Por Hernán Charosky
16/06/12 – 12:17
Las últimas semanas mostraron, otra vez, un incremento en la polarización de los comportamientos políticos. La polarización, de distintos modos, está inscripta en los cacerolazos, en las cartas de renuncia de Reposo, en las situaciones de violencia de las que fueron víctimas periodistas y políticos oficialistas y opositores. Este modo de componer la escena política se volvió normal, parte de nuestro paisaje. La polarización como modo predominante de la escena pública empobrece el debate, reduce la rendición de cuentas y favorece a los poderosos.
El modo en que se desarrolla la polarización es muy autóctono: no es un antagonismo ideológico entre izquierda y derecha, entre posiciones pro-asalariados versus pro-negocios (como las oposiciones ideológicas europeas típicas del siglo XX), o entre posiciones conservadoras en lo cultural y social versus posiciones liberales o de avanzada. Se trata de un antagonismo alrededor de la adhesión o el rechazo al Gobierno nacional.
Para quienes adhieren, posiblemente eso involucre una serie de valores relacionados con derechos humanos, redistribución de la riqueza, desconcentración de los medios de comunicación. Lo curioso es que, estrictamente en relación con esos valores, posiblemente encuentren entre quienes rechazan frontalmente al Gobierno, incluso, muchos de los que golpean la cacerola, mucho más consenso del que supondrían. Por supuesto, también encontrarán a Cecilia Pando, sintiéndose mucho más cómodos los oficialistas –al confirmar sus ideas– que la mayor parte de los impugnadores del Gobierno al constatar su presencia.
Con frecuencia, cuando el Gobierno nacional muestra no ser consistente con los valores proclamados, especialmente cuando se trata de casos de corrupción o en los que se favorece a grupos de poder económico o mediático, los adherentes más radicalizados siempre encuentran justificaciones, evidenciando así que la adhesión al Gobierno es más importante que la adhesión a valores.
Simultáneamente, quienes se identifican con el rechazo en bloque al Gobierno suelen complicarse al analizar políticas públicas y decisiones puntualmente, despojados del reflejo de rechazar por el mero hecho de que su autor es el Gobierno nacional.
Son los tiempos de soldados que vivimos, al menos, desde 2008. Fue entonces cuando la Presidenta decidió que quienes se oponían a un impuesto, en realidad, eran enemigos de una política de derechos humanos. Fue entonces que desde el Gobierno se creyó imprescindible constituir campos antagónicos. Y fue entonces cuando políticos opositores y medios creyeron que era conveniente aceptar esa lógica y ser los enemigos a los que se interpelaba. Mucho de esto venía de antes, por ejemplo, en el modo en que se justificó la manipulación del Indec. Pero fue entonces esta modalidad que pasó a dominar la escena.
Así, se espera de cada actor lo que ya se sabe que va a hacer. La expectativa de propios y ajenos es una contraseña de combate, una descalificación del enemigo, no una pregunta, un matiz, una duda. Sin embargo, la duda, la pregunta, el matiz ante lo dado, es lo que más nos conviene a los ciudadanos comunes. Un sano y consistente escepticismo, una desconfianza activa es la única protección contra la manipulación que podemos levantar los que, dentro del 54% o del 46%, en el cacerolazo o en contra de él, somos tentados por medios y políticos a tomar partido en términos del antagonismo.
Los sectores de poder más involucrados en la polarización son los que más se benefician con la credulidad que ésta supone. El antagonismo nos pide creer y bloquea la rendición de cuentas. Corrupción, manipulación de la información pública, publicidad oficial, concentración de medios, dejan de ser objeto de preguntas legítimas para inscribirse en el juego de “si levantás el tema X, le hacés el juego a Y”. En este contexto, los que toman partido suelen creer que es el momento de decidir “de qué lado estás”, y que las futuras generaciones nos preguntarán “qué hiciste en la guerra”.
Para un ciudadano escéptico y activo, sólo excepcionalmente hay que elegir bandos, y sólo con relación a valores fundamentales. A la hora de evaluar cuestiones públicas, buscará más datos, y menos relatos, más preguntas, y menos banderas. Si el de hoy es tiempo de soldados, por el bien de la democracia, seamos desertores.
* Profesor de la Universidad de Palermo, ex director ejecutivo de Poder Ciudadano.
16/06/12 – 12:17
Las últimas semanas mostraron, otra vez, un incremento en la polarización de los comportamientos políticos. La polarización, de distintos modos, está inscripta en los cacerolazos, en las cartas de renuncia de Reposo, en las situaciones de violencia de las que fueron víctimas periodistas y políticos oficialistas y opositores. Este modo de componer la escena política se volvió normal, parte de nuestro paisaje. La polarización como modo predominante de la escena pública empobrece el debate, reduce la rendición de cuentas y favorece a los poderosos.
El modo en que se desarrolla la polarización es muy autóctono: no es un antagonismo ideológico entre izquierda y derecha, entre posiciones pro-asalariados versus pro-negocios (como las oposiciones ideológicas europeas típicas del siglo XX), o entre posiciones conservadoras en lo cultural y social versus posiciones liberales o de avanzada. Se trata de un antagonismo alrededor de la adhesión o el rechazo al Gobierno nacional.
Para quienes adhieren, posiblemente eso involucre una serie de valores relacionados con derechos humanos, redistribución de la riqueza, desconcentración de los medios de comunicación. Lo curioso es que, estrictamente en relación con esos valores, posiblemente encuentren entre quienes rechazan frontalmente al Gobierno, incluso, muchos de los que golpean la cacerola, mucho más consenso del que supondrían. Por supuesto, también encontrarán a Cecilia Pando, sintiéndose mucho más cómodos los oficialistas –al confirmar sus ideas– que la mayor parte de los impugnadores del Gobierno al constatar su presencia.
Con frecuencia, cuando el Gobierno nacional muestra no ser consistente con los valores proclamados, especialmente cuando se trata de casos de corrupción o en los que se favorece a grupos de poder económico o mediático, los adherentes más radicalizados siempre encuentran justificaciones, evidenciando así que la adhesión al Gobierno es más importante que la adhesión a valores.
Simultáneamente, quienes se identifican con el rechazo en bloque al Gobierno suelen complicarse al analizar políticas públicas y decisiones puntualmente, despojados del reflejo de rechazar por el mero hecho de que su autor es el Gobierno nacional.
Son los tiempos de soldados que vivimos, al menos, desde 2008. Fue entonces cuando la Presidenta decidió que quienes se oponían a un impuesto, en realidad, eran enemigos de una política de derechos humanos. Fue entonces que desde el Gobierno se creyó imprescindible constituir campos antagónicos. Y fue entonces cuando políticos opositores y medios creyeron que era conveniente aceptar esa lógica y ser los enemigos a los que se interpelaba. Mucho de esto venía de antes, por ejemplo, en el modo en que se justificó la manipulación del Indec. Pero fue entonces esta modalidad que pasó a dominar la escena.
Así, se espera de cada actor lo que ya se sabe que va a hacer. La expectativa de propios y ajenos es una contraseña de combate, una descalificación del enemigo, no una pregunta, un matiz, una duda. Sin embargo, la duda, la pregunta, el matiz ante lo dado, es lo que más nos conviene a los ciudadanos comunes. Un sano y consistente escepticismo, una desconfianza activa es la única protección contra la manipulación que podemos levantar los que, dentro del 54% o del 46%, en el cacerolazo o en contra de él, somos tentados por medios y políticos a tomar partido en términos del antagonismo.
Los sectores de poder más involucrados en la polarización son los que más se benefician con la credulidad que ésta supone. El antagonismo nos pide creer y bloquea la rendición de cuentas. Corrupción, manipulación de la información pública, publicidad oficial, concentración de medios, dejan de ser objeto de preguntas legítimas para inscribirse en el juego de “si levantás el tema X, le hacés el juego a Y”. En este contexto, los que toman partido suelen creer que es el momento de decidir “de qué lado estás”, y que las futuras generaciones nos preguntarán “qué hiciste en la guerra”.
Para un ciudadano escéptico y activo, sólo excepcionalmente hay que elegir bandos, y sólo con relación a valores fundamentales. A la hora de evaluar cuestiones públicas, buscará más datos, y menos relatos, más preguntas, y menos banderas. Si el de hoy es tiempo de soldados, por el bien de la democracia, seamos desertores.
* Profesor de la Universidad de Palermo, ex director ejecutivo de Poder Ciudadano.
La polarización se ha transformado casi en un tópico de las discusiones sobre política en Argentina. Se trataría de una desviación que transforma el discurso político en un mantra repetido por ciudadanos-soldados, alérgicos a la libertad y al sano esceptisismo.
Confieso que lo que más me interesa de la política son las iniciativas políticas y su incidencia en mejorar el bien común. No me desentiendo por ello de los medios ya que si un dictador lograra el pleno empleo, buena salud y vivienda para todos, no lo apoyaría. Pero lo cierto es que, habiendonos puesto de acuerdo en los medios (vigencia de la Constitución y respeto a la ley, respeto al voto de las mayorías, independencia al menos relativa de los poderes) aplaudo los resultados.
Y desde hace varios años los resultados son buenos, casi diría notables. AHU, Corte Suprema, paritarias, aumento del número de jubilaciones y aumento de las jubilaciones, fin de las AFJP, fin del código de Justicia Militar, matrimonio igualitario, ley de medios, tarjeta SUBE, identidad de género, YPF y el nuevo plan de viviendas. Eso es lo que me hace apoyar al gobierno, aún si la AUH salió por dereto mientras que el manual de procedimientos establece que debería haber salido por ley o si hubo colas para obtener la tarjeta SUBE o si el matrimonio igualitario generó crispaciones con gente que considera legítimamente que eso es una abominación.
Cuando la crispación y la polarización sean olvidadas, esas iniciativas seguirán modificando nuestras vidas, como las modificaron las vacaiones pagas o el aguinaldo, iniciativas que generaron odios irreconcialiables y polarizaciones de esas que hoy tanto nos preocupan.
Como dije, apoyo al gobierno por estas iniciativas y porque sigue dentro de las reglas de juego de nuestra democracia. Si mañana CFK impusiera un imperio cristinista de mil años, probablemnete dejara de hacerlo ya que se habría salido de dichas reglas, aún si me prometiera muchas más iniciativas como las que gozamos hasta ahora.
Pero lo interesante, como diría Barone, es que además de ofrecernos iniciativas, esta época de ciudadanos-soldados nos ofrece, paradójicamente, uno de los períodos de discusiones políticas más ricos que yo recuerde. Hoy somos todos constitucionalistas, opinamos sobre el significado del quórum, sobre la noción de disciplina partidaria, sobre la diferencia de atribuciones entre el procurador de la CABA y el de la Nación. Incluso batallamos duramente por el nombramiento de un personaje que no está a la altura para ser procurador y el resultado es un mejor candidato. Algo inaudito en la época de Menem, pero también bajo Alfonsín o De la Rúa.
El PP acusó a Zapatero de ser cómplice del terrorismo (no debe existir acusación más grave en España salvo tal vez la de haber matado a Cristo), los republicanos acusan a Obama de querer construir clínicas para matar viejitos y hacer abortos en masa, Bush sostenía que si EEUU votaba a un candidato demócrata, Al Qaida haría otro atentado, la oposición trataba a Berlusconi de farsante, ladrón, corrupto.
No sé en qué mundo se discute política obviando la polarización, pero en los ejemplos que conozco eso no existe. Y lo que sí existe es no contar con tan buenas iniciativas políticas.
Rinconete: «Pero lo interesante, como diría Barone, es que además de ofrecernos iniciativas, esta época de ciudadanos-soldados nos ofrece, paradójicamente, uno de los períodos de discusiones políticas más ricos que yo recuerde. Hoy somos todos constitucionalistas, opinamos sobre el significado del quórum, sobre la noción de disciplina partidaria, sobre la diferencia de atribuciones entre el procurador de la CABA y el de la Nación. Incluso batallamos duramente por el nombramiento de un personaje que no está a la altura para ser procurador y el resultado es un mejor candidato. Algo inaudito en la época de Menem, pero también bajo Alfonsín o De la Rúa.»
Bueno, éso es mérito de la web 2.0, que antes no existía.
Claro, antes no había web 2.0. Es el efecto de cola de las redes…
Mis convicciones kirchneristas acaban de desmoronarse.
Saludos,
r.
es que en todo tiemposeria deseable ser pensante antes que soldado.Lo que no implica desprecia al»militante»y a quein participa en la accion politica,sino mantener y prorizar la conciencia que analiza sobre el»arrojo»sobre la realidad de hechos y personas.