En un alarde de autoindulgencia, para calificar el primer año de su gobierno, el Presidente Mauricio Macri se puso 8 sobre un total de 10.
Para Cristina Fernández, Luis D Elía, Fernando Esteche y sus muchachos destituyentes, el presidente de la derecha, el hambre y la dictadura ya debería ir preparando el mismo helicóptero con que se tuvo que ir de la Casa Rosada Fernando De la Rúa.
Desde el optimismo científico, Jaime Durán Barba escribió en Perfil que la gestión de Macri tiene una aceptación de más del 60% y que la imagen positiva del jefe de Estado asciende al 63%.
Más alta, incluso, que cuando asumió, en diciembre del año pasado.
Sin embargo, Diego Reynoso, de IPSOS, afirmó que, según sus estudios, el apoyo al gobierno cayó, desde que empezó hasta ahora, de un 78 a un 51%. Y los consultores de Management & Fit sostienen que son más los que desaprueban que los que aprueban la forma en que Macri está llevando las riendas del gobierno.
¿Se está empezando a terminar la luna de miel de la mayoría de la sociedad con el gobierno?
Lo correcto es afirmar que a millones de argentinos que antes no se atrevían a decir ni mu se les está empezando a colmar la paciencia.
¿Y cuáles y cuántas serían las razones? En las encuestas cualitativas aparecen decenas, pero las que más se repiten son tres. Una: la desmesurada expectativa que generó el propio discurso de Macri y el gobierno. Dos: la falta de contundencia inicial para revelar la verdadera magnitud de la herencia recibida. Y tres: el incumplimiento de las promesas de campaña, como el anuncio de alcanzar pobreza cero y la eliminación completa del impuesto a las ganancias.
Macri afirma ahora que ya había avisado que no era David Copperfield. La verdad es que tanto él como sus asesores más importantes se la pasaron sugiriendo, en público y en privado, que era tan grande el desastre que había dejado el gobierno anterior, que la mera expectativa de cambio iba a generar una enorme ola de inversiones, y producir un crecimiento económico casi instantáneo.
Macri ahora habla de un cambio paulatino y de bajar los niveles de ansiedad, pero la verdad es que los anuncios de la casi inmediata baja de inflación seguidos por las supuestas buenas noticias del segundo semestre salieron de las usinas de comunicación del mismo gobierno.
Es más: fue el propio Presidente el gran abanderado del optimismo a ultranza.
El domingo pasado, el jefe de gabinete Marcos Peña negó de manera rotunda que la administración hubiera escondido los datos del verdadero desastre de la herencia recibida. Citó los datos del informe El estado del Estado. Pero la verdad es que desde el inicio del gobierno todos los ministros recibieron la orden directa de concentrarse en la gestión y dejar que de las denuncias se ocupara la justicia. Fue una decisión estratégica consciente. Lo hicieron con la intención de no matar el principio de optimismo que había en la sociedad y para conseguir financiamiento externo con tasas de interés relativamente bajas. Ahora están pagando el costo. Porque la oposición, incluido el Frente para la Victoria, pasó a la ofensiva de inmediato, como si muchos de sus dirigentes no hubiesen sido responsables del actual estado de las cosas.
Alcanzar la eliminación total de la pobreza y quitar de un día para el otro el impuesto a las ganancias en la Argentina es algo que ni Copperfield ni Macri ni nadie están en condiciones de hacer. Si los estrategas de campaña pecaron de exagerados y así lograron más votos es lógico que ahora el gobierno pague por esa decisión oportunista.
¿Qué fue lo que el gobierno hizo bien?
Salir del cepo sin provocar una hecatombe, como lo prometió.
Pagarle a los holdouts, a un costo relativamente más barato que lo que venía soportando el Estado con Cristina Fernández y Axel Kicillof.
Empezar a hacer efectivo el pago de los juicios a los jubilados, medida a la que denominó reparación histórica.
Ampliar la Asignación por Hijo y asignarle a la emergencia social un presupuesto de $ 30 mil millones durante los próximos tres años.
¿Y qué fue lo que hizo decididamente mal?
Intentar la designación de dos nuevos miembros de la Corte Suprema por decreto, aunque después de corrigió sobre la marcha.
Tomar medidas que se pueden interpretar como favorables a los sectores de la economía más concentrados, como el quite de las retenciones a la minería. (El Presidente las entiende como una ayuda a las economías regionales de provincias como San Juan y Catamarca, pero sus funcionarios no tuvieron tiempo ni vocación para explicarlo con claridad).
Aumentar las tarifas de luz y de gas que en algunos casos fueron desmesuradas. Hacerlo sin audiencias públicas previas, y en el medio de un escenario de inflación con recesión.
Incluir parches a través de decretos de leyes que acaban de ser aprobadas por el Congreso y hacerlo en un sentido que acrecienta la fantasía de que Macri gobierna para los ricos, sin explicar con detenimiento cuál es el verdadero sentido de la decisión.
La inclusión de los parientes directos en el blanqueo impositivo es la última y una de las más inoportunas. Era inevitable que la oposición sospechara que se trata de un decreto con nombre y apellido para favorecer al padre del jefe de Estado, Mauricio Macri. Más allá de las consideraciones técnicas, si el gobierno estaba convencido de hacerlo y lo podía explicar, debería haberlo incluido en el proyecto de ley, y no corregirlo a través de un decreto.
Esta serie de errores no forzados es lo que afecta al gobierno y al Presidente, más allá de cualquier encuesta. Tiene razón Durán Barba cuando afirma que hacer más política no es designar a un ex ministro del Frente para la Victoria como secretario general del gobierno para mostrar amplitud y robarle dirigentes a la oposición. Hacer buena política es, en cambio, evaluar las posibles consecuencias antes de tomar determinaciones que se pueden volver en contra.
¿Hizo bien o mal la justicia de Jujuy en detener a Milagro Sala por el delito de sedición mientras encabezaba una protesta contra el gobernador Gerardo Morales? Se sospecha que la líder de la Tupac Amaru amenazó, mandó a matar, intimidó y además se quedó con dinero del Estado. Por eso le impidieron salir de la cárcel, pero la discusión original sobre si debían privarla de su libertad por el primer supuesto delito hizo que la Organización de Estados Americano exigiera su inmediata liberación.
Ahora el Presidente le pidió a la justicia de la provincia y al gobernador Morales que le expliquen a la Argentina y al mundo porqué es justa la detención de Sala y la canciller Susana Malcorra y el ministro de Justicia, Germán Garavano, trabajan contra reloj para evitar que el conflicto se agigante.
Eso se llama correr detrás de los acontecimientos. Y en el boletín de política y gestión se merecería un aplazo.
Para Cristina Fernández, Luis D Elía, Fernando Esteche y sus muchachos destituyentes, el presidente de la derecha, el hambre y la dictadura ya debería ir preparando el mismo helicóptero con que se tuvo que ir de la Casa Rosada Fernando De la Rúa.
Desde el optimismo científico, Jaime Durán Barba escribió en Perfil que la gestión de Macri tiene una aceptación de más del 60% y que la imagen positiva del jefe de Estado asciende al 63%.
Más alta, incluso, que cuando asumió, en diciembre del año pasado.
Sin embargo, Diego Reynoso, de IPSOS, afirmó que, según sus estudios, el apoyo al gobierno cayó, desde que empezó hasta ahora, de un 78 a un 51%. Y los consultores de Management & Fit sostienen que son más los que desaprueban que los que aprueban la forma en que Macri está llevando las riendas del gobierno.
¿Se está empezando a terminar la luna de miel de la mayoría de la sociedad con el gobierno?
Lo correcto es afirmar que a millones de argentinos que antes no se atrevían a decir ni mu se les está empezando a colmar la paciencia.
¿Y cuáles y cuántas serían las razones? En las encuestas cualitativas aparecen decenas, pero las que más se repiten son tres. Una: la desmesurada expectativa que generó el propio discurso de Macri y el gobierno. Dos: la falta de contundencia inicial para revelar la verdadera magnitud de la herencia recibida. Y tres: el incumplimiento de las promesas de campaña, como el anuncio de alcanzar pobreza cero y la eliminación completa del impuesto a las ganancias.
Macri afirma ahora que ya había avisado que no era David Copperfield. La verdad es que tanto él como sus asesores más importantes se la pasaron sugiriendo, en público y en privado, que era tan grande el desastre que había dejado el gobierno anterior, que la mera expectativa de cambio iba a generar una enorme ola de inversiones, y producir un crecimiento económico casi instantáneo.
Macri ahora habla de un cambio paulatino y de bajar los niveles de ansiedad, pero la verdad es que los anuncios de la casi inmediata baja de inflación seguidos por las supuestas buenas noticias del segundo semestre salieron de las usinas de comunicación del mismo gobierno.
Es más: fue el propio Presidente el gran abanderado del optimismo a ultranza.
El domingo pasado, el jefe de gabinete Marcos Peña negó de manera rotunda que la administración hubiera escondido los datos del verdadero desastre de la herencia recibida. Citó los datos del informe El estado del Estado. Pero la verdad es que desde el inicio del gobierno todos los ministros recibieron la orden directa de concentrarse en la gestión y dejar que de las denuncias se ocupara la justicia. Fue una decisión estratégica consciente. Lo hicieron con la intención de no matar el principio de optimismo que había en la sociedad y para conseguir financiamiento externo con tasas de interés relativamente bajas. Ahora están pagando el costo. Porque la oposición, incluido el Frente para la Victoria, pasó a la ofensiva de inmediato, como si muchos de sus dirigentes no hubiesen sido responsables del actual estado de las cosas.
Alcanzar la eliminación total de la pobreza y quitar de un día para el otro el impuesto a las ganancias en la Argentina es algo que ni Copperfield ni Macri ni nadie están en condiciones de hacer. Si los estrategas de campaña pecaron de exagerados y así lograron más votos es lógico que ahora el gobierno pague por esa decisión oportunista.
¿Qué fue lo que el gobierno hizo bien?
Salir del cepo sin provocar una hecatombe, como lo prometió.
Pagarle a los holdouts, a un costo relativamente más barato que lo que venía soportando el Estado con Cristina Fernández y Axel Kicillof.
Empezar a hacer efectivo el pago de los juicios a los jubilados, medida a la que denominó reparación histórica.
Ampliar la Asignación por Hijo y asignarle a la emergencia social un presupuesto de $ 30 mil millones durante los próximos tres años.
¿Y qué fue lo que hizo decididamente mal?
Intentar la designación de dos nuevos miembros de la Corte Suprema por decreto, aunque después de corrigió sobre la marcha.
Tomar medidas que se pueden interpretar como favorables a los sectores de la economía más concentrados, como el quite de las retenciones a la minería. (El Presidente las entiende como una ayuda a las economías regionales de provincias como San Juan y Catamarca, pero sus funcionarios no tuvieron tiempo ni vocación para explicarlo con claridad).
Aumentar las tarifas de luz y de gas que en algunos casos fueron desmesuradas. Hacerlo sin audiencias públicas previas, y en el medio de un escenario de inflación con recesión.
Incluir parches a través de decretos de leyes que acaban de ser aprobadas por el Congreso y hacerlo en un sentido que acrecienta la fantasía de que Macri gobierna para los ricos, sin explicar con detenimiento cuál es el verdadero sentido de la decisión.
La inclusión de los parientes directos en el blanqueo impositivo es la última y una de las más inoportunas. Era inevitable que la oposición sospechara que se trata de un decreto con nombre y apellido para favorecer al padre del jefe de Estado, Mauricio Macri. Más allá de las consideraciones técnicas, si el gobierno estaba convencido de hacerlo y lo podía explicar, debería haberlo incluido en el proyecto de ley, y no corregirlo a través de un decreto.
Esta serie de errores no forzados es lo que afecta al gobierno y al Presidente, más allá de cualquier encuesta. Tiene razón Durán Barba cuando afirma que hacer más política no es designar a un ex ministro del Frente para la Victoria como secretario general del gobierno para mostrar amplitud y robarle dirigentes a la oposición. Hacer buena política es, en cambio, evaluar las posibles consecuencias antes de tomar determinaciones que se pueden volver en contra.
¿Hizo bien o mal la justicia de Jujuy en detener a Milagro Sala por el delito de sedición mientras encabezaba una protesta contra el gobernador Gerardo Morales? Se sospecha que la líder de la Tupac Amaru amenazó, mandó a matar, intimidó y además se quedó con dinero del Estado. Por eso le impidieron salir de la cárcel, pero la discusión original sobre si debían privarla de su libertad por el primer supuesto delito hizo que la Organización de Estados Americano exigiera su inmediata liberación.
Ahora el Presidente le pidió a la justicia de la provincia y al gobernador Morales que le expliquen a la Argentina y al mundo porqué es justa la detención de Sala y la canciller Susana Malcorra y el ministro de Justicia, Germán Garavano, trabajan contra reloj para evitar que el conflicto se agigante.
Eso se llama correr detrás de los acontecimientos. Y en el boletín de política y gestión se merecería un aplazo.