En los estudios del canal de cable Todo Noticias, mientras transcurría el programa Los Leuco, se pudo apreciar inesperadamente un proceso de metamorfosis que dejó pasmados a los telespectadores. Antes de comentarlo, vale la pena explicar que el programa citado es una inteligente creación de dos periodistas que son padre e hijo (Alfredo y Diego Leuco) y que procuran replicar su propia imagen humanizada y familiar como conductores con entrevistas a dirigentes políticos acompañados por sus cónyuges u otros parientes directos.
Esta vez, el principal invitado era el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, junto con su esposa, Karina Rabolini. Scioli, con una expresión pétrea que mantuvo en toda la entrevista, desaprovechó (deliberadamente o no, quién lo sabe) el formato del programa, no mostró química alguna frente a la presencia de su esposa, sólo dedicó algunas pocas palabras al accidente de motonáutica en que perdió un brazo y empleó el resto del tiempo, como un perfecto robot, a ponderar los logros de su gobierno y a defender (¿podría decirse que apasionadamente?) a la presidenta Cristina Kirchner, sin el menor matiz de diferenciación o disidencia. Sí, piénselo y acertará: para que no quedaran dudas.
En realidad, la primera colisión se había dado al comienzo del diálogo entre Alfredo Leuco y Scioli, cuando éste pareció reprochar alguna expresión periodística que se oponía al cierre del caso Nisman, en lo concerniente a la investigación de la conducta presidencial. El reproche se hizo más contundente, siempre a cara de perro por parte de Scioli, quien con su congelada indignación negó todo acto ilegal de la Presidenta y condenó enérgicamente al fiscal muerto en extrañas circunstancias. Quizás el periodista pudo haber rebatido la posición del gobernador, tal vez no atinó a hacerlo por cortesía hacia el invitado, o simplemente porque a él también lo paralizó el asombro ante la reacción de su interlocutor.
No se trataba tanto del contenido como de la forma. El tono en que se expresaba Scioli podría perfectamente haber sido usado por Aníbal Fernández, Carlos Kunkel o Andrés «el Cuervo» Larroque. Era la certeza absoluta, la sumisión al absolutismo de la jefa. Lejos quedaba el discurso sciolista rico, demasiado rico en ambigüedades, aunque siempre al margen de las ideologías, caracterizado por el buenismo y la indefinición amistosa. ¡Ha llegado la hora del cambio!
Ocurre que el severo Scioli se está jugando, en los próximos meses, la candidatura presidencial. Hay señales de que el núcleo duro del kirchnerismo estaría dispuesto a darle cada vez más apoyo, a cambio, es claro, de algunas contraprestaciones. Él no tiene inconvenientes en ponerse el traje del camporista irredento. Incluso podría sobreactuar, inclinándose aún más a la izquierda que sus nuevos compañeros de militancia.
Si Scioli y La Cámpora son un solo corazón, es seguro que habrá más votos en las PASO, pero ¿existe la misma garantía en las elecciones nacionales de octubre? ¿Cuáles son el precio por pagar y el beneficio por cobrar de la camporización?
El gobernador parece estar convencido de que lo importante es llegar a la presidencia, aun a costa de ser generoso en la entrega de espacios de poder. Nuestro constitucionalismo presidencialista, recostado en una larga historia de generales y caudillos (a veces, los dos en uno), indica que el verdadero poder, por más espacios que se hayan cedido, continúa acampando en la Casa Rosada, y Scioli seguramente estima que, una vez elegido, podrá deshacer o reordenar a gusto los compromisos contraídos.
Sin embargo, esta vez no será tan fácil. En el Congreso, nadie tendrá mayoría y hará falta, para gobernar, una voluntad negociadora a la que no estamos acostumbrados. No se sabe si Scioli, en caso de ser definitivamente el candidato del kirchnerismo, podrá elegir a su candidato a vice. Tampoco si será capaz de lanzar una decidida ofensiva contra la corrupción, que la sociedad reclama íntimamente, aunque el tema aparezca poco en las encuestas.
En el original programa de los Leuco, un ceñudo Daniel Scioli se cubrió con la armadura forjada por La Cámpora. Dio por sentado que el otro apoyo que necesita, el del peronismo tradicional, estará a su disposición. Mientras tanto, ha optado por modificar la entonación de su discurso, buscando la incondicionalidad necesaria para que la Presidenta pueda levantarle la mano como su único candidato.
No proviene, Scioli, de la Jotapé ni del marxismo light, y no parece ser un devoto lector de Arturo Jauretche o de Ernesto Laclau; su familia vendía electrodomésticos y apoyó a Alfonsín y a Angeloz; su pasión personal fue la motonáutica. Hoy en día él y Mauricio Macri son los principales precandidatos a la presidencia. Sólo les pedimos que no se disfracen y muestren lealmente cómo son.
Scioli será seguramente el que tenga más dificultades para volver de su recién adoptado camporismo. Si pierde las elecciones, no tendrá el peso político suficiente para convertirse en el jefe de la oposición, y desaparecerá, o poco menos, de la escena. Macri, aunque pierda, ha construido a pesar de todo un partido, y seguirá siendo uno de los protagonistas de la tragicomedia que empezará el 10 de diciembre y que exigirá a todos los aspirantes, además de un programa efectivo (que aún desconocemos), una inusual capacidad para la reconciliación y el consenso..
Esta vez, el principal invitado era el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, junto con su esposa, Karina Rabolini. Scioli, con una expresión pétrea que mantuvo en toda la entrevista, desaprovechó (deliberadamente o no, quién lo sabe) el formato del programa, no mostró química alguna frente a la presencia de su esposa, sólo dedicó algunas pocas palabras al accidente de motonáutica en que perdió un brazo y empleó el resto del tiempo, como un perfecto robot, a ponderar los logros de su gobierno y a defender (¿podría decirse que apasionadamente?) a la presidenta Cristina Kirchner, sin el menor matiz de diferenciación o disidencia. Sí, piénselo y acertará: para que no quedaran dudas.
En realidad, la primera colisión se había dado al comienzo del diálogo entre Alfredo Leuco y Scioli, cuando éste pareció reprochar alguna expresión periodística que se oponía al cierre del caso Nisman, en lo concerniente a la investigación de la conducta presidencial. El reproche se hizo más contundente, siempre a cara de perro por parte de Scioli, quien con su congelada indignación negó todo acto ilegal de la Presidenta y condenó enérgicamente al fiscal muerto en extrañas circunstancias. Quizás el periodista pudo haber rebatido la posición del gobernador, tal vez no atinó a hacerlo por cortesía hacia el invitado, o simplemente porque a él también lo paralizó el asombro ante la reacción de su interlocutor.
No se trataba tanto del contenido como de la forma. El tono en que se expresaba Scioli podría perfectamente haber sido usado por Aníbal Fernández, Carlos Kunkel o Andrés «el Cuervo» Larroque. Era la certeza absoluta, la sumisión al absolutismo de la jefa. Lejos quedaba el discurso sciolista rico, demasiado rico en ambigüedades, aunque siempre al margen de las ideologías, caracterizado por el buenismo y la indefinición amistosa. ¡Ha llegado la hora del cambio!
Ocurre que el severo Scioli se está jugando, en los próximos meses, la candidatura presidencial. Hay señales de que el núcleo duro del kirchnerismo estaría dispuesto a darle cada vez más apoyo, a cambio, es claro, de algunas contraprestaciones. Él no tiene inconvenientes en ponerse el traje del camporista irredento. Incluso podría sobreactuar, inclinándose aún más a la izquierda que sus nuevos compañeros de militancia.
Si Scioli y La Cámpora son un solo corazón, es seguro que habrá más votos en las PASO, pero ¿existe la misma garantía en las elecciones nacionales de octubre? ¿Cuáles son el precio por pagar y el beneficio por cobrar de la camporización?
El gobernador parece estar convencido de que lo importante es llegar a la presidencia, aun a costa de ser generoso en la entrega de espacios de poder. Nuestro constitucionalismo presidencialista, recostado en una larga historia de generales y caudillos (a veces, los dos en uno), indica que el verdadero poder, por más espacios que se hayan cedido, continúa acampando en la Casa Rosada, y Scioli seguramente estima que, una vez elegido, podrá deshacer o reordenar a gusto los compromisos contraídos.
Sin embargo, esta vez no será tan fácil. En el Congreso, nadie tendrá mayoría y hará falta, para gobernar, una voluntad negociadora a la que no estamos acostumbrados. No se sabe si Scioli, en caso de ser definitivamente el candidato del kirchnerismo, podrá elegir a su candidato a vice. Tampoco si será capaz de lanzar una decidida ofensiva contra la corrupción, que la sociedad reclama íntimamente, aunque el tema aparezca poco en las encuestas.
En el original programa de los Leuco, un ceñudo Daniel Scioli se cubrió con la armadura forjada por La Cámpora. Dio por sentado que el otro apoyo que necesita, el del peronismo tradicional, estará a su disposición. Mientras tanto, ha optado por modificar la entonación de su discurso, buscando la incondicionalidad necesaria para que la Presidenta pueda levantarle la mano como su único candidato.
No proviene, Scioli, de la Jotapé ni del marxismo light, y no parece ser un devoto lector de Arturo Jauretche o de Ernesto Laclau; su familia vendía electrodomésticos y apoyó a Alfonsín y a Angeloz; su pasión personal fue la motonáutica. Hoy en día él y Mauricio Macri son los principales precandidatos a la presidencia. Sólo les pedimos que no se disfracen y muestren lealmente cómo son.
Scioli será seguramente el que tenga más dificultades para volver de su recién adoptado camporismo. Si pierde las elecciones, no tendrá el peso político suficiente para convertirse en el jefe de la oposición, y desaparecerá, o poco menos, de la escena. Macri, aunque pierda, ha construido a pesar de todo un partido, y seguirá siendo uno de los protagonistas de la tragicomedia que empezará el 10 de diciembre y que exigirá a todos los aspirantes, además de un programa efectivo (que aún desconocemos), una inusual capacidad para la reconciliación y el consenso..
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