La campaña electoral para elegir al presidente número 154 de Estados Unidos dejó, al menos, cuatro lecciones.
Lección 1: el eterno retorno de la clase social
En un editorial publicado en el Financial Times días después de la elección presidencial, el politólogo Francis Fukuyama sentenció: «La clase social, definida hoy por el nivel de educación, está convirtiéndose en la más importante fractura social». Paradojas de la historia: quien hace 25 años vaticinó la muerte de las ideologías y que el clivaje de la política había dejado de ser económico, vuelve a poner la clase social en el centro de la escena. Lo cierto es que el Partido Republicano lo entendió, mientras que el Partido Demócrata fracasó por empeñarse en hacer «política de la identidad» (de las minorías y de las mujeres). Para los votantes que perdieron empleos o que tienen empleos muy precarios en la América rural, las bravuconadas del candidato republicano fueron sólo «ruido cognitivo»: lo importante eran sus promesas económicas. El triunfo del Brexit tuvo características similares y ambas elecciones pusieron en discusión el modo en que las democracias desarrolladas dan respuesta ante el deterioro de las conquistas económicas de las clases medias.
Lección 2: Halloween y el financiamiento de las campañas
Seis mil millones de dólares costaron las campañas electorales para todos los cargos en juego en este ciclo electoral (el doble del PBI de Burundi). Quienes sostienen que no es alarmante lo comparan con los ocho mil millones que se gastaron en los festejos de Halloween unos días antes de la elección. ¿Es válida la comparación? El dinero para las calabazas de Halloween sale de los bolsillos de cientos de millones de estadounidenses. La plata que financia la política, no. Según datos del Center for Responsive Politics, diez individuos o parejas aportaron el 25% de lo que recaudaron los súper PAC (organizaciones externas a los partidos políticos, que no tienen tope a las contribuciones).
La influencia del dinero en la política fue tema de campaña en esta elección (Bernie Sanders lo adoptó como eje de su discurso contra Hillary Clinton). Varios estados presentaron a sus votantes referendos sobre el financiamiento electoral. California y Washington se sumaron a los 17 estados que aprobaron iniciativas que piden al Congreso volver atrás con el fallo de la Corte Suprema que liberó el financiamiento de las campañas. Los triunfos en esos estados reflejan un masivo sentimiento ciudadano: según una encuesta del New York Times y CBS realizada en 2015, el 84% de los estadounidenses cree que el dinero tiene demasiada influencia en la política de su país. Dado que perdió la elección quien más dinero gastó (Hillary Clinton gastó 2 a 1 lo que recaudó Donald Trump) y que el bloque republicano en el Senado es partidario de liberalizar aún más el sistema, nada indica que esa influencia no siga creciendo.
Lección 3: redes versus democracia
Días antes de la elección, el gobierno estadounidense acusó oficialmente al gobierno de Rusia por los ataques a los servidores del Comité del Partido Demócrata. Dos meses antes, el FBI había difundido que en al menos 12 estados se habían registrado intentos de ingresar a las bases de datos de los padrones electorales. Estos hechos, sin precedentes, encendieron la alarma sobre la posibilidad de ataques externos el día de la elección (hecho que no ocurrió ni se detectaron intentos). A estos episodios se sumaron denuncias de prácticas fraudulentas en redes sociales. En Twitter, por ejemplo, circularon mensajes masivos a simpatizantes demócratas que los invitaban a votar por Hillary Clinton vía SMS, pese a que no es un método válido de votación. Más importante aún fue el volumen de información falsa que circuló en Facebook, el medio más utilizado por los estadounidenses para informarse sobre la elección: la «noticia» de que el papa Francisco apoyaba a Donald Trump fue compartida en más de un millón de muros.
Es incierto cuál fue el impacto de estas prácticas en el resultado electoral, pero la elección 2016 marcó un hito en la vulnerabilidad del sistema democrático frente a los ciberataques.
Lección 4: ¿la era del big data o de la post-verdad?
Vivimos una campaña plagada de hipérboles. Es cierto que son moneda corriente durante las campañas, pero esta vez abundaron en dos direcciones contrapuestas.
Por un lado, nos cansamos de leer a intelectuales indignados por la llegada de la política post-factual o de la post-verdad, término antiguo pero puesto de moda por Paul Krugman este año para describir (condenar) el hecho de que los candidatos brinden datos falsos con la intención de desinformar a los votantes. Desde esta perspectiva, los votantes no sólo fueron engañados, sino que además votaron de modo enojado e irracional, privilegiando las emociones por sobre los hechos o la «evidencia».
La campaña post-factual convivió, por otro lado, con el big data, que inundó la campaña de apps, simuladores y modelos para predecir milimétricamente las tendencias electorales y las posiciones de los candidatos. La obsesión por el análisis estadístico de los sondeos electorales llevó a un periódico inglés a titular 24 horas antes de la elección que era «matemáticamente imposible» que ganara Donald Trump.
La política deambula desorientada ante a la dicotomía entre la post-verdad y el big data.
Probablemente, sean dos caras de la misma moneda. Pero la realidad está lejos de esos extremos: ni los votantes eligieron sólo por emociones, ni el procesamiento de datos más sofisticado puede reemplazar la interpretación y eliminar la incertidumbre.
La autora de la nota es directora ejecutiva de Cippec
Lección 1: el eterno retorno de la clase social
En un editorial publicado en el Financial Times días después de la elección presidencial, el politólogo Francis Fukuyama sentenció: «La clase social, definida hoy por el nivel de educación, está convirtiéndose en la más importante fractura social». Paradojas de la historia: quien hace 25 años vaticinó la muerte de las ideologías y que el clivaje de la política había dejado de ser económico, vuelve a poner la clase social en el centro de la escena. Lo cierto es que el Partido Republicano lo entendió, mientras que el Partido Demócrata fracasó por empeñarse en hacer «política de la identidad» (de las minorías y de las mujeres). Para los votantes que perdieron empleos o que tienen empleos muy precarios en la América rural, las bravuconadas del candidato republicano fueron sólo «ruido cognitivo»: lo importante eran sus promesas económicas. El triunfo del Brexit tuvo características similares y ambas elecciones pusieron en discusión el modo en que las democracias desarrolladas dan respuesta ante el deterioro de las conquistas económicas de las clases medias.
Lección 2: Halloween y el financiamiento de las campañas
Seis mil millones de dólares costaron las campañas electorales para todos los cargos en juego en este ciclo electoral (el doble del PBI de Burundi). Quienes sostienen que no es alarmante lo comparan con los ocho mil millones que se gastaron en los festejos de Halloween unos días antes de la elección. ¿Es válida la comparación? El dinero para las calabazas de Halloween sale de los bolsillos de cientos de millones de estadounidenses. La plata que financia la política, no. Según datos del Center for Responsive Politics, diez individuos o parejas aportaron el 25% de lo que recaudaron los súper PAC (organizaciones externas a los partidos políticos, que no tienen tope a las contribuciones).
La influencia del dinero en la política fue tema de campaña en esta elección (Bernie Sanders lo adoptó como eje de su discurso contra Hillary Clinton). Varios estados presentaron a sus votantes referendos sobre el financiamiento electoral. California y Washington se sumaron a los 17 estados que aprobaron iniciativas que piden al Congreso volver atrás con el fallo de la Corte Suprema que liberó el financiamiento de las campañas. Los triunfos en esos estados reflejan un masivo sentimiento ciudadano: según una encuesta del New York Times y CBS realizada en 2015, el 84% de los estadounidenses cree que el dinero tiene demasiada influencia en la política de su país. Dado que perdió la elección quien más dinero gastó (Hillary Clinton gastó 2 a 1 lo que recaudó Donald Trump) y que el bloque republicano en el Senado es partidario de liberalizar aún más el sistema, nada indica que esa influencia no siga creciendo.
Lección 3: redes versus democracia
Días antes de la elección, el gobierno estadounidense acusó oficialmente al gobierno de Rusia por los ataques a los servidores del Comité del Partido Demócrata. Dos meses antes, el FBI había difundido que en al menos 12 estados se habían registrado intentos de ingresar a las bases de datos de los padrones electorales. Estos hechos, sin precedentes, encendieron la alarma sobre la posibilidad de ataques externos el día de la elección (hecho que no ocurrió ni se detectaron intentos). A estos episodios se sumaron denuncias de prácticas fraudulentas en redes sociales. En Twitter, por ejemplo, circularon mensajes masivos a simpatizantes demócratas que los invitaban a votar por Hillary Clinton vía SMS, pese a que no es un método válido de votación. Más importante aún fue el volumen de información falsa que circuló en Facebook, el medio más utilizado por los estadounidenses para informarse sobre la elección: la «noticia» de que el papa Francisco apoyaba a Donald Trump fue compartida en más de un millón de muros.
Es incierto cuál fue el impacto de estas prácticas en el resultado electoral, pero la elección 2016 marcó un hito en la vulnerabilidad del sistema democrático frente a los ciberataques.
Lección 4: ¿la era del big data o de la post-verdad?
Vivimos una campaña plagada de hipérboles. Es cierto que son moneda corriente durante las campañas, pero esta vez abundaron en dos direcciones contrapuestas.
Por un lado, nos cansamos de leer a intelectuales indignados por la llegada de la política post-factual o de la post-verdad, término antiguo pero puesto de moda por Paul Krugman este año para describir (condenar) el hecho de que los candidatos brinden datos falsos con la intención de desinformar a los votantes. Desde esta perspectiva, los votantes no sólo fueron engañados, sino que además votaron de modo enojado e irracional, privilegiando las emociones por sobre los hechos o la «evidencia».
La campaña post-factual convivió, por otro lado, con el big data, que inundó la campaña de apps, simuladores y modelos para predecir milimétricamente las tendencias electorales y las posiciones de los candidatos. La obsesión por el análisis estadístico de los sondeos electorales llevó a un periódico inglés a titular 24 horas antes de la elección que era «matemáticamente imposible» que ganara Donald Trump.
La política deambula desorientada ante a la dicotomía entre la post-verdad y el big data.
Probablemente, sean dos caras de la misma moneda. Pero la realidad está lejos de esos extremos: ni los votantes eligieron sólo por emociones, ni el procesamiento de datos más sofisticado puede reemplazar la interpretación y eliminar la incertidumbre.
La autora de la nota es directora ejecutiva de Cippec