Manuel A. Solanet, Director de Libertad y Progreso
El año 2012 finalizó con un magro resultado en el nivel de actividad. De no computarse el arrastre estadístico del año anterior, el producto bruto interno hubiera mostrado una reducción. De hecho la tuvo en todos los sectores productivos: agro, industria y construcción, y sólo la actividad financiera pudo exponer un crecimiento. Las tendencias al comenzar 2013 son negativas y ya no hay arrastre estadístico. Las perspectivas son de una leve recesión que probablemente no alcance a compensar una mejor producción sojera.
Esta situación parece contradecir el propósito oficial de impulsar la economía mediante instrumentos de aliento al mercado interno. Con ese fin el gobierno mantiene retrasados los precios de los servicios públicos y expande notablemente el gasto y el déficit fiscal. Paralelamente se sostienen las trabas cuantitativas y las restricciones a las importaciones y se desalienta con el cepo cambiario el turismo hacia afuera. Pero lo más notable ha sido y es la fuerte expansión monetaria. Sin embargo este conjunto de políticas expansivas no consiguen tonificar la economía. Más bien solo lograron alimentar la inflación y desplazar utilidades hacia los bancos.
La inviabilidad del modelo económico se ha hecho palpable y la insistencia en sostenerlo con más intervencionismo ha aumentado la desconfianza y el riesgo país. Como consecuencia la inversión ha caído creando más limitaciones para cualquier futura recuperación. La infraestructura energética y de transporte muestra ya una notable insuficiencia para sostener cualquier reversión de las tendencias productivas y para evitar un posible faltante de divisas. La importación de energía ha vuelto a convertirse en una amenaza luego de décadas de excedentes.
Nos interesa poner la atención en la expansión monetaria y en el riesgo de un desborde inflacionario. A lo largo de 2012 la base monetaria creció un 40% (en pesos), mientras que las reservas disminuyeron un 6% (en dólares). Hoy las reservas respaldan sólo un 72 % de la base. Dentro de los activos del Banco Central figuran los bonos del Tesoro entregados en contrapartida por el uso de las reservas para el pago de deuda pública. Son títulos no negociables que de hecho no rinden interés y que el fisco en todo caso renovará pero nunca pagará. Por lo tanto no tienen valor de mercado. Si se analiza correctamente el balance del Banco Central, se concluye en que sus activos realizables solo cubren el 41% de sus pasivos exigibles. Entre estos últimos deben computarse la base monetaria más las letras Lebac y Novac. Las reservas son por lo tanto extremadamente débiles, lo que explica porqué el Banco Central ha puesto fuera del alcance del público la compra de divisas provenientes de dichas reservas. No está en condiciones de enfrentar una corrida cambiaria. Cualquier proceso de huida del dinero impactará sobre la cotización del dólar paralelo. Quien quiera protegerse cambiando pesos por una moneda estable, deberá buscarla en el mercado informal. De esta forma la protección de las reservas tiene su contracara en la ampliación de la brecha cambiaria.
Este efecto no es gratuito ni inocuo. Cuando la brecha se amplía, el premio de obtener dólares oficiales y venderlos en el paralelo es cada vez mayor. Esto se convierte en un deporte nacional. Se subfacturan exportaciones y sobrefacturan importaciones, se anticipan pagos financieros, se giran utilidades, aparece el contrabando hacia afuera y se desarrollan formas imaginativas de eludir el cepo cambiario. Las oportunidades de corrupción se expanden. El resultado es finalmente un deterioro del balance de pagos oficial y una caída de las reservas. Esto acentúa la percepción de riesgo e impulsa aún más el cambio de pesos por dólares, asomando la posibilidad de una espiralización de la inflación. La recaudación fiscal se deteriora, el déficit crece y su financiación con emisión recae sobre una base monetaria cada vez más reducida en términos reales debido a la huida del dinero. El desdoblamiento del mercado cambiario mediante un dólar comercial y otro financiero, no modificaría el fenómeno que describimos. Puede encontrarse en nuestra historia económica un caso bien expresivo durante el primer semestre de 1989.
Resulta imperativo corregir las actuales tendencias fiscales y monetarias. Es el momento de actuar sobre un gasto público que no ha dejado de expandirse y que permanentemente ha dejado atrás a la recaudación impositiva pese a la profusa imaginación del gobierno nacional y de las provincias y municipios para incrementar alícuotas o crear nuevos tributos.
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El año 2012 finalizó con un magro resultado en el nivel de actividad. De no computarse el arrastre estadístico del año anterior, el producto bruto interno hubiera mostrado una reducción. De hecho la tuvo en todos los sectores productivos: agro, industria y construcción, y sólo la actividad financiera pudo exponer un crecimiento. Las tendencias al comenzar 2013 son negativas y ya no hay arrastre estadístico. Las perspectivas son de una leve recesión que probablemente no alcance a compensar una mejor producción sojera.
Esta situación parece contradecir el propósito oficial de impulsar la economía mediante instrumentos de aliento al mercado interno. Con ese fin el gobierno mantiene retrasados los precios de los servicios públicos y expande notablemente el gasto y el déficit fiscal. Paralelamente se sostienen las trabas cuantitativas y las restricciones a las importaciones y se desalienta con el cepo cambiario el turismo hacia afuera. Pero lo más notable ha sido y es la fuerte expansión monetaria. Sin embargo este conjunto de políticas expansivas no consiguen tonificar la economía. Más bien solo lograron alimentar la inflación y desplazar utilidades hacia los bancos.
La inviabilidad del modelo económico se ha hecho palpable y la insistencia en sostenerlo con más intervencionismo ha aumentado la desconfianza y el riesgo país. Como consecuencia la inversión ha caído creando más limitaciones para cualquier futura recuperación. La infraestructura energética y de transporte muestra ya una notable insuficiencia para sostener cualquier reversión de las tendencias productivas y para evitar un posible faltante de divisas. La importación de energía ha vuelto a convertirse en una amenaza luego de décadas de excedentes.
Nos interesa poner la atención en la expansión monetaria y en el riesgo de un desborde inflacionario. A lo largo de 2012 la base monetaria creció un 40% (en pesos), mientras que las reservas disminuyeron un 6% (en dólares). Hoy las reservas respaldan sólo un 72 % de la base. Dentro de los activos del Banco Central figuran los bonos del Tesoro entregados en contrapartida por el uso de las reservas para el pago de deuda pública. Son títulos no negociables que de hecho no rinden interés y que el fisco en todo caso renovará pero nunca pagará. Por lo tanto no tienen valor de mercado. Si se analiza correctamente el balance del Banco Central, se concluye en que sus activos realizables solo cubren el 41% de sus pasivos exigibles. Entre estos últimos deben computarse la base monetaria más las letras Lebac y Novac. Las reservas son por lo tanto extremadamente débiles, lo que explica porqué el Banco Central ha puesto fuera del alcance del público la compra de divisas provenientes de dichas reservas. No está en condiciones de enfrentar una corrida cambiaria. Cualquier proceso de huida del dinero impactará sobre la cotización del dólar paralelo. Quien quiera protegerse cambiando pesos por una moneda estable, deberá buscarla en el mercado informal. De esta forma la protección de las reservas tiene su contracara en la ampliación de la brecha cambiaria.
Este efecto no es gratuito ni inocuo. Cuando la brecha se amplía, el premio de obtener dólares oficiales y venderlos en el paralelo es cada vez mayor. Esto se convierte en un deporte nacional. Se subfacturan exportaciones y sobrefacturan importaciones, se anticipan pagos financieros, se giran utilidades, aparece el contrabando hacia afuera y se desarrollan formas imaginativas de eludir el cepo cambiario. Las oportunidades de corrupción se expanden. El resultado es finalmente un deterioro del balance de pagos oficial y una caída de las reservas. Esto acentúa la percepción de riesgo e impulsa aún más el cambio de pesos por dólares, asomando la posibilidad de una espiralización de la inflación. La recaudación fiscal se deteriora, el déficit crece y su financiación con emisión recae sobre una base monetaria cada vez más reducida en términos reales debido a la huida del dinero. El desdoblamiento del mercado cambiario mediante un dólar comercial y otro financiero, no modificaría el fenómeno que describimos. Puede encontrarse en nuestra historia económica un caso bien expresivo durante el primer semestre de 1989.
Resulta imperativo corregir las actuales tendencias fiscales y monetarias. Es el momento de actuar sobre un gasto público que no ha dejado de expandirse y que permanentemente ha dejado atrás a la recaudación impositiva pese a la profusa imaginación del gobierno nacional y de las provincias y municipios para incrementar alícuotas o crear nuevos tributos.
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