hay que potenciar para llevar adelante ese cambio. El movimiento obrero ha sido y es pilar fundamental de esta transformación, pero son los sectores de la informalidad, aquellos que no han logrado aún beneficiarse del mismo modo que quienes gozan de un trabajo formal, los que protagonizan las principales luchas reivindicativas y los que nos marcan el camino.
Los enemigos de aquel primer peronismo no vacilaron en bombardear al pueblo en la plaza para desalojarlo del poder. Aun después de la contundente victoria electoral de Cristina Fernández, sabemos que los sectores de privilegio no descansan y desde el primer día trabajaron y trabajan para intentar marcarle la cancha y recortar su poder. Como militantes populares, tenemos bien aprendida la lección que nos enseñó Néstor Kirchner y sabemos que ir por más es el camino. Debemos hacerlo con inteligencia y aportando al fortalecimiento de la unidad de los sectores populares, para brindar el mayor sustento posible a una presidenta que no es neutral, porque es una presidenta auténticamente peronista.
Había mil escuelas menos. Las reservas no habían llegado a los 50 mil millones ni se había desatado el debate respecto a su utilización para el desendeudamiento, cuestionada por los mismos que antes le reprocharían a Néstor Kirchner haberlas acumulado al tiempo que redujo la deuda externa. El Banco Central seguía siendo una herramienta que funcionaba con la lógica de los sectores financieros.
No se había inaugurado Yaciretá. Los presagios de colapso energético y su impacto sobre la actividad económica estaban a la orden del día, poniendo en duda la efectividad del plan energético puesto en marcha por el ministro Julio De Vido. La demanda energética se duplicaría y la inversión en obras para garantizar la diversificación de las fuentes permitiría afrontarla sin inconvenientes, excepción hecha de los cortes veraniegos originados en la falta de inversión de las concesionarias eléctricas, aun en manos privadas.
La crisis de los países centrales que se prolonga hasta nuestros días aún no se había desatado ni se había anunciado la 125 ni se había iniciado la crisis por las retenciones ni se intuía el resultado electoral de las elecciones de 2009. Tampoco podía presagiarse que a pesar de todas esas dificultades, el gobierno conseguiría sobreponerse a la crisis de la 125 y al resultado electoral adverso de 2009, recuperando la iniciativa política y atravesando esa crisis internacional sin incremento del desempleo, que ya había bajado a un dígito.
Tampoco existía la Ley de Medios ni la televisión digital, y el modesto esfuerzo del Estado por generar alternativas comunicacionales contrastaba con la hegemonía casi absoluta de los grandes grupos dominadores del espacio mediático, que esperaban revancha luego que Néstor Kirchner no aceptara al asumir su pliego de condiciones.
La vacuna del HP para prevenir el cáncer de cuello de útero no formaba parte del calendario obligatorio. No existía el Ministerio de Ciencia y Tecnología ni habíamos incorporado a nuestra percepción cotidiana que se habían sentado las condiciones para dejar de ser expulsores de inteligencia y mano de obra calificada y comenzarían a retornar al país decenas de científicos y miles de compatriotas. No se había formalizado la Unasur ni Argentina había contribuido a la liberación de Ingrid Betancourt ni se habían producido las gestiones decisivas de Néstor Kirchner para evitar la guerra entre Ecuador y Colombia.
No había sido creado el Ministerio de Seguridad, desde el cual se comenzaría a demostrar que es posible una política de seguridad democrática, compatible con la vigencia de los Derechos Humanos. Tampoco sabíamos que la radarización de nuestro espacio aéreo la llevaríamos adelante con nuestra propia tecnología. Aun no había explotado el fenómeno de ampliación de la participación ni la masiva incorporación de los jóvenes a la política, quebrando décadas de retracción e indiferencia. Faltaban tres años para el Bicentenario y sus entonces inimaginables festejos. Mauricio Macri aun no nos había hecho el favor de impedir Tecnópolis en la ciudad, permitiendo encontrar el formidable espacio en que brillaría la muestra.
La enumeración de cambios es arbitraria y podría continuar página tras página. Relatar las transformaciones que se vivieron en nuestra patria durante el gobierno de Cristina Fernández requiere enmarcarlas en las transformaciones que inició Néstor Kirchner en 2003 desde su irrepetible liderazgo, honrando su compromiso con el pueblo. Hasta nuestros días, sólo se encuentra un precedente similar en nuestra historia en las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón con el surgimiento de la revolución peronista. Frente a la puesta en marcha de este modelo de crecimiento con inclusión social, el sonsonete de los que pretenden retacearle a los Kirchner la condición de peronistas suena ridículo y se emparenta inevitablemente con la degradación que el justicialismo padeció en los noventa.
También debemos recordar que en diciembre de 2007 aun vivían Néstor Kirchner, Mariano y Cristian Ferreyra. La pérdida de Néstor nos permitiría asistir a la conmovedora entereza y presencia de ánimo con que Cristina Kirchner asumiría la responsabilidad de ejercer plenamente el liderazgo de la transformación. Las muertes de Mariano y Cristian Ferreyra y de quienes perdieron su vida en el Indoamericano nos remiten a las asignaturas pendientes que tenemos por delante al pensar en lo que viene.
La lucha contra el trabajo en negro y las tercerizaciones y por el derecho a la tierra y la vivienda está en el centro de nuestras prioridades a la hora de pensar en la sintonía fina necesaria para ir por más. Requiere políticas activas que trasciendan el productivismo. Esas políticas activas deben partir de identificar cuáles son los sectores más dinámicos, cuyo protagonismo hay que potenciar para llevar adelante ese cambio. El movimiento obrero ha sido y es pilar fundamental de esta transformación, pero son los sectores de la informalidad, aquellos que no han logrado aún beneficiarse del mismo modo que quienes gozan de un trabajo formal, los que protagonizan las principales luchas reivindicativas y los que nos marcan el camino.
Los enemigos de aquel primer peronismo no vacilaron en bombardear al pueblo en la plaza para desalojarlo del poder. Aun después de la contundente victoria electoral de Cristina Fernández, sabemos que los sectores de privilegio no descansan y desde el primer día trabajaron y trabajan para intentar marcarle la cancha y recortar su poder. Como militantes populares, tenemos bien aprendida la lección que nos enseñó Néstor Kirchner y sabemos que ir por más es el camino. Debemos hacerlo con inteligencia y aportando al fortalecimiento de la unidad de los sectores populares, para brindar el mayor sustento posible a una presidenta que no es neutral, porque es una presidenta auténticamente peronista.