Sobre la “fiesta” K y el rol de los periodistas

El miércoles pasado, miles de periodistas españoles salieron a las calles. Reclamaban estabilidad en el empleo, salarios dignos y también ruedas de prensa con preguntas y pluralismo en los medios públicos que –recordaron– existen para beneficio de los ciudadanos y no de los gobiernos. Celebraban el Día Internacional de la Libertad de Prensa, una libertad de tercera categoría para muchos argentinos que buscan minimizarla asimilándola a la “libertad de empresa”, una tontería populista a la que se ha sumado Ignacio Ramonet y olvida la existencia –hoy débil, pero hoy es siempre un instante– de la prensa política, de la prensa partidaria, de la llamada “prensa obrera” que tuvo, en tiempos más o menos recientes, el ejemplo de Rodolfo Walsh y el periódico de la CGT de los Argentinos. Unas pocas horas antes de esa jornada que aquí transcurrió sin pena ni gloria, los cronistas destacados en la Casa Rosada habían sido “encerrados” para que no se asomaran al pasillo por el que iba a circular la Presidente. Oscar Parrilli, algo tarde, dio una contraorden. Lo mismo había ocurrido en el Senado, donde se les impidió ingresar a los palcos y tener acceso a los lugares por donde caminaría el vicepresidente Amado Boudou. En ese caso, fue Miguel Angel Pichetto el encargado de puntualizar que semejantes disposiciones no figuran en la tradición de la Cámara. Boudou, igual que tantos funcionarios, siente aversión por los periodistas que investigan los negocios de sus amigos o no festejan sus guitarreadas . Y lo ha hecho saber: ya explicó que se asemejaban a los empleados que limpiaban los campos de concentración .
Hace unos años –tres, en octubre–, el escritor y periodista Roberto Saviano escribió un magnífico artículo sobre la situación de la prensa italiana. Les hablaba a todos, incluidos los votantes de Il Cavalliere a los que no les pedía que modificaran sus ideas: los instaba a reflexionar acerca de “los modos y los métodos de quien los representa”. Saviano –casi un clandestino tras la publicación de su novela Gomorra y sus investigaciones sobre la mafia– denunciaba que cualquiera que formulara críticas al Gobierno tenía que prepararse no para recibir una desmentida sino una campaña de descrédito ; debía saber que el precio de desempeñar “una función que consiste en hacer preguntas y expresar opiniones, le será exigido en su propia piel”. En Italia, era el diagnóstico de Saviano, libertad de prensa significaba que uno pudiera “hacer su trabajo sin ser atacado en el plano personal ”.
La estética y la ética berlusconiana lo obligaban a poner las cosas en su sitio y puntualizar que “la responsabilidad exigida a las instituciones no es la misma que la que debe tener quien escribe y quien, en función de su oficio, formula preguntas.
No se hacen preguntas en nombre de la propia superioridad moral . Se hacen preguntas en nombre de la propia profesión y de la posibilidad de interrogar a la democracia. Un periodista no se representa a sí mismo, un ministro representa a la República. La democracia existe en el momento en el que son respetados los papeles de ambos (…) Pero un ciudadano que desempeña su trabajo no puede ser expuesto al chantaje de ver arrastrada por el fango su vida privada”. Defender la palabra escrita al riesgo “del sacrificio de la reputación y de la serenidad indispensables para brindar información” no era sólo un dilema para los periodistas italianos, reconocía Saviano. Tenía razón: hoy la reputación y la serenidad están a mal traer en Argentina . ¿Quién que tenga una postura crítica no ha sido difamado desde los medios oficiales o desde los que no tienen de privados más que la formalidad del rótulo? ¿Quién no ha sentido que se le rompían los nervios viendo su nombre sometido a “juicios populares” o manoseado por individuos asesorados por la Secretaría de Inteligencia y recompensados de manera superlativa con el dinero público ? ¿A quién no le ha hervido la sangre oyendo cómo lo enlodan fiscales nacionales y populares que se mudan de barrio porque la proximidad de familias paraguayas los hacen sentir en una “reserva indígena”; por progresistas que denuncian adolescentes por fumarse un porro; por Macachas Güemes de Palermo Hollywood que no conocen la sensación de haber participado de una sola jornada de huelga? Es verdad: en este oficio, tanto como el salario importan la reputación y la serenidad porque cuando se ataca una es para que se pierda la otra y nazca el miedo. Un mecanismo insidioso empleado desde un poder que no censura los textos, se limita a mostrar las consecuencias; que no utiliza la violencia contra los periodistas pero los fuerza a convivir con la maledicencia, con la certeza de que sus teléfonos son escuchados; sus fuentes, vigiladas; sus redes, intervenidas por los numerosos hackers con que cuenta el aparato propagandístico y de control de un gobierno que ha avasallado al Estado.
El jueves, al cerrar el “debate” sobre la ley de expropiación del 51% de YPF, el jefe de la bancada oficialista pronunció una frase reveladora; los enemigos del gobierno, mintió, nunca fueron los otros partidos porque los partidos piensan en el país: el enemigo son las corporaciones porque ellas no tienen otro norte que las ganancias. Esa generosidad final, esa mano tendida a algunos de sus adversarios políticos tenía una explicación: el kirchnerismo acababa de enredarlos en una telaraña letal, les había quebrado el espinazo y los fragmentaba, los había embretado en el seguidismo, los llevaba pataleando a aprobar una ley extraña de la que no avalaban sino la enunciación inicial. Las corporaciones de las que hablaba Agustín Rossi eran los medios y a ellos quizá pueda sumarse en esta etapa algún sector del sindicalismo. Esa contracción que dibuja el gobierno será la que domine los tiempos que vienen.
No lo blanqueó Rossi sino gente menos experta que, según suele ocurrir, cuenta las cuestiones como son o como serán en breve: “la pelea de esta democracia –sentenció ayer la columnista de un medio progubernamental– es la de la política contra las corporaciones. Las fuerzas que disputen un lugar real, con ancla en el electorado y no en los entrevistadores apretadores o los columnistas biliosos, hacen bien en comprenderlo (…) No son los grandes medios ni los lobbystas de las pautas monumentales los que pueden avasallar a la política con la total impudicia con que lo hacen, pero esta vez no obtuvieron las respuestas que esperaban, como no lo hicieron tampoco con Malvinas”. Allí daba en el clavo la cronista “K”: nunca se obtienen del Poder Ejecutivo las respuestas que se esperan, que se deben, porque las formulan “entrevistadores apretadores” o las comentarán después “columnistas biliosos”. No hay que darle pasto a las fieras. La periodista de los medios “públicos” concluyó su columna con una exclamación compasiva hacia esos colegas “derechistas” y descarriados: “Qué fiesta se están perdiendo”, escribió. Ella sabrá por qué lo dice.

Acerca de Nicolás Tereschuk (Escriba)

"Escriba" es Nicolás Tereschuk. Politólogo (UBA), Maestría en Sociologìa Económica (IDAES-UNSAM). Me interesa la política y la forma en que la política moldea lo económico (¿o era al revés?).

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