Hablar de política debería ser necesariamente hablar de historia, porque no hay presente sin historia y la proyección de cualquier futuro (uno de los fines más importantes del trabajo político) también depende de la construcción que se haga del pasado. Por eso hoy, que el revisionismo se ha vuelto norma y que uno de los soportes fundamentales de la construcción identitaria, tanto en lo político como en lo histórico, es la idea de la demorada integración regional, poner en paralelo las historias políticas recientes de Brasil y Argentina no es un ejercicio ocioso. De eso se trata el libro Ideología y democracia. Intelectuales, partidos políticos y representación partidaria en Argentina y Brasil, desde 1980 al 2003, de Amílcar Salas Oroño. Editado por el Instituto Nacional Juan Domingo Perón y la Editorial Pueblo Heredero, este libro analiza un conjunto de interpretaciones sobre la realidad social, la representación partidaria y la democracia, que influyeron en la formación de intelectuales en Argentina y Brasil. De esta forma se propone renovar el debate sobre las ideologías en América Latina.
Amílcar Salas Oroño es licenciado en Ciencias Políticas, doctor en Ciencias Sociales de la UBA y magister en Ciencia Política de la Universidad de San Pablo. Este doble camino académico lo ubica como un interlocutor válido para poner en paralelo los caminos recorridos por la política reciente en los dos grandes países de Sudamérica.
Son interesantes sus argumentos para abordar el trabajo que se ha propuesto. «Argentina y Brasil comparten, en el período de 1980 a 2003, lo que algunos autores denominan la doble transición. Esto es de las dictaduras a la democracia y de las matrices económicas todavía con cierta regulación estatal al neoliberalismo. Lo interesante es observar que en esos trayectos históricos los sistemas políticos fueron en direcciones opuestas», afirma Salas Oroño. «En el caso argentino, aquel ciclo concluye –sobre todo pensando en el bienio 2001-2003– en una crisis muy marcada de la legitimidad de la política (que se revierte, luego, con el kirchnerismo)», agrega el autor. «Y en Brasil, por el contrario, si los años ’80 se caracterizan por una alta fragmentación partidaria y una baja legitimidad del sistema político, hacia la elección de 2002 –la que consagra a Lula presidente por primera vez–, tanto la valoración social de los partidos como la estabilidad de las instituciones democráticas se encontraba en niveles respetables. Entonces tenemos para esas décadas, similares momentos históricos pero sistemas políticos en tendencias opuestas; lo importante es que este sustrato tendrá efectos sobre los procesos políticos subsiguientes», concluye Salas.
–La comparación parece obvia, pero se intuye que esta historia en común no ha estado marcada siempre por las coincidencias. ¿La relación actual de acuerdo ha sido permanente o estos últimos años representan un cambio histórico?
–Efectivamente, los últimos años representan un cambio de orientación muy importante. Las relaciones bilaterales entre ambos países han pasado por todo tipo de situaciones, incluso bélicas, aunque en otros contextos. Más allá de la brecha idiomática, hay una cuestión histórica que explica la paradójica distancia entre ambos países: las respectivas élites tenían como destino y visualización primordial a los países centrales –Europa o EE UU, según los casos y épocas– con la orientación general ideológica que eso supuso. Esto se viene revirtiendo en los últimos tiempos: con el importante aumento del tráfico de mercancías entre Brasil y Argentina, también han comenzado a afianzarse otro tipo de vínculos –políticos, culturales, etcétera–. Lo interesante de este cambio, de estos contactos actuales, es que se afirma una posibilidad «descolonizadora»: ya no se trata de observar primero a los países centrales como fuente dinamizadora de lo que sucede en la periferia, sino de dirigir la atención hacia los países vecinos. No se trata de un cambio absoluto, pero es una tendencia que no existía antes.
–¿Por qué se escoge comenzar la comparación entre ambos países en 1980, no antes, y por qué se clausura en 2003? ¿Cuál es la importancia de esos años?
–Son fechas clave, para un país y otro. En 1980 se vuelven a abrir los registros para inscribir nuevos partidos políticos en Brasil; todavía estamos en la dictadura. La nueva reglamentación de los militares impedía que se volvieran a inscribir los mismos partidos que habían funcionado previos al golpe del ’64, lo que fuerza a reacomodamientos en los grupos existentes. Esto acelera la constitución y exposición del Partido dos Trabalhadores, y el carácter de «novedad histórica» que se le va a adherir como identidad de allí en adelante. El 2003 es un momento clave del sistema político argentino: nunca se había registrado una elección con aquel nivel de fragmentación partidaria entre candidatos presidenciales. En ese sentido, fue una elección particular: cinco candidaturas estuvieron en una franja relativamente competitiva: 2003 era, evidentemente, el rebote de lo que se había derrumbado en 2001. Son dos momentos fundamentales para comprender las historias políticas de ambos países.
–¿A partir de esta comparación, el libro encuentra motivos para explicar el cambio de liderazgo ocurrido en la región, pasando de la Argentina a Brasil?
–Hacia el final hay una reflexión en esa dirección. Es importante dimensionar la relevancia que ha tenido y tiene el Partido dos Trabalhadores (PT) en la historia latinoamericana. Ha sido el principal agente de los cambios democráticos brasileños contemporáneos y es un original espacio de ideas y formador de cuadros políticos. La llegada del PT a la Presidencia supuso una renovación de la élite política dirigencial y la estructuración de una agenda pública con elementos disruptivos: no sólo por la protección social que promovió desde el gobierno federal, sino también por el tipo de direccionamiento que se le dio a la intervención estatal. El liderazgo de Brasil en la región –y afuera de la ella– está sustentada a partir de una nueva forma de comprender y dirigir la regulación del Estado: por ejemplo, en los Planes de Inversión Pública (PAC) o en los rumbos asumidos por Petrobras y el BNDES, entre otros agentes públicos. Ahora bien, esta orientación estatal se explica, entre otros factores, porque existe un respaldo ideológico en términos de proyecto político por parte del PT; en ese sentido, el partido ha funcionado como una «ideología en movimiento», como se sugiere en el libro, es decir, proponiendo respuestas acorde a las necesidades contemporáneas de la sociedad brasileña. El hecho de que el PT haya cambiado a lo largo de su historia política, asumiendo una identidad más allá de la de su fundación –en 1980–, es lo que le ha permitido a Brasil despegarse, siempre en términos relativos.
–A partir de lo observado, ¿es posible plantear escenarios futuros en los panoramas de ambos países y en las políticas que los ligan?
–Los últimos años han acercado a ambos países, sin dudas. Políticamente se han vuelto más semejantes, sobre todo considerando los programas de gestión de los elencos gubernamentales de un lado y del otro. Es interesante advertir que los proyectos políticos que comenzaron en Brasil y Argentina –en 2002 y 2003, respectivamente– tienden a coincidir cada vez más: por ejemplo, lo que parecía una cuestión mucho más lenta y demorada en Brasil como lo era la cuestión de los Derechos Humanos durante la dictadura, hoy, con la Comisión de la Verdad, ha dado un giro importante; y a la inversa, la nacionalización de YPF ha logrado generar, en pocos meses, no sólo un entusiasmo ciudadano sino también un nueva forma de comprender e instalar lo que puede ser una proyección empresarial del propio Estado, en alguna medida similar a la de Petrobras. Ahora, para que estos acercamientos fueran posibles, tuvieron que darse dos fenómenos anteriores, que el libro relata: por un lado, una «crisis de las interpretaciones» en la forma de ver la democracia en la Argentina, la que se expresa hacia 2001, y una internalización de la estructura del poder y sus dinámicas, y la temporalidad de las rupturas, al interior del Partido dos Trabalhadores. Hoy en día, si bien ambos gobiernos deben lidiar con problemas nacionales específicos, las decisiones «tácticas» que vienen tomando suelen parecerse bastante; será fundamental trabajar para que también lo hagan las orientaciones «estratégicas». «
Amílcar Salas Oroño es licenciado en Ciencias Políticas, doctor en Ciencias Sociales de la UBA y magister en Ciencia Política de la Universidad de San Pablo. Este doble camino académico lo ubica como un interlocutor válido para poner en paralelo los caminos recorridos por la política reciente en los dos grandes países de Sudamérica.
Son interesantes sus argumentos para abordar el trabajo que se ha propuesto. «Argentina y Brasil comparten, en el período de 1980 a 2003, lo que algunos autores denominan la doble transición. Esto es de las dictaduras a la democracia y de las matrices económicas todavía con cierta regulación estatal al neoliberalismo. Lo interesante es observar que en esos trayectos históricos los sistemas políticos fueron en direcciones opuestas», afirma Salas Oroño. «En el caso argentino, aquel ciclo concluye –sobre todo pensando en el bienio 2001-2003– en una crisis muy marcada de la legitimidad de la política (que se revierte, luego, con el kirchnerismo)», agrega el autor. «Y en Brasil, por el contrario, si los años ’80 se caracterizan por una alta fragmentación partidaria y una baja legitimidad del sistema político, hacia la elección de 2002 –la que consagra a Lula presidente por primera vez–, tanto la valoración social de los partidos como la estabilidad de las instituciones democráticas se encontraba en niveles respetables. Entonces tenemos para esas décadas, similares momentos históricos pero sistemas políticos en tendencias opuestas; lo importante es que este sustrato tendrá efectos sobre los procesos políticos subsiguientes», concluye Salas.
–La comparación parece obvia, pero se intuye que esta historia en común no ha estado marcada siempre por las coincidencias. ¿La relación actual de acuerdo ha sido permanente o estos últimos años representan un cambio histórico?
–Efectivamente, los últimos años representan un cambio de orientación muy importante. Las relaciones bilaterales entre ambos países han pasado por todo tipo de situaciones, incluso bélicas, aunque en otros contextos. Más allá de la brecha idiomática, hay una cuestión histórica que explica la paradójica distancia entre ambos países: las respectivas élites tenían como destino y visualización primordial a los países centrales –Europa o EE UU, según los casos y épocas– con la orientación general ideológica que eso supuso. Esto se viene revirtiendo en los últimos tiempos: con el importante aumento del tráfico de mercancías entre Brasil y Argentina, también han comenzado a afianzarse otro tipo de vínculos –políticos, culturales, etcétera–. Lo interesante de este cambio, de estos contactos actuales, es que se afirma una posibilidad «descolonizadora»: ya no se trata de observar primero a los países centrales como fuente dinamizadora de lo que sucede en la periferia, sino de dirigir la atención hacia los países vecinos. No se trata de un cambio absoluto, pero es una tendencia que no existía antes.
–¿Por qué se escoge comenzar la comparación entre ambos países en 1980, no antes, y por qué se clausura en 2003? ¿Cuál es la importancia de esos años?
–Son fechas clave, para un país y otro. En 1980 se vuelven a abrir los registros para inscribir nuevos partidos políticos en Brasil; todavía estamos en la dictadura. La nueva reglamentación de los militares impedía que se volvieran a inscribir los mismos partidos que habían funcionado previos al golpe del ’64, lo que fuerza a reacomodamientos en los grupos existentes. Esto acelera la constitución y exposición del Partido dos Trabalhadores, y el carácter de «novedad histórica» que se le va a adherir como identidad de allí en adelante. El 2003 es un momento clave del sistema político argentino: nunca se había registrado una elección con aquel nivel de fragmentación partidaria entre candidatos presidenciales. En ese sentido, fue una elección particular: cinco candidaturas estuvieron en una franja relativamente competitiva: 2003 era, evidentemente, el rebote de lo que se había derrumbado en 2001. Son dos momentos fundamentales para comprender las historias políticas de ambos países.
–¿A partir de esta comparación, el libro encuentra motivos para explicar el cambio de liderazgo ocurrido en la región, pasando de la Argentina a Brasil?
–Hacia el final hay una reflexión en esa dirección. Es importante dimensionar la relevancia que ha tenido y tiene el Partido dos Trabalhadores (PT) en la historia latinoamericana. Ha sido el principal agente de los cambios democráticos brasileños contemporáneos y es un original espacio de ideas y formador de cuadros políticos. La llegada del PT a la Presidencia supuso una renovación de la élite política dirigencial y la estructuración de una agenda pública con elementos disruptivos: no sólo por la protección social que promovió desde el gobierno federal, sino también por el tipo de direccionamiento que se le dio a la intervención estatal. El liderazgo de Brasil en la región –y afuera de la ella– está sustentada a partir de una nueva forma de comprender y dirigir la regulación del Estado: por ejemplo, en los Planes de Inversión Pública (PAC) o en los rumbos asumidos por Petrobras y el BNDES, entre otros agentes públicos. Ahora bien, esta orientación estatal se explica, entre otros factores, porque existe un respaldo ideológico en términos de proyecto político por parte del PT; en ese sentido, el partido ha funcionado como una «ideología en movimiento», como se sugiere en el libro, es decir, proponiendo respuestas acorde a las necesidades contemporáneas de la sociedad brasileña. El hecho de que el PT haya cambiado a lo largo de su historia política, asumiendo una identidad más allá de la de su fundación –en 1980–, es lo que le ha permitido a Brasil despegarse, siempre en términos relativos.
–A partir de lo observado, ¿es posible plantear escenarios futuros en los panoramas de ambos países y en las políticas que los ligan?
–Los últimos años han acercado a ambos países, sin dudas. Políticamente se han vuelto más semejantes, sobre todo considerando los programas de gestión de los elencos gubernamentales de un lado y del otro. Es interesante advertir que los proyectos políticos que comenzaron en Brasil y Argentina –en 2002 y 2003, respectivamente– tienden a coincidir cada vez más: por ejemplo, lo que parecía una cuestión mucho más lenta y demorada en Brasil como lo era la cuestión de los Derechos Humanos durante la dictadura, hoy, con la Comisión de la Verdad, ha dado un giro importante; y a la inversa, la nacionalización de YPF ha logrado generar, en pocos meses, no sólo un entusiasmo ciudadano sino también un nueva forma de comprender e instalar lo que puede ser una proyección empresarial del propio Estado, en alguna medida similar a la de Petrobras. Ahora, para que estos acercamientos fueran posibles, tuvieron que darse dos fenómenos anteriores, que el libro relata: por un lado, una «crisis de las interpretaciones» en la forma de ver la democracia en la Argentina, la que se expresa hacia 2001, y una internalización de la estructura del poder y sus dinámicas, y la temporalidad de las rupturas, al interior del Partido dos Trabalhadores. Hoy en día, si bien ambos gobiernos deben lidiar con problemas nacionales específicos, las decisiones «tácticas» que vienen tomando suelen parecerse bastante; será fundamental trabajar para que también lo hagan las orientaciones «estratégicas». «