Para el Gobierno, Sergio Schoklender es un grano infectado y difícil de extirpar sin ocasionarse más daño a sí mismo. Sus palabras tienen la fuerza de quien cuenta las cosas desde adentro, como parte del engranaje oscuro que desnuda. Sin embargo, nada de esto parece dañar el capital electoral de la Presidenta, que sigue en estado de gracia mientras se aproxima a su reelección.
Es probable que si algún día el contexto económico y cultural cambia, estos hechos sean prolijamente facturados por la misma mayoría social que hoy prefiere recostarse sobre los logros del Gobierno y hacer como que lo demás no existe. Ya pasó otras veces.
La Justicia aporta su dosis de anestesia política. A casi cuatro meses de las primeras denuncias, Schoklender ni siquiera fue llamado a declarar por el siempre cuidadoso juez Norberto Oyarbide.
La oposición, aturdida después del durísimo golpe de las elecciones primarias, busca un hilo para su discurso. Intentó sin fortuna cabalgar sobre las irregularidades en la votación de agosto. Ahora juega unas fichas al escándalo Schoklender. La cuestión es llenar de algún modo su propio, desolador, vacío de argumentos y propuestas. Es tarea de titanes.
Vistas de ese ángulo, las denuncias de Schoklender funcionan como comida chatarra: se sirven rápido, son sabrosas, se consumen fácil. Si hay dudas sobre la calidad, quedan disimuladas por la satisfacción inmediata. En sus virtudes también está su riesgo.
Bajo el estruendo fácil de la mención a funcionarios involucrados, dineros que van y que retornan, planes que no se cumplen, obras que no se controlan y fondos públicos que se desvían, el riesgo es olvidar quién es Schoklender , qué papel cumplía en esas matufias y cómo en su actuación siempre se asoció con los mismos que ahora denuncia.
Para decirlo fácil: el ex apoderado de las Madres no es Lisandro De la Torre, un hombre incorruptible que denunció negociados contra la Patria. Si hubo delito, Schoklender es uno de los delincuentes; si hubo corrupción, Schoklender es uno de los corruptos.
Es probable que si algún día el contexto económico y cultural cambia, estos hechos sean prolijamente facturados por la misma mayoría social que hoy prefiere recostarse sobre los logros del Gobierno y hacer como que lo demás no existe. Ya pasó otras veces.
La Justicia aporta su dosis de anestesia política. A casi cuatro meses de las primeras denuncias, Schoklender ni siquiera fue llamado a declarar por el siempre cuidadoso juez Norberto Oyarbide.
La oposición, aturdida después del durísimo golpe de las elecciones primarias, busca un hilo para su discurso. Intentó sin fortuna cabalgar sobre las irregularidades en la votación de agosto. Ahora juega unas fichas al escándalo Schoklender. La cuestión es llenar de algún modo su propio, desolador, vacío de argumentos y propuestas. Es tarea de titanes.
Vistas de ese ángulo, las denuncias de Schoklender funcionan como comida chatarra: se sirven rápido, son sabrosas, se consumen fácil. Si hay dudas sobre la calidad, quedan disimuladas por la satisfacción inmediata. En sus virtudes también está su riesgo.
Bajo el estruendo fácil de la mención a funcionarios involucrados, dineros que van y que retornan, planes que no se cumplen, obras que no se controlan y fondos públicos que se desvían, el riesgo es olvidar quién es Schoklender , qué papel cumplía en esas matufias y cómo en su actuación siempre se asoció con los mismos que ahora denuncia.
Para decirlo fácil: el ex apoderado de las Madres no es Lisandro De la Torre, un hombre incorruptible que denunció negociados contra la Patria. Si hubo delito, Schoklender es uno de los delincuentes; si hubo corrupción, Schoklender es uno de los corruptos.