La incesante sucesión de regulaciones del mercado de cambios puede marcar el comienzo de una tercera y riesgosa etapa de las políticas económicas de la última década. Pese a su común denominación de «modelo de acumulación de matriz productiva diversificada con inclusión social», ellas han sido muy diferentes entre sí.
Hasta 2007 prevalecieron los superávits gemelos, fiscal y externo, la baja inflación, el tipo de cambio competitivo y un razonable equilibrio entre exportaciones, sustitución de importaciones, consumo, inversión y gasto público. Luego se fue mutando sin aviso hacia el déficit fiscal, la alta inflación, una sostenida apreciación del peso, la anulación del superávit de la cuenta corriente del balance de pagos, un intervencionismo creciente y discrecional y un fuerte énfasis en la sustitución de importaciones, el consumo y el gasto público, en desmedro de las exportaciones y la inversión.
Estos cambios no impidieron logros ciertos en el crecimiento de la economía y el aumento del consumo, pero simultáneamente empezaron a crearse, por obra de las mismas políticas, los dos problemas que han llevado a acentuar la intervención en el mercado cambiario. Ellos son una expectativa de devaluación que alienta la demanda de divisas y, por otro lado, una disminución de su oferta.
Hay similitudes con la vieja restricción externa que tanto limitó en el pasado el desarrollo de la economía argentina, pero hoy sus causas se encuentran, más que antes, en la política económica. La expectativa de depreciación del peso es consecuencia directa de la tasa de inflación y de haberla estabilizado en torno del 24% al precio de usar el tipo de cambio y las tarifas públicas como anclas. La menor oferta de divisas alcanza tanto a las comerciales como a las de inversiones y a las financieras.
En el plano comercial, a los altos impuestos a las ventas externas se agregaron cuotas a las exportaciones y a las importaciones («licencias no automáticas»). Desde 2007 hasta 2011, la participación de las exportaciones en el PIB -ya castigada por las retenciones- cayó del 24,6% al 20,9%, y la de las importaciones lo hizo del 20,3% al 18,4%, lo que indica que estas políticas comerciales han sido más «eficaces» en reducir las primeras que las segundas, dando lugar así a una menor oferta neta de divisas.
Parte de este fenómeno se debe al magro ahorro de divisas de las más recientes sustituciones de importaciones, que en muchos casos importan hasta el 90% de sus insumos, y a que el perjuicio de medidas como las licencias no automáticas es más gravoso para las exportaciones que el beneficio de las cuotas sobre éstas para las industrias sustitutivas. Con distintas políticas las ventas externas de agroalimentos podrían estar aportando 15.000 millones de dólares más, y el ahorro de divisas en combustibles y energía sería de unos 5000 millones de dólares.
En cuanto a la inversión directa extranjera, en el primer semestre de 2011 la Argentina recibió sólo 2406 millones de dólares, un 30% menos que en 2010 y por debajo no sólo de Brasil y México, sino también de Colombia, Chile y Perú.
La escasez de «divisas financieras» reconoce, por su parte, dos fuentes principales. La primera es la salida de capitales por el mercado cambiario, cuestión de larga data que ha hecho de la Argentina una economía bimonetaria. Según el Departamento del Tesoro estadounidense, los argentinos tenían en 2006 unos 50.000 millones de dólares billetes, cifra sólo superada por los rusos (80.000), pero la más alta del mundo en proporción a la población, unos 1300 dólares por habitante. La salida de capitales por el mercado cambiario aumentó en los últimos años pasando de un total de 8300 millones de dólares entre 2003 y 2006 a 57.500 millones entre 2007 y 2010. El promedio anual de este último período, de 14.400 millones de dólares, será largamente superado en 2011 al ubicarse cerca de los 25.000 millones. Considerando la totalidad de activos externos de particulares, no de empresas, y tanto financieros como reales, se observa un aumento de 53.800 a 144.000 millones de dólares entre 2001 y 2010, más de la mitad del cual se produjo desde el año 2003 y en su mayor parte desde 2007.
Cerrando el círculo, cuando hace ya casi cinco años la Argentina tenía un riesgo país de 200 puntos básicos, similar al de Brasil, se produjo la politización del Indec y el gobierno argentino se cerró a sí mismo la puerta del financiamiento en el mercado de capitales. Por ello empezó a usar a discreción las reservas del Banco Central para servir la deuda, comportamiento reiterado este año y que, riesgosamente, se promete repetir en el presupuesto 2012.
Lo expuesto hasta aquí ilustra la incidencia de las decisiones del Gobierno en la actual escasez de divisas, que podría evitarse con políticas alternativas y sin perjuicio de la inclusión social. Tal es el contexto en el que surge la andanada de regulaciones cambiarias. Como ocurrió antes con las exportaciones, se vuelve a racionar en la abundancia o, en todo caso, en una escasez artificialmente creada. Son ya pocos los sectores de la economía formal cuyos precios y cantidades producidas no estén influidos por regulaciones o racionamientos.
No puede sino compartirse la declarada intención de perseguir a quienes evaden o, peor aun, lavan dinero en los mercados cambiarios. Pero pese a la creación de una unidad especial de la AFIP a tal efecto, no es ésta la principal motivación de las nuevas regulaciones. Si así fuera, ¿por qué no se hizo antes? ¿Por qué la AFIP no ha mostrado números de operativos análogos anteriores?
Todo esto lleva a millones de personas a preguntarse cuándo y cuánto se devaluará, qué medidas vendrán después, qué remesas o gastos en el exterior se limitarán, sosteniendo así la demanda de divisas financieras. Pese a las desmentidas, y ante la presencia de brechas en alza entre los varios tipos de cambio, se refuerza la posibilidad de un desdoblamiento oficial del mercado que, si tuviera acceso libre, permitiría al menos conocer el verdadero precio de las divisas. Se ha logrado por ahora reducir la merma de reservas del Banco Central al precio de subas de las tasas de interés y delicadas pérdidas de depósitos que, si se mantienen, afectarán al consumo y la inversión. Por condenables que sean también reaparecerán o se acentuarán viejas prácticas de falsear los valores exportados e importados para así fugar divisas.
Todavía se está a tiempo de enmendar errores sin perjuicio de un adecuado control fiscal. En caso contrario empeorarán las perspectivas de la economía argentina aun con independencia del contexto de desaceleración del crecimiento global y previsible recesión en algunos países.
De lo que se trata es de volver a la racionalidad. Para atemperar la demanda de divisas hacen falta un plan de estabilización que modere las expectativas de devaluación y permita al mismo tiempo una mayor flotación cambiaria, un plan financiero para 2012 más realista que el del Presupuesto, y la normalización del Indec, para facilitar el acceso al financiamiento y sacar así presión a las reservas del Banco Central.
La concreción de los trascendidos de una significativa reducción de subsidios y, por enésima vez, de un acuerdo con el Club de París en el contexto del diálogo abierto con Estados Unidos ayudarían en tal dirección. Medidas de este tipo bastarían para apagar los fuegos del día, pero para sostener el crecimiento y la mejora social es imprescindible aumentar la oferta neta de divisas también con una política de competitividad sistémica que, por ejemplo, dé sustento real a los planes estratégicos que se han presentado para las industrias manufactureras y el sector agroindustrial, hasta ahora un catálogo de buenas intenciones. © La Nacion
Sociólogo y economista, el autor fue ministro de Educación de la Nación .
Hasta 2007 prevalecieron los superávits gemelos, fiscal y externo, la baja inflación, el tipo de cambio competitivo y un razonable equilibrio entre exportaciones, sustitución de importaciones, consumo, inversión y gasto público. Luego se fue mutando sin aviso hacia el déficit fiscal, la alta inflación, una sostenida apreciación del peso, la anulación del superávit de la cuenta corriente del balance de pagos, un intervencionismo creciente y discrecional y un fuerte énfasis en la sustitución de importaciones, el consumo y el gasto público, en desmedro de las exportaciones y la inversión.
Estos cambios no impidieron logros ciertos en el crecimiento de la economía y el aumento del consumo, pero simultáneamente empezaron a crearse, por obra de las mismas políticas, los dos problemas que han llevado a acentuar la intervención en el mercado cambiario. Ellos son una expectativa de devaluación que alienta la demanda de divisas y, por otro lado, una disminución de su oferta.
Hay similitudes con la vieja restricción externa que tanto limitó en el pasado el desarrollo de la economía argentina, pero hoy sus causas se encuentran, más que antes, en la política económica. La expectativa de depreciación del peso es consecuencia directa de la tasa de inflación y de haberla estabilizado en torno del 24% al precio de usar el tipo de cambio y las tarifas públicas como anclas. La menor oferta de divisas alcanza tanto a las comerciales como a las de inversiones y a las financieras.
En el plano comercial, a los altos impuestos a las ventas externas se agregaron cuotas a las exportaciones y a las importaciones («licencias no automáticas»). Desde 2007 hasta 2011, la participación de las exportaciones en el PIB -ya castigada por las retenciones- cayó del 24,6% al 20,9%, y la de las importaciones lo hizo del 20,3% al 18,4%, lo que indica que estas políticas comerciales han sido más «eficaces» en reducir las primeras que las segundas, dando lugar así a una menor oferta neta de divisas.
Parte de este fenómeno se debe al magro ahorro de divisas de las más recientes sustituciones de importaciones, que en muchos casos importan hasta el 90% de sus insumos, y a que el perjuicio de medidas como las licencias no automáticas es más gravoso para las exportaciones que el beneficio de las cuotas sobre éstas para las industrias sustitutivas. Con distintas políticas las ventas externas de agroalimentos podrían estar aportando 15.000 millones de dólares más, y el ahorro de divisas en combustibles y energía sería de unos 5000 millones de dólares.
En cuanto a la inversión directa extranjera, en el primer semestre de 2011 la Argentina recibió sólo 2406 millones de dólares, un 30% menos que en 2010 y por debajo no sólo de Brasil y México, sino también de Colombia, Chile y Perú.
La escasez de «divisas financieras» reconoce, por su parte, dos fuentes principales. La primera es la salida de capitales por el mercado cambiario, cuestión de larga data que ha hecho de la Argentina una economía bimonetaria. Según el Departamento del Tesoro estadounidense, los argentinos tenían en 2006 unos 50.000 millones de dólares billetes, cifra sólo superada por los rusos (80.000), pero la más alta del mundo en proporción a la población, unos 1300 dólares por habitante. La salida de capitales por el mercado cambiario aumentó en los últimos años pasando de un total de 8300 millones de dólares entre 2003 y 2006 a 57.500 millones entre 2007 y 2010. El promedio anual de este último período, de 14.400 millones de dólares, será largamente superado en 2011 al ubicarse cerca de los 25.000 millones. Considerando la totalidad de activos externos de particulares, no de empresas, y tanto financieros como reales, se observa un aumento de 53.800 a 144.000 millones de dólares entre 2001 y 2010, más de la mitad del cual se produjo desde el año 2003 y en su mayor parte desde 2007.
Cerrando el círculo, cuando hace ya casi cinco años la Argentina tenía un riesgo país de 200 puntos básicos, similar al de Brasil, se produjo la politización del Indec y el gobierno argentino se cerró a sí mismo la puerta del financiamiento en el mercado de capitales. Por ello empezó a usar a discreción las reservas del Banco Central para servir la deuda, comportamiento reiterado este año y que, riesgosamente, se promete repetir en el presupuesto 2012.
Lo expuesto hasta aquí ilustra la incidencia de las decisiones del Gobierno en la actual escasez de divisas, que podría evitarse con políticas alternativas y sin perjuicio de la inclusión social. Tal es el contexto en el que surge la andanada de regulaciones cambiarias. Como ocurrió antes con las exportaciones, se vuelve a racionar en la abundancia o, en todo caso, en una escasez artificialmente creada. Son ya pocos los sectores de la economía formal cuyos precios y cantidades producidas no estén influidos por regulaciones o racionamientos.
No puede sino compartirse la declarada intención de perseguir a quienes evaden o, peor aun, lavan dinero en los mercados cambiarios. Pero pese a la creación de una unidad especial de la AFIP a tal efecto, no es ésta la principal motivación de las nuevas regulaciones. Si así fuera, ¿por qué no se hizo antes? ¿Por qué la AFIP no ha mostrado números de operativos análogos anteriores?
Todo esto lleva a millones de personas a preguntarse cuándo y cuánto se devaluará, qué medidas vendrán después, qué remesas o gastos en el exterior se limitarán, sosteniendo así la demanda de divisas financieras. Pese a las desmentidas, y ante la presencia de brechas en alza entre los varios tipos de cambio, se refuerza la posibilidad de un desdoblamiento oficial del mercado que, si tuviera acceso libre, permitiría al menos conocer el verdadero precio de las divisas. Se ha logrado por ahora reducir la merma de reservas del Banco Central al precio de subas de las tasas de interés y delicadas pérdidas de depósitos que, si se mantienen, afectarán al consumo y la inversión. Por condenables que sean también reaparecerán o se acentuarán viejas prácticas de falsear los valores exportados e importados para así fugar divisas.
Todavía se está a tiempo de enmendar errores sin perjuicio de un adecuado control fiscal. En caso contrario empeorarán las perspectivas de la economía argentina aun con independencia del contexto de desaceleración del crecimiento global y previsible recesión en algunos países.
De lo que se trata es de volver a la racionalidad. Para atemperar la demanda de divisas hacen falta un plan de estabilización que modere las expectativas de devaluación y permita al mismo tiempo una mayor flotación cambiaria, un plan financiero para 2012 más realista que el del Presupuesto, y la normalización del Indec, para facilitar el acceso al financiamiento y sacar así presión a las reservas del Banco Central.
La concreción de los trascendidos de una significativa reducción de subsidios y, por enésima vez, de un acuerdo con el Club de París en el contexto del diálogo abierto con Estados Unidos ayudarían en tal dirección. Medidas de este tipo bastarían para apagar los fuegos del día, pero para sostener el crecimiento y la mejora social es imprescindible aumentar la oferta neta de divisas también con una política de competitividad sistémica que, por ejemplo, dé sustento real a los planes estratégicos que se han presentado para las industrias manufactureras y el sector agroindustrial, hasta ahora un catálogo de buenas intenciones. © La Nacion
Sociólogo y economista, el autor fue ministro de Educación de la Nación .