La única utilidad concreta del proyecto de “segmentación” de las retenciones es que ha incentivado el debate crucial acerca de los derechos de exportación como instrumento de política agropecuaria. Hubo profusión de análisis y comentarios sobre los alcances de la medida, un simple hueso de goma que no tendrá impacto alguno en la producción. Ni en el crecimiento y desarrollo del campo y la agroindustria, que es lo que hace falta.
Lo que sigue sonará duro. Se repartirán unos 200 millones de dólares (el 4% de lo que se recaudará por derechos de exportación) entre 40.000 familias que no son, precisamente, pobres. Están “desplatados” porque desde hace siete años el gobierno K les captura uno de cada tres camiones de soja, uno de cada cuatro de trigo, y uno de cada cinco de maíz. Hay otros impuestos, pero este es el más oneroso y absurdo, porque altera totalmente la ecuación económica de la producción. Insistiremos hasta el cansancio con este concepto, porque ahí reside la cuestión. Lo que importa es debatir esto con el que viene.
Y lo que se escucha no es muy aleccionador. Hay un enorme consenso respecto a que los derechos de exportación son un mal impuesto, y que debe ser removido. Pero también hay demasiado consenso a la hora de poner la eliminación entre paréntesis.
Algunos de los economistas más encumbrados han dicho que será suficiente con la mejora del tipo de cambio, la eliminación del cepo, la convergencia a un dólar único, etc. Esgrimen hasta argumentos ambientales, hablan de la necesidad de incentivar la rotación con gramíneas, haciendo ejercicio ilegal de la agronomía. La cuestión de “reducir o eliminar todas las retenciones menos las de la soja”.
Es un nuevo capítulo de “la tentación del bien”, la genial caricatura que pintaba el inolvidable Francesco de Castri sobre los políticos en los congresos de Aapresid de hace diez años. En el fondo de la argumentación se esconde el facilismo de las retenciones como instrumento para hacer caja.
Conviene insistir con esto: nadie propone desfinanciar al Estado. El desastre K va a requerir esfuerzos adicionales. Pero hay que dar un giro copernicano en el concepto. Es necesario introducir la idea de que el productor es el genuino dueño del 100% de lo que obtuvo, a su riesgo, esfuerzo y capacidad. Si la pegó con el precio o con el rendimiento, es su mérito. Precio lleno, es el nombre del juego. Tendrá que pagar más en concepto de ganancias, como bien entendió el sorprendente Jorge Lanata.
Ya sabemos que ni el “overshooting” (sobre expansión) del dólar en la salida de la convertibilidad, ni el cuento del “desacople” (del precio interno de los granos respecto del internacional) han comprometido la mesa de los argentinos. La comprometió el gobierno, con la caída de la producción del trigo y la carne, los dos productos más sensibles, y los que realmente se desacoplaron de los precios internacionales pero en sentido inverso al pretendido.
Hay muchas formas de sustituir los ingresos generados por los derechos de exportación, por otras fuentes. Todos sabemos que a mediano plazo ello es inexorable. Sin derechos de exportación, habrá una explosión productiva, como sucedió con el uno a uno (un dólar similar para todo lo que se compra y todo lo que se vende, clave para la incorporación masiva de tecnología).
La cuestión es el corto plazo. La propuesta: el campo, con precio lleno, tendrá excedente financiero. Habrá que imaginar mecanismos para que ese excedente, que es de su legítima propiedad, se canalice hacia donde haga falta. Ya hemos hablado de un bono a mediano o largo plazo, nominado por ejemplo en toneladas de grano.
Sería una forma de convertir lo que hoy es una exacción lisa y llana, en un préstamo. Pero claro, no hacer nada es más barato. Y, como dice un amigo, la economía es una ciencia barata.
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Lo que sigue sonará duro. Se repartirán unos 200 millones de dólares (el 4% de lo que se recaudará por derechos de exportación) entre 40.000 familias que no son, precisamente, pobres. Están “desplatados” porque desde hace siete años el gobierno K les captura uno de cada tres camiones de soja, uno de cada cuatro de trigo, y uno de cada cinco de maíz. Hay otros impuestos, pero este es el más oneroso y absurdo, porque altera totalmente la ecuación económica de la producción. Insistiremos hasta el cansancio con este concepto, porque ahí reside la cuestión. Lo que importa es debatir esto con el que viene.
Y lo que se escucha no es muy aleccionador. Hay un enorme consenso respecto a que los derechos de exportación son un mal impuesto, y que debe ser removido. Pero también hay demasiado consenso a la hora de poner la eliminación entre paréntesis.
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Conviene insistir con esto: nadie propone desfinanciar al Estado. El desastre K va a requerir esfuerzos adicionales. Pero hay que dar un giro copernicano en el concepto. Es necesario introducir la idea de que el productor es el genuino dueño del 100% de lo que obtuvo, a su riesgo, esfuerzo y capacidad. Si la pegó con el precio o con el rendimiento, es su mérito. Precio lleno, es el nombre del juego. Tendrá que pagar más en concepto de ganancias, como bien entendió el sorprendente Jorge Lanata.
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La cuestión es el corto plazo. La propuesta: el campo, con precio lleno, tendrá excedente financiero. Habrá que imaginar mecanismos para que ese excedente, que es de su legítima propiedad, se canalice hacia donde haga falta. Ya hemos hablado de un bono a mediano o largo plazo, nominado por ejemplo en toneladas de grano.
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