Por Alejandro Bercovich
abercovich@diariobae.com
Eduardo Eurnekian, dueño de la segunda fortuna de la Argentina según la revista Forbes, blanqueó un sentimiento que anida en buena parte del gran empresariado. Se declaró admirador de Héctor Magnetto, el contador chivilcoyano que a caballo de los favores que arrancó a todos los gobiernos desde la última dictadura convirtió al diario Clarín en el mayor grupo económico del país. La confesión de Eurnekian, un hijo de inmigrantes armenios que arrancó como textil pero amasó su fortuna como pionero de la TV por cable y luego como zar de los aeropuertos, llegó justo mientras Magnetto estrenaba por partida doble el poder de mercado que le granjeó su añorada fusión con Telecom-Arnet, autorizada por Mauricio Macri. Por un lado, desde Cablevisión, avisó que habrá que contratar su servicio HD para ver el nuevo fútbol pago desde el mes próximo. Por otro, desde Fibertel, ofreció a sus clientes de banda ancha un peculiar «regalo»: duplicarles la velocidad de conexión a cambio de fijarles un nuevo tope a la transferencia de datos.
¿La competencia? Bien, gracias. Salvo honrosas excepciones, el empresariado argentino no condena a los monopolios ajenos. Los envidia. «Tuvo unas agallas muy grandes. Se supo parar. Supo pasar un período muy duro, muy difícil, siendo atacado y logró pasar al otro lado. Con todo el poder del Estado no lo pudieron voltear. Eso es para sacarse el sombrero», ensalzó Eurnekian a Magnetto en el reportaje que emitió La Nación +. Su homenaje sonó parecido a cómo se autocongratulan los ejecutivos del holding de la trompetita tras haber hecho realidad su expansión, inédita, que en otros países chocaría con leyes antimonopolio y regulaciones específicas para el mercado de las telecomunicaciones como las que derogó Macri apenas sumió.
Tanto los orgullosos laderos de Magnetto como quienes los envidian, no obstante, omiten el idilio previo a esa guerra: la alianza con Néstor Kirchner que les asfaltó el camino hacia la fusión Cablevisión-Multicanal. Un idilio parecido al que transitan hoy con el Presidente, que les permitió hacerse de Telecom junto al enigmático David Martínez. Del mismo modo que los militares con Papel Prensa, Raúl Alfonsín con Radio Mitre y Carlos Menem con Canal 13, Macri puso su granito de arena para agigantar la pirámide de poder económico y político que ahora envidian propios y extraños. Y que, como a sus antecesores, puede volvérsele en contra.
Zapatero a tus zapatos (importados)
Sea por la escala reducida del mercado o por la convivencia de una industria consumidora de divisas pero todavía en pie con un agro semidesierto pero hiperproductivo, la Argentina es cada vez más un país de monopolistas y oligopolistas. Quien no lo es actúa como si lo fuera. Joseph Schumpeter escribió que el mejor incentivo para que el emprendedor innove es la «renta monopólica», porque hasta que lo empiezan a imitar masivamente puede cobrar lo que quiera por su producto. Pero en estas pampas esa renta es considerada un derecho perpetuo. Por eso las periódicas oleadas de apertura comercial indiscriminada destruyen empleos pero no terminan de abaratar los productos al nivel de países limítrofes, como Chile, que renunció a tener una industria local diversificada pero donde los zapatos y la ropa cuestan la mitad.
Del tema se habló en el almuerzo que compartieron Marcos Peña y Gustavo Lopetegui con la cúpula de la Unión Industrial Argentina (UIA). El jefe de Gabinete insistió ante los dueños de fábricas con que la apertura aduanera será «gradual y cuidando el empleo». Pero reiteró que vivimos en «uno de los países más cerrados del mundo» y que eso debe cambiar. A esta altura, los datos dicen más que los discursos. La reunión fue al día siguiente de que el INDEC informara que el déficit comercial del primer semestre del año fue el más alto desde 1994.
La realidad fabril es heterogénea. Conviven Techint -que se aseguró un buen precio para el gas de sus pozos y una cuota razonable de sus tubos en las obras públicas- y los fabricantes de maquinaria agrícola e insumos para la construcción, que también empezaron a repuntar, con el resto de las actividades que se siguen hundiendo. Lo más dramático se vive en los rubros textil y del calzado. Los confeccionistas, que viven adelantados seis meses por el cambio de temporada, ya avizoran un verano peor todavía que el invierno. Sus clientes tienen sus depósitos llenos de mercadería, porque no pudieron vender la temporada pasada o porque empezaron a importar.
En el calzado, la realidad es peor aún. La extraordinaria gimnasia adaptativa del empresariado argentino ante los vaivenes de la historia económica hace que las crisis productivas sean pagadas íntegramente por los obreros y los consumidores. ¿Cómo se explica, si no, que una firma señera como Grimoldi haya importado más de un millón de pares de zapatos entre enero y julio, mientras ofrece retiros voluntarios en su planta de Arroyo Seco y recorta a la mitad o a cero los encargos que hace a las Pymes que la solían proveer? ¿Por qué los zapatos en sus locales siguen costando el doble que en Chile, si las importaciones aumentaron 79% en solo dos años? ¿Solo por los impuestos?
El presidente de la Cámara del Calzado, Alberto Sellaro, intentó explicárselo a Peña y a Lopetegui. Aun si se liberan las importaciones, un jugador con suficiente peso en la cadena de comercialización puede mantener altos los precios y hacerse de la diferencia con el precio en el exterior. Lo sabe muy bien un vendedor de jeans que empezó a desalojar un local de los grandes en un shopping porteño. Aunque vende pantalones a $2.500, gana menos que sus colegas chilenos que los venden al equivalente a $1.000. ¿La razón? Le acaban de pedir 10 millones de pesos solo como valor llave para renovar el contrato de alquiler. La renta inmobiliaria, otra delicia del monopolista.
Inversores del corazón
Se trata de una burguesía nacional offshore, con sociedades en paraísos fiscales para resguardarse de sus compatriotas, enemiga de los impuestos pero amiga de los funcionarios y los contratos con el Estado. Productivamente poco eficiente, socialmente resentida con gremios que logró domesticar pero jamás extinguir y políticamente muy conservadora. Una clase social hoy unida por un espanto unánime ante la perspectiva de que Cristina Kirchner vuelva a la Casa Rosada por la incapacidad que percibe en el primer hombre criado en sus entrañas que se sienta en el sillón de Rivadavia.
Por eso el establishment decidió cerrar filas con el oficialismo de acá a octubre. No es que los magnates más poderosos del país vayan a repatriar el dinero de sus cuentas blanqueadas en el extranjero. Si el ministro de Hacienda tiene un 75% de su patrimonio afuera, eso sería casi sobreactuar. Tampoco planean invertir en activos reales los intereses obtenidos en la bicicleta de las Lebacs, ya equivalentes a lo que ahorró el Tesoro en subsidios por el tarifazo energético.
Simplemente evitarán quejarse en público. Se mostrarán optimistas. Y se sumarán a la contemplación bonsai de los brotes verdes que la estadística empieza a mostrar inexorablemente tras un desplome como el de 2016. Empezaron ayer, en el almuerzo que compartió la Asociación Empresaria Argentina (AEA) con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio. «Fue casi una reunión social. No es momento de hacer críticas», se sinceró ante BAE Negocios uno de los comensales. Seguirán mañana, aplaudiendo a rabiar a Macri en la Rural. La campaña entra en su fase decisiva.
abercovich@diariobae.com
Eduardo Eurnekian, dueño de la segunda fortuna de la Argentina según la revista Forbes, blanqueó un sentimiento que anida en buena parte del gran empresariado. Se declaró admirador de Héctor Magnetto, el contador chivilcoyano que a caballo de los favores que arrancó a todos los gobiernos desde la última dictadura convirtió al diario Clarín en el mayor grupo económico del país. La confesión de Eurnekian, un hijo de inmigrantes armenios que arrancó como textil pero amasó su fortuna como pionero de la TV por cable y luego como zar de los aeropuertos, llegó justo mientras Magnetto estrenaba por partida doble el poder de mercado que le granjeó su añorada fusión con Telecom-Arnet, autorizada por Mauricio Macri. Por un lado, desde Cablevisión, avisó que habrá que contratar su servicio HD para ver el nuevo fútbol pago desde el mes próximo. Por otro, desde Fibertel, ofreció a sus clientes de banda ancha un peculiar «regalo»: duplicarles la velocidad de conexión a cambio de fijarles un nuevo tope a la transferencia de datos.
¿La competencia? Bien, gracias. Salvo honrosas excepciones, el empresariado argentino no condena a los monopolios ajenos. Los envidia. «Tuvo unas agallas muy grandes. Se supo parar. Supo pasar un período muy duro, muy difícil, siendo atacado y logró pasar al otro lado. Con todo el poder del Estado no lo pudieron voltear. Eso es para sacarse el sombrero», ensalzó Eurnekian a Magnetto en el reportaje que emitió La Nación +. Su homenaje sonó parecido a cómo se autocongratulan los ejecutivos del holding de la trompetita tras haber hecho realidad su expansión, inédita, que en otros países chocaría con leyes antimonopolio y regulaciones específicas para el mercado de las telecomunicaciones como las que derogó Macri apenas sumió.
Tanto los orgullosos laderos de Magnetto como quienes los envidian, no obstante, omiten el idilio previo a esa guerra: la alianza con Néstor Kirchner que les asfaltó el camino hacia la fusión Cablevisión-Multicanal. Un idilio parecido al que transitan hoy con el Presidente, que les permitió hacerse de Telecom junto al enigmático David Martínez. Del mismo modo que los militares con Papel Prensa, Raúl Alfonsín con Radio Mitre y Carlos Menem con Canal 13, Macri puso su granito de arena para agigantar la pirámide de poder económico y político que ahora envidian propios y extraños. Y que, como a sus antecesores, puede volvérsele en contra.
Zapatero a tus zapatos (importados)
Sea por la escala reducida del mercado o por la convivencia de una industria consumidora de divisas pero todavía en pie con un agro semidesierto pero hiperproductivo, la Argentina es cada vez más un país de monopolistas y oligopolistas. Quien no lo es actúa como si lo fuera. Joseph Schumpeter escribió que el mejor incentivo para que el emprendedor innove es la «renta monopólica», porque hasta que lo empiezan a imitar masivamente puede cobrar lo que quiera por su producto. Pero en estas pampas esa renta es considerada un derecho perpetuo. Por eso las periódicas oleadas de apertura comercial indiscriminada destruyen empleos pero no terminan de abaratar los productos al nivel de países limítrofes, como Chile, que renunció a tener una industria local diversificada pero donde los zapatos y la ropa cuestan la mitad.
Del tema se habló en el almuerzo que compartieron Marcos Peña y Gustavo Lopetegui con la cúpula de la Unión Industrial Argentina (UIA). El jefe de Gabinete insistió ante los dueños de fábricas con que la apertura aduanera será «gradual y cuidando el empleo». Pero reiteró que vivimos en «uno de los países más cerrados del mundo» y que eso debe cambiar. A esta altura, los datos dicen más que los discursos. La reunión fue al día siguiente de que el INDEC informara que el déficit comercial del primer semestre del año fue el más alto desde 1994.
La realidad fabril es heterogénea. Conviven Techint -que se aseguró un buen precio para el gas de sus pozos y una cuota razonable de sus tubos en las obras públicas- y los fabricantes de maquinaria agrícola e insumos para la construcción, que también empezaron a repuntar, con el resto de las actividades que se siguen hundiendo. Lo más dramático se vive en los rubros textil y del calzado. Los confeccionistas, que viven adelantados seis meses por el cambio de temporada, ya avizoran un verano peor todavía que el invierno. Sus clientes tienen sus depósitos llenos de mercadería, porque no pudieron vender la temporada pasada o porque empezaron a importar.
En el calzado, la realidad es peor aún. La extraordinaria gimnasia adaptativa del empresariado argentino ante los vaivenes de la historia económica hace que las crisis productivas sean pagadas íntegramente por los obreros y los consumidores. ¿Cómo se explica, si no, que una firma señera como Grimoldi haya importado más de un millón de pares de zapatos entre enero y julio, mientras ofrece retiros voluntarios en su planta de Arroyo Seco y recorta a la mitad o a cero los encargos que hace a las Pymes que la solían proveer? ¿Por qué los zapatos en sus locales siguen costando el doble que en Chile, si las importaciones aumentaron 79% en solo dos años? ¿Solo por los impuestos?
El presidente de la Cámara del Calzado, Alberto Sellaro, intentó explicárselo a Peña y a Lopetegui. Aun si se liberan las importaciones, un jugador con suficiente peso en la cadena de comercialización puede mantener altos los precios y hacerse de la diferencia con el precio en el exterior. Lo sabe muy bien un vendedor de jeans que empezó a desalojar un local de los grandes en un shopping porteño. Aunque vende pantalones a $2.500, gana menos que sus colegas chilenos que los venden al equivalente a $1.000. ¿La razón? Le acaban de pedir 10 millones de pesos solo como valor llave para renovar el contrato de alquiler. La renta inmobiliaria, otra delicia del monopolista.
Inversores del corazón
Se trata de una burguesía nacional offshore, con sociedades en paraísos fiscales para resguardarse de sus compatriotas, enemiga de los impuestos pero amiga de los funcionarios y los contratos con el Estado. Productivamente poco eficiente, socialmente resentida con gremios que logró domesticar pero jamás extinguir y políticamente muy conservadora. Una clase social hoy unida por un espanto unánime ante la perspectiva de que Cristina Kirchner vuelva a la Casa Rosada por la incapacidad que percibe en el primer hombre criado en sus entrañas que se sienta en el sillón de Rivadavia.
Por eso el establishment decidió cerrar filas con el oficialismo de acá a octubre. No es que los magnates más poderosos del país vayan a repatriar el dinero de sus cuentas blanqueadas en el extranjero. Si el ministro de Hacienda tiene un 75% de su patrimonio afuera, eso sería casi sobreactuar. Tampoco planean invertir en activos reales los intereses obtenidos en la bicicleta de las Lebacs, ya equivalentes a lo que ahorró el Tesoro en subsidios por el tarifazo energético.
Simplemente evitarán quejarse en público. Se mostrarán optimistas. Y se sumarán a la contemplación bonsai de los brotes verdes que la estadística empieza a mostrar inexorablemente tras un desplome como el de 2016. Empezaron ayer, en el almuerzo que compartió la Asociación Empresaria Argentina (AEA) con el ministro del Interior, Rogelio Frigerio. «Fue casi una reunión social. No es momento de hacer críticas», se sinceró ante BAE Negocios uno de los comensales. Seguirán mañana, aplaudiendo a rabiar a Macri en la Rural. La campaña entra en su fase decisiva.