A Cristina Fernández la empieza a perturbar mucho más el futuro que la pálida campaña.
¿Cómo seguir otros cuatro años? ¿Cómo sostener la expectativa social que escaló alrededor de ella después de la muerte de Néstor Kirchner? ¿Cómo ordenar, sin que se note, una economía que reclama algún orden perentorio? ¿Cómo administrar los desacoples políticos evidentes en el conglomerado oficial? ¿Cómo reformular la relación con un sindicalismo que ganó muchísimo poder en estos años y con un peronismo que se siente relegado? ¿Cómo evitar que su poder se evapore rápido en un próximo mandato con fecha de vencimiento? Esas preguntas que ilustrarían la pesada carga que le aguarda en caso de vencer, podrían estar explicando, en parte, la razón de la demora para proclamar su candidatura. Estaría preparando el terreno aunque ya sin el martirio de la duda. La Presidenta desearía, antes de formalizarla, dos cosas: aplacar los desafíos que le propone el sindicalismo de Hugo Moyano; conocer el perfil más afiatado que puede terminar teniendo el mapa electoral de la oposición .
Cristina no desconoce que la mano viene complicada, pero tampoco quiere abandonar el optimismo de un discurso que, hasta el presente, le ha resultado provechoso. Aquella conciencia salió a la luz, con timidez, en dos gestos recientes: cuando pidió apaciguar las huelgas, sobre todo las de tinte salvaje; cuando le reclamó la semana pasada a Moyano y a la CGT moderación en sus reclamos.
Ninguna de las solicitudes tuvo la reciprocidad esperada . Los bancarios estuvieron a un tris de un paro, los ferroviarios tercerizados protestaron bloqueando boleterías en las terminales, los petroleros no terminan de cerrar un pleito en Santa Cruz, los docentes de esa provincia están en conflicto, los trabajadores del subte exigieron una recompensa para no detener el servicio. Los camioneros demandan un plus luego de haber cerrado hace un mes su paritaria con un 24% de aumento. El reclamo incluyó el bloqueo de plantas y destilerías. Los mercantiles y la UOM, entre varios gremios, exigen una recomposición salarial con un piso del 30%.
Cristina cree, mucho más de lo que creía Kirchner, en algunas fórmulas convencionales para frenar los amagues de desborde. La semana pasada reeditó una suerte de diálogo social cuando recibió, por separado, a la CGT de Moyano, al sector de la CTA de su socio Hugo Yasky, y a la UIA de Ignacio De Mendiguren. La Presidenta les dijo algunas cosas que sus invitados querían escuchar. La necesidad de fomentar inversiones. La promesa a la UIA acerca de que el proyecto de ley de reparto de ganancias, que fogonea el líder camionero, quedaría este año paralizado. ¿La inflación?. Yasky dijo que Cristina se había interesado pero luego se desdijo.
Alguien del poder le habría lavado la cabeza.
La tibieza de ese diálogo podría explicarse también por una gestión de gobierno que se improvisa demasiado. Aquellos encuentros carecieron de una ingeniería previa y, en algún caso, se convirtieron en el espejo de las luchas e intrigas en el propio kirchnerismo. Carlos Zanini, el secretario Legal y Técnico, es la cara visible de un sector del poder que hace rato le bajó el pulgar a Moyano. A Julio De Vido le suena suicida esa actitud, sobre todo en medio de la campaña. Pocos comprenden cómo Amado Boudou sigue apuntalando su ilusión de candidato en Capital con la figura de Moyano. El ministro de Economía es la persona dilecta de Cristina; el secretario de la CGT una de las más detestadas por ella. ¿Cómo entender tamaña contradicción? Tampoco es la única que aflora en el Gobierno. El INDEC sigue aferrado a índices de inflación irrisorios y Guillermo Moreno, su responsable político, impone multas a las consultoras que divulgan números distintos. Pero el propio Gobierno convalida aumentos de salarios a los gremios acordes con lo que dicen esas consultoras y no el INDEC.
A Moyano no le importan esas contradicciones. Le preocupan más los destellos de una interna kirchnerista que lo tiene a él mismo como uno de los blancos . De Mendiguren tradujo, luego de ver a Cristina, un pensamiento que anida en la Casa Rosada: el del poder acumulado por el líder camionero.
“Me gustaría que tuviera un poco menos” , sinceró el titular de la UIA. Sin embargo, Moyano va por más.
El secretario de la CGT sabe que su proyecto de acompañar en la fórmula a Cristina naufragó antes de ser botado. Todas las semanas reclama lugares en las listas para octubre.
Incluso estaría pensando en una diputación segura por Buenos Aires . Daniel Scioli la resiste tanto como la imposición que pergeñan los K sobre el candidato a vicegobernador. Sus declaraciones acerca de que se reserva el derecho a designarlo encresparon a la tropa de Cristina.
El dirigente camionero supone que no podrá estar durante el próximo gobierno – sea K o no– en la cima de la CGT. También porque muchos sindicatos representados en el secretariado general no parecen dispuestos a respaldarlo. Le teme sobre todo al rumbo que tomen las investigaciones judiciales en causas que lo involucran. La principal: la de la mafia de los remedios que sustancia Norberto Oyarbide. El juez posee también el exhorto suizo por una causa sobre lavado de dinero en aquella nación europea. Quizás tanta insistencia de Moyano por guarecerse no responda tanto a su ambición política como a la voluntad de preservar a futuro su libertad y la de toda su familia.
Nada haría prever, pese a todo, que esa tensión inocultable en el oficialismo sufra alguna detonación fatal antes de octubre.
La Presidenta necesita que una cierta calma social entorne al paisaje electoral . Esa calma está amenazada pero no lo suficiente como para ahuyentar a sectores sociales que, frente a la carencia de otras alternativas, podrían renovarle el crédito. Hay dos patas del relato oficial que no deberían ponerse ahora mismo en duda: el de la marcha de la economía, basada en el acicate al consumo, y el de la garantía peronista para disciplinar al gremialismo. Ambas cuestiones, está visto, son en este tiempo relativas: pero conjugadas determinarían una sensación de gobernabilidad que la Argentina suele extraviar con frecuencia.
Contra esas presunciones debe lidiar la oposición. También, contra los límites políticos y personales que atraviesan ese espacio. Cristina observa las novedades de sus adversarios con una mezcla de alegría y precaución. Alegría, cuando los desecuentros ralean la grilla de candidatos. Precaución, porque al examen de su reelección le convendrían varias y no pocas ofertas electorales opositoras. La concentración podría encerrar un riesgo potencial: que casi todo el voto en su contra se concentre en un rival, aborte su victoria en primera vuelta y siembre interrogantes sobre el balotaje.
Tampoco se trata de una fórmula matemática. Elisa Carrió sostiene lo contrario: que varias candidaturas presidenciales podrían sacarle votos a la Presidenta por distintos flancos . Nadie sabe si la líder de la Coalición Cívica está, de verdad, convencida del diagnóstico o si se trata de una excusa para justificar su distanciamiento con Ricardo Alfonsín. En cualquier caso, está claro que la oposición siempre enfrenta dilemas para competir en los mejores momentos de los Kirchner. La excepción fue la legislativa de 2009, cuando la desmesura del ex presidente ayudó a aglutinar el voto opositor.
Alfonsín parece entender que puede convertirse en el contendiente de Cristina . Eso explica su conversación, aún sin broche, con Francisco De Narváez para consagrarlo candidato del Acuerdo Cívico en Buenos Aires. Pero la coalición se le desgajaría en otra rama: Margarita Stolbizer se aparta y el socialismo de Hermes Binner brama. Todo podría dirimirse, al final, con la simple ecuación de suma y resta. ¿Qué aportaría más votos a la chance de Alfonsín: la candidatura en Buenos Aires del diputado del Peronismo Federal o el respeto del acuerdo con el partido que gobierna Santa Fe? De Narváez desearía hablar con Binner pero esa puerta todavía no se abrió. El gobernador no podría hacerlo antes de que se defina la incierta interna partidaria entre su delfín, Antonio Bonfatti, y el senador Rubén Giustiniani.
De Narváez pudo escuchar, en cambio, cómo Mauricio Macri le anticipó su decisión de abandonar la carrera presidencial por la reelección en Capital. Ese diálogo fue cordial aunque menos cálido que en otras épocas. El jefe porteño desearía la anuencia radical para su candidatura. Y pretendería que De Narváez asumiera la negociación global con Alfonsín también en nombre del PRO.
El peronista federal le quitó el cuerpo al compromiso.
Tampoco le sonó atinada una idea susurrada por Macri: la posibilidad que su partido construya una fórmula presidencial con un peronista.
¿Felipe Solá con Gabriela Michetti? Habría sido apenas un trazo del fragor electoral.
En el kirchnerismo hay poco de ese fragor.
Sólo la vigilia sobre el anuncio de Cristina.
La Presidenta habló delante de la CGT, la UIA y la CTA con la actitud de quien está decidido a seguir . Pero existen otras pistas certeras: ella misma interviene en el armado de listas provinciales –Mendoza es un ejemplo– donde ordena intercalar a postulantes de La Cámpora . Hay una senda tomada, al parecer, sin retorno .
Copyright Clarín 2011
¿Cómo seguir otros cuatro años? ¿Cómo sostener la expectativa social que escaló alrededor de ella después de la muerte de Néstor Kirchner? ¿Cómo ordenar, sin que se note, una economía que reclama algún orden perentorio? ¿Cómo administrar los desacoples políticos evidentes en el conglomerado oficial? ¿Cómo reformular la relación con un sindicalismo que ganó muchísimo poder en estos años y con un peronismo que se siente relegado? ¿Cómo evitar que su poder se evapore rápido en un próximo mandato con fecha de vencimiento? Esas preguntas que ilustrarían la pesada carga que le aguarda en caso de vencer, podrían estar explicando, en parte, la razón de la demora para proclamar su candidatura. Estaría preparando el terreno aunque ya sin el martirio de la duda. La Presidenta desearía, antes de formalizarla, dos cosas: aplacar los desafíos que le propone el sindicalismo de Hugo Moyano; conocer el perfil más afiatado que puede terminar teniendo el mapa electoral de la oposición .
Cristina no desconoce que la mano viene complicada, pero tampoco quiere abandonar el optimismo de un discurso que, hasta el presente, le ha resultado provechoso. Aquella conciencia salió a la luz, con timidez, en dos gestos recientes: cuando pidió apaciguar las huelgas, sobre todo las de tinte salvaje; cuando le reclamó la semana pasada a Moyano y a la CGT moderación en sus reclamos.
Ninguna de las solicitudes tuvo la reciprocidad esperada . Los bancarios estuvieron a un tris de un paro, los ferroviarios tercerizados protestaron bloqueando boleterías en las terminales, los petroleros no terminan de cerrar un pleito en Santa Cruz, los docentes de esa provincia están en conflicto, los trabajadores del subte exigieron una recompensa para no detener el servicio. Los camioneros demandan un plus luego de haber cerrado hace un mes su paritaria con un 24% de aumento. El reclamo incluyó el bloqueo de plantas y destilerías. Los mercantiles y la UOM, entre varios gremios, exigen una recomposición salarial con un piso del 30%.
Cristina cree, mucho más de lo que creía Kirchner, en algunas fórmulas convencionales para frenar los amagues de desborde. La semana pasada reeditó una suerte de diálogo social cuando recibió, por separado, a la CGT de Moyano, al sector de la CTA de su socio Hugo Yasky, y a la UIA de Ignacio De Mendiguren. La Presidenta les dijo algunas cosas que sus invitados querían escuchar. La necesidad de fomentar inversiones. La promesa a la UIA acerca de que el proyecto de ley de reparto de ganancias, que fogonea el líder camionero, quedaría este año paralizado. ¿La inflación?. Yasky dijo que Cristina se había interesado pero luego se desdijo.
Alguien del poder le habría lavado la cabeza.
La tibieza de ese diálogo podría explicarse también por una gestión de gobierno que se improvisa demasiado. Aquellos encuentros carecieron de una ingeniería previa y, en algún caso, se convirtieron en el espejo de las luchas e intrigas en el propio kirchnerismo. Carlos Zanini, el secretario Legal y Técnico, es la cara visible de un sector del poder que hace rato le bajó el pulgar a Moyano. A Julio De Vido le suena suicida esa actitud, sobre todo en medio de la campaña. Pocos comprenden cómo Amado Boudou sigue apuntalando su ilusión de candidato en Capital con la figura de Moyano. El ministro de Economía es la persona dilecta de Cristina; el secretario de la CGT una de las más detestadas por ella. ¿Cómo entender tamaña contradicción? Tampoco es la única que aflora en el Gobierno. El INDEC sigue aferrado a índices de inflación irrisorios y Guillermo Moreno, su responsable político, impone multas a las consultoras que divulgan números distintos. Pero el propio Gobierno convalida aumentos de salarios a los gremios acordes con lo que dicen esas consultoras y no el INDEC.
A Moyano no le importan esas contradicciones. Le preocupan más los destellos de una interna kirchnerista que lo tiene a él mismo como uno de los blancos . De Mendiguren tradujo, luego de ver a Cristina, un pensamiento que anida en la Casa Rosada: el del poder acumulado por el líder camionero.
“Me gustaría que tuviera un poco menos” , sinceró el titular de la UIA. Sin embargo, Moyano va por más.
El secretario de la CGT sabe que su proyecto de acompañar en la fórmula a Cristina naufragó antes de ser botado. Todas las semanas reclama lugares en las listas para octubre.
Incluso estaría pensando en una diputación segura por Buenos Aires . Daniel Scioli la resiste tanto como la imposición que pergeñan los K sobre el candidato a vicegobernador. Sus declaraciones acerca de que se reserva el derecho a designarlo encresparon a la tropa de Cristina.
El dirigente camionero supone que no podrá estar durante el próximo gobierno – sea K o no– en la cima de la CGT. También porque muchos sindicatos representados en el secretariado general no parecen dispuestos a respaldarlo. Le teme sobre todo al rumbo que tomen las investigaciones judiciales en causas que lo involucran. La principal: la de la mafia de los remedios que sustancia Norberto Oyarbide. El juez posee también el exhorto suizo por una causa sobre lavado de dinero en aquella nación europea. Quizás tanta insistencia de Moyano por guarecerse no responda tanto a su ambición política como a la voluntad de preservar a futuro su libertad y la de toda su familia.
Nada haría prever, pese a todo, que esa tensión inocultable en el oficialismo sufra alguna detonación fatal antes de octubre.
La Presidenta necesita que una cierta calma social entorne al paisaje electoral . Esa calma está amenazada pero no lo suficiente como para ahuyentar a sectores sociales que, frente a la carencia de otras alternativas, podrían renovarle el crédito. Hay dos patas del relato oficial que no deberían ponerse ahora mismo en duda: el de la marcha de la economía, basada en el acicate al consumo, y el de la garantía peronista para disciplinar al gremialismo. Ambas cuestiones, está visto, son en este tiempo relativas: pero conjugadas determinarían una sensación de gobernabilidad que la Argentina suele extraviar con frecuencia.
Contra esas presunciones debe lidiar la oposición. También, contra los límites políticos y personales que atraviesan ese espacio. Cristina observa las novedades de sus adversarios con una mezcla de alegría y precaución. Alegría, cuando los desecuentros ralean la grilla de candidatos. Precaución, porque al examen de su reelección le convendrían varias y no pocas ofertas electorales opositoras. La concentración podría encerrar un riesgo potencial: que casi todo el voto en su contra se concentre en un rival, aborte su victoria en primera vuelta y siembre interrogantes sobre el balotaje.
Tampoco se trata de una fórmula matemática. Elisa Carrió sostiene lo contrario: que varias candidaturas presidenciales podrían sacarle votos a la Presidenta por distintos flancos . Nadie sabe si la líder de la Coalición Cívica está, de verdad, convencida del diagnóstico o si se trata de una excusa para justificar su distanciamiento con Ricardo Alfonsín. En cualquier caso, está claro que la oposición siempre enfrenta dilemas para competir en los mejores momentos de los Kirchner. La excepción fue la legislativa de 2009, cuando la desmesura del ex presidente ayudó a aglutinar el voto opositor.
Alfonsín parece entender que puede convertirse en el contendiente de Cristina . Eso explica su conversación, aún sin broche, con Francisco De Narváez para consagrarlo candidato del Acuerdo Cívico en Buenos Aires. Pero la coalición se le desgajaría en otra rama: Margarita Stolbizer se aparta y el socialismo de Hermes Binner brama. Todo podría dirimirse, al final, con la simple ecuación de suma y resta. ¿Qué aportaría más votos a la chance de Alfonsín: la candidatura en Buenos Aires del diputado del Peronismo Federal o el respeto del acuerdo con el partido que gobierna Santa Fe? De Narváez desearía hablar con Binner pero esa puerta todavía no se abrió. El gobernador no podría hacerlo antes de que se defina la incierta interna partidaria entre su delfín, Antonio Bonfatti, y el senador Rubén Giustiniani.
De Narváez pudo escuchar, en cambio, cómo Mauricio Macri le anticipó su decisión de abandonar la carrera presidencial por la reelección en Capital. Ese diálogo fue cordial aunque menos cálido que en otras épocas. El jefe porteño desearía la anuencia radical para su candidatura. Y pretendería que De Narváez asumiera la negociación global con Alfonsín también en nombre del PRO.
El peronista federal le quitó el cuerpo al compromiso.
Tampoco le sonó atinada una idea susurrada por Macri: la posibilidad que su partido construya una fórmula presidencial con un peronista.
¿Felipe Solá con Gabriela Michetti? Habría sido apenas un trazo del fragor electoral.
En el kirchnerismo hay poco de ese fragor.
Sólo la vigilia sobre el anuncio de Cristina.
La Presidenta habló delante de la CGT, la UIA y la CTA con la actitud de quien está decidido a seguir . Pero existen otras pistas certeras: ella misma interviene en el armado de listas provinciales –Mendoza es un ejemplo– donde ordena intercalar a postulantes de La Cámpora . Hay una senda tomada, al parecer, sin retorno .
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