Alicia Kirchner
Al déjà vu le falta esa pieza: a la crisis entre la Casa Rosada y los gobernadores del PJ, y la imposición de un Kirchner que no imanta votantes como candidato en la provincia de Buenos Aires, se le anexó la hipótesis de retoques para adelantar el calendario electoral.
Enlazados, los tres ítems configuran la foto de 2009 y adornan la antesala de 2013. Aquella fue la peor derrota K -la segunda luego de la iniciática de 2003; redondeó la estadística de dos jugadas, dos pérdidas para Néstor Kirchner- y espeja sus fantasmas sobre el presente.
Aunque volátil, la porfía de Cristina de Kirchner con caciques peronistas -que adquirió una ferocidad pública pocas veces vista- tiene como antecedente la guerra guacha de 2008 que prologó el tropiezo electoral de 2009, cuando el FpV perdió en todos los grandes distritos.
El estallido en Santa Cruz, cuyo germen está inoculado desde hace meses, le dio entidad de secuela a la tensión entre Cristina de Kirchner y el PJ. Primero Daniel Scioli, luego José Manuel de la Sota y en estos días, aunque viene de arrastre, Daniel Peralta.
El santacruceño, enfrentado a La Cámpora que reporta a Máximo Kirchner, aprendió de la experiencia de Scioli: precipitó la porfía con Balcarce 50, convencido de que tarde o temprano ocurriría y cuando le queda un resto de «caja» para atender la urgencia provincial por unos meses.
Envió, la semana pasada, intermediarios a negociar la paz a cambio de fondos. Osvaldo «Bochi» Sanfelice, experto en contabilidades varias, fue el emisario. Tras esa fallida misión, Peralta regresó a la trinchera.
Se mira en Scioli en otro aspecto: cree que la disputa castiga con más intensidad a la Presidente que a los gobernadores, como ocurrió por la demora en el pago del aguinaldo a los estatales bonaerenses. Por eso, especula, Cristina de Kirchner cederá antes de empujarlo por el precipicio.
Sin candidato
La cuestión en Buenos Aires aporta otra particularidad. La figura de Alicia Kirchner, que se recorta como candidata a diputada nacional por la provincia en 2013, está muy lejos de despertar pasiones.
La ministra de Desarrollo Social tiene alto nivel de conocimiento, regulares índices de imagen positiva -baja notablemente en el interior-, pero orilla los 30 puntos en intención de voto. «No tenemos candidato para hacer la gran elección que necesita Cristina», confesó, el fin de semana, un operador K.
El concepto de «gran elección» no es antojadizo: si el objetivo de 2013 es superar los 45 puntos a nivel nacional para garantizarse los dos tercios de Diputados y quedar a dos o tres manos en el Senado para, al menos, juguetear con la teoría de una reforma constitucional, la proyección del 30% de Alicia no sirve.
Mirada en detalle, es una realidad más dramática que refleja un mal endémico del kirchnerismo: su casi nula habilidad para construir candidatos propios. La excepción es Cristina de Kirchner hasta ahora con invicto electoral. La Cámpora, hecha a imagen y semejanza, padece el mismo síndrome: su figura electoral más conocida, Juan Cabandié, sacó el 10,6% en 2011 en Capital.
La vulnerabilidad que en ese rubro presenta 2013 anticipa la angustia de los ultra-K para un 2015 si no prospera -o directamente jamás empieza a rodar- la opción de la re-reelección.
«La candidata va a ser Alicia, pero la que va a estar en los actos, la que va a poner la cara en la campaña, va a ser Cristina», dice un funcionario para quien la elección de 2013 tendrá carácter plebiscitario y se convertirá en un duelo «Cristina sí vs. Cristina no».
Es el abracadabra, cierto o simulado, para contraponer los augurios de elecciones esquivas en las provincias de mayor peso electoral: Capital, dominio del macrismo; Santa Fe donde competirá Hermes Binner; Córdoba, con el «cordobesismo» y Juan Schiaretti como candidato, y Mendoza desde donde amenaza volver Julio Cobos.
Hay, en la grilla bonaerense, otra variable: la de replicar el formato que se utilizó en 2011 con Martín Sabbatella como candidato a gobernador bis, paralelo a la boleta de Scioli, que juntó medio millón de votos y se quedó con el 6,5% de los electores.
Rondó esa teoría en las conversaciones reservadas, casi furtivas, de Unidos y Organizados, la megaorganización ultra-K que comanda La Cámpora. Fue de ese núcleo de donde surgió, además, la hipótesis de un posible adelantamiento de las elecciones de 2013.
¿Motivos? Además del imaginario de un repunte temporal de la economía en la primera mitad del año, el planteo sobre la necesidad de dos turnos electorales en caso de avanzar con el proyecto de reforma de la Constitución, que aparte de la legislativa requeriría una elección de convencionales.
En Casa Rosada, por varias vías, descartan esa opción. La razón técnica es que se debería imponer una doble enmienda en el Congreso porque está vigente la ley que fija la elección el cuarto domingo de octubre y las primarias para el segundo domingo de agosto.
El oficialismo tiene los votos para producir esas adaptaciones, pero en caso de dejar las primarias en pie -las PASO que se hacen unos 90 días antes de la general para dar tiempo a la Justicia de recontar votos-, la temporada electoral se adelantaría a marzo/abril y el cierre de listas a fines de febrero o principios de abril. Se invoca, en paralelo, un argumento político: un mal resultado no haría otra cosa que acelerar el pato rengo.
Al déjà vu le falta esa pieza: a la crisis entre la Casa Rosada y los gobernadores del PJ, y la imposición de un Kirchner que no imanta votantes como candidato en la provincia de Buenos Aires, se le anexó la hipótesis de retoques para adelantar el calendario electoral.
Enlazados, los tres ítems configuran la foto de 2009 y adornan la antesala de 2013. Aquella fue la peor derrota K -la segunda luego de la iniciática de 2003; redondeó la estadística de dos jugadas, dos pérdidas para Néstor Kirchner- y espeja sus fantasmas sobre el presente.
Aunque volátil, la porfía de Cristina de Kirchner con caciques peronistas -que adquirió una ferocidad pública pocas veces vista- tiene como antecedente la guerra guacha de 2008 que prologó el tropiezo electoral de 2009, cuando el FpV perdió en todos los grandes distritos.
El estallido en Santa Cruz, cuyo germen está inoculado desde hace meses, le dio entidad de secuela a la tensión entre Cristina de Kirchner y el PJ. Primero Daniel Scioli, luego José Manuel de la Sota y en estos días, aunque viene de arrastre, Daniel Peralta.
El santacruceño, enfrentado a La Cámpora que reporta a Máximo Kirchner, aprendió de la experiencia de Scioli: precipitó la porfía con Balcarce 50, convencido de que tarde o temprano ocurriría y cuando le queda un resto de «caja» para atender la urgencia provincial por unos meses.
Envió, la semana pasada, intermediarios a negociar la paz a cambio de fondos. Osvaldo «Bochi» Sanfelice, experto en contabilidades varias, fue el emisario. Tras esa fallida misión, Peralta regresó a la trinchera.
Se mira en Scioli en otro aspecto: cree que la disputa castiga con más intensidad a la Presidente que a los gobernadores, como ocurrió por la demora en el pago del aguinaldo a los estatales bonaerenses. Por eso, especula, Cristina de Kirchner cederá antes de empujarlo por el precipicio.
Sin candidato
La cuestión en Buenos Aires aporta otra particularidad. La figura de Alicia Kirchner, que se recorta como candidata a diputada nacional por la provincia en 2013, está muy lejos de despertar pasiones.
La ministra de Desarrollo Social tiene alto nivel de conocimiento, regulares índices de imagen positiva -baja notablemente en el interior-, pero orilla los 30 puntos en intención de voto. «No tenemos candidato para hacer la gran elección que necesita Cristina», confesó, el fin de semana, un operador K.
El concepto de «gran elección» no es antojadizo: si el objetivo de 2013 es superar los 45 puntos a nivel nacional para garantizarse los dos tercios de Diputados y quedar a dos o tres manos en el Senado para, al menos, juguetear con la teoría de una reforma constitucional, la proyección del 30% de Alicia no sirve.
Mirada en detalle, es una realidad más dramática que refleja un mal endémico del kirchnerismo: su casi nula habilidad para construir candidatos propios. La excepción es Cristina de Kirchner hasta ahora con invicto electoral. La Cámpora, hecha a imagen y semejanza, padece el mismo síndrome: su figura electoral más conocida, Juan Cabandié, sacó el 10,6% en 2011 en Capital.
La vulnerabilidad que en ese rubro presenta 2013 anticipa la angustia de los ultra-K para un 2015 si no prospera -o directamente jamás empieza a rodar- la opción de la re-reelección.
«La candidata va a ser Alicia, pero la que va a estar en los actos, la que va a poner la cara en la campaña, va a ser Cristina», dice un funcionario para quien la elección de 2013 tendrá carácter plebiscitario y se convertirá en un duelo «Cristina sí vs. Cristina no».
Es el abracadabra, cierto o simulado, para contraponer los augurios de elecciones esquivas en las provincias de mayor peso electoral: Capital, dominio del macrismo; Santa Fe donde competirá Hermes Binner; Córdoba, con el «cordobesismo» y Juan Schiaretti como candidato, y Mendoza desde donde amenaza volver Julio Cobos.
Hay, en la grilla bonaerense, otra variable: la de replicar el formato que se utilizó en 2011 con Martín Sabbatella como candidato a gobernador bis, paralelo a la boleta de Scioli, que juntó medio millón de votos y se quedó con el 6,5% de los electores.
Rondó esa teoría en las conversaciones reservadas, casi furtivas, de Unidos y Organizados, la megaorganización ultra-K que comanda La Cámpora. Fue de ese núcleo de donde surgió, además, la hipótesis de un posible adelantamiento de las elecciones de 2013.
¿Motivos? Además del imaginario de un repunte temporal de la economía en la primera mitad del año, el planteo sobre la necesidad de dos turnos electorales en caso de avanzar con el proyecto de reforma de la Constitución, que aparte de la legislativa requeriría una elección de convencionales.
En Casa Rosada, por varias vías, descartan esa opción. La razón técnica es que se debería imponer una doble enmienda en el Congreso porque está vigente la ley que fija la elección el cuarto domingo de octubre y las primarias para el segundo domingo de agosto.
El oficialismo tiene los votos para producir esas adaptaciones, pero en caso de dejar las primarias en pie -las PASO que se hacen unos 90 días antes de la general para dar tiempo a la Justicia de recontar votos-, la temporada electoral se adelantaría a marzo/abril y el cierre de listas a fines de febrero o principios de abril. Se invoca, en paralelo, un argumento político: un mal resultado no haría otra cosa que acelerar el pato rengo.