El nuevo revés diplomático que sufrió ayer el Gobierno al ver triunfante al mismo Donald Trump al que había criticado hasta anteayer en público no responde solo al amateurismo y a la improvisación.
Se debe a un profundo error de caracterización. Para el equipo de Mauricio Macri no hay crisis global ni representa un riesgo reengancharse a la calesita de los mercados fi nancieros.
Volver al mundo es algo positivo per se, sin importar a qué mundo volvamos ni en qué condiciones. Lo dicen textualmente en privado Alfonso Prat- Gay, Gustavo Lopetegui y Federico Sturzenegger. O lo decían, al menos, hasta que el Brexit y ahora el Trumpazo mostraron que esa visión armonicista del devenir planetario está embarazada de candidez.
El Presidente y los economistas que más escucha creen que el estancamiento del último mandato de Cristina Kirchner se debió exclusivamente a yerros locales y no a la combinación de ellos con los coletazos de una crisis económica y social que estalló en 2008 en Estados Unidos y que desde entonces no hizo más que migrar de ahí a Europa, al norte de África y fi nalmente a China, que ya no tracciona como lo hacía una década atrás. “Trump habla de construir muros, y el mundo va en otro sentido”, dijo Macri en mayo.
Pero el mundo va con Trump. Antes de su batacazo de ayer, ya lo habían mostrado el imprevisto portazo de Gran Bretaña a la Unión Europea y el triunfo del no en el referéndum sobre la paz en Colombia. También el reverdecer de los grupos xenófobos y los golpes exitosos del terrorismo en toda Europa.
En ese regreso al mundo había cifrado el Gobierno sus expectativas de una recuperación vigorosa tras un primer semestre de ajuste cambiario, salarial y tarifario. Las inversiones, sobre todo extranjeras, serían la locomotora que complementaría al consumo. Y los desembolsos llegarían luego de sonreír en un par de foros internacionales y de remover trabas como los juicios buitres y el control de cambios.
Nada de eso ocurrió. El consumo se desplomó y las inversiones no llegaron. La expectativa de una recuperación se trasladó ahora al 2017 electoral, durante el cual los empresarios apuestan a que el Gobierno revitalice el alicaído mercado interno. “Lo van a hacer porque necesitan ganar las elecciones”, se autoconvencen.
Pero para no ajustar, y luego de haber sacrifi cado recaudación para favorecer a sectores como el agro y la minería, Macri necesita seguir endeudándose a un ritmo vertiginoso, sobre el que alertan incluso desde la propia gestión hombres como Carlos Melconian.
Para cubrir el défi cit y los vencimientos sin encarar un ajuste draconiano e impensable en un año electoral hacen falta unos u$s20.000 millones de nueva deuda en 2017. Nadie sabe cuánto costará. Un mes atrás el Discount 2033 rendía poco más del 6%, lo cual signifi ca que para prestarle a largo plazo, los inversores le exigían al país esa tasa de interés anual. Ayer, tras el desplome de todos los bonos de deuda del mundo fuera de Estados Unidos, ese rendimiento subió al 7%.
¿Y si además del spread (la diferencia entre lo que paga Argentina y lo que paga Estados Unidos) sube también la tasa que paga Washington? ¿Y si Trump cumple con sus amenazas y empieza a levantar muros por doquier que suban más el costo del financiamiento? ¿Era un buen momento para volver a depender de los caprichos del siempre volátil mercado financiero?
Se debe a un profundo error de caracterización. Para el equipo de Mauricio Macri no hay crisis global ni representa un riesgo reengancharse a la calesita de los mercados fi nancieros.
Volver al mundo es algo positivo per se, sin importar a qué mundo volvamos ni en qué condiciones. Lo dicen textualmente en privado Alfonso Prat- Gay, Gustavo Lopetegui y Federico Sturzenegger. O lo decían, al menos, hasta que el Brexit y ahora el Trumpazo mostraron que esa visión armonicista del devenir planetario está embarazada de candidez.
El Presidente y los economistas que más escucha creen que el estancamiento del último mandato de Cristina Kirchner se debió exclusivamente a yerros locales y no a la combinación de ellos con los coletazos de una crisis económica y social que estalló en 2008 en Estados Unidos y que desde entonces no hizo más que migrar de ahí a Europa, al norte de África y fi nalmente a China, que ya no tracciona como lo hacía una década atrás. “Trump habla de construir muros, y el mundo va en otro sentido”, dijo Macri en mayo.
Pero el mundo va con Trump. Antes de su batacazo de ayer, ya lo habían mostrado el imprevisto portazo de Gran Bretaña a la Unión Europea y el triunfo del no en el referéndum sobre la paz en Colombia. También el reverdecer de los grupos xenófobos y los golpes exitosos del terrorismo en toda Europa.
En ese regreso al mundo había cifrado el Gobierno sus expectativas de una recuperación vigorosa tras un primer semestre de ajuste cambiario, salarial y tarifario. Las inversiones, sobre todo extranjeras, serían la locomotora que complementaría al consumo. Y los desembolsos llegarían luego de sonreír en un par de foros internacionales y de remover trabas como los juicios buitres y el control de cambios.
Nada de eso ocurrió. El consumo se desplomó y las inversiones no llegaron. La expectativa de una recuperación se trasladó ahora al 2017 electoral, durante el cual los empresarios apuestan a que el Gobierno revitalice el alicaído mercado interno. “Lo van a hacer porque necesitan ganar las elecciones”, se autoconvencen.
Pero para no ajustar, y luego de haber sacrifi cado recaudación para favorecer a sectores como el agro y la minería, Macri necesita seguir endeudándose a un ritmo vertiginoso, sobre el que alertan incluso desde la propia gestión hombres como Carlos Melconian.
Para cubrir el défi cit y los vencimientos sin encarar un ajuste draconiano e impensable en un año electoral hacen falta unos u$s20.000 millones de nueva deuda en 2017. Nadie sabe cuánto costará. Un mes atrás el Discount 2033 rendía poco más del 6%, lo cual signifi ca que para prestarle a largo plazo, los inversores le exigían al país esa tasa de interés anual. Ayer, tras el desplome de todos los bonos de deuda del mundo fuera de Estados Unidos, ese rendimiento subió al 7%.
¿Y si además del spread (la diferencia entre lo que paga Argentina y lo que paga Estados Unidos) sube también la tasa que paga Washington? ¿Y si Trump cumple con sus amenazas y empieza a levantar muros por doquier que suban más el costo del financiamiento? ¿Era un buen momento para volver a depender de los caprichos del siempre volátil mercado financiero?