Me preguntaba si valía la pena ponerme a reflexionar sobre estas PASO ahora en el blog. Muchos de los que tienen un compromiso político (¿y quién otro lee un blog como éste?) están todavía asimilando el golpe que recibieron el domingo (pasando por las habituales etapas: negación, ira,…). Otros lectores están algo eufóricos, por ese mismo golpe que sienten le pegaron al Otro (la Otra).
Pero -aunque la atención de los medios, y de una mayoría de los argentinos, estuvo enfocada en la puja en la provincia de Buenos Aires- el hecho que a Cristina Kirchner la haya votado el domingo un porcentaje menor de bonaerenses que el que confiaban sus partidarios, y que el que los encuestas hacían creer, no es el cuestionamiento más profundo que recibió el peronismo.
Es que a 20 meses de ganar la elección presidencial por menos de 2 puntos, 20 meses en los que desmejoró la vida de la mayor parte de la población, en las primarias para las elecciones legislativas, disponibles para el “voto castigo”, el oficialismo puede decir a su público que le ganó a una oposición desperdigada. Algo hizo mal el peronismo, la fuerza política más importante, de esa oposición.
Entonces, hay una obligación de lucidez. Esto va más allá de la suerte del peronismo. Hoy está en cuestión la posibilidad de que en Argentina haya una alternativa al proyecto globalizador (simplifico, pero entiendo que ese es el dato fundamental), una alternativa con vocación y posibilidad de poder.
No soy el único que se larga, por supuesto. Además de los opinadores en los medios, en el plano algo más serio de las revistas y blogs hacen análisis muy lúcidos -como de costumbre- Pablo Touzon & Martín Rodríguez y, por otro lado, Pablo Papini.
Pero… los encuentro demasiado tremendistas, hasta emocionales. Mucha sociología y poca política, en mi opinión. Me parece que -al igual que le pasa a la militancia K y progre más ingenua, aunque se sientan muy lejos de ella- les cuesta aceptar que una fuerza política que se identifica con el éxito individual y considera que las políticas sociales son, en el fondo, caridad- pueda tener muchos votos y hasta ganar elecciones. Eso pasa en todo el mundo, amigos.
Por mi parte, no he tenido mucho tiempo para la reflexión, pero no trato de responder al “¿Que pasó?“solamente desde el diario del día siguiente. Un valioso amigo del blog me señalaba un posteo que subí hace justo 40 días Los votos que le faltan a Unidad Ciudadana. Creo que había ahí un análisis acertado (aunque incompleto). Pero quiero remarcar que el problema no fue sólo del experimento que CFK impulsó en Buenos Aires. Entiendo que abarca a buena proporción de la dirigencia peronista de las regiones más prósperas y pobladas de Argentina. La dirigencia que apoyaba a Cristina y la que la cuestionaba.
Copio la introducción de ese posteo, corrijo algo, y luego trato de mirar hacia adelante:
“La expresión “votos propios” siempre me pareció una tontería, como saben los seguidores de este blog. Una fantasía de algunos políticos y de muchos analistas. Los votos son de los votantes, y cada vez hay que convencerlos que se los presten a algún candidato. De ahí las caras y cansadoras campañas electorales.
Eso sí, es cierto que, estadísticamente, se pueden establecer correlaciones entre conjuntos numerosos de votantes y las fuerzas políticas que se han presentado en sucesivos comicios. Por eso, es razonable suponer que, por ejemplo, el 37,28 % que votó hace dos años en Buenos Aires a Scioli para presidente en la primera vuelta es un buen punto de partida para Unidad Ciudadana en esa provincia. En otros posteos apunté un hecho obvio: el peronismo perdió en muchos lugares el “voto oficialista”, porque perdió el gobierno nacional y unos cuantos provinciales. Pero puede evaluarse que no fue un porcentaje apreciable del voto a Presidente en la urbanizada Buenos Aires.
(Aquí reconozco un error: “el voto oficialista” es un factor importante, también en provincia de Buenos Aires, en el electorado que vota al peronismo. Porque en una sociedad moderna todos dependemos del Estado. Pero los sectores medios pueden tener una relación ambivalente: a veces menosprecian las políticas sociales “que mantienen a esos vagos”, y siempre maldicen los impuestos; pero exigen servicios públicos eficientes. Los altos… en su mayoría se enriquecen con la ubre del Estado, pero su ideología les permite hacer como que no). En cambio, los más pobres saben que si necesitan una sala de primeros auxilios, o cloacas… no se los van a proporcionar el mercado, la revolución socialista o la comunidad organizada. Será el gobierno provincial o municipal). Sigo:
El 37 % es un buen punto de partida, pero -repito- los votos no están atados, y naturalmente Unidad Ciudadana quiere cosechar entre los que no votaron al Frente para la Victoria, el 62 % y algo restante. Por eso intensificó la campaña que lanzó Cristina Kirchner hace más de un año, para sumar a todos los que están descontentos / furiosos con el gobierno de Macri.
En mi evaluación personal, técnicamente veo hasta ahora una campaña inteligente por parte de UC (¿Con errores? Y sí. Todas los tienen. Cada semana vemos uno del macrismo). Pero eso es en el plano de la “táctica”. Si lo encaro desde la “estrategia”, tengo que decir que hay un sector social importante, tal vez decisivo, descuidado (Sí. Me refiero al nombre que tomé hace mucho de Fabián Rodríguez: “el pibe Gol”).
José Natanson le dio un nombre más académico, pero a mi entender inapropiado: “el trabajador meritocrático”. Él lo explicó así: “se trata de uno de los pocos conceptos abstractos a los que cada tanto recurre el macrismo, verificable en las apelaciones al ciudadano-vecino utilizando la segunda persona del singular (“Te hablo a vos, que querés estar mejor”) y en las referencias permanentes a recuperar una “cultura del trabajo” supuestamente extraviada por los desvaríos del populismo. El hecho de que la mayoría de quienes formulan este discurso estén lejos de ser ejemplos de self made men queda para otro análisis: lo central es que resulta políticamente eficaz.
Esto se explica en buena medida porque el argumento encarna en un actor concreto, el verdadero sujeto social de esta nueva batalla cultural: el trabajador meritocrático. Habitante de la periferia de las ciudades globalizadas, asalariado en el sector industrial o cuentapropista con algún capital propio (un taxi, un kiosco), el trabajador meritocrático mantiene una relación ambigua y problemática con el Estado.
Lejos del vínculo vital de los sectores excluidos, que dependen de la Asignación Universal o la jubilación mínima para su supervivencia cotidiana, pero lejos también de la prescindencia de los grupos más acomodados, combina dependencia estatal con un rechazo casi pulsional por la política: obra social con escuela pública, colectivo diario al trabajo con universidad del conurbano, escuela parroquial con dos semanas en Mar del Plata.
En este contexto, las mejoras de bienestar experimentadas durante el kirchnerismo suelen ser atribuidas menos al contexto político que al esfuerzo individual del “nadie me regaló nada”, y por eso la vía de ascenso social hacia la clase media pura, que es el gran ideal aspiracional, es vista menos como una construcción colectiva que como una escalera hacia lo privado: del hospital a la obra social y de ahí a la prepaga.
Durante su largo ciclo en el poder, el kirchnerismo nunca encontró la forma de hablarle a este sector social, al que paradójicamente había hecho mucho por ensanchar, y (que) al final optó por abandonar“.
No es que CFK y sus colaboradores en esta campaña no percibían, no perciben a este sujeto social. Pero, estimo, se confiaron en que las políticas de ajuste del macrismo, la baja del consumo, de la actividad, se encargarían de convencerlos.
La “novedosa” campaña de Cristina -que, como apunta Courel, era similar a sus exitosas de 2007 y 2011- hizo una buena tarea mostrando los perjuicios que la política de Macri provoca a los humildes y también a los sectores medios. Pero no pudo sumarlos. Tampoco tuvieron mucho éxito en este turno Massa, Randazzo, Schiaretti, las (muy) distintas caras del peronismo.
Tienen razón los muchos que señalan que en la decisiva provincia de Buenos Aires se habría logrado un triunfo aplastante si las distintas fuerzas con origen en el peronismo hubieran concurrido unidas. Evidente. En su momento, dije en el blog que negarle las PASO a Randazzo iba a tener costos. Pero… sumar dirigentes no es sumar votos. Por la falacia de los “votos propios” que señalo arriba.
En el peronismo -como en todas las fuerzas políticas que no son sectas ideológicas- suma el que ofrece una chance de ganar. Para conseguir eso, el peronismo, y en particular Unidad Ciudadana, que es el más grande conjunto de votos que se identifica con una propuesta de ese origen, tiene dos meses y días, hasta el 22 de octubre, para aumentar su cosecha de votos.
Para lograr eso, debe mejorar su campaña, por supuesto. Hasta en manejos muy obvios. Fue lamentable ver cómo el canal de TV “del palo”, C5N, tenía que manejarse con las cifras que daba el centro de escrutinios oficial. UC no tenía datos, ni siquiera “relato” que ofrecer. Pero el problema no es de publicistas ni de organización, necesarios como son, sino algo más básico.
Creo que fue Julio Burdman el primero que señaló que había una “ausencia de futuro”, de una promesa a las aspiraciones individuales en el discurso kirchnerista. Esa ausencia le está costando al conjunto del peronismo.
Pero -aunque la atención de los medios, y de una mayoría de los argentinos, estuvo enfocada en la puja en la provincia de Buenos Aires- el hecho que a Cristina Kirchner la haya votado el domingo un porcentaje menor de bonaerenses que el que confiaban sus partidarios, y que el que los encuestas hacían creer, no es el cuestionamiento más profundo que recibió el peronismo.
Es que a 20 meses de ganar la elección presidencial por menos de 2 puntos, 20 meses en los que desmejoró la vida de la mayor parte de la población, en las primarias para las elecciones legislativas, disponibles para el “voto castigo”, el oficialismo puede decir a su público que le ganó a una oposición desperdigada. Algo hizo mal el peronismo, la fuerza política más importante, de esa oposición.
Entonces, hay una obligación de lucidez. Esto va más allá de la suerte del peronismo. Hoy está en cuestión la posibilidad de que en Argentina haya una alternativa al proyecto globalizador (simplifico, pero entiendo que ese es el dato fundamental), una alternativa con vocación y posibilidad de poder.
No soy el único que se larga, por supuesto. Además de los opinadores en los medios, en el plano algo más serio de las revistas y blogs hacen análisis muy lúcidos -como de costumbre- Pablo Touzon & Martín Rodríguez y, por otro lado, Pablo Papini.
Pero… los encuentro demasiado tremendistas, hasta emocionales. Mucha sociología y poca política, en mi opinión. Me parece que -al igual que le pasa a la militancia K y progre más ingenua, aunque se sientan muy lejos de ella- les cuesta aceptar que una fuerza política que se identifica con el éxito individual y considera que las políticas sociales son, en el fondo, caridad- pueda tener muchos votos y hasta ganar elecciones. Eso pasa en todo el mundo, amigos.
Por mi parte, no he tenido mucho tiempo para la reflexión, pero no trato de responder al “¿Que pasó?“solamente desde el diario del día siguiente. Un valioso amigo del blog me señalaba un posteo que subí hace justo 40 días Los votos que le faltan a Unidad Ciudadana. Creo que había ahí un análisis acertado (aunque incompleto). Pero quiero remarcar que el problema no fue sólo del experimento que CFK impulsó en Buenos Aires. Entiendo que abarca a buena proporción de la dirigencia peronista de las regiones más prósperas y pobladas de Argentina. La dirigencia que apoyaba a Cristina y la que la cuestionaba.
Copio la introducción de ese posteo, corrijo algo, y luego trato de mirar hacia adelante:
“La expresión “votos propios” siempre me pareció una tontería, como saben los seguidores de este blog. Una fantasía de algunos políticos y de muchos analistas. Los votos son de los votantes, y cada vez hay que convencerlos que se los presten a algún candidato. De ahí las caras y cansadoras campañas electorales.
Eso sí, es cierto que, estadísticamente, se pueden establecer correlaciones entre conjuntos numerosos de votantes y las fuerzas políticas que se han presentado en sucesivos comicios. Por eso, es razonable suponer que, por ejemplo, el 37,28 % que votó hace dos años en Buenos Aires a Scioli para presidente en la primera vuelta es un buen punto de partida para Unidad Ciudadana en esa provincia. En otros posteos apunté un hecho obvio: el peronismo perdió en muchos lugares el “voto oficialista”, porque perdió el gobierno nacional y unos cuantos provinciales. Pero puede evaluarse que no fue un porcentaje apreciable del voto a Presidente en la urbanizada Buenos Aires.
(Aquí reconozco un error: “el voto oficialista” es un factor importante, también en provincia de Buenos Aires, en el electorado que vota al peronismo. Porque en una sociedad moderna todos dependemos del Estado. Pero los sectores medios pueden tener una relación ambivalente: a veces menosprecian las políticas sociales “que mantienen a esos vagos”, y siempre maldicen los impuestos; pero exigen servicios públicos eficientes. Los altos… en su mayoría se enriquecen con la ubre del Estado, pero su ideología les permite hacer como que no). En cambio, los más pobres saben que si necesitan una sala de primeros auxilios, o cloacas… no se los van a proporcionar el mercado, la revolución socialista o la comunidad organizada. Será el gobierno provincial o municipal). Sigo:
El 37 % es un buen punto de partida, pero -repito- los votos no están atados, y naturalmente Unidad Ciudadana quiere cosechar entre los que no votaron al Frente para la Victoria, el 62 % y algo restante. Por eso intensificó la campaña que lanzó Cristina Kirchner hace más de un año, para sumar a todos los que están descontentos / furiosos con el gobierno de Macri.
En mi evaluación personal, técnicamente veo hasta ahora una campaña inteligente por parte de UC (¿Con errores? Y sí. Todas los tienen. Cada semana vemos uno del macrismo). Pero eso es en el plano de la “táctica”. Si lo encaro desde la “estrategia”, tengo que decir que hay un sector social importante, tal vez decisivo, descuidado (Sí. Me refiero al nombre que tomé hace mucho de Fabián Rodríguez: “el pibe Gol”).
José Natanson le dio un nombre más académico, pero a mi entender inapropiado: “el trabajador meritocrático”. Él lo explicó así: “se trata de uno de los pocos conceptos abstractos a los que cada tanto recurre el macrismo, verificable en las apelaciones al ciudadano-vecino utilizando la segunda persona del singular (“Te hablo a vos, que querés estar mejor”) y en las referencias permanentes a recuperar una “cultura del trabajo” supuestamente extraviada por los desvaríos del populismo. El hecho de que la mayoría de quienes formulan este discurso estén lejos de ser ejemplos de self made men queda para otro análisis: lo central es que resulta políticamente eficaz.
Esto se explica en buena medida porque el argumento encarna en un actor concreto, el verdadero sujeto social de esta nueva batalla cultural: el trabajador meritocrático. Habitante de la periferia de las ciudades globalizadas, asalariado en el sector industrial o cuentapropista con algún capital propio (un taxi, un kiosco), el trabajador meritocrático mantiene una relación ambigua y problemática con el Estado.
Lejos del vínculo vital de los sectores excluidos, que dependen de la Asignación Universal o la jubilación mínima para su supervivencia cotidiana, pero lejos también de la prescindencia de los grupos más acomodados, combina dependencia estatal con un rechazo casi pulsional por la política: obra social con escuela pública, colectivo diario al trabajo con universidad del conurbano, escuela parroquial con dos semanas en Mar del Plata.
En este contexto, las mejoras de bienestar experimentadas durante el kirchnerismo suelen ser atribuidas menos al contexto político que al esfuerzo individual del “nadie me regaló nada”, y por eso la vía de ascenso social hacia la clase media pura, que es el gran ideal aspiracional, es vista menos como una construcción colectiva que como una escalera hacia lo privado: del hospital a la obra social y de ahí a la prepaga.
Durante su largo ciclo en el poder, el kirchnerismo nunca encontró la forma de hablarle a este sector social, al que paradójicamente había hecho mucho por ensanchar, y (que) al final optó por abandonar“.
No es que CFK y sus colaboradores en esta campaña no percibían, no perciben a este sujeto social. Pero, estimo, se confiaron en que las políticas de ajuste del macrismo, la baja del consumo, de la actividad, se encargarían de convencerlos.
La “novedosa” campaña de Cristina -que, como apunta Courel, era similar a sus exitosas de 2007 y 2011- hizo una buena tarea mostrando los perjuicios que la política de Macri provoca a los humildes y también a los sectores medios. Pero no pudo sumarlos. Tampoco tuvieron mucho éxito en este turno Massa, Randazzo, Schiaretti, las (muy) distintas caras del peronismo.
Tienen razón los muchos que señalan que en la decisiva provincia de Buenos Aires se habría logrado un triunfo aplastante si las distintas fuerzas con origen en el peronismo hubieran concurrido unidas. Evidente. En su momento, dije en el blog que negarle las PASO a Randazzo iba a tener costos. Pero… sumar dirigentes no es sumar votos. Por la falacia de los “votos propios” que señalo arriba.
En el peronismo -como en todas las fuerzas políticas que no son sectas ideológicas- suma el que ofrece una chance de ganar. Para conseguir eso, el peronismo, y en particular Unidad Ciudadana, que es el más grande conjunto de votos que se identifica con una propuesta de ese origen, tiene dos meses y días, hasta el 22 de octubre, para aumentar su cosecha de votos.
Para lograr eso, debe mejorar su campaña, por supuesto. Hasta en manejos muy obvios. Fue lamentable ver cómo el canal de TV “del palo”, C5N, tenía que manejarse con las cifras que daba el centro de escrutinios oficial. UC no tenía datos, ni siquiera “relato” que ofrecer. Pero el problema no es de publicistas ni de organización, necesarios como son, sino algo más básico.
Creo que fue Julio Burdman el primero que señaló que había una “ausencia de futuro”, de una promesa a las aspiraciones individuales en el discurso kirchnerista. Esa ausencia le está costando al conjunto del peronismo.