Es ya proverbial la incapacidad de Cristina para elegir candidatos. Y Scioli no va a poder disimular que fracasó en su esfuerzo por disuadirla de perseverar en el error. La apuesta del bonaerense pareció razonable: disipar las razones de la presidenta y sus fieles para obstaculizar su candidatura y, una vez resignados a aceptarla, para maniatarlo. Si los convencía, ellos también se dedicarían a ganar la elección, más que a condicionar y entorpecer el modo en que él propone hacerlo, y lo dejarían elegir un gobernador como compañero de fórmula.
Disfrazado de primer camporista, cantó el himno del aguante al “proyecto” y juró que el único cambio necesario es acelerar. Como quien no ve delante ni paredes ni abismos de que preocuparse. Mientras llenaba de elogios a Máximo, Kicillof y demás monjes negros oficiales buscando diluir los motivos por los que se pretendía enchufárselos de candidatos.
Pero no funcionó. Ella también astuta, viene sacándole todo el jugo que queda al control del estado y no escatima medios para prolongarlo y limitar al máximo el espacio de aquellos con los que obligadamente tendrá que compartirlo a partir de 2016. Todos los demás peronistas incluidos. Además, nunca va a cambiar de idea respecto a quién es Scioli: en el debate entre los que creen que es realmente un pusilánime y quienes, como ha explicado Felipe Solá, saben que el peronismo promueve a sus dirigentes entrenándolos en hacerse los boludos, Cristina está con Solá.
¿Pesó en la decisión presidencial la caída de Massa y la luz de ventaja que ya Scioli tiene frente a Macri? ¿La terminaron de convencer el fracaso de las tratativas entre éste y el FR y su tropezón santafecino? ¿También el hecho de que en casi todas las provincias vuelven a ganar los que están? Es posible. Una oposición todavía dividida entre macristas, massistas y “progresistas” da más aire a la idea de que, cualesquiera sean sus candidatos, el oficialismo impondrá su mensaje de que es mejor seguir como vamos porque el cambio es riesgoso, o inviable, y deslucido en lo que promete.
Scioli podrá decir, para consolarse, que logró su ‘second worst’: Zannini tiene más bajo perfil que Máximo o Kicillof, así que tal vez logre esconderlo en la campaña (algo imposible con el superministro o con el superhijo), y por qué no también después de la votación. Presentó “su” decisión con esta idea: “hablé con él y me dijo que era un orgullo acompañar al vicepresidente de Néstor Kirchner”. Como si la situación del comisario de Cristina fuera comparable a la que él vivió en 2003: un cero a la izquierda que no representaba a ningún sector relevante en el estado ni en la sociedad. Mientras que el Chino va a ser, de resultar electo, la frutilla de un postre extendido por todo el espinel de la administración, con una jefa que seguirá liderando un importante sector de opinión y buscará recuperar el pleno ejercicio del poder como sea. Para no hablar de la diferencia entre ser presidente con superávit fiscal y la economía creciendo y serlo con estanflación crónica y obligado a desarmar una bomba fiscal potencialmente devastadora.
Es cierto que en nuestra tradición los vicepresidentes son más bien irrelevantes. Pero también lo es que nuestras tradiciones valen poco. Esa la rompió el mismo Scioli cuando para sellar el acuerdo asistió presuroso al despacho de Zannini: ¿seguirá siendo así si éste llega a presidir el Senado?, ¿Será que Scioli compró el parlamentarismo á la Kunkel?
Claro que él algún beneficio sacó de este trago amargo. Al bajarse Randazzo tiene chances de ser el más votado en las PASO. Si alcanza el 40% dirá que ya ganó, que ya no necesita para octubre más “colaboración” de Cristina y se pondrá a organizar su gabinete, con el que habrá de tomar las decisiones que cuentan. Una ilusión difícil de hacer pasar por buena, pero que comprarían empresarios, sindicalistas y otros sectores aterrorizados por la alternativa: que Scioli gane y se convierta en serio en Cámpora (resultó reveladora ya la candidez de las reacciones del empresariado local vis a vis la alarma sin medias tintas que lanzaron los inversores externos).
Sin embargo, ni Cristina ni Macri ayudarán a sostener esa esperanza. Cristina, Máximo y Kicillof protagonizarán los actos de la transición. Ojalá lo inviten a Scioli. Y ella ya adelantó que el gabinete en funciones es tan sagrado como el retraso cambiario y el Congreso en esta “etapa del modelo”. Por su parte el jefe del PRO, reconciliado con Michetti, hizo lo opuesto que Cristina con Zannini y Randazzo: apostó por los que suman votos, se mostró de nuevo tolerante al disenso y sobre todo se preparó para invertir frente a Scioli la tesis con que los peronistas suelen descalificar a los no peronistas por débiles e incapaces de gobernar: “conmigo tendrán un presidente, con aliados pero sin entorno, con él apenas un delegado y no precisamente uno de ustedes”.
¿Logrará Scioli disimular su fracaso y hacérselo tragar a la dirigencia peronista y a los votantes? No hay que subestimarme, dijo, y eso es cierto sobre todo en su capacidad para darle marketing de éxito a la frustración: lo viene haciendo bien tras ocho años de desastrosa gestión provincial. Pero ojo: en el campo peronista los todavía disidentes tienen ahora más motivos para estimar que lo menos malo es que gane Macri; y los oficialistas muchos menos para creer que sea Scioli el que les da el abrazo del oso a los k: como tantas veces en estos años se deben sentir como las ranas que nadan en una olla que se acerca de a poco al punto de ebullición, ¿cómo saber cuándo saltar, si el agua está cada vez más linda?
En cuanto a los votantes la amplia mayoría ahora ignora estos asuntos pero al ir a las urnas no lo hará. Menos con el camporismo poblando las listas. Esto es consistente con la necesidad de Cristina de mostrar que los votos siguen siendo suyos. También revelador de que cada vez que tiene margen para optar la pifia, y que el regalo que le está haciendo la sociedad de despedirla gentilmente, además de inmerecido, es una envenenada (o milagrosa) fuente de confusión.
Marcos Novaro
Politólogo. Director del Centro de Investigaciones Políticas (CIPOL)
Disfrazado de primer camporista, cantó el himno del aguante al “proyecto” y juró que el único cambio necesario es acelerar. Como quien no ve delante ni paredes ni abismos de que preocuparse. Mientras llenaba de elogios a Máximo, Kicillof y demás monjes negros oficiales buscando diluir los motivos por los que se pretendía enchufárselos de candidatos.
Pero no funcionó. Ella también astuta, viene sacándole todo el jugo que queda al control del estado y no escatima medios para prolongarlo y limitar al máximo el espacio de aquellos con los que obligadamente tendrá que compartirlo a partir de 2016. Todos los demás peronistas incluidos. Además, nunca va a cambiar de idea respecto a quién es Scioli: en el debate entre los que creen que es realmente un pusilánime y quienes, como ha explicado Felipe Solá, saben que el peronismo promueve a sus dirigentes entrenándolos en hacerse los boludos, Cristina está con Solá.
¿Pesó en la decisión presidencial la caída de Massa y la luz de ventaja que ya Scioli tiene frente a Macri? ¿La terminaron de convencer el fracaso de las tratativas entre éste y el FR y su tropezón santafecino? ¿También el hecho de que en casi todas las provincias vuelven a ganar los que están? Es posible. Una oposición todavía dividida entre macristas, massistas y “progresistas” da más aire a la idea de que, cualesquiera sean sus candidatos, el oficialismo impondrá su mensaje de que es mejor seguir como vamos porque el cambio es riesgoso, o inviable, y deslucido en lo que promete.
Scioli podrá decir, para consolarse, que logró su ‘second worst’: Zannini tiene más bajo perfil que Máximo o Kicillof, así que tal vez logre esconderlo en la campaña (algo imposible con el superministro o con el superhijo), y por qué no también después de la votación. Presentó “su” decisión con esta idea: “hablé con él y me dijo que era un orgullo acompañar al vicepresidente de Néstor Kirchner”. Como si la situación del comisario de Cristina fuera comparable a la que él vivió en 2003: un cero a la izquierda que no representaba a ningún sector relevante en el estado ni en la sociedad. Mientras que el Chino va a ser, de resultar electo, la frutilla de un postre extendido por todo el espinel de la administración, con una jefa que seguirá liderando un importante sector de opinión y buscará recuperar el pleno ejercicio del poder como sea. Para no hablar de la diferencia entre ser presidente con superávit fiscal y la economía creciendo y serlo con estanflación crónica y obligado a desarmar una bomba fiscal potencialmente devastadora.
Es cierto que en nuestra tradición los vicepresidentes son más bien irrelevantes. Pero también lo es que nuestras tradiciones valen poco. Esa la rompió el mismo Scioli cuando para sellar el acuerdo asistió presuroso al despacho de Zannini: ¿seguirá siendo así si éste llega a presidir el Senado?, ¿Será que Scioli compró el parlamentarismo á la Kunkel?
Claro que él algún beneficio sacó de este trago amargo. Al bajarse Randazzo tiene chances de ser el más votado en las PASO. Si alcanza el 40% dirá que ya ganó, que ya no necesita para octubre más “colaboración” de Cristina y se pondrá a organizar su gabinete, con el que habrá de tomar las decisiones que cuentan. Una ilusión difícil de hacer pasar por buena, pero que comprarían empresarios, sindicalistas y otros sectores aterrorizados por la alternativa: que Scioli gane y se convierta en serio en Cámpora (resultó reveladora ya la candidez de las reacciones del empresariado local vis a vis la alarma sin medias tintas que lanzaron los inversores externos).
Sin embargo, ni Cristina ni Macri ayudarán a sostener esa esperanza. Cristina, Máximo y Kicillof protagonizarán los actos de la transición. Ojalá lo inviten a Scioli. Y ella ya adelantó que el gabinete en funciones es tan sagrado como el retraso cambiario y el Congreso en esta “etapa del modelo”. Por su parte el jefe del PRO, reconciliado con Michetti, hizo lo opuesto que Cristina con Zannini y Randazzo: apostó por los que suman votos, se mostró de nuevo tolerante al disenso y sobre todo se preparó para invertir frente a Scioli la tesis con que los peronistas suelen descalificar a los no peronistas por débiles e incapaces de gobernar: “conmigo tendrán un presidente, con aliados pero sin entorno, con él apenas un delegado y no precisamente uno de ustedes”.
¿Logrará Scioli disimular su fracaso y hacérselo tragar a la dirigencia peronista y a los votantes? No hay que subestimarme, dijo, y eso es cierto sobre todo en su capacidad para darle marketing de éxito a la frustración: lo viene haciendo bien tras ocho años de desastrosa gestión provincial. Pero ojo: en el campo peronista los todavía disidentes tienen ahora más motivos para estimar que lo menos malo es que gane Macri; y los oficialistas muchos menos para creer que sea Scioli el que les da el abrazo del oso a los k: como tantas veces en estos años se deben sentir como las ranas que nadan en una olla que se acerca de a poco al punto de ebullición, ¿cómo saber cuándo saltar, si el agua está cada vez más linda?
En cuanto a los votantes la amplia mayoría ahora ignora estos asuntos pero al ir a las urnas no lo hará. Menos con el camporismo poblando las listas. Esto es consistente con la necesidad de Cristina de mostrar que los votos siguen siendo suyos. También revelador de que cada vez que tiene margen para optar la pifia, y que el regalo que le está haciendo la sociedad de despedirla gentilmente, además de inmerecido, es una envenenada (o milagrosa) fuente de confusión.
Marcos Novaro
Politólogo. Director del Centro de Investigaciones Políticas (CIPOL)