Una de las virtudes del proyecto de reforma electoral del Ejecutivo es que prohíbe las colectoras y los apoyos múltiples. Establece que cada lista de candidatos podrá participar sólo de una boleta completa. En la elección general ya no sería posible que la boleta de un candidato a presidente se presentara pegada a más de una lista de candidatos al Congreso. Tampoco sería posible que las listas legislativas se presentaran junto a distintos candidatos a presidente, como han hecho en elecciones recientes candidatos a gobernador.
Hace algunos días trascendió que la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados no aprobaría la prohibición de las colectoras. Tampoco admitiría que en las primarias solamente se permitan combinaciones de listas entre los partidos que comparten una agrupación. Esos rechazos empobrecen el proyecto del Ejecutivo e impiden la corrección de los defectos más graves del régimen electoral argentino, que no tienen que ver con votar con papeles o con pantallas, sino con la información confusa que los partidos presentan a los votantes. Los legisladores seguramente están tratando de sobrevivir en las elecciones. Pero lo hacen debilitando su capacidad de representar.
Desde 1983, el Congreso y las Legislaturas provinciales han escrito leyes electorales permisivas. Las candidatas y candidatos usaron todos los permisos que les otorga la ley. Armaron listas colectoras, adhesiones, acoples y lemas; las mismas personas compitieron como candidatos a distintos cargos en la misma elección; presentaron listas de candidatos idénticas con distintos sellos partidarios; cambiaron de domicilio para ser elegidos en provincias donde no residen y compitieron con candidaturas testimoniales para acceder a cargos sin ninguna intención de ocuparlos (u ocupándolos formalmente, pero sin ejercer en serio la función).
Es bueno que quienes quieren ocupar cargos puedan presentarse en elecciones como les parezca mejor. Es saludable que el conflicto entre los que compiten por los mismos cargos se resuelva de acuerdo con la decisión de los votantes. Pero un sistema que admite cualquier recurso para competir le agrega más tensión a la lucha dentro de los partidos, no la afloja. Y la decisión de quienes votamos confundidos no resuelve nada: los que aspiran a ocupar cargos siguen sin saber a qué atenerse, los que son elegidos siguen sumándose a cualquier bloque o formando bloques ínfimos sin ninguna influencia en las políticas, las coaliciones de gobierno siguen desmembrándose ante el menor tropiezo y quienes votamos seguimos sin saber quién decide qué y con qué motivos.
Limitar los permisos electorales inagotables para competir que se dan los partidos argentinos restringe tanto la libertad de elegir y ser elegido como la gramática constriñe la libertad de hablar y de escribir. Sin reglas gramaticales, usar la voz sólo sirve para emitir sonidos que no sabemos cómo se van a entender. Seguir eligiendo de cualquier manera no preserva ninguna otra cosa que la debilidad de los partidos y su incapacidad para resolver bien y a tiempo los problemas que le trasladan al electorado.
Profesor de Ciencia Política de la Universidad de San Andrés e investigador principal del Cippec
Hace algunos días trascendió que la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara de Diputados no aprobaría la prohibición de las colectoras. Tampoco admitiría que en las primarias solamente se permitan combinaciones de listas entre los partidos que comparten una agrupación. Esos rechazos empobrecen el proyecto del Ejecutivo e impiden la corrección de los defectos más graves del régimen electoral argentino, que no tienen que ver con votar con papeles o con pantallas, sino con la información confusa que los partidos presentan a los votantes. Los legisladores seguramente están tratando de sobrevivir en las elecciones. Pero lo hacen debilitando su capacidad de representar.
Desde 1983, el Congreso y las Legislaturas provinciales han escrito leyes electorales permisivas. Las candidatas y candidatos usaron todos los permisos que les otorga la ley. Armaron listas colectoras, adhesiones, acoples y lemas; las mismas personas compitieron como candidatos a distintos cargos en la misma elección; presentaron listas de candidatos idénticas con distintos sellos partidarios; cambiaron de domicilio para ser elegidos en provincias donde no residen y compitieron con candidaturas testimoniales para acceder a cargos sin ninguna intención de ocuparlos (u ocupándolos formalmente, pero sin ejercer en serio la función).
Es bueno que quienes quieren ocupar cargos puedan presentarse en elecciones como les parezca mejor. Es saludable que el conflicto entre los que compiten por los mismos cargos se resuelva de acuerdo con la decisión de los votantes. Pero un sistema que admite cualquier recurso para competir le agrega más tensión a la lucha dentro de los partidos, no la afloja. Y la decisión de quienes votamos confundidos no resuelve nada: los que aspiran a ocupar cargos siguen sin saber a qué atenerse, los que son elegidos siguen sumándose a cualquier bloque o formando bloques ínfimos sin ninguna influencia en las políticas, las coaliciones de gobierno siguen desmembrándose ante el menor tropiezo y quienes votamos seguimos sin saber quién decide qué y con qué motivos.
Limitar los permisos electorales inagotables para competir que se dan los partidos argentinos restringe tanto la libertad de elegir y ser elegido como la gramática constriñe la libertad de hablar y de escribir. Sin reglas gramaticales, usar la voz sólo sirve para emitir sonidos que no sabemos cómo se van a entender. Seguir eligiendo de cualquier manera no preserva ninguna otra cosa que la debilidad de los partidos y su incapacidad para resolver bien y a tiempo los problemas que le trasladan al electorado.
Profesor de Ciencia Política de la Universidad de San Andrés e investigador principal del Cippec