Putin gana la partida

El impacto emotivo de la inesperada liberación del magnate petrolero Mijaíl Jodorkovski , a quien muchos llegaron a considerar el preso personal de Vladímir Putin, es tan fuerte que cualquier valoración de lo que ha significado este año en la gestión del líder ruso se ve influida por este gran acontecimiento. Sea cual sea el cálculo existente detrás del indulto, se trata de un gesto generoso que va en sentido contrario a la mezquindad y la furia que Putin ha mostrado con un personaje al que acusó, sin pruebas, de «tener las manos manchadas de sangre», aunque le juzgaron por delitos económicos.
Los comentaristas opinan que la liberación de Jodorkovski es un gesto de cara a las Olimpiadas de Invierno de Sochi para evitar que Putin acabe el próximo febrero inaugurando el evento en el que puso tanta ilusión en un clima de vacío internacional, rodeado de funcionarios de segunda fila, dictadores centroasiáticos y de gays enviados adrede para ponerle a prueba .
La desaparición de Jodorkovski como símbolo del carácter selectivo y arbitrario de la justicia rusa abre nuevas posibilidades para Putin. Después de la Olimpiada, el líder ruso puede apretar de nuevo las tuercas a los disidentes, manifestantes y ecologistas que acaba de amnistiar, pero también puede no hacerlo y, cualquiera que sea nuestra previsión al respeto, Putin tiene aún capacidad para sorprender. Mientras tanto, los gestos magnánimos no eliminan el entramado de leyes represivas que se ha ido construyendo de forma sistemática durante la época de Putin. Sin ir más lejos, el viernes la Duma Estatal (cámara baja del parlamento) aprobó una ley que permite bloquear páginas de Internet sin permiso judicial y otra que castiga penalmente las exhortaciones al separatismo. La formulación ambigua de la legislación aprobada por el Parlamento permite utilizarla a discreción. La ley que prohíbe la propaganda de la homosexualidad entre los menores, por ejemplo, puede interpretarse como una prohibición de informar sobre ese tema.
Si se exceptúa la amnistía y el indulto de Jodorkovski, en 2013 Putin logró sus mejores marcas en política internacional, donde ha hecho que le tomen en serio y, en ese sentido, ha avanzado en la redefinición de las reglas de juego surgidas tras la Guerra Fría, y, esta vez, no con amenazas sino con espíritu de colaboración y deseo de resolver los problemas, como ha demostrado en el caso de Siria. La diplomacia rusa sacó a la Administración de Barack Obama del callejón sin salida donde se había metido y evitó un ataque norteamericano que hubiera ampliado aún más el espacio desestabilizado que es hoy caldo de cultivo de grupos terroristas. El resultado es el control internacional de las armas químicas de Siria. Además, Rusia ha contribuido a concretar las oportunidades ofrecidas por el relevo dirigente en Irán en un diálogo más constructivo sobre el programa nuclear de Teherán. Si este espinoso asunto llegara a resolverse, Moscú tendría argumentos de mucho peso contra el Escudo de Defensa Antimisiles, el proyecto norteamericano que Putin percibe como una amenaza y que sirve para justificar los enormes gastos de Defensa de Moscú.
La nueva colaboración internacional coexiste con la propaganda antinorteamericana y antioccidental en las televisiones del Estado, que sistemáticamente trasmiten mensajes destinados a probar que Occidente es un entorno amoral, hipócrita y degradado que además abriga aviesas y destructivas intenciones en relación a Rusia. En vísperas de la cumbre de la UE de Vilna, este mensaje fue ampliado para acusar a Occidente de pérfidos propósitos en relación a Ucrania. El nombramiento de un halcón antioccidental en el nuevo organismo que sustituirá a la agencia Ría-Nóvosti augura un fortalecimiento de la propaganda. Para Putin, los medios de comunicación del Estado deben regirse por el «patriotismo», tal como él, un veterano de los órganos de seguridad, lo entiende.
El contraste entre actitudes de cooperación o de generosidad y sistemático rechazo de la influencia no solo norteamericana, sino también europea, invita a reflexionar sobre las pautas de comportamiento del líder que puede apretar el botón del único arsenal nuclear capaz de desafiar a EE UU. Putin ha debilitado las instituciones surgidas tras el fin de la URSS y su voluntad impaciente es la que impera incluso cuando las leyes que hace aprobar están mal planteadas (la reforma de la Academia de Ciencias o la ley que obliga a las organizaciones no gubernamentales que reciben ayuda exterior a registrarse como «agentes extranjeros») y resulta evidente que habrá que corregirlas después. La cocina de la política rusa está en el Kremlin, y allí se han decidido este año enmiendas a la Constitución que no se han explicado a la ciudadanía, tales como las razones para someter al Tribunal Supremo el Tribunal de Arbitraje, una cámara independiente económica que funcionaba muy bien.
Como ejemplo de la relación entre la sociedad rusa y su líder puede servir la multitudinaria rueda de prensa anual de Putin, un espectáculo en el que las preguntas se reparten como privilegios entre los periodistas de provincias que, a cambio de pedir ayuda y denunciar abusos locales, reciben favores, promesas y envíos de brigadas policiales para investigar sus quejas. Esa rueda de prensa se plantea desde las coordenadas de la «generosidad» por parte del líder y del «agradecimiento por el favor» por parte de los periodistas, pero no desde el «derecho de la sociedad a la información» y el «rendimiento de cuentas del representante elegido». El resultado es una réplica a escala de la estructura paternalista arcaica y piramidal que se ha ido consolidando en Rusia gracias a la destrucción de los brotes de centros alternativos de iniciativa y poder. Todo esto viene acompañado de una envoltura ideológica. El presidente se ha erigido en líder del conservadurismo mundial y trata de poner a su servicio una amalgama de las tradiciones cristianas y comunistas. Esta semana Putin ha calificado el comunismo como una «lamentable copia de la Biblia» de lenguaje «primitivo».
«Putin se orienta hacia la parte menos evolucionada de la población, que aún está impregnada de la propaganda soviética sobre occidente», dice Víctor Sheinis, uno de los padres de la Constitución rusa, según el cual Putin ha emprendido una revisión del capítulo segundo de la Carta Magna, donde se fijan los derechos humanos y la defensa del ciudadano y ha colocado allí al Estado. Putin no entiende muy bien el mundo moderno y, para crear un cinturón de países con los que Rusia se sienta segura, intentará en la medida de lo posible entorpecer el camino de Ucrania hacia Europa, opina Sheinis, que califica de contradictoria la política exterior de Moscú. «La alianza con los países que tienen los valores tradicionales en sus banderas no dará nada a Rusia, ya que será una alianza contra la modernización y Rusia necesita modernizarse», sentencia.

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