La notable y novedosa apatía que caracterizó al proceso electoral parece consolidarse durante el último tramo de la campaña. Todo ocurre como si tanto los principales actores políticos y sociales como la gran mayoría de la sociedad estuvieran convencidos no sólo de que el resultado ya está definido, sino también de que no existen cuestiones demasiado urgentes de política pública que merezcan ser debatidas.
Ni el impacto doméstico de la crisis económica internacional, ni los problemas de seguridad (la principal preocupación de los argentinos desde hace siete años), ni la mala calidad de los bienes públicos esenciales que afectan la calidad de vida de los ciudadanos (como las dificultades para acceder a la vivienda y la crisis de movilidad que padecemos todos los argentinos debido a la ínfima inversión en infraestructura) parecen alterar esta inusual coyuntura.
Por el contrario, según la encuesta que Poliarquía realizó para LA NACION, predominan las expectativas económicas positivas y el optimismo sobre el corto plazo. Y si bien casi un tercio de los argentinos considera que debe ser prioridad del próximo gobierno mejorar la seguridad, en el último semestre la percepción de que se trataba del principal problema del país se redujo levemente. Así, los principales interrogantes giran en torno a lo que ocurrirá tras las elecciones.
En primer lugar, ¿cuál será el impacto efectivo que tendrá la crisis internacional? Conviene recordar una reflexión que hizo Larry Summers hace algún tiempo. Ante una pregunta similar, el ex asesor económico de Barack Obama respondió que había dos clases de economistas: los que sabían que no sabían lo que podría llegar a ocurrir y los que no sabían que no sabían cómo seguiría el curso de los acontecimientos. Summers se identificaba con los primeros.
El mundo mira con enorme cautela y con creciente pesimismo el futuro económico de corto y mediano plazo. Los grados de libertad que tendrá la próxima administración dependerán de la evolución de la economía internacional, hoy incierta.
Ahora bien, la voluntad para implementar correcciones no es una constante, sino que varía en función de una evaluación contingente de los costos del statu quo. Si continuar con «el modelo» tal como lo conocemos hasta ahora tiene más costos que beneficios, el Gobierno demostrará una súbita voluntad por corregir al menos algunos aspectos. Si, por el contrario, predominara la visión de que los costos de cualquier reforma son mayores, entonces no deberían esperarse correcciones significativas.
Aparece aquí un componente subjetivo de mucha importancia: el mapa cognitivo a partir del cual se elaboran los diagnósticos de la realidad. ¿Qué información se prioriza? ¿Quiénes la proveen y cómo? ¿Cuenta el Gobierno con una visión estratégica y una capacidad analítica para tomar decisiones críticas?
Esto nos lleva a reflexionar sobre un segundo tema central. Como toda la iniciativa política se encuentra en manos de la Presidenta, resulta clave definir el mecanismo de toma de decisiones y el equipo de colaboradores que habrá de acompañarla.
Desde la muerte de su marido, Cristina ha profundizado el hiperpresidencialismo que siempre caracterizó a los Kirchner. Nadie espera que ella revea los atributos imperiales con los cuales ha blindado su liderazgo. Sin embargo, es importante saber quién podrá aconsejarla en un contexto económico crecientemente complejo y adverso. Néstor Kirchner tenía interés y cierto conocimiento acerca del manejo básico de las cuestiones fiscales y financieras; mantenía también consultas periódicas con distintos especialistas, incluso con aquellos con los que disentía. Ese no ha sido el caso de Cristina. ¿Habrá de actuar con pragmatismo o por convicción? ¿Veremos una presidenta flexible o inclinada a posiciones ideológicas?
En tercer aspecto es la cuestión de la reelección. Esto requeriría una mayoría parlamentaria especial (dos tercios de ambas cámaras) y luego una elección de constituyentes. Un tema por resolver es, si Cristina avanza en ese sentido, cuándo lo intentará: una opción es lo antes posible; la otra, esperar a 2013 para que coincida con las elecciones de medio término; una tercera alternativa consiste en esperar a 2014 para obtener una mayoría más contundente y evitar negociaciones con otros partidos.
A la vez, ¿se modificarán aspectos doctrinarios de la Carta Magna, como ocurrió en Venezuela, Ecuador y Bolivia, o la reforma se circunscribirá a la cláusula de reelección?
De todas maneras, llama la atención la especulación respecto de un eventual cambio hacia un régimen parlamentario. Es cierto que con mayorías en el Congreso podría lograrse el objetivo de «Cristina eterna». Pero el parlamentarismo contemporáneo se caracteriza por estar basado en mecanismos mucho más efectivos de control de gestión, transparencia de la información y cooperación entre los partidos y entre el gobierno y la sociedad civil que los que imperan en nuestra Constitución presidencialista. ¿Alguien imagina a Cristina sometiéndose a los duros debates en los que están obligados a participar los jefes de gobierno en esos sistemas?
La historia siempre continúa, más allá del resultado de unas elecciones. Es muy probable que las páginas más interesantes de la historia del kirchnerismo aún estén por ser escritas.
El autor es director de Poliarquía Consultores .
Ni el impacto doméstico de la crisis económica internacional, ni los problemas de seguridad (la principal preocupación de los argentinos desde hace siete años), ni la mala calidad de los bienes públicos esenciales que afectan la calidad de vida de los ciudadanos (como las dificultades para acceder a la vivienda y la crisis de movilidad que padecemos todos los argentinos debido a la ínfima inversión en infraestructura) parecen alterar esta inusual coyuntura.
Por el contrario, según la encuesta que Poliarquía realizó para LA NACION, predominan las expectativas económicas positivas y el optimismo sobre el corto plazo. Y si bien casi un tercio de los argentinos considera que debe ser prioridad del próximo gobierno mejorar la seguridad, en el último semestre la percepción de que se trataba del principal problema del país se redujo levemente. Así, los principales interrogantes giran en torno a lo que ocurrirá tras las elecciones.
En primer lugar, ¿cuál será el impacto efectivo que tendrá la crisis internacional? Conviene recordar una reflexión que hizo Larry Summers hace algún tiempo. Ante una pregunta similar, el ex asesor económico de Barack Obama respondió que había dos clases de economistas: los que sabían que no sabían lo que podría llegar a ocurrir y los que no sabían que no sabían cómo seguiría el curso de los acontecimientos. Summers se identificaba con los primeros.
El mundo mira con enorme cautela y con creciente pesimismo el futuro económico de corto y mediano plazo. Los grados de libertad que tendrá la próxima administración dependerán de la evolución de la economía internacional, hoy incierta.
Ahora bien, la voluntad para implementar correcciones no es una constante, sino que varía en función de una evaluación contingente de los costos del statu quo. Si continuar con «el modelo» tal como lo conocemos hasta ahora tiene más costos que beneficios, el Gobierno demostrará una súbita voluntad por corregir al menos algunos aspectos. Si, por el contrario, predominara la visión de que los costos de cualquier reforma son mayores, entonces no deberían esperarse correcciones significativas.
Aparece aquí un componente subjetivo de mucha importancia: el mapa cognitivo a partir del cual se elaboran los diagnósticos de la realidad. ¿Qué información se prioriza? ¿Quiénes la proveen y cómo? ¿Cuenta el Gobierno con una visión estratégica y una capacidad analítica para tomar decisiones críticas?
Esto nos lleva a reflexionar sobre un segundo tema central. Como toda la iniciativa política se encuentra en manos de la Presidenta, resulta clave definir el mecanismo de toma de decisiones y el equipo de colaboradores que habrá de acompañarla.
Desde la muerte de su marido, Cristina ha profundizado el hiperpresidencialismo que siempre caracterizó a los Kirchner. Nadie espera que ella revea los atributos imperiales con los cuales ha blindado su liderazgo. Sin embargo, es importante saber quién podrá aconsejarla en un contexto económico crecientemente complejo y adverso. Néstor Kirchner tenía interés y cierto conocimiento acerca del manejo básico de las cuestiones fiscales y financieras; mantenía también consultas periódicas con distintos especialistas, incluso con aquellos con los que disentía. Ese no ha sido el caso de Cristina. ¿Habrá de actuar con pragmatismo o por convicción? ¿Veremos una presidenta flexible o inclinada a posiciones ideológicas?
En tercer aspecto es la cuestión de la reelección. Esto requeriría una mayoría parlamentaria especial (dos tercios de ambas cámaras) y luego una elección de constituyentes. Un tema por resolver es, si Cristina avanza en ese sentido, cuándo lo intentará: una opción es lo antes posible; la otra, esperar a 2013 para que coincida con las elecciones de medio término; una tercera alternativa consiste en esperar a 2014 para obtener una mayoría más contundente y evitar negociaciones con otros partidos.
A la vez, ¿se modificarán aspectos doctrinarios de la Carta Magna, como ocurrió en Venezuela, Ecuador y Bolivia, o la reforma se circunscribirá a la cláusula de reelección?
De todas maneras, llama la atención la especulación respecto de un eventual cambio hacia un régimen parlamentario. Es cierto que con mayorías en el Congreso podría lograrse el objetivo de «Cristina eterna». Pero el parlamentarismo contemporáneo se caracteriza por estar basado en mecanismos mucho más efectivos de control de gestión, transparencia de la información y cooperación entre los partidos y entre el gobierno y la sociedad civil que los que imperan en nuestra Constitución presidencialista. ¿Alguien imagina a Cristina sometiéndose a los duros debates en los que están obligados a participar los jefes de gobierno en esos sistemas?
La historia siempre continúa, más allá del resultado de unas elecciones. Es muy probable que las páginas más interesantes de la historia del kirchnerismo aún estén por ser escritas.
El autor es director de Poliarquía Consultores .