Suerte radical

Las desastrosas esquirlas iniciales del Madregate inducen a concentrar la atención en los movimientos piadosamente opositores.
En el radicalismo se registra la presencia del elemento movilizador, que mantiene el atributo de la suerte. Es Ricardo Alfonsín, El Menoscabado.
Al designar, como copiloto en la fórmula, al economista González Fraga, Alfonsín se instala en la armadura de la confiabilidad. Es su punto vulnerable. A través de González Fraga emite una señal bastante obvia. Cambia, radicalmente, el rumbo. La orientación.
Retrocede, en la Unión Cívica Radical, con el alejamiento de los socialistas, la presentable comodidad del centro izquierda. Para tentar a los millones de votos del centro derecha. Se quedaron sin representación. Abandonados en banda cuando Mauricio Macri decidió proteger, sin mayor convicción, su dominio en el Artificio Autónomo de la Capital.
En la práctica, Alfonsín aparta, hacia el costado izquierdo, al gobernador Hermes Binner. Con quien mantiene la alianza distrital, en Santa Fe (aunque entra en la mesa de los riesgos).
Queda Binner librado a la aventura de otra formulación. De izquierda lícitamente previsible, viable. Ensombrece el panorama que se dibujaba luminosamente optimista para el oficialismo. Y que se encuentra, a pesar de los esfuerzos del Frente Encuestológico de la Victoria, potencialmente fragilizado. Sin conducción. Con la exclusiva estrategia de colgarse del “Vestidito Negro” (cliquear).
Por el costado izquierdo, Binner se postula para disputarle la mercadería electoral del progresismo.
De lanzarse hacia la presidencia, Binner tendría que esmerarse -según informe de Consultora Oximoron- para no caer en el juego extorsivo de la polarización. Amenaza con ser letal, sin ir más lejos, para Fernando Solanas, el dirigente universitario que decidió también recluirse -como Macri- en el Artificio Autónomo.
Solanas emerge como invariable víctima anticipatoria de la polarización entre Cristina (a través del manuable Filmus) y Macri.
Con similar rigor, Binner tendría que cuidarse para no ser arrastrado por la polarización nacional. Entre Cristina (si finalmente comete el error de ser) y Alfonsín (aunque Duhalde pretenda discutirle el privilegio).
Sin evaluar los efectos catastróficos del Madregate que comienza, corresponde habituarse a pensar que el proyecto de Alfonsín es más trascendente de lo que aparenta. Contiene riesgo de banda presidencial. Para algarabía del suspenso. De la acción y la aventura que suele apoderarse del país, cuando la Unión Cívica Radical se aproxima al poder.
Flojo de experiencias y preparación
La opción por González Fraga deriva en el intento de asegurar gobernabilidad. Para los razonables moderados. Los sensatos que lo encuentran, a “Ricardito”, algo flojo en materia de experiencias y preparación.
El Menoscabado, hasta aquí, exhibió que se encuentra dotado de algo más que de suerte. Triunfó, primero, ante los amigos emblemáticos del padre (una manera de vencerlo). Eclipsó el progreso numerológico de Cobos, cabeza de encuestas durante dos años. E interrumpió el ascenso del agigantado Sanz, sólo providencial durante cuatro semanas.
Alfonsín fue beneficiario hasta del alarmante desatino de Eduardo Duhalde. Con caballerosidad inusual, Duhalde aplaudió la decisión de haber nominado, como su segundo, a González Fraga, su oportuno funcionario. Pero se precipitó también en comerse el amague de un reportaje, al declarar que, para una eventual segunda vuelta, entre Cristina y Alfonsín, no vacilaría en inclinarse por Alfonsín.
Relativa manera, la de Duhalde, de rebajarse. De generar desconfianza en su postulación. En especial entre tantos peronistas desconformes, fastidiados con el kirchnerismo. Pero la disidencia, de ningún modo, los habilita a votar por un radical, en contra un peronista. El problema supera la frivolidad política. Es cultural.
Pero Duhalde después se corrigió. Para asegurar que junto con Das Neves, el Tenor Portugués, van a juntar más de 30 puntos.
A esta altura, a pesar de la abnegación de Schiavoni y Monzó (los armadores truncos), difícilmente prospere el engendro macrista de imaginar la interna ilusoria para el 14 de agosto. Un papelón ampliado del Peronismo Federal. Sería entre Duhalde, el providencialismo de Alberto Rodríguez Saa, y el invento generador de otra lista. Con Felipe Solá (máximo exponente del felipismo), o con el propio comodín, Federico Pinedo.
Supermercados Narváez
La contrainteligencia de Duhalde confirma que se encuentra numerológicamente segundo. Detrás, largamente, de Cristina. Significa que Duhalde, para la contrainteligencia, lo desplazó a Alfonsín. Al menos en alguna encuesta que suele aproximar Julio Aurelio, el titán que les enseñó el negocio a tantos numerólogos.
Para Consultora Oximoron, Alfonsín decayó algunos puntos. Irrelevantes. Fue mientras trascendía el manoseo del acuerdo con Francisco Narváez, El Roiter. Y el simultáneo manoseo del desacuerdo con Binner, que le ponía bolilla negra a Narváez. Ver “Hepatalgina política” (cliquear).
Hasta que El Roiter adquirió el accesible supermercado radical. La franquicia de Buenos Aires. Debería adquirir, en adelante -en caso de existir-, la biblioteca de Hipólito Yrigoyen. Para proseguir con su dinámica de construcción. Como cuando adquirió la biblioteca de Perón, al anexarse el regalado supermercado peronista que supo prestarle una transitoria identidad. Resultó útil para vencer al Kirchner desbordado del 2009.
Rubias de Scioli
Lo gravitante es que Alfonsín, con el superrmercadista Narváez, hoy concilia un lúdico coctel peronista/radical. Engendro que le resuelve (a Alfonsín) el problema en “Buenos Aires, la provincia inviable” (cliquear). Para la utopía de desalojar a Scioli, el “buen tipo” de Scioli (según concepción de Narváez) de la gobernación.
Justamente a Scioli, el líder de la Línea Aire y Sol. Quien va a insistir en su sistemática obsesión por el símbolo de las rubias, que fascina a los descamisados del peronismo. Por su afán de mostrarse como una versión post moderna, ostensiblemente marketinera, del primer Perón. Acompañado por el hálito mágico que evoca a Eva.
A Karina, su esposa, la epigonal más notoria de Eva, en el 2009 Scioli supo agregarle a Nacha Guevara. El artificio fue testimonialmente fallido.
En el 2011, por su obsesión evitista lo va a acompañar, según nuestras fuentes, Cristina Álvarez Rodríguez. La nieta de Evita, asociada a la evocación.
Franelas
Pero lo que Alfonsín perdió con la franela, entre Binner y Narváez, lo recuperó pronto con el mensaje colonizador de González Fraga. La iniciativa puede completarse con alguna próxima instrumentación en el Artificio Autónomo de la Capital. Es donde el radicalismo viene también flojo de representantes.
El entusiasta voluntarismo de Silvia Giudici puede garantizar alguna beneficiosa cobertura de Clarín. Pero resulta insuficiente, hasta hoy, para generar confianza entre los votantes tradicionales del radicalismo. Los independientes, hoy inclinados a votar por Mauricio Macri. Al que Alfonsín, en un error instintivo, en su oportunidad le puso bolilla negra. Cuando no comprendió que Macri se encontraba dispuesto a entregarse.
Debió Alfonsín haber incorporado, acaso, a López Murphy. Quien se dispone otra vez a la inutilidad de cruzar el océano, en la soledad de una balsa. Sin más posibilidades electorales que cotejar con otros candidatos del Nacional B. Como Telerman y la señora Estenssoro. O, en menor medida, con los abnegados de tercer orden electoral. Como la propia Giudici. O el “duhaldista” Todesca. O el albertista Campolongo. Ampliaremos.
Al cierre del despacho, aún no puede evaluarse la magnitud de la devastación que produce el Madregate en el oficialismo. El escándalo es creciente. Asocia al gobierno con la habitualidad degradante de la corrupción. Tema que, de por sí, ya no asombra. Ni siquiera espanta. Pero lo adhiere también a la idea de la falsedad, en versión discepoliana. Al truchismo elemental. La debacle del Madregate indica que el kirchnerismo no es exclusivamente un fenómeno patológicamente corrupto. Es más apasionante para el análisis y la discusión. Es innovadoramente trucho. Muy trucho.

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