La campaña de Obama tratando de reclutar voluntarios es un muestrario inocente de las ilusiones de la política norteamericana. It belongs to you! le dice arriba de un escenario a una multitud. Obama repasa el largo camino de su campaña con la sabiduría de un reverendo rastrillando la nación. Sus viajes, sus momentos de meditación, reuniones con pocas personas. La carretera interestatal que hace de las primarias el mejor momento de la política. Nuestra campaña no fue preparada desde los salones de Washington. Empezó en los patios traseros de Des Moines y en los livings de Concord, y en porches de Charleston. Hay un momento en que toda la política se reduce a ese diálogo casi religioso que responde a la pregunta de los ojos que miran al líder: a dónde vamos. Es hermoso ver bajar de la montaña/ los pies del mensajero de la paz, suena los domingos en las misas hispanas. Toda comunidad en el mundo espera respuestas de los que dieron un paso y dijeron soy yo para las responsabilidades públicas. Hablemos de un hombre tan dueño de sus silencios. Más allá de conspiraciones y gestos sospechados de antikirchnerismo, Scioli es un caso extraño, cuyas virtudes siempre fueron confusas: no es leal, sino obediente, y aun en momentos en los que esa obediencia pone en riesgo su propia condición. Scioli lleva su éxito a donde le digan. Vicepresidencia en 2003, mudanza a la provincia de Buenos Aires en 2007, testimoniales en 2009. Es tan dócil para aceptar destinos como imbatible en los resultados que obtiene. Esa ambigüedad no parece nunca resolverse en pos de una desobediencia, no construye con sus votos su soberanía. No hay un día después del urnazo en el que Scioli es dueño de Scioli. Y trae votos de un lugar extraño al kirchnerismo: clases medias no progresistas y clases altas que reconocen su prudencia y tendencia al diálogo. Además de su arrastre en sectores populares. Es un hombre al que se vuelve por necesidad. ¿Pero quién es? ¿Qué representa? Scioli parece moverse como pez en el agua entre los ganadores del modelo. Es una dosis de capitalismo explícito dentro de un modelo kirchnerista que deja ganar a muchos, pero cuya impronta ideológica construye identificación con los perdedores, los vulnerables y pobres. Scioli, sin dejar de ser popular, o, más aún, la base meticulosa de su popularidad, se construye en la línea de representación de los que progresan, los progresos individuales, ese mundo que parece construir en la suma de movilidades individuales la cifra de la movilidad social. Scioli sería representativo de los que progresan, pero sin agradecer ese progreso al Estado. De allí su liviandad, su intuición de gestos de gobernabilidad llevando tranquilidad a los hogares. Scioli, aun en la obediencia, no deja de ser la promesa de llevar la política al lugar menos conflictivo.
Hay una composición generacional en la política argentina dentro de la cual funcionan las resonancias de estas discusiones. Y es sencilla si aceptamos una división rápida: 1) la generación de Cafiero; 2) la generación del 70; 3) la generación intermedia; 4) la generación de La Cámpora.
La generación de Cafiero es la de los leones herbívoros, ya casi todos pasados a retiro, que llevan dos sellos: el abrazo de Perón y Balbín y el Pacto de Olivos. Un derecho a la Moncloa en cualquier tiempo y espacio. Menem, Alfonsín, De la Rúa, etc., componen ese mundo de pragmatismo y vaticano partidario. Una política como sucesión de pactos que ahorran sangre. La de los años 70 es la generación que hoy ocupa el poder. Con Cristina a la cabeza, y con figuras como Moyano, Binner, Solá, Chacho Alvarez, Patricia Bullrich, Andrés Rodríguez, Víctor De Gennaro, etc. Y que a su modo, muchos mantienen los lenguajes del pasado mítico como caja de herramientas para pensar el presente. Los intermedios son una bisagra de cincuentones juveniles entre los que militan Scioli, Massa, Macri, Urtubey, etc., que heredan los valores que la década del 90 depositó en la política: gestión y gobernabilidad. Ahí clavan sus guampas. Son peronistas naturales por identificación automática e intuitiva con el partido de Estado, concepto que incluye a Macri a pesar del zigzagueo de quien diseñó una entidad política gaseosa como el PRO más para la espera de la vacante de liderazgo peronista que para la proyección política sustitutiva del peronismo. La generación de La Cámpora (que puede incluir también a la izquierda radicalizada del PO y a la Juventud Sindical) representa la vuelta de la política y se incorpora a ella en parte adaptando una línea de sentido histórico que viene de los años 70.
Entre estas generaciones hay filiaciones más o menos claras: si la de La Cámpora es la hija de la de los 70, existe en la generación Cafiero una paternidad sobre la intermedia. Scioli, Massa o Macri parecen sus hijos deportistas. Prudentes con el cuerpo y las pasiones. Cultores de una política donde no existen las peleas a muerte frente a una realidad en la que hay mucho por hacer. Sin embargo, sus intuiciones, donde prima lo privado por sobre lo público, y una tendencia de retracción estatal, los obligan a un diseño político intenso, porque menos Estado implicará siempre más rosca política para mojar la pólvora de los costos sociales. Achicar el Estado se hace a los tiros o se hace con una muñeca marca Corach. Pero ni Macri ni Scioli son neomenemistas. Son, sí, ejemplos de gobernadores donde los giros a la derecha de sus gestiones se hallan comprendidos en la red de un Estado nacional a su izquierda. Es una derechización con garantías sociales dadas por un estado con AUH.
En estos días, mientras a la incertidumbre sobre el impacto de la crisis mundial se suman fricciones políticas adentro del bloque del 54 por ciento, el acertijo de Scioli (un hombre que se considera presidenciable), y sin ensañamiento mediático, debería empezar a revelarse. Qué es lo positivo del proyecto de estos años al que adhirió. Qué es el kirchnerismo, Daniel. ¿Quiénes pagan la crisis? ¿Paritarias? ¿Retenciones? ¿Adónde vamos todos juntos?
* Periodista (blog www.revolucion-tinta-limon.blogspot.com).