Storani: «La transición a la democracia fue de ruptura»

08.10.2013 | Federico Storani, militante radical, político, abogado
Fue uno de los protagonistas del proceso político que lideró la restauración. Ex integrante de la Junta Coordinadora Nacional, una de las plataformas de las que se sirvió Alfonsín para acceder a la Presidencia, de su partido, la Unión Cívica Radical, y luego de la Argentina.
El hombre no desentona con su estudio. Vestido, como la mayoría del mobiliario, con tonos oscuros; de movimientos austeros como la talla del modular de roble antiguo; con los recuerdos tanto o más vívidos que el rojizo de los sillones donde invita a sentarse. En Federico Storani, el hombre en cuestión, conviven una persona todavía joven –tiene 63 años– y un histórico dirigente radical. Distendido, aunque aplomado, el ex integrante de la Junta Coordinadora Nacional, una de las plataformas de las que se sirvió Raúl Alfonsín para acceder a la presidencia, primero de su partido, la Unión Cívica Radical, y luego de la Argentina, dirá en el transcurso de la entrevista con Tiempo Argentino que «gobernar después de la dictadura era como caminar en un campo minado. Cada vez que se daba un paso, podía explotar algo.» Storani fue una de las figuras centrales del proceso político que lideró la restauración democrática. «Recuerdo el acto de cierre en el Obelisco –dice sobre el mitin ocurrido el 26 de octubre de 1983, cuatro días antes del histórico triunfo de Alfonsín con el 52% de los votos–. Me impactó la cantidad de gente que concurrió.» No es para menos. Pese a que las cifras sobre la asistencia variaron notablemente entre los medios de la época, ninguno consignó una concentración menor al medio millón de personas. Para los organizadores, en cambio, 1,5 millón escuchó al líder radical decir: «La única forma de no fracasar es que podamos concretar una democracia con poder en la Argentina y el poder se lo dará el pueblo unido, organizado en esa tarea.» Tiempos, cuenta Storani, en los que «el acercamiento físico con la gente era importante y los actos, multitudinarios. Todo era menos marketinero. A pesar de que había publicistas, estos estaban en un segundo plano porque el primer lugar pertenecía a la militancia, las pintadas, los actos en los locales.» –¿Eso se perdió? –Ahora se está recuperando un poco. Pero el menemismo deterioró los valores. El hecho mismo de haber llegado a la Presidencia prometiendo revolución productiva y salariazo para luego aplicar un esquema neoliberal clásico, desprestigió a la política. –¿Por qué cree que Alfonsín ganó en el ’83? –Tuvo el coraje de plantear cosas contra la corriente. Se animó a decir que, más allá de la justa reivindicación de soberanía en las Islas Malvinas, la dictadura tenía el objetivo de perpetuarse en el poder. Sostuvo que lo que vendría sería peor y no se equivocó. Luego del doloroso fracaso de la guerra, muchos sectores de la sociedad comenzaron a mirar de otra forma a los que se habían opuesto. Otro elemento clave fue el compromiso de investigar y juzgar el terrorismo de Estado. Cuando se hizo el acto en la Federación de Box (NdR: aconteció el 16 de julio de 1982), como puntapié de la campaña, habíamos hecho un punteo entre los militantes para ver si la llenábamos. En el momento que llegaron las columnas organizadas ya estaba colmado por público espontáneo. Fue la primera señal de que algo pasaba en torno a Alfonsín. –¿Los tomó por sorpresa el triunfo? –Teníamos conciencia de la masividad que habíamos logrado. Pero nosotros también estábamos ganados por la idea de que el peronismo era invencible electoralmente, aunque teníamos el plus de la adhesión espontánea. –¿Cuáles fueron las medidas que considera claves una vez que la UCR ocupó la Rosada? –Teníamos varios frentes complejos. La transición democrática argentina, a diferencia de la chilena o la peruana, fue de ruptura. No se pactó con los militares. Eso tenía ventajas y desventajas. En apariencia, no había condicionamientos, pero en realidad sí los había. Todo era imprevisible, como caminar por un campo minado. No sabíamos cuándo podía explotar algo. Por eso creo que las medidas más impactantes fueron la ley que anulaba la autoamnistía que los militares habían promulgado en beneficio de sí mismos, el decreto que ordenó el procesamiento de las Juntas y la creación de la Conadep. –¿Y en áreas ajenas a los Derechos Humanos? –Habíamos estado cerca de la guerra con Chile por el tema del canal de Beagle y había rispideces con Brasil. Alfonsín lanzó una consulta popular para que se aceptara el documento emanado de la mediación papal sobre el conflicto austral (NdR: en 1984), y ganamos. Respecto de Brasil, sentamos las bases del Mercosur, lo que permitió distender la relación bilateral. La política exterior es muy rescatable. –Además de las leyes del perdón, ¿qué otras concesiones hubo que hacer a las corporaciones y los poderes fácticos para, según ustedes, estabilizar la democracia? –Fuimos un gobierno enfrentado con varias corporaciones. La más visible era la militar. Pasaban cosas como que un juez citara a un militar a declarar y sus superiores no lo dejaran salir del cuartel. De todos modos, no comparto la definición de «leyes del perdón». No se puede comparar el Punto Final y la Obediencia Debida con el indulto de (Carlos) Menem. El Punto Final fijó un plazo procesal (a las causas abiertas) y la Obediencia Debida diferenció responsabilidades (penales en el escalafón militar). En cambio, el indulto sí fue un perdón. Anuló penas y causas. Eso no había ocurrido con las otras leyes, que, admito, fueron concesiones, en un contexto complejo, con la intención de conservar la estabilidad democrática. –¿Con qué otras corporaciones tuvieron que lidiar? –La Iglesia se opuso a muchas iniciativas. Cuando impulsamos la Ley de Divorcio Vincular, sacaron la virgen de la Catedral de Luján, por primera vez en 150 años, y la llevaron hasta Plaza de Mayo. Otras, obviamente, fueron los factores económicos. Hay que recordar el discurso de Alfonsín, cuando lo silbaron en la Sociedad Rural (NdR: en 1988). Era un escenario complejo que, mirado en perspectiva, Alfonsín condujo bastante bien. –Las corporaciones que atentaban contra la democracia de ayer, ¿son las mismas que enfrenta el kirchnerismo hoy? –Alfonsín intentó debilitar a algunas de ellas, como la militar. Pero en la cuestión económica nos fue mal. Sin duda, fuimos víctimas de los grupos económico-financieros, que nos pasaron todas las facturas juntas cuando el gobierno estuvo débil. En ese sentido, sí hay puntos de contacto con las actuales circunstancias. En el momento en que Kirchner planteó la renegociación de la deuda externa, y la quita, nosotros respaldamos. Por otra parte, Argentina cambió mucho. Entre Alfonsín y Kirchner estuvo Menem. Y ese período fue una calamidad porque dejó sin herramientas al Estado. Pero sí creo que hay cierta coincidencia en plantear una lucha con el poder económico concentrado, que puede producir golpes de mercado, que nosotros conocimos bien. –Cristina Kirchner alertó sobre las «balas de tinta». ¿Cree que esos sectores dominantes, de la mano de los medios hegemónicos, pueden poner en jaque al sistema democrático? –No veremos en la Argentina un golpe de Estado clásico. No les hace falta porque esos poderes acorralan a un gobierno hasta que no pueda gobernar, generan factores de desestabilización, malestar social, fastidio. No creo en la independencia de los medios. Estamos en un sistema capitalista y (estos) dependen del interés económico que sostienen. El tema es poder generar reglas que defiendan los intereses populares. En los últimos años, se produjo una concentración de medios que no está resuelta. –La UCR, en sus dos gobiernos, se quejó del «obstruccionismo» del peronismo. ¿Cómo avizora que sería la actitud del PJ, en el que parecen consolidarse dos corrientes en pugna, ante un eventual gobierno de corte radical a partir de 2015? –Uno de los mitos instalados es que el único partido que puede garantizar gobernabilidad es el justicialista. Sin embargo, quien tuvo la capacidad suficiente para conducir la transición que tuvo Argentina fue Alfonsín. A Ítalo Luder se lo hubieran devorado las corporaciones. Ahora, sí es cierto que el PJ tendrá que resolver su conformación movimientista. Hoy aparece un peronismo progresista, más dinámico y pujante, y ese otro más recalcitrante y conservador. Con el primero, podrían consensuarse políticas de Estado aunque no haya mayorías absolutas, como ocurre en cualquier país del mundo. No creo que pueda suceder lo mismo con aquel peronismo que tiene como Norte el poder por el poder mismo, la prebenda y el dominio territorial. –¿En qué momento comenzó la pérdida de representatividad del radicalismo, la reducción de su histórico caudal electoral? –Creo que se debe a, justamente, mi mayor punto de discrepancia con Alfonsín. En el 99% de los casos él tuvo razón. Pero en este tuve razón yo. El gran error fue el Pacto de Olivos. La debacle del radicalismo arrancó ahí, es casi matemático si uno mira los números. Nosotros, en la elección parlamentaria del ’93 conservábamos un respetable piso del 30% de los votos. Éramos un partido sólido. Y, de golpe, caímos. No digo que Alfonsín haya estado mal intencionado (al pactar con Menem). Él quería que hubiera instituciones más modernas, como el Consejo de la Magistratura, el jefe de Gabinete y el tercer senador. Pero el planteo mío, y lo discutí con Alfonsín, era que el único objetivo de esa reforma era la reelección de Menem, que la UCR se desdibujaba como oposición. Y un tipo que violaba la Constitución anterior, como Menem, por más que hiciéramos la mejor del mundo, seguiría violándola. Fue un error. Si uno ve los guarismos de esos años, el Frepaso era una fuerza que representaba el 8, 10% de los votos. Y, a partir del pacto, pega un salto que nos obliga a formar la alianza tiempo después. Para mí ese fue el punto de inflexión y nos ha costado mucho recuperarnos, aun hasta hoy. –¿Qué rol tuvo el Congreso en estos 30 años? –No fue resuelto con la reforma constitucional de 1994, que buscó atenuar el presidencialismo exacerbado, porque era causal de inestabilidad política. Poner fusibles antes, como el jefe de Gabinete, se suponía que se ganaría en estabilidad institucional. Pero no se cumplió. Ni en este gobierno ni en los anteriores. El del jefe de la administración, supuestamente, era articular, impulsar y acordar políticas de Estado con los líderes partidarios y parlamentarios. Si vos te das el laburo, de mediar, conversar, conceder, afirmarte, podés llegar a cuatro o cinco políticas de Estado que te dan un marco de gobernabilidad mucho más amplio. Lo que ha fallado en todo este tiempo es eso, por la falta de voluntad de distintos gobiernos, no sólo de este. Uno de los ámbitos de discusión y consenso es el Parlamento, pero hay que respetar su propia dinámica. «DEMONIOS» DE AYER Y DE HOY. –Usted, como otros jóvenes radicales, ocupó lugares claves durante el gobierno alfonsinista. ¿A qué atribuye que ciertas voces reclamen una renovación generacional en los partidos y, a la par, demonicen toda expresión juvenil que pretenda disputar poder y gestionar el Estado? ¿Ve parecidos entre el tratamiento que recibe La Cámpora con lo que vivieron ustedes? –Nosotros dedicamos mucha energía a romper cercos. Por lo tanto, mi posición es clara a favor de la militancia, de aquella que traza solidaridades, con sentido altruista, de construcción colectiva, de poner el cuerpo. Toda expresión en ese sentido debe ser bienvenida y no demonizada, estigmatizada y descalificada. Sería, si no, condenar mi propia historia. Está bien que haya corrientes juveniles que participen, que reclamen espacios y que, por supuesto, busquen gestionar el Estado. Claro, deben contar con idoneidad para ello. Nosotros no estigmatizamos la militancia juvenil porque lo sufrimos. Fuimos llamados «Los montoneros de Alfonsín» desde una tapa de la revista Somos, cuando todavía eran muy frescas ciertas experiencias en la Argentina. Ese intento de descalificación, de meter miedo, de generar falsos mitos dejó jirones de credibilidad, prestigio y confianza en mucha gente. En ese sentido, veo, sí, ciertos correlatos con algunos tratamientos (mediáticos) que se hace de La Cámpora. « » Demián Verduga y Germán Alemanni

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