Entre tantas cosas, Ricardo Forster es uno de los fundadores de Carta Abierta y un lúcido defensor de lo que el kirchnerismo representa en el tablero de las ideas y en la acción política, pasada y futura. 20 Manzanas dialogó con él acerca de la actualidad política regional y del país.
Autor: Alejandro Garvie
El populismo aquí no tiene el mismo carácter que en Europa donde se vertebra alrededor de la xenofobia, el nacionalismo, lo fascista.
¿Cómo considera estas dos visiones del sistema democrático que aparentemente se dirimieron en la última elección nacional entre los defensores de la “república” y los de la “democracia popular”?
Concibo la democracia como el espacio de lo no resuelto, de lo incompleto, de lo que pone en evidencia la trama conflictiva de la sociedad. No hay, en ese sentido, contradicción entre vida democrática y conflicto. Tampoco hay una contradicción insalvable entre forma republicana y vida democrática. Es decir, que dentro de esta visión roussoniana de democracia existe la necesidad de incorporar una dimensión republicana.
El problema es cuando la propia democracia y las instituciones se han ido vaciando, convirtiéndose en pellejos que solo expresan una mera forma de dominación. El capitalismo neoliberal ha comprendido perfectamente en los últimos 30 años que la democracia no es antagonista con su proyecto de dominación y la puede utilizar como un recurso más para desplegar su poder.
Cuando surgió Carta Abierta, es decir, a raíz del conflicto con el campo por la llamada resolución 125, en nuestra primera misiva a la sociedad expresábamos en una frase, que fue muy discutida por quienes integramos ese grupo –un conjunto de gente de la cultura, académicos, intelectuales preocupados por lo que estaba sucediendo– y que hacía referencia al “clima destituyente”. La palabra “destituyente”, que habría sido “golpista” si hubiéramos seguido la tradición política argentina, expresaba más cabalmente el espíritu de la época, porque la forma acostumbrada del golpe de Estado ya no era el eje de la acción de desestabilización de los sectores de poder tradicionales, ya no era necesaria la interrupción de las instituciones democráticas, había un proceso de horadación, debilitamiento y vaciamiento de la democracia como tal. Dominarla, sujetarla y ponerla al servicio de la expansión de la financiarización del capitalismo. Entonces, el problema no es el golpe bajo la forma acostumbrada del siglo XX, es la mutación de lo democrático.
Los últimos quince años del siglo XX y parte del inicio de este, que fueron los años de la transición democrática, fueron al mismo tiempo, los de mayor desigualdad en la distribución de la renta en la historia de América Latina, en tanto la región se convirtió en un laboratorio de las políticas neoliberales. Poco tiempo duró el intento de Raúl Alfonsín, una especie de “último mohicano” en la tradición de recomponer una visión de un Estado de Bienestar, con distribución equitativa de la renta, industrialización, pleno empleo, etc., que duró lo que el plan de Bernardo Grinspun, para dar paso a planes de ajuste, al retorno al sendero del neoliberalismo iniciado con el “Rodrigazo”.
Esta inauguración del proceso de democratización en nuestro país y la región, pone en evidencia una paradoja terrible: salida de las dictaduras, entrada a la democracia y a su vez reinicio de la disputa social que finalmente se salda en favor del poder corporativo concentrado de matriz nacional/extranjera, lo que se conoce como el giro hacia la financiarización, que en nuestro país significó desindustrialización, extranjerización creciente, caída en la participación de la riqueza del trabajo, etc.
El kirchnerismo se propuso como la subordinación de la economía a la política. El retorno de la política.
La paradoja es que en el cono sur, el retorno de la política, de la disputa, se hace bajo la forma neopopulista, neopopulista-desarrollista, con otras variantes más vinculadas a las tradiciones de izquierda, a sectores nacionales y populares, que tienen distintos matices pero todas algo en común: ampliación de derechos, de ciudadanía, movilidad social ascendente, promoción de la clase media, etc. Hasta llegar al momento de eclipse, o de crisis actual, que empieza con la Argentina, que sigue con Brasil y que tiene a Venezuela pendiente de un hilo y que aísla a Bolivia y a Ecuador, retornando a lo peor de las castas corporativas de la región. El caso de Michel Temer en Brasil es del orden de lo siniestro, es el retorno de los herederos del esclavismo del siglo XIX, ni siquiera estamos hablando de la burguesía paulista de los sesenta, setenta con el apoyo militar como motor del desarrollo en ese país. Una regresión salvaje.
En la Argentina iniciamos desde diciembre una experiencia de nuevo tipo, con los CEO’s en la administración. El macrismo, o lo que gobierna hoy, lo hace en favor de un sector reducido de la banca internacional y agroexportadores, un núcleo chico que se rige bajo la lógica del gerenciamiento en todos los lugares estratégicos del Estado. El arquetipo es el Ministerio de Energía. El Estado macrista es aquel que se desenvuelve en la pura lógica de ser garante de los flujos de capital.
¿Cómo es que durante doce años no se pudo construir un conjunto de subjetividades, o enraizar un imaginario progresista, habiendo tenido todos los resortes del Estado que en la Argentina no es poco? Si el poder del neoliberalismo internacional es tan ominoso, de modo que un período tan prolongado de gobierno no puede contrarrestarlo, entonces no hay posibilidad de hacerle frente, estamos a merced de ese influjo.
Creo que las cosas son un poco más complejas, las sociedades no son lineales, la capacidad de fabricar subjetivación que está en un núcleo más avanzado y vanguardista del neoliberalismo es fundamental para entender las sociedades contemporáneas. Yo diría que las experiencias no neoliberales van a contracorriente, son experiencias débiles en una época en la que, más allá de que el neoliberalismo ya no es lo que era –estamos fuera del ciclo heroico de su dominación (de Reagan/Thatcher hasta el 2001)– porque existe una crisis entre la ideología que lo sostiene y la sociedad que lo padece, tanto en el centro como en la periferia.
La Argentina en doce años de gobierno kirchnerista, al igual que otras experiencias regionales, tuvo que confrontar con una situación muy compleja. Por un lado, con un elemento que fue la revalorización de las materias primas, que se podía haber utilizado como lo hizo históricamente Venezuela antes del chavismo para que una plutocracia de ricos lo fuera aún más, mientras la mayoría se hundía en la pobreza, o con todas sus deficiencias intentar transferir una parte de esas rentas de forma más igualitaria. O como en el caso argentino, volcarla a la construcción de una matriz industrial.
Los populismos sudamericanos, con sus debilidades y contradicciones, fueron el momento más avanzado de disputa posible contra la hegemonía neoliberal. Luego del derrumbe de la URSS y del socialismo, el mundo parecía ya construido bajo una sola premisa. Incluso China que es un capitalismo de Estado, gobernado por el PC, se amalgamó con las necesidades de la expansión del mercado global neoliberal. De ahí que gran parte de la riqueza de los países centrales se trasladaron a esa región, en detrimento de los trabajadores de sus países, y que hoy son los que votan el Brexit, al Frente Nacional en Francia o los votantes de Donald Trump. La derechización de las clases medias y medias bajas y trabajadoras de los países centrales es directamente proporcional a la expansión del neoliberalismo. Ahí donde se expande, debilita la estructura del estado de bienestar y deja sin contención a amplios sectores de la sociedad, trasladando la riqueza. La respuesta a esa traslación del trabajo al sudeste asiático es que los viejos votantes de la socialdemocracia del PC, terminan votando distintas variantes de derecha.
Es el caso antagónico al de Sudamérica, y esto es lo que muchos colegas que quieren discutir el fenómeno del populismo no entienden. El populismo aquí no tiene el mismo carácter que en Europa donde se vertebra alrededor de la xenofobia, el nacionalismo, lo fascista. Mucho menos en la segunda fase de ese populismo en nuestra región caracterizada por la ampliación de derechos, respeto a la diversidad y a la integración regional.
Esto no explica la incapacidad de construir otras subjetividades de un período tan largo de gobierno populista.
El kirchnerismo, como otros procesos contemporáneos en Sudamérica, constituyó subjetividad política, trama identitaria, no bajo las formas identitatrias del pasado, absolutas y esenciales, sino con la precariedad de las tramas identitarias actuales, por lo cual hay una porción significativa de la sociedad argentina –un 30%, diría yo- que se siente convocada, tanto racional como emotivamente por el kirchnerismo. Tiene capacidad de movilizarse, de crear corrientes de afecto y de pertenencia a un núcleo de ideas, frente al “duranbarbismo” que no es más que la banalización y la reducción de la política a la lucha de unos pocos para distribuir la renta, ocupar el Estado, mientras el resto vive en una burbuja telemática. Creo que la marca del kirchnerismo es la politización de esa parte de la sociedad que se extendió a los primeros nueve meses del gobierno del macrismo y que comenzó con la marcha gigantesca que despidió a la presidente Cristina Fernández y siguió con otras manifestaciones multitudinarias como la marcha federal de hace unos días.
¿Cuán duradero considera ese núcleo social politizado al que la presidente le dijo, el 9 de diciembre en la plaza, que era el heredero y defensor de los logros de su gestión?
La política requiere de organización, tanto para conservar los logros como para avanzar en un proyecto. Por eso, no estuve de acuerdo para nada con la consigna electoral de “La Cámpora” acerca de que los logros eran “irreversibles” y que “el proyecto” era el candidato. Porque justamente, los pasos del macrismo son todos en dirección a revertir el espacio ganado, por apropiarse de la renta, por redefinir el rol del Estado, en síntesis: cambiar el paradigma.
De todos modos, existe capacidad de resistir la velocidad de reversión del macrismo. Ahí está el revés del tarifazo del gas, el sostenimiento de políticas sociales, etc. pero su tarea más exitosa parece ser la de naturalizar el “sentido común” en el que el mercado y sus reglas aparecen como naturalizadas e inmutables, aquel sentido común que Bernardo Neustadt pregonó en los noventa para que Doña Rosa entendiera que el Estado era el enemigo y allanar el camino del menemismo.
El neoliberalismo es una profunda revolución cultural, no sólo la transformación económica. Trabaja sobre un cambio en las sociedades de los individuos –entendidos como “gerentes” de su vida– y apunta a construir nuevos dispositivos y fantasías para los que cuenta con la mayoría de los grandes medios de comunicación y del mundo del entretenimiento. El capitalismo funciona en forma cada vez aceitada. Los grupos como Clarín, O’Globo o Televisa juegan un papel político en Argentina, Brasil y México, pero también forman parte de la maquinaria global que operó a pleno en los doce años del kirchnerismo. En definitiva, el kirchnerismo no pudo revertir esa hegemonía.
Esa velocidad de reversión también variará según la estrategia de ese neoliberalismo al que se refiere.
Claro, de ahí la división entre “gradualistas” y “no gradualistas” en materia económica.
¿Entonces cómo ve la posibilidad de sostenimiento de un proyecto contra hegemónico en el futuro cercano?
Mi lado optimista me hace pensar que estos años significaron la posibilidad de politizar a una parte de la sociedad que, por ejemplo, ya no lee los diarios o los medios como antes del kirchnerismo, de la discusión de la Ley de Medios Audiovisuales. Hay ciertos registros que comenzaron con el gobierno de Alfonsín y que se profundizaron con los gobiernos kirchneristas, relacionado con la defensa de los derechos humanos, de la memoria, que hoy está en disputa, pero que tiene una sociedad que se siente identificada con la trilogía verdad, memoria y justicia. Ahí tenemos lo que pasó con Dario Lopérfido en la ciudad de Buenos Aires, los repudios a frases de Macri, al editorial del diario La Nación, apenas ganó Cambiemos, al que se adhirieron los trabajadores del diario, todas muestras de que hay una parte de la sociedad que aunque no comparta ciertas cosas del kirchnerismo, comparte ciertos valores que le son comunes.
Las últimas expresiones socio sindicales de la CGT a la CTA muestran, también, que hay una parte importante de la sociedad que confluyen en un posicionamiento frente el despliegue de las políticas neoliberales del macrismo.
Tampoco es desdeñable la fuerte imagen positiva que la presidente Cristina Fernández tiene en las encuestas –alrededor del 40%– a pesar de la campaña de 24 horas que los medios hacen para destruir su imagen. En otro contexto ese bombardeo mediático hubiera aniquilado a su víctima, eso no ocurre con Cristina y es un problema para el establishment que ira por una dudosa vía judicial, jalonada de causas ridículas como la de dólar futuro, o estrafalarias como la del memorándum de entendimiento con Irán.
¿Con estos elementos en vista, basta para decir que el kirchnerismo será la oposición?
El macrismo sabe que el año que viene se juega una gran parte de su suerte en las elecciones de medio término. El problema es la oposición, porque hay un sector que dice ser, pero que en verdad comulgan con las ideas de este gobierno: el Frente Renovador, el GEN, etc., son ruedas de auxilio ante el flaqueo de la gobernabilidad del macrismo. Del mismo modo hay un sector importante del peronismo que va detrás del poder y para eso plantea la unidad. En definitiva, creo que va a haber una disputa a tres bandas.
Eso sería funcional al oficialismo.
Puede ser, pero lo otro también. Yo no creo que Sergio Massa vaya a una alianza que no esté encabezada por él, y si logra encolumnar al peronismo para el 2017, no será más que otra expresión del neoliberalismo. Lo que es importante para la verdadera oposición es que no haya un abroquelamiento de los krichneristas de paladar negro, y que ese espacio vuelva a poblarse de todos aquellos movimientos sociales y partidos que le dieron riqueza y volumen político al Frente para la Victoria.
Mientras esto sucede, no veo que la economía juegue en favor del macrismo. Ni el estado de la economía de Europa, ni de Brasil, avalan la quimera de la “lluvia de inversiones” y el gobierno no puede estar diciendo que el “próximo semestre” se arreglarán las cosas, en forma indefinida. El 2017 va a ser un año difícil por la rapidez del deterioro social que este año le va a imprimir.
Como protagonista de Carta Abierta y ex Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, ¿Cuál fue la influencia que su trabajo tuvo sobre el devenir político? ¿Esas ideas fueron efectivas para construir las subjetividades contra culturales?
Empiezo por lo positivo de la experiencia. La figura del intelectual había pasado a ser una pieza de museo, un rol olvidado y rememorado en el viejo ideal del intelectual sartreano de las décadas de los sesenta y setenta. En los noventa el intelectual se refugió en la academia, en pequeños espacios, sin capacidad de influir en su entorno social, o cooptado por los medios para “engalanar” algún set de televisión con una prosa afilada, en tanto comentarista. El kirchnerismo abrió la posibilidad del debate y la intervención de los intelectuales, algunos de los cuales nos sentimos llamados por un compromiso con nuestro tiempo. Así debatimos y escribimos, aunque es difícil decir cuántas de esas ideas fueron tomadas por el político, que vive otros tiempos y tiene otras lógicas. El político siempre tiene una tensión con el intelectual entendiendo que este último guarda una relación con la crítica como rasgo de su intervención.
El intelectual comprometido pierde algo cuando es parte de un proyecto político, pierde parte de su esencia, su crítica se lesiona.
Son decisiones, es mucho más fácil asumir el rol del intelectual que juzga a la distancia las contradicciones de la vida contemporánea. Lo hemos hecho por mucho tiempo. ¿Pero donde está escrito que el rol del intelectual crítico es el del no compromiso político? La historia está llena de ejemplos de intelectuales que hicieron su opción por la política. Nosotros acompañamos como intelectuales a un gobierno democrático, no oficiamos de justificadores de un gobierno de facto y lo valoro como un momento muy rico e importante de nuestra historia política. Pasamos de ser francotiradores cómodos a defensores de lo que creíamos era el camino correcto.
Autor: Alejandro Garvie
El populismo aquí no tiene el mismo carácter que en Europa donde se vertebra alrededor de la xenofobia, el nacionalismo, lo fascista.
¿Cómo considera estas dos visiones del sistema democrático que aparentemente se dirimieron en la última elección nacional entre los defensores de la “república” y los de la “democracia popular”?
Concibo la democracia como el espacio de lo no resuelto, de lo incompleto, de lo que pone en evidencia la trama conflictiva de la sociedad. No hay, en ese sentido, contradicción entre vida democrática y conflicto. Tampoco hay una contradicción insalvable entre forma republicana y vida democrática. Es decir, que dentro de esta visión roussoniana de democracia existe la necesidad de incorporar una dimensión republicana.
El problema es cuando la propia democracia y las instituciones se han ido vaciando, convirtiéndose en pellejos que solo expresan una mera forma de dominación. El capitalismo neoliberal ha comprendido perfectamente en los últimos 30 años que la democracia no es antagonista con su proyecto de dominación y la puede utilizar como un recurso más para desplegar su poder.
Cuando surgió Carta Abierta, es decir, a raíz del conflicto con el campo por la llamada resolución 125, en nuestra primera misiva a la sociedad expresábamos en una frase, que fue muy discutida por quienes integramos ese grupo –un conjunto de gente de la cultura, académicos, intelectuales preocupados por lo que estaba sucediendo– y que hacía referencia al “clima destituyente”. La palabra “destituyente”, que habría sido “golpista” si hubiéramos seguido la tradición política argentina, expresaba más cabalmente el espíritu de la época, porque la forma acostumbrada del golpe de Estado ya no era el eje de la acción de desestabilización de los sectores de poder tradicionales, ya no era necesaria la interrupción de las instituciones democráticas, había un proceso de horadación, debilitamiento y vaciamiento de la democracia como tal. Dominarla, sujetarla y ponerla al servicio de la expansión de la financiarización del capitalismo. Entonces, el problema no es el golpe bajo la forma acostumbrada del siglo XX, es la mutación de lo democrático.
Los últimos quince años del siglo XX y parte del inicio de este, que fueron los años de la transición democrática, fueron al mismo tiempo, los de mayor desigualdad en la distribución de la renta en la historia de América Latina, en tanto la región se convirtió en un laboratorio de las políticas neoliberales. Poco tiempo duró el intento de Raúl Alfonsín, una especie de “último mohicano” en la tradición de recomponer una visión de un Estado de Bienestar, con distribución equitativa de la renta, industrialización, pleno empleo, etc., que duró lo que el plan de Bernardo Grinspun, para dar paso a planes de ajuste, al retorno al sendero del neoliberalismo iniciado con el “Rodrigazo”.
Esta inauguración del proceso de democratización en nuestro país y la región, pone en evidencia una paradoja terrible: salida de las dictaduras, entrada a la democracia y a su vez reinicio de la disputa social que finalmente se salda en favor del poder corporativo concentrado de matriz nacional/extranjera, lo que se conoce como el giro hacia la financiarización, que en nuestro país significó desindustrialización, extranjerización creciente, caída en la participación de la riqueza del trabajo, etc.
El kirchnerismo se propuso como la subordinación de la economía a la política. El retorno de la política.
La paradoja es que en el cono sur, el retorno de la política, de la disputa, se hace bajo la forma neopopulista, neopopulista-desarrollista, con otras variantes más vinculadas a las tradiciones de izquierda, a sectores nacionales y populares, que tienen distintos matices pero todas algo en común: ampliación de derechos, de ciudadanía, movilidad social ascendente, promoción de la clase media, etc. Hasta llegar al momento de eclipse, o de crisis actual, que empieza con la Argentina, que sigue con Brasil y que tiene a Venezuela pendiente de un hilo y que aísla a Bolivia y a Ecuador, retornando a lo peor de las castas corporativas de la región. El caso de Michel Temer en Brasil es del orden de lo siniestro, es el retorno de los herederos del esclavismo del siglo XIX, ni siquiera estamos hablando de la burguesía paulista de los sesenta, setenta con el apoyo militar como motor del desarrollo en ese país. Una regresión salvaje.
En la Argentina iniciamos desde diciembre una experiencia de nuevo tipo, con los CEO’s en la administración. El macrismo, o lo que gobierna hoy, lo hace en favor de un sector reducido de la banca internacional y agroexportadores, un núcleo chico que se rige bajo la lógica del gerenciamiento en todos los lugares estratégicos del Estado. El arquetipo es el Ministerio de Energía. El Estado macrista es aquel que se desenvuelve en la pura lógica de ser garante de los flujos de capital.
¿Cómo es que durante doce años no se pudo construir un conjunto de subjetividades, o enraizar un imaginario progresista, habiendo tenido todos los resortes del Estado que en la Argentina no es poco? Si el poder del neoliberalismo internacional es tan ominoso, de modo que un período tan prolongado de gobierno no puede contrarrestarlo, entonces no hay posibilidad de hacerle frente, estamos a merced de ese influjo.
Creo que las cosas son un poco más complejas, las sociedades no son lineales, la capacidad de fabricar subjetivación que está en un núcleo más avanzado y vanguardista del neoliberalismo es fundamental para entender las sociedades contemporáneas. Yo diría que las experiencias no neoliberales van a contracorriente, son experiencias débiles en una época en la que, más allá de que el neoliberalismo ya no es lo que era –estamos fuera del ciclo heroico de su dominación (de Reagan/Thatcher hasta el 2001)– porque existe una crisis entre la ideología que lo sostiene y la sociedad que lo padece, tanto en el centro como en la periferia.
La Argentina en doce años de gobierno kirchnerista, al igual que otras experiencias regionales, tuvo que confrontar con una situación muy compleja. Por un lado, con un elemento que fue la revalorización de las materias primas, que se podía haber utilizado como lo hizo históricamente Venezuela antes del chavismo para que una plutocracia de ricos lo fuera aún más, mientras la mayoría se hundía en la pobreza, o con todas sus deficiencias intentar transferir una parte de esas rentas de forma más igualitaria. O como en el caso argentino, volcarla a la construcción de una matriz industrial.
Los populismos sudamericanos, con sus debilidades y contradicciones, fueron el momento más avanzado de disputa posible contra la hegemonía neoliberal. Luego del derrumbe de la URSS y del socialismo, el mundo parecía ya construido bajo una sola premisa. Incluso China que es un capitalismo de Estado, gobernado por el PC, se amalgamó con las necesidades de la expansión del mercado global neoliberal. De ahí que gran parte de la riqueza de los países centrales se trasladaron a esa región, en detrimento de los trabajadores de sus países, y que hoy son los que votan el Brexit, al Frente Nacional en Francia o los votantes de Donald Trump. La derechización de las clases medias y medias bajas y trabajadoras de los países centrales es directamente proporcional a la expansión del neoliberalismo. Ahí donde se expande, debilita la estructura del estado de bienestar y deja sin contención a amplios sectores de la sociedad, trasladando la riqueza. La respuesta a esa traslación del trabajo al sudeste asiático es que los viejos votantes de la socialdemocracia del PC, terminan votando distintas variantes de derecha.
Es el caso antagónico al de Sudamérica, y esto es lo que muchos colegas que quieren discutir el fenómeno del populismo no entienden. El populismo aquí no tiene el mismo carácter que en Europa donde se vertebra alrededor de la xenofobia, el nacionalismo, lo fascista. Mucho menos en la segunda fase de ese populismo en nuestra región caracterizada por la ampliación de derechos, respeto a la diversidad y a la integración regional.
Esto no explica la incapacidad de construir otras subjetividades de un período tan largo de gobierno populista.
El kirchnerismo, como otros procesos contemporáneos en Sudamérica, constituyó subjetividad política, trama identitaria, no bajo las formas identitatrias del pasado, absolutas y esenciales, sino con la precariedad de las tramas identitarias actuales, por lo cual hay una porción significativa de la sociedad argentina –un 30%, diría yo- que se siente convocada, tanto racional como emotivamente por el kirchnerismo. Tiene capacidad de movilizarse, de crear corrientes de afecto y de pertenencia a un núcleo de ideas, frente al “duranbarbismo” que no es más que la banalización y la reducción de la política a la lucha de unos pocos para distribuir la renta, ocupar el Estado, mientras el resto vive en una burbuja telemática. Creo que la marca del kirchnerismo es la politización de esa parte de la sociedad que se extendió a los primeros nueve meses del gobierno del macrismo y que comenzó con la marcha gigantesca que despidió a la presidente Cristina Fernández y siguió con otras manifestaciones multitudinarias como la marcha federal de hace unos días.
¿Cuán duradero considera ese núcleo social politizado al que la presidente le dijo, el 9 de diciembre en la plaza, que era el heredero y defensor de los logros de su gestión?
La política requiere de organización, tanto para conservar los logros como para avanzar en un proyecto. Por eso, no estuve de acuerdo para nada con la consigna electoral de “La Cámpora” acerca de que los logros eran “irreversibles” y que “el proyecto” era el candidato. Porque justamente, los pasos del macrismo son todos en dirección a revertir el espacio ganado, por apropiarse de la renta, por redefinir el rol del Estado, en síntesis: cambiar el paradigma.
De todos modos, existe capacidad de resistir la velocidad de reversión del macrismo. Ahí está el revés del tarifazo del gas, el sostenimiento de políticas sociales, etc. pero su tarea más exitosa parece ser la de naturalizar el “sentido común” en el que el mercado y sus reglas aparecen como naturalizadas e inmutables, aquel sentido común que Bernardo Neustadt pregonó en los noventa para que Doña Rosa entendiera que el Estado era el enemigo y allanar el camino del menemismo.
El neoliberalismo es una profunda revolución cultural, no sólo la transformación económica. Trabaja sobre un cambio en las sociedades de los individuos –entendidos como “gerentes” de su vida– y apunta a construir nuevos dispositivos y fantasías para los que cuenta con la mayoría de los grandes medios de comunicación y del mundo del entretenimiento. El capitalismo funciona en forma cada vez aceitada. Los grupos como Clarín, O’Globo o Televisa juegan un papel político en Argentina, Brasil y México, pero también forman parte de la maquinaria global que operó a pleno en los doce años del kirchnerismo. En definitiva, el kirchnerismo no pudo revertir esa hegemonía.
Esa velocidad de reversión también variará según la estrategia de ese neoliberalismo al que se refiere.
Claro, de ahí la división entre “gradualistas” y “no gradualistas” en materia económica.
¿Entonces cómo ve la posibilidad de sostenimiento de un proyecto contra hegemónico en el futuro cercano?
Mi lado optimista me hace pensar que estos años significaron la posibilidad de politizar a una parte de la sociedad que, por ejemplo, ya no lee los diarios o los medios como antes del kirchnerismo, de la discusión de la Ley de Medios Audiovisuales. Hay ciertos registros que comenzaron con el gobierno de Alfonsín y que se profundizaron con los gobiernos kirchneristas, relacionado con la defensa de los derechos humanos, de la memoria, que hoy está en disputa, pero que tiene una sociedad que se siente identificada con la trilogía verdad, memoria y justicia. Ahí tenemos lo que pasó con Dario Lopérfido en la ciudad de Buenos Aires, los repudios a frases de Macri, al editorial del diario La Nación, apenas ganó Cambiemos, al que se adhirieron los trabajadores del diario, todas muestras de que hay una parte de la sociedad que aunque no comparta ciertas cosas del kirchnerismo, comparte ciertos valores que le son comunes.
Las últimas expresiones socio sindicales de la CGT a la CTA muestran, también, que hay una parte importante de la sociedad que confluyen en un posicionamiento frente el despliegue de las políticas neoliberales del macrismo.
Tampoco es desdeñable la fuerte imagen positiva que la presidente Cristina Fernández tiene en las encuestas –alrededor del 40%– a pesar de la campaña de 24 horas que los medios hacen para destruir su imagen. En otro contexto ese bombardeo mediático hubiera aniquilado a su víctima, eso no ocurre con Cristina y es un problema para el establishment que ira por una dudosa vía judicial, jalonada de causas ridículas como la de dólar futuro, o estrafalarias como la del memorándum de entendimiento con Irán.
¿Con estos elementos en vista, basta para decir que el kirchnerismo será la oposición?
El macrismo sabe que el año que viene se juega una gran parte de su suerte en las elecciones de medio término. El problema es la oposición, porque hay un sector que dice ser, pero que en verdad comulgan con las ideas de este gobierno: el Frente Renovador, el GEN, etc., son ruedas de auxilio ante el flaqueo de la gobernabilidad del macrismo. Del mismo modo hay un sector importante del peronismo que va detrás del poder y para eso plantea la unidad. En definitiva, creo que va a haber una disputa a tres bandas.
Eso sería funcional al oficialismo.
Puede ser, pero lo otro también. Yo no creo que Sergio Massa vaya a una alianza que no esté encabezada por él, y si logra encolumnar al peronismo para el 2017, no será más que otra expresión del neoliberalismo. Lo que es importante para la verdadera oposición es que no haya un abroquelamiento de los krichneristas de paladar negro, y que ese espacio vuelva a poblarse de todos aquellos movimientos sociales y partidos que le dieron riqueza y volumen político al Frente para la Victoria.
Mientras esto sucede, no veo que la economía juegue en favor del macrismo. Ni el estado de la economía de Europa, ni de Brasil, avalan la quimera de la “lluvia de inversiones” y el gobierno no puede estar diciendo que el “próximo semestre” se arreglarán las cosas, en forma indefinida. El 2017 va a ser un año difícil por la rapidez del deterioro social que este año le va a imprimir.
Como protagonista de Carta Abierta y ex Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, ¿Cuál fue la influencia que su trabajo tuvo sobre el devenir político? ¿Esas ideas fueron efectivas para construir las subjetividades contra culturales?
Empiezo por lo positivo de la experiencia. La figura del intelectual había pasado a ser una pieza de museo, un rol olvidado y rememorado en el viejo ideal del intelectual sartreano de las décadas de los sesenta y setenta. En los noventa el intelectual se refugió en la academia, en pequeños espacios, sin capacidad de influir en su entorno social, o cooptado por los medios para “engalanar” algún set de televisión con una prosa afilada, en tanto comentarista. El kirchnerismo abrió la posibilidad del debate y la intervención de los intelectuales, algunos de los cuales nos sentimos llamados por un compromiso con nuestro tiempo. Así debatimos y escribimos, aunque es difícil decir cuántas de esas ideas fueron tomadas por el político, que vive otros tiempos y tiene otras lógicas. El político siempre tiene una tensión con el intelectual entendiendo que este último guarda una relación con la crítica como rasgo de su intervención.
El intelectual comprometido pierde algo cuando es parte de un proyecto político, pierde parte de su esencia, su crítica se lesiona.
Son decisiones, es mucho más fácil asumir el rol del intelectual que juzga a la distancia las contradicciones de la vida contemporánea. Lo hemos hecho por mucho tiempo. ¿Pero donde está escrito que el rol del intelectual crítico es el del no compromiso político? La historia está llena de ejemplos de intelectuales que hicieron su opción por la política. Nosotros acompañamos como intelectuales a un gobierno democrático, no oficiamos de justificadores de un gobierno de facto y lo valoro como un momento muy rico e importante de nuestra historia política. Pasamos de ser francotiradores cómodos a defensores de lo que creíamos era el camino correcto.