Año 5. Edición número 237. Domingo 2 de diciembre 2012
Por Eduardo Anguita
Favores. A la izquierda, un expediente firmado por Daniel Marx sobre el negocio del cable. A la derecha, Rupert Murdoch, emblema de la globalización mediática.
La discusión sobre quiénes están detrás de las corporaciones mediáticas es global. La lógica financiera impacta de lleno en la propiedad y el discurso de los medios. Tal fue en estos años el avance del poderío de los grandes medios que algunos afirman que constituyen el segundo poder y no el cuarto como tradicionalmente se lo llamaba. Eso sí, los que sostienen esa mirada, como Ignacio Ramonet, afirman que el primer poder es el financiero. El jueves pasado, en plena tarea al frente de la redacción del periódico parisino Le Monde, se descompuso su director, Erik Izraelewicz, quien al rato murió en una clínica. La lamentable muerte del periodista de 58 años tuvo una despedida que, al menos, resulta curiosa. Fue Louis Dreyfus, el presidente del directorio, quien firmó el comunicado de condolencias publicado de inmediato en el portal virtual del diario y no la asamblea de periodistas. ¿Por qué esta observación ingrata en medio de una muerte? Por varios motivos en los que vale la pena reparar en un momento en el cual se debate con agitación sobre un artículo de la ley de medios y se corre el riesgo de quedar sesgados ante un tema demasiado complejo. Le Monde mantuvo hasta hace unos años una serie de normas que realmente servía para marcar a fuego la diferencia entre la redacción periodística y el manejo económico financiero de la empresa.
En primer lugar, porque el colectivo de periodistas contaba con la mayoría de las acciones, con la particularidad de que, por estatuto, esa participación les permitía oponerse y bloquear medidas empresarias si resultaba, a criterio de ese colectivo, contrarias a la autonomía editorial del diario.
En un diario surgido al calor de la liberación de París del invasor nazi en 1944, esto constituía una marca de orgullo. Le Monde era fundado por seguidores de Charles De Gaulle, católicos y laicos, y se constituía en un punto de referencia para el pensamiento de centro-izquierda y socialista. En 1951, por una diferencia con el director, Hubert Beuve-Méry, dos periodistas que integraban el Consejo de Redacción impulsaron la creación de la Sociedad de Redactores de Le Monde. Ese colectivo fue un ejemplo seguido por muchos otros medios franceses, incluso de orientación conservadora como Le Figaro. Si hubo una figura destacada en estos cambios fue Jean Schwoebel, quien luego fue presidente de la Federación Francesa de Periodistas y publicó, en el mítico 1968, La prensa, el poder y el dinero, un libro imprescindible para el debate de la libertad de información.
Los problemas financieros de Le Monde (a partir de 2008) llegaron mucho después de que el gobierno de François Mitterrand privatizara muchas empresas, entre ellas TF1 –la cadena televisiva más vista de Francia– que quedó en manos del poderoso grupo Bouygues, que además de ser proveedores del Estado en obras viales y civiles pasó a telefonía y a medios de comunicación. Le Monde incorporó capital privado hacia principios de 2011 y eso significó que el nuevo director –el recientemente fallecido Izraelewicz– fuera elegido por su trayectoria en el periodismo financiero, y que el nuevo CEO y presidente del directorio fuera Dreyfus, un hombre que había hecho carrera en el mundo de los negocios editoriales y tenga, además, lazos de sangre con el poderoso grupo Louis Dreyfus, comercializador de granos con sede en Holanda y negocios en todo el mundo, entre ellos la Argentina.
Para curiosidades de mutación, el caso del diario Liberation de París es no menos impactante. Fue fundado por Jean Paul Sartre en el crítico año 1973, retomando el nombre de un periódico clandestino de los tiempos de los maquis, con una mirada editorial a la izquierda de Le Monde. En 2006, por los problemas financieros, la inyección de capital llegó de la mano de Edouard de Rothschild, de la poderosa familia cuyos orígenes se remontan a 1760, cuando Mayer Amschel Rothschild abrió una tienda de monedas en el gueto judío de Frankfurt, Alemania. Tras colocar a sus cinco hijos varones al frente de casas bancarias en las principales ciudades financieras de Europa, los Rothschild salieron de Waterloo más victoriosos que el propio duque de Wellington, quien derrotó en ese campo de batalla cercano a Bruselas al mismísimo Napoleón Bonaparte. Los agentes de la Bolsa de Valores de Londres esperaban tener primicias del resultado de las armas para poder especular con los títulos y acciones bursátiles. Nathan Rothschild había tenido la precaución de enviar veloces jinetes con poderosos catalejos que seguían de cerca las columnas militares y pudieron certificar el éxito de prusianos e ingleses. Con ese dato fresco, Rothschild vendió títulos ingleses por debajo del valor, y sus competidores descontaron que el poderoso banquero tenía la primicia del éxito francés. Una vez que los otros agentes bursátiles lo imitaron, mandó a sus empleados, cual carga de caballería, a comprar todo a precio vil. Dicen que, en aquellos días posteriores al 15 de junio de 1815, la sede londinense de la banca Rothschild multiplicó por 20 sus ganancias.
Si, en vez de buscar apellidos ilustres de grupos transnacionales del comercio o las finanzas, se busca por el lado de los fondos especulativos, basta con cruzar los Pirineos y llegar hasta Madrid para verificar que El País, el emblemático diario que se repartió gratis en las febriles jornadas del Tejerazo (intento de golpe de Estado de febrero de 1981), de orientación socialista, ya tiene una fuerte injerencia de capitales especulativos. En efecto, el grupo editorial Prisa, fundado por Jesús de Polanco, siempre se había mantenido como un conglomerado de medios y publicación de libros, pero sin mezclarse con otras actividades. Era una manera de mostrar cierta distancia de otra clase de negocios. Sin embargo, a principios de 2010, tres años después de la muerte de Polanco, Prisa se asoció con Liberty Acquisition Holding Corporation, un fondo de inversión que salió a la Bolsa de Nueva York en 2007 y maneja los llamados hedge funds, que algunos llaman fondos buitres. La inyección de dinero de Liberty en Prisa fue de la friolera de 861 millones de dólares. Basta ver las más que tibias posiciones editoriales de El País sobre el ajuste del gobierno de Mariano Rajoy para confirmar que la vieja orientación socialista no es ni siquiera cosmética en la actualidad.
Las malas noticias sobre los dueños de los medios podrían llevar páginas y páginas. Pero para alinear con las fechas mencionadas más arriba, basta ver que la emblemática compañía Dow & Jones, que tiene a su cargo nada menos que el índice de las acciones de la Bolsa de Nueva York (entre otros miles de índices) fue comprada por News Corporation, la empresa de medios del magnate Rupert Murdoch. Y que el multimillonario Michael Bloomberg, dueño de la agencia de noticias financieras, es alcalde de Nueva York desde hace una década. Es decir, la ironía de Ignacio Ramonet sobre primero y segundo poder tiene indicios suficientes de poner a prueba cualquier teoría política sobre el poder político elaborada en el siglo XX.Argentina, tú también. Los noventa permitieron experiencias de laboratorio para los grandes medios en Argentina. Clarín perdió parte del tren cuando Carlos Menem le fue cerrando el camino a la telefonía, que era el camino ansiado por el grupo. En 1995, a los 60 años de la salida del primer ejemplar del diario fundado por Roberto Noble, su viuda, en la fiesta empresaria, daba por iniciadas las operaciones contra el riojano, que tan bien se había portado en 1989, cuando le daba por pocos pesos nada menos que Canal 13 y hacía que el Congreso modificara un inciso de un artículo del decreto ley de la dictadura (la Ley de Radiodifusión 22.285/80) que impedía a los dueños de medios gráficos ser titulares de licencias de medios audiovisuales. Clarín, con el fútbol como atractivo, fue regando de canales de cable todo el país, comprando pymes del sector o quitándoles suscriptores a los que no querían vender. El fútbol era la clave: los cables que no estaban alineados con el grupo no conseguían las transmisiones debido al negocio de exclusividad cerrado por Torneos y Competencias con la Asociación del Fútbol Argentino. El cableado para televisión era la base para saltar a la telefonía. Pero Ernestina Herrera de Noble se quedó con las ganas. Menem alentó sí a los grupos empresariales más nobles (a él). Así, entraron en escena una serie de jugadores que nada tenía que ver con la historia de la televisión. Por ejemplo, en 1998, aparecieron una serie de texanos con sombreros texanos y un dinero inmenso de origen imposible de rastrear. Hicks, Muse, Tate & Furst se presentaba como “un fondo de inversión” norteamericano interesado, quién sabe por qué, en las pantallas de los argentinos. De la noche a la mañana, invirtieron 700 millones de dólares en comprar el 30% del CEI, un conglomerado donde convivían Telefónica, el Citibank y Raúl Moneta. Es decir, un fondo financiero para sumarse a un grupo que tenía una mesa de tres patas, dos de las cuales eran de las finanzas. El Citi, más que conocido, y Moneta, un escribano emprendedor que había empezado con una mesa de dinero en la época de Martínez de Hoz. A tal punto crecía el CEI en la cantidad de medios que tenía –o en la plata que necesitaba justificar– que en 1999 aparecía, en el ranking de empresas, con una facturación por encima nada menos que de Techint y muy cerca de YPF.
Hicks, Muse, Tate & Furst siguió metiendo plata y se asoció con otro “fondo de inversión” llamado Liberty Media. A veces, vale la pena desempolvar documentos públicos de ese entonces. Con fecha 10 de abril de 2001 y con la firma del entonces secretario de Finanzas Daniel Marx (el mismo que deplora la política de desendeudamiento argentino), les otorgaba la titularidad de Cablevisión –por partes iguales– a Hicks y a otro grupo que figuraba como adquirente de las acciones de Liberty Media. El grupo en cuestión, Unitedglobalcom, tenía como uno de sus socios –y cara visible– a Torneos y Competencias.
Con los años, Cablevisión entró en la órbita del Grupo Clarín. Entre las tantas cosas extrañas, aparece un socio mexicano, llamado David Martínez y que preside otro “fondo de inversión” (Fintech Advisory) con nada menos que el 40% de las acciones de Cablevisión. Martínez tuvo cierta prensa estos días por su disposición a adecuarse a las inversiones tal como lo requiere la ley de medios. “La ley es la ley” es la frase que salió publicada en los medios. Fintech tiene oficinas en Londres y Nueva York. El diario (de Rupert Murdoch) The New York Post se ocupó de informar que Martínez compró una casa en Nueva York que le costó 42,5 millones de dólares y que le agregó otros 13 millones para remodelarla.
Quien escribe estas líneas publicó, hace 10 años, Grandes hermanos, un libro que contaba las costillas de los dueños de la información en esa Argentina intoxicada del poder financiero y de destrucción de la industria y de los valores populares en la cultura nacional. No cambiaron tanto los empresarios que están involucrados en los medios de comunicación como negocio. Siguen presentes empresarios surgidos del mundo financiero o del mundo de la política que por arte de magia llegaron al mundo de las finanzas y los medios. Y no sólo en el Grupo Clarín. Y no sólo entre los que están “pasados de licencias”. Ejercer el periodismo no es un acto de valentía cuando hay condiciones para poder hacer valer la multiplicidad de intereses que juegan en una sociedad. Sería fácil resolver esta historia de la concentración de poder con el imprescindible paso de desmontar las licencias excedidas por Clarín y otros grupos empresariales. Al hablar de “otras voces”, la Coalición por una Radiodifusión Democrática, hace ya ocho años, no hablaba de cómo quitarle a Héctor Magnetto para darles a otros grupos empresariales, sino en crear las normas necesarias para mejorar la calidad de la comunicación popular. Esa es, si cabe la expresión, la famosa batalla de la comunicación. La otra es una pelea entre grupos empresariales. Interesante para diseccionar intereses pero poco estimulante para cambiar las cosas y redistribuir la riqueza y la palabra.