Cristina de Kirchner se notificó, luego de dos novedades ingratas, de su soledad política. En paralelo, el planeta K terminó de admitir que la perdurabilidad de esa atmósfera bautizada proyecto nacional y popular depende de una figura: la Presidente.
Es una noticia aterradora. La tesis esencial sobre la que el kirchnerismo cimenta su naturaleza fundacional y mítica trastabilló feo en Santa Fe: Miguel del Sel, orgulloso emblema de la antipolítica, paseó al jinete que encarnaba la epopeya Nac. & Pop.
La trilogía de la cruzada K -el reverdecer militante, el retorno de la política y el del protagonismo de lo ideológico-, que descarriló ante el marketing festivo en Capital el 10 de julio, sufrió otro revés inquietante con la sorpresiva elección de Del Sel.
Por lo pronto, tras esos derrapes, el encanto electoral del kirchnerismo se agota y centraliza en Cristina. Así y todo, esa hipótesis será sometida a dictamen en las primarias del 14 de agosto, cuando, como candidata, la Presidente enfrente en persona una elección.
El impacto del 35% que colectó el comediante excede la figura y la influencia de Mauricio Macri. Lo admitían sus operadores no como lamento, sino como picardía: por su destreza para abrazar a una figura que barrió los pronósticos y compartió, gratis, su bonanza con el porteño.
Macri es, como Del Sel, un fenómeno popular que se ufana -por momentos con manifiesta inhabilidad actoral- de su origen ajeno a la política. Le bastó al PRO, en Capital, para destrozar el inocente y simplista relato K de hermanar a la Ciudad con la Nación.
Del Sel lo imitó, pero tuvo una osadía mayor: avisó, de antemano, que expresaba a un segmento que se opone a que Cristina de Kirchner sea reelecta. Macri, advertido sobre la rareza de votantes que lo apoyan y apoyan a la Presidente, jamás se atrevió a tanto.
Lo cierto es que los últimos dos turnos electorales repiten una particularidad: porcentajes contundentes -en la Ciudad el 47% de los votos efectivos; en Santa Fe, el 35%- del electorado optaron por un voto no ideológico o, al menos, no ideológico para el parámetro K.
Daniel Scioli, diestro en olfatear climas y tendencias, interpretó velozmente que la oleada que colocó a Del Sel segundo, a apenas tres puntos de Antonio Bonfatti en Santa Fe, lo incluye. Y no dudó en elogiarlo.
Fue más lejos: lo consideró un par y objetó las críticas que juzgan su origen no político. La usina que con mayor intensidad desmereció la performance del Midachi es la militancia y la intelligentzia K.
En simultáneo, a horas de la elección santafesina -donde el rechazo a Agustín Rossi se nutrió, además, del efecto post- 125- Scioli montó una intervención pública para congraciarse con los productores agrarios. Habló con Guillermo Moreno para que abra la exportación de trigo y logró un ok: el jueves, según avisó el secretario de Comercio, liberará certificados para comercializar 300 mil toneladas.
Es un ensayo que podría, en poco tiempo, ampliar el cupo a un millón de toneladas.
La puesta en escena de Scioli y el aval de Moreno tienen una explicación simple: el Gobierno apuesta, otra vez, su suerte electoral a la provincia de Buenos Aires. Es un karma K: Néstor Kirchner quedó segundo, en 2003, gracias a lo que le aportó el duhaldismo; Cristina superó con holgura el 40% en 2007 con un sólido triunfo en la provincia.
Paradoja
Toda una paradoja: la principal oferta del FpV en Buenos Aires es un dirigente que, como Del Sel, tiene más de fenómeno popular que de dirigente político. Para el kirchnerismo más crudo y purista, ese pecado original de Scioli lo vuelve un extraño. Para los pragmáticos, un mal no sólo necesario, sino imprescindible.
Otra contradicción en un océano de contradicciones. En rigor, la Casa Rosada no encontró un relato consistente para explicar la derrota de Santa Fe. El abrazo a María Eugenia Bielsa es pura ingenuidad: la expresión K en la provincia fue Rossi, no la diputada.
El kirchnerismo debe, además, venerar el sistema de boleta única que permitió esa segmentación: con lista sábana, seguramente Rossi habría capturado unos puntos más, pero Bielsa hubiese cedido otro tanto. El triunfo de la diputada es un consuelo que, por necesidad, el gobierno debe exagerar.
Exploró, a través de Amado Boudou y Juan Manuel Abal Medina, el argumento de que el voto castigo fue contra el Frente Progresista porque ese sector perdió 15 puntos respecto de la elección de 2007. Pero el FpV, en el tramo gobernador, perdió el 20% en relación con aquella votación.
Sin embargo, en una interpretación matemática, el resultado no es inocuo para Binner, quien debía, como candidato presidencial, obtener una victoria aplastante. Claro que el socialista puede manotear el libreto K y argumentar, como el Gobierno, que los votos a Bonfatti sólo son una parte de sus votos.
Como en toda derrota, brotan los pases de factura: como el fracaso en Capital, el desastre de Santa Fe convirtió a Carlos Zannini en el blanco móvil en las disputas de palacio. El cierre de listas de esa provincia operó en su despacho y castigó, por caso, a aliados de Julio De Vido.
Bullen otras inquinas. Sólo Aníbal Fernández, el ministro K de mayor cercanía a Rossi, defendió al candidato perdidoso. Florencio Randazzo, a su vez, quedó como un cruzado solitario en la defensa de las, por momentos temibles, primarias del 14 de agosto. Tuvo, por enésima vez, que jurar que esa elección no se suspenderá.
El ministro, aliado táctico de Zannini, habita otras maldiciones: el sector que anida en ANSES, incluido Diego Bossio, alter ego de Boudou y mandadero de De Vido, reprocha su sectarismo en el cierre de listas bonaerenses. Menciona, al pasar, otros anexos.
Quedan, por delante, Córdoba y el balotaje porteño. Quince días dramáticos para la Casa Rosada. El intento de salvataje, personalizado en Cristina, deberá esperar hasta el 14. Y no es infalible.
Es una noticia aterradora. La tesis esencial sobre la que el kirchnerismo cimenta su naturaleza fundacional y mítica trastabilló feo en Santa Fe: Miguel del Sel, orgulloso emblema de la antipolítica, paseó al jinete que encarnaba la epopeya Nac. & Pop.
La trilogía de la cruzada K -el reverdecer militante, el retorno de la política y el del protagonismo de lo ideológico-, que descarriló ante el marketing festivo en Capital el 10 de julio, sufrió otro revés inquietante con la sorpresiva elección de Del Sel.
Por lo pronto, tras esos derrapes, el encanto electoral del kirchnerismo se agota y centraliza en Cristina. Así y todo, esa hipótesis será sometida a dictamen en las primarias del 14 de agosto, cuando, como candidata, la Presidente enfrente en persona una elección.
El impacto del 35% que colectó el comediante excede la figura y la influencia de Mauricio Macri. Lo admitían sus operadores no como lamento, sino como picardía: por su destreza para abrazar a una figura que barrió los pronósticos y compartió, gratis, su bonanza con el porteño.
Macri es, como Del Sel, un fenómeno popular que se ufana -por momentos con manifiesta inhabilidad actoral- de su origen ajeno a la política. Le bastó al PRO, en Capital, para destrozar el inocente y simplista relato K de hermanar a la Ciudad con la Nación.
Del Sel lo imitó, pero tuvo una osadía mayor: avisó, de antemano, que expresaba a un segmento que se opone a que Cristina de Kirchner sea reelecta. Macri, advertido sobre la rareza de votantes que lo apoyan y apoyan a la Presidente, jamás se atrevió a tanto.
Lo cierto es que los últimos dos turnos electorales repiten una particularidad: porcentajes contundentes -en la Ciudad el 47% de los votos efectivos; en Santa Fe, el 35%- del electorado optaron por un voto no ideológico o, al menos, no ideológico para el parámetro K.
Daniel Scioli, diestro en olfatear climas y tendencias, interpretó velozmente que la oleada que colocó a Del Sel segundo, a apenas tres puntos de Antonio Bonfatti en Santa Fe, lo incluye. Y no dudó en elogiarlo.
Fue más lejos: lo consideró un par y objetó las críticas que juzgan su origen no político. La usina que con mayor intensidad desmereció la performance del Midachi es la militancia y la intelligentzia K.
En simultáneo, a horas de la elección santafesina -donde el rechazo a Agustín Rossi se nutrió, además, del efecto post- 125- Scioli montó una intervención pública para congraciarse con los productores agrarios. Habló con Guillermo Moreno para que abra la exportación de trigo y logró un ok: el jueves, según avisó el secretario de Comercio, liberará certificados para comercializar 300 mil toneladas.
Es un ensayo que podría, en poco tiempo, ampliar el cupo a un millón de toneladas.
La puesta en escena de Scioli y el aval de Moreno tienen una explicación simple: el Gobierno apuesta, otra vez, su suerte electoral a la provincia de Buenos Aires. Es un karma K: Néstor Kirchner quedó segundo, en 2003, gracias a lo que le aportó el duhaldismo; Cristina superó con holgura el 40% en 2007 con un sólido triunfo en la provincia.
Paradoja
Toda una paradoja: la principal oferta del FpV en Buenos Aires es un dirigente que, como Del Sel, tiene más de fenómeno popular que de dirigente político. Para el kirchnerismo más crudo y purista, ese pecado original de Scioli lo vuelve un extraño. Para los pragmáticos, un mal no sólo necesario, sino imprescindible.
Otra contradicción en un océano de contradicciones. En rigor, la Casa Rosada no encontró un relato consistente para explicar la derrota de Santa Fe. El abrazo a María Eugenia Bielsa es pura ingenuidad: la expresión K en la provincia fue Rossi, no la diputada.
El kirchnerismo debe, además, venerar el sistema de boleta única que permitió esa segmentación: con lista sábana, seguramente Rossi habría capturado unos puntos más, pero Bielsa hubiese cedido otro tanto. El triunfo de la diputada es un consuelo que, por necesidad, el gobierno debe exagerar.
Exploró, a través de Amado Boudou y Juan Manuel Abal Medina, el argumento de que el voto castigo fue contra el Frente Progresista porque ese sector perdió 15 puntos respecto de la elección de 2007. Pero el FpV, en el tramo gobernador, perdió el 20% en relación con aquella votación.
Sin embargo, en una interpretación matemática, el resultado no es inocuo para Binner, quien debía, como candidato presidencial, obtener una victoria aplastante. Claro que el socialista puede manotear el libreto K y argumentar, como el Gobierno, que los votos a Bonfatti sólo son una parte de sus votos.
Como en toda derrota, brotan los pases de factura: como el fracaso en Capital, el desastre de Santa Fe convirtió a Carlos Zannini en el blanco móvil en las disputas de palacio. El cierre de listas de esa provincia operó en su despacho y castigó, por caso, a aliados de Julio De Vido.
Bullen otras inquinas. Sólo Aníbal Fernández, el ministro K de mayor cercanía a Rossi, defendió al candidato perdidoso. Florencio Randazzo, a su vez, quedó como un cruzado solitario en la defensa de las, por momentos temibles, primarias del 14 de agosto. Tuvo, por enésima vez, que jurar que esa elección no se suspenderá.
El ministro, aliado táctico de Zannini, habita otras maldiciones: el sector que anida en ANSES, incluido Diego Bossio, alter ego de Boudou y mandadero de De Vido, reprocha su sectarismo en el cierre de listas bonaerenses. Menciona, al pasar, otros anexos.
Quedan, por delante, Córdoba y el balotaje porteño. Quince días dramáticos para la Casa Rosada. El intento de salvataje, personalizado en Cristina, deberá esperar hasta el 14. Y no es infalible.