Los primeros días de nuestra gestión, a fines de abril de 2002 y ya desatada la más grave crisis en más de un siglo, estuvieron signados por la fragilidad del orden social en el conurbano bonaerense -que había sido escenario de desórdenes y saqueos en los meses previos-, la ira cotidiana de nutridas manifestaciones de clase media frente a los bancos en el microcentro -que habían tapiado sus frentes, agregando desolación al paisaje urbano- y una virtual anarquía en el Congreso y en la política en general. Anticipándose una década a los «indignados» europeos, el hilo conductor de la protesta local se había sintetizado en el «que se vayan todos».
El componente fundamental de aquellos primeros días de gestión fue la generación de confianza, algo sutil e inasible, que se siente o no se siente pero que no se compra ni se vende, a pesar de que, como vemos hoy, muchos esfuerzos marketineros intentan tratarla como una mercadería y venderla a partir de cuidadas y no tan cuidadas puestas en escena, como si fuese un objeto apropiable.
Fue en aquel momento cuando nuestro equipo decidió la emisión del Boden 2012 como medio para evitar la exigencia de los bancos, del FMI y de algunos sectores locales de hacer un canje compulsivo de los depósitos del público. Se trataba de flexibilizar la rigidez de los depósitos reprogramados congelados -implementados antes de nuestra gestión como forma extrema e inútil de frenar la corrida bancaria- y de introducir así dosis «voluntarias» en la solución. La corrida, se recordará, se había acelerado a mediados de 2001 y desde comienzos de 2002 avanzaba destruyendo todo a su paso. Aquella crisis y sus prolegómenos implicaron una destrucción de riqueza para la Argentina del tipo de la que habíamos sufrido a causa de la crisis mundial originada en Wall Street en 1929.
Afortunadamente, el conjunto de la sociedad argentina puso todo su empeño para salir de la crisis, asumiendo las profundas correcciones macroeconómicas que se introdujeron para superar la parálisis de la segunda mitad del período de la convertibilidad, lo que permitió que rápidamente se retomara el sendero virtuoso de la producción y el empleo. En forma gradual pero firme, los ciudadanos, y luego los mercados, interpretaron constructivamente los esfuerzos de diseño e implementación de nuestro plan de «normalización, recuperación y crecimiento» de salida de la crisis.
Para eso tuvimos que obrar con convencimiento, con imaginación y creatividad, respetando los principios básicos de las reglas económicas en una crisis profunda, y al mismo tiempo recuperando el poder de decisión nacional, aunque eso contradijera los deseos del Fondo Monetario Internacional. Por aquellos días el mundo miraba con incredulidad cómo la Argentina se ponía de pie; y dentro del país, los agoreros de los peores escenarios iban llamándose a silencio. Hicimos muchas de las cosas que entre 6 y 7 años más tarde el mundo desarrollado tuvo que hacer para evitar un colapso derivado de los excesos financieros; decisiones que en 2002, cuando las adoptamos, eran rechazadas por la ortodoxia cerrada, se transformaron así en aceptables.
Rápidamente alcanzamos el equilibrio fiscal y la estabilidad de precios (0,3% mensual en el trimestre octubre/diciembre 2002), alejando el riesgo de hiperinflación, lo que requirió firmeza al decir que no a muchos reclamos, algunos de ellos justos, cuya satisfacción no era posible por la escasez extrema de recursos que padecíamos. Luego vino el superávit fiscal, de la mano del restablecimiento de la competitividad y del aumento del empleo. Dureza y selectividad fiscal y flexibilidad monetaria, en el marco de un círculo virtuoso de recuperación y crecimiento, fueron las bases de la recuperación que nos acompañó hasta el fin de la gestión en el Ministerio de Economía, a fines de 2005.
Mucho más allá de los contenidos editoriales, la fuerza comunicacional de la imagen televisiva bastó para que la sociedad argentina reconociera la gestión profesional de gente comprometida, gente normal, que con mucho esfuerzo y trabajo fijó el rumbo para alcanzar la recuperación en base a un diagnóstico acertado, sin estridencias, sin jactancias, alejados de la soberbia que con excesiva frecuencia se apodera del discurso económico en nuestro país. Baste sino, en contraposición, recordar el distanciamiento de la realidad que denotaba el discurso que pretendía imponerse muy poco tiempo antes del estallido de la crisis de diciembre de 2001.
A diez años de la emisión del Boden 2012, a quienes trabajamos en su concepción e instrumentación nos hubiese gustado que el momento de su rescate hubiera coincidido con una economía en pleno crecimiento, con estabilidad, con mejoras sociales duraderas, y que nuestras relaciones financieras con el mundo estuviesen totalmente normalizadas. Seguir en default con el Club de París, por caso, es inexplicable. Nos impide, por ejemplo, abastecernos de maquinarias y equipos de última generación en las condiciones crediticias como las que obtienen los países vecinos. Ese incumplimiento continúa contaminando todos los esfuerzos del sector privado y atenta contra nuestra competitividad.
También hubiera sido plausible que al madurar aquella emisión nuestro país, y sobre todo el sector de inversión y creación de empleo privado, hubiese estado en condiciones de aprovechar las bajísimas tasas del mercado internacional para financiar la modernización de la estructura productiva y de una infraestructura vetusta, que literalmente pone en riesgo e incluso sesga la vida de los argentinos. Es tan malo un país con muy alto endeudamiento como el de los años previos a la crisis de 2001, como un país con una sub-inversión profunda como la Argentina actual.
Tampoco el Gobierno supo darle continuidad a la política financiera de estos años, que era parte integrante del canje de deuda de 2005. Ya al momento del canje habíamos dejado explícitamente planteado un camino de recompra de deuda que apuntaba a neutralizar el efecto presupuestario de las Unidades del Crecimiento (cupón del PBI). Está escrito en el prospecto de emisión. Nada pasó. En cambio, en la usina del relato oficial hoy se debe estar analizando cómo presentar «en sociedad» a fin de año el pago anual del cupón que, como consecuencia de un crecimiento importante, se ha ido elevando en los últimos años. El rescate de las cupones para reducir los pagos debió hacerse como estaba previsto, el grueso no mas allá de 2008, calladamente, como se hacen las políticas de intervención en el mercado, en una tarea que habría insumido a lo sumo unos 20 días de trabajo de profesionales experimentados. Eso, claro está, no forma parte del relato.
Al término de nuestra gestión la soja rondaba los 214 dólares la tonelada; hoy supera los 640, además de la suba de otros granos. Desde 2007, la situación internacional le ha dado muchas oportunidades a la Argentina, en particular con el alza de los precios de las principales exportaciones, que han subido todavía más en los últimos meses. Contrastando con esa abundancia de recursos, el manejo de la economía, tanto por inexperiencia como por falta de imaginación, muchas veces producto de anteojeras ideológicas y/o de una sovietización a la criolla, nos han llevado a la situación actual, caracterizada por la desconfianza, la desinversión, el ahogo del sector privado y crecientes y justificados reclamos de los sectores sociales mas frágiles.
La reinstauración del peso en las transacciones y en el ahorro, que impulsamos creando el CER, manteniendo baja la inflación y transformando de manera voluntaria deuda externa en dólares en deuda en pesos (canje de 2005), dio ahora paso a la desconfianza creciente en la moneda nacional y alentó la fuga neta de capitales desde 2006 en adelante.
Hoy y acá sólo hay que festejar políticas económicas que nos lleven a asegurar el crecimiento y el bienestar a todos los argentinos. Para eso hay que retomar el rumbo perdido.
© La Nacion.
El componente fundamental de aquellos primeros días de gestión fue la generación de confianza, algo sutil e inasible, que se siente o no se siente pero que no se compra ni se vende, a pesar de que, como vemos hoy, muchos esfuerzos marketineros intentan tratarla como una mercadería y venderla a partir de cuidadas y no tan cuidadas puestas en escena, como si fuese un objeto apropiable.
Fue en aquel momento cuando nuestro equipo decidió la emisión del Boden 2012 como medio para evitar la exigencia de los bancos, del FMI y de algunos sectores locales de hacer un canje compulsivo de los depósitos del público. Se trataba de flexibilizar la rigidez de los depósitos reprogramados congelados -implementados antes de nuestra gestión como forma extrema e inútil de frenar la corrida bancaria- y de introducir así dosis «voluntarias» en la solución. La corrida, se recordará, se había acelerado a mediados de 2001 y desde comienzos de 2002 avanzaba destruyendo todo a su paso. Aquella crisis y sus prolegómenos implicaron una destrucción de riqueza para la Argentina del tipo de la que habíamos sufrido a causa de la crisis mundial originada en Wall Street en 1929.
Afortunadamente, el conjunto de la sociedad argentina puso todo su empeño para salir de la crisis, asumiendo las profundas correcciones macroeconómicas que se introdujeron para superar la parálisis de la segunda mitad del período de la convertibilidad, lo que permitió que rápidamente se retomara el sendero virtuoso de la producción y el empleo. En forma gradual pero firme, los ciudadanos, y luego los mercados, interpretaron constructivamente los esfuerzos de diseño e implementación de nuestro plan de «normalización, recuperación y crecimiento» de salida de la crisis.
Para eso tuvimos que obrar con convencimiento, con imaginación y creatividad, respetando los principios básicos de las reglas económicas en una crisis profunda, y al mismo tiempo recuperando el poder de decisión nacional, aunque eso contradijera los deseos del Fondo Monetario Internacional. Por aquellos días el mundo miraba con incredulidad cómo la Argentina se ponía de pie; y dentro del país, los agoreros de los peores escenarios iban llamándose a silencio. Hicimos muchas de las cosas que entre 6 y 7 años más tarde el mundo desarrollado tuvo que hacer para evitar un colapso derivado de los excesos financieros; decisiones que en 2002, cuando las adoptamos, eran rechazadas por la ortodoxia cerrada, se transformaron así en aceptables.
Rápidamente alcanzamos el equilibrio fiscal y la estabilidad de precios (0,3% mensual en el trimestre octubre/diciembre 2002), alejando el riesgo de hiperinflación, lo que requirió firmeza al decir que no a muchos reclamos, algunos de ellos justos, cuya satisfacción no era posible por la escasez extrema de recursos que padecíamos. Luego vino el superávit fiscal, de la mano del restablecimiento de la competitividad y del aumento del empleo. Dureza y selectividad fiscal y flexibilidad monetaria, en el marco de un círculo virtuoso de recuperación y crecimiento, fueron las bases de la recuperación que nos acompañó hasta el fin de la gestión en el Ministerio de Economía, a fines de 2005.
Mucho más allá de los contenidos editoriales, la fuerza comunicacional de la imagen televisiva bastó para que la sociedad argentina reconociera la gestión profesional de gente comprometida, gente normal, que con mucho esfuerzo y trabajo fijó el rumbo para alcanzar la recuperación en base a un diagnóstico acertado, sin estridencias, sin jactancias, alejados de la soberbia que con excesiva frecuencia se apodera del discurso económico en nuestro país. Baste sino, en contraposición, recordar el distanciamiento de la realidad que denotaba el discurso que pretendía imponerse muy poco tiempo antes del estallido de la crisis de diciembre de 2001.
A diez años de la emisión del Boden 2012, a quienes trabajamos en su concepción e instrumentación nos hubiese gustado que el momento de su rescate hubiera coincidido con una economía en pleno crecimiento, con estabilidad, con mejoras sociales duraderas, y que nuestras relaciones financieras con el mundo estuviesen totalmente normalizadas. Seguir en default con el Club de París, por caso, es inexplicable. Nos impide, por ejemplo, abastecernos de maquinarias y equipos de última generación en las condiciones crediticias como las que obtienen los países vecinos. Ese incumplimiento continúa contaminando todos los esfuerzos del sector privado y atenta contra nuestra competitividad.
También hubiera sido plausible que al madurar aquella emisión nuestro país, y sobre todo el sector de inversión y creación de empleo privado, hubiese estado en condiciones de aprovechar las bajísimas tasas del mercado internacional para financiar la modernización de la estructura productiva y de una infraestructura vetusta, que literalmente pone en riesgo e incluso sesga la vida de los argentinos. Es tan malo un país con muy alto endeudamiento como el de los años previos a la crisis de 2001, como un país con una sub-inversión profunda como la Argentina actual.
Tampoco el Gobierno supo darle continuidad a la política financiera de estos años, que era parte integrante del canje de deuda de 2005. Ya al momento del canje habíamos dejado explícitamente planteado un camino de recompra de deuda que apuntaba a neutralizar el efecto presupuestario de las Unidades del Crecimiento (cupón del PBI). Está escrito en el prospecto de emisión. Nada pasó. En cambio, en la usina del relato oficial hoy se debe estar analizando cómo presentar «en sociedad» a fin de año el pago anual del cupón que, como consecuencia de un crecimiento importante, se ha ido elevando en los últimos años. El rescate de las cupones para reducir los pagos debió hacerse como estaba previsto, el grueso no mas allá de 2008, calladamente, como se hacen las políticas de intervención en el mercado, en una tarea que habría insumido a lo sumo unos 20 días de trabajo de profesionales experimentados. Eso, claro está, no forma parte del relato.
Al término de nuestra gestión la soja rondaba los 214 dólares la tonelada; hoy supera los 640, además de la suba de otros granos. Desde 2007, la situación internacional le ha dado muchas oportunidades a la Argentina, en particular con el alza de los precios de las principales exportaciones, que han subido todavía más en los últimos meses. Contrastando con esa abundancia de recursos, el manejo de la economía, tanto por inexperiencia como por falta de imaginación, muchas veces producto de anteojeras ideológicas y/o de una sovietización a la criolla, nos han llevado a la situación actual, caracterizada por la desconfianza, la desinversión, el ahogo del sector privado y crecientes y justificados reclamos de los sectores sociales mas frágiles.
La reinstauración del peso en las transacciones y en el ahorro, que impulsamos creando el CER, manteniendo baja la inflación y transformando de manera voluntaria deuda externa en dólares en deuda en pesos (canje de 2005), dio ahora paso a la desconfianza creciente en la moneda nacional y alentó la fuga neta de capitales desde 2006 en adelante.
Hoy y acá sólo hay que festejar políticas económicas que nos lleven a asegurar el crecimiento y el bienestar a todos los argentinos. Para eso hay que retomar el rumbo perdido.
© La Nacion.
Citar el precio actual de la soja para hablar de una deuda de diez años muestra cómo se construye relato en base a datos episódicos y volátiles.
Pagar al Club de París (pasando por el FMI y firmar el Art. IV) para obtener un buen financiamiento en maquinarias me hace pensar que este hombre no tiene todas las golosinas in the frasco. Honestamente no sé si habla en serio o perdió toda capacidad de juicio.
Y, sí, inflación hay. El punto es lo que propone a cambio.
Mamma mía…