Cuáles son las razones que explican que un candidato con un discurso decididamente polémico sea quien lidera las encuestas de intención de voto para las primarias del partido republicano?
Esta pregunta tiene, en principio, al menos dos respuestas interrelacionadas entre sí.
En primer lugar, Donald Trump intenta captar a los votantes conservadores de bajos ingresos, prometiendo que terminará con la inmigración ilegal, creará empleos y mantendrá algunas políticas sociales que los restantes precandidatos republicanos quieren recortar.
La originalidad de una propuesta altamente permeable al sentimiento de este sector de la sociedad le dio un impulso inicial para nada despreciable. Además, esta retórica, a la que suma su crítica visión sobre la política exterior del presidente Barack Obama estimula su afinidad con los sectores tradicionales de la derecha del partido.
El segundo aspecto está vinculado al intento del empresario por cautivar al electorado más descontento con la política, que ve en él a un dirigente que declara aquello que muchas personas sienten pero tienen pudor en expresar, y eso, aunque residualmente, también es un valor. Así, su popularidad puede entenderse en función a que es visualizado como «políticamente incorrecto»: no parece importarle lo que los medios de comunicación digan de él y mucho menos las impresiones que pueda dejar en las élites. La antipolítica encuentra aquí un nuevo rostro, esta vez maquillado de trasgresión y honestidad brutal.
No obstante, los indicadores actuales de aceptación de su candidatura no deberían ocultar que, en el hipotético caso de que gane las primarias, Trump no es un candidato competitivo para las elecciones generales, cuando todos deben inclinarse al centro del electorado y morigerar la radicalización de su discurso, algo ciertamente improbable en él. Su histrionismo y su sobreactuado discurso ultraderechista pueden explicar su éxito parcial pero también son las llaves de su fracaso: sus chances de obtener la nominación son escasas, toda vez que los partidos estadounidenses no suelen jugar la carrera presidencial con candidatos condenados a una segura derrota, algo que seguramente quedará claro cuando el elenco de precandidatos se vaya reduciendo a pocos aspirantes que, a diferencia de Trump, no generan un fuerte rechazo en las consideraciones populares.
Mientras tanto, los dirigentes republicanos deberán enfrentar una encrucijada. El excéntrico empresario advirtió que, en el caso de no obtener la candidatura partidaria, se presentará igualmente como candidato independiente, lo cual reduciría considerablemente las posibilidades de aquel partido para suceder a la administración demócrata.
Si Trump finalmente decide no hacerlo y acompañar al candidato que surja de la primaria, el complejo desafío será lograr convencer a los votantes del empresario sin espantar el voto independiente. Trump parece haberse convertido, entonces, en la mejor herramienta del Partido Demócrata para alcanzar su tercer mandato consecutivo.
Esta pregunta tiene, en principio, al menos dos respuestas interrelacionadas entre sí.
En primer lugar, Donald Trump intenta captar a los votantes conservadores de bajos ingresos, prometiendo que terminará con la inmigración ilegal, creará empleos y mantendrá algunas políticas sociales que los restantes precandidatos republicanos quieren recortar.
La originalidad de una propuesta altamente permeable al sentimiento de este sector de la sociedad le dio un impulso inicial para nada despreciable. Además, esta retórica, a la que suma su crítica visión sobre la política exterior del presidente Barack Obama estimula su afinidad con los sectores tradicionales de la derecha del partido.
El segundo aspecto está vinculado al intento del empresario por cautivar al electorado más descontento con la política, que ve en él a un dirigente que declara aquello que muchas personas sienten pero tienen pudor en expresar, y eso, aunque residualmente, también es un valor. Así, su popularidad puede entenderse en función a que es visualizado como «políticamente incorrecto»: no parece importarle lo que los medios de comunicación digan de él y mucho menos las impresiones que pueda dejar en las élites. La antipolítica encuentra aquí un nuevo rostro, esta vez maquillado de trasgresión y honestidad brutal.
No obstante, los indicadores actuales de aceptación de su candidatura no deberían ocultar que, en el hipotético caso de que gane las primarias, Trump no es un candidato competitivo para las elecciones generales, cuando todos deben inclinarse al centro del electorado y morigerar la radicalización de su discurso, algo ciertamente improbable en él. Su histrionismo y su sobreactuado discurso ultraderechista pueden explicar su éxito parcial pero también son las llaves de su fracaso: sus chances de obtener la nominación son escasas, toda vez que los partidos estadounidenses no suelen jugar la carrera presidencial con candidatos condenados a una segura derrota, algo que seguramente quedará claro cuando el elenco de precandidatos se vaya reduciendo a pocos aspirantes que, a diferencia de Trump, no generan un fuerte rechazo en las consideraciones populares.
Mientras tanto, los dirigentes republicanos deberán enfrentar una encrucijada. El excéntrico empresario advirtió que, en el caso de no obtener la candidatura partidaria, se presentará igualmente como candidato independiente, lo cual reduciría considerablemente las posibilidades de aquel partido para suceder a la administración demócrata.
Si Trump finalmente decide no hacerlo y acompañar al candidato que surja de la primaria, el complejo desafío será lograr convencer a los votantes del empresario sin espantar el voto independiente. Trump parece haberse convertido, entonces, en la mejor herramienta del Partido Demócrata para alcanzar su tercer mandato consecutivo.