Gran parte de los argentinos manifiesta un creciente agobio. Ya no es sólo dolor por la inflexible decadencia política, económica y social, sino cansancio. Agotamiento. Nos hundimos sin haber sido ocupados por potencias extranjeras, ni haber padecido tsunamis catastróficos, ni ser masivamente asesinados por epidemias bíblicas, ni quemados por la lava de los volcanes. Nos hundimos por propia voluntad, al haber entregado por más de 70 años el timón de nuestra nave a una variopinta legión de malos o ineficaces dirigentes.
Hace tiempo comparé nuestro país con un tobogán ondulante. Tobogán porque lo hace deslizar a uno desde lo alto hasta el piso. Ondulante porque en el curso de la bajada existieron instantes de subida, como las presidencias de Frondizi, Illia y Alfonsín (saboteadas por obstáculos ciegos o mezquinos).
Nuestra historia es breve. Aunque no tan breve como quiere parte del relato oficial, que propone la fecha de comienzo en el año 2003 y tiene la ilusión de instalar a Néstor Kirchner en el lugar de San Martín. ¡Ni a Enrique Santos Discépolo se le hubiese ocurrido tan disparatada profanación! Nuestra historia es breve, sí, porque luce dos siglos de vida independiente, con un somnoliento prólogo colonial. Pero la vida independiente estuvo signada por un conflicto que no cesa entre los proyectos ilustrados y verdaderamente progresistas contra los que prefieren el corral de la infancia pretérita, tan amada por el «revisionismo» histórico. La infancia pretérita es el pater familias , el caudillo omnipotente e infalible, el servilismo a cambio de la protección, la lealtad en vez del mérito, una corrupción sin límites ni vergüenza, descalificación de los adversarios, silenciamiento de la prensa, apropiación del Estado, devastación de las instituciones que garantizan la democracia, anhelo de perpetuación, hipocresía en el discurso, estímulo incesante del odio entre los ciudadanos, técnicas extorsivas. Quizá olvido otras características, para no ser demasiado duro… Esto ha sido común a Rosas, las dictaduras militares y parte de los gobiernos peronistas (cualquiera haya sido su tendencia dominante). Los proyectos ilustrados y verdaderamente progresistas, al revés, buscan los modelos que miran hacia futuro, que dignifican a cada hombre y mujer, que ponen a todos bajo límites de leyes sabias, parejas y estables, que jerarquizan el trabajo por encima de las limosnas, que premian el esfuerzo, que ponen una obligación junto a cada derecho, que estimulan el respeto del individuo por encima de sus creencias.
Ahora asfixia la situación imperante. Desde el poder se trabaja para bloquear los caminos del pensamiento crítico, la iniciativa individual, el mérito, el esfuerzo genuino, la decencia y el imperio de las leyes. No cesan las iniciativas para llenar de trampas y moretones a nuestra tambaleante democracia, convertir a los legisladores en milicos obsecuentes y a muchos de los jueces en encorvados siervos. El tango «Cambalache» alcanza tanta vigencia que corta la respiración. Ya no sólo lo cantamos, sino que le ponemos más actualidad que nunca. «Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio o chorro,/ generoso o estafador…/ ¡Todo es igual!/ ¡Nada es mejor!/ Lo mismo un burro/ que un gran profesor./ No hay aplazaos ni escalafón,/ los ignorantes nos han igualao.» En otro verso hace la más grave de las denuncias: «¡El que no afana es un gil!» Esta consigna fue bien ejercitada por diversos gobiernos populistas y está llegando a una cumbre que da vértigo con el abismal saqueo que actualmente se denuncia.
Una publicación extranjera acaba de preguntarme si el escándalo por las bóvedas en Calafate y un diluvio de corrupciones asociadas a ellas no me inspiraría una novela desopilante. Respondí que no. Que es un tema que ahora me produce el mismo freno que tuve antes de empezar La furia de Evita . Al asunto de las bóvedas y la ruta del dinero K ya lo cubre una montaña de investigaciones y comentarios que impiden abrir la narración por una senda original. Supongo haberlo conseguido con Evita por el tiempo transcurrido y razones literarias que sería largo describir ahora. Pero dudo que lo pueda lograr de inmediato con el tema de las bóvedas y el huracán de denuncias que ruge en el país, pese al disimulo oficial. Aunque uno se resista, vuelven a la memoria historietas del Pato Donald y su Tío Patilludo, que gustaba zambullirse en piscinas llenas de billetes y dejaba caer sobre su cabeza una ducha con monedas de oro. Es demasiado. Las novelas deben ser verosímiles, aunque naveguen por la ciencia ficción o el disparate. La realidad que padece la Argentina excede el disparate. Para colmo, aún es apoyada por millones de personas. Constituye parte de nuestra realidad. El «lavado de cerebro» no sólo fue realizado por las dictaduras nazi-fascistas, stalinistas, maoístas y africanas, sino que ahora lo están haciendo enclenques democracias latinoamericanas que han encendido los motores de la genial maquinaria propagandística inventada por Goebbels. De ahí que hasta se modifiquen los horarios de los partidos de fútbol para quitar audiencia a quienes hacen denuncias difíciles de refutar y poder seguir lavando cerebros con el repiqueteo oficial.
A propósito, vale una anécdota de Jorge Luis Borges, que nunca se molestaba por ser calificado de «gorila», quizá porque le hubiese gustado tener también el vigor físico de un gorila. Casi ciego, pero aún capaz de movilizarse solo, se detuvo junto a la avenida 9 de Julio con su bastón blanco y pidió ayuda a un joven para que lo ayudase a cruzar. En el trayecto Borges empezó a manifestar su rabia por las últimas medidas del gobierno peronista. El joven, indignado, lo insultó y abandonó en medio de la avenida. Mientras los autos zumbaban por delante y atrás del poeta, y el muchacho se alejaba presuroso, Borges atinó a gritarle: «¡No se enoje, jovencito: yo también soy ciego!»
Es penoso observar los discursos presidenciales por la cadena nacional. Digo observar y no escuchar, porque lo que ella dice -con contradicciones, soberbia y el esfuerzo de imitación al desenfado tropical de Chávez- será material de realismo mágico dentro de poco. Deprime ver a hombres y mujeres convertidos en aplaudidores y sonreidores indignos que festejan hasta los errores. ¿No temen que sus hijos y nietos algún día les pidan rendición de cuentas? Lo mismo vale para los legisladores, gobernadores, intendentes, gremialistas y ciertos magistrados que se someten a un poder que en 2015 será reemplazado por otro. ¿Tanto les cuesta mirar el horizonte?
Desde las altas esferas se realiza lo inimaginable para proteger a megadelincuentes. Si «siempre se roba», pocas veces se ha llegado a una situación equivalente a la actual. Hay «blanqueos» para conseguir dólares, pero también para borrar el pecado de fraudes, coimas y extorsiones gigantescas. Corremos el peligro de instalar a la Argentina en el catálogo de los paraísos fiscales que, por suerte, poco a poco van siendo acotados en el mundo. Pero nuestro país da la impresión de seguir eligiendo la peor ruta; nuestra fraternidad con Irán y Venezuela son un botón de muestra. Instrumentos públicos como la Inspección Nacional de Justicia y la Unidad de Información Financiera se han convertido en aparatos encubridores del delito en lugar de servir a la transparencia. ¿Exagero al decir que nos falla la moral?
En este aquelarre de despropósitos, corrupción, aprietes, ineficiencia administrativa, destrucción, incoherencias y mentiras, se nos está deshaciendo la República.
© LA NACION
Hace tiempo comparé nuestro país con un tobogán ondulante. Tobogán porque lo hace deslizar a uno desde lo alto hasta el piso. Ondulante porque en el curso de la bajada existieron instantes de subida, como las presidencias de Frondizi, Illia y Alfonsín (saboteadas por obstáculos ciegos o mezquinos).
Nuestra historia es breve. Aunque no tan breve como quiere parte del relato oficial, que propone la fecha de comienzo en el año 2003 y tiene la ilusión de instalar a Néstor Kirchner en el lugar de San Martín. ¡Ni a Enrique Santos Discépolo se le hubiese ocurrido tan disparatada profanación! Nuestra historia es breve, sí, porque luce dos siglos de vida independiente, con un somnoliento prólogo colonial. Pero la vida independiente estuvo signada por un conflicto que no cesa entre los proyectos ilustrados y verdaderamente progresistas contra los que prefieren el corral de la infancia pretérita, tan amada por el «revisionismo» histórico. La infancia pretérita es el pater familias , el caudillo omnipotente e infalible, el servilismo a cambio de la protección, la lealtad en vez del mérito, una corrupción sin límites ni vergüenza, descalificación de los adversarios, silenciamiento de la prensa, apropiación del Estado, devastación de las instituciones que garantizan la democracia, anhelo de perpetuación, hipocresía en el discurso, estímulo incesante del odio entre los ciudadanos, técnicas extorsivas. Quizá olvido otras características, para no ser demasiado duro… Esto ha sido común a Rosas, las dictaduras militares y parte de los gobiernos peronistas (cualquiera haya sido su tendencia dominante). Los proyectos ilustrados y verdaderamente progresistas, al revés, buscan los modelos que miran hacia futuro, que dignifican a cada hombre y mujer, que ponen a todos bajo límites de leyes sabias, parejas y estables, que jerarquizan el trabajo por encima de las limosnas, que premian el esfuerzo, que ponen una obligación junto a cada derecho, que estimulan el respeto del individuo por encima de sus creencias.
Ahora asfixia la situación imperante. Desde el poder se trabaja para bloquear los caminos del pensamiento crítico, la iniciativa individual, el mérito, el esfuerzo genuino, la decencia y el imperio de las leyes. No cesan las iniciativas para llenar de trampas y moretones a nuestra tambaleante democracia, convertir a los legisladores en milicos obsecuentes y a muchos de los jueces en encorvados siervos. El tango «Cambalache» alcanza tanta vigencia que corta la respiración. Ya no sólo lo cantamos, sino que le ponemos más actualidad que nunca. «Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio o chorro,/ generoso o estafador…/ ¡Todo es igual!/ ¡Nada es mejor!/ Lo mismo un burro/ que un gran profesor./ No hay aplazaos ni escalafón,/ los ignorantes nos han igualao.» En otro verso hace la más grave de las denuncias: «¡El que no afana es un gil!» Esta consigna fue bien ejercitada por diversos gobiernos populistas y está llegando a una cumbre que da vértigo con el abismal saqueo que actualmente se denuncia.
Una publicación extranjera acaba de preguntarme si el escándalo por las bóvedas en Calafate y un diluvio de corrupciones asociadas a ellas no me inspiraría una novela desopilante. Respondí que no. Que es un tema que ahora me produce el mismo freno que tuve antes de empezar La furia de Evita . Al asunto de las bóvedas y la ruta del dinero K ya lo cubre una montaña de investigaciones y comentarios que impiden abrir la narración por una senda original. Supongo haberlo conseguido con Evita por el tiempo transcurrido y razones literarias que sería largo describir ahora. Pero dudo que lo pueda lograr de inmediato con el tema de las bóvedas y el huracán de denuncias que ruge en el país, pese al disimulo oficial. Aunque uno se resista, vuelven a la memoria historietas del Pato Donald y su Tío Patilludo, que gustaba zambullirse en piscinas llenas de billetes y dejaba caer sobre su cabeza una ducha con monedas de oro. Es demasiado. Las novelas deben ser verosímiles, aunque naveguen por la ciencia ficción o el disparate. La realidad que padece la Argentina excede el disparate. Para colmo, aún es apoyada por millones de personas. Constituye parte de nuestra realidad. El «lavado de cerebro» no sólo fue realizado por las dictaduras nazi-fascistas, stalinistas, maoístas y africanas, sino que ahora lo están haciendo enclenques democracias latinoamericanas que han encendido los motores de la genial maquinaria propagandística inventada por Goebbels. De ahí que hasta se modifiquen los horarios de los partidos de fútbol para quitar audiencia a quienes hacen denuncias difíciles de refutar y poder seguir lavando cerebros con el repiqueteo oficial.
A propósito, vale una anécdota de Jorge Luis Borges, que nunca se molestaba por ser calificado de «gorila», quizá porque le hubiese gustado tener también el vigor físico de un gorila. Casi ciego, pero aún capaz de movilizarse solo, se detuvo junto a la avenida 9 de Julio con su bastón blanco y pidió ayuda a un joven para que lo ayudase a cruzar. En el trayecto Borges empezó a manifestar su rabia por las últimas medidas del gobierno peronista. El joven, indignado, lo insultó y abandonó en medio de la avenida. Mientras los autos zumbaban por delante y atrás del poeta, y el muchacho se alejaba presuroso, Borges atinó a gritarle: «¡No se enoje, jovencito: yo también soy ciego!»
Es penoso observar los discursos presidenciales por la cadena nacional. Digo observar y no escuchar, porque lo que ella dice -con contradicciones, soberbia y el esfuerzo de imitación al desenfado tropical de Chávez- será material de realismo mágico dentro de poco. Deprime ver a hombres y mujeres convertidos en aplaudidores y sonreidores indignos que festejan hasta los errores. ¿No temen que sus hijos y nietos algún día les pidan rendición de cuentas? Lo mismo vale para los legisladores, gobernadores, intendentes, gremialistas y ciertos magistrados que se someten a un poder que en 2015 será reemplazado por otro. ¿Tanto les cuesta mirar el horizonte?
Desde las altas esferas se realiza lo inimaginable para proteger a megadelincuentes. Si «siempre se roba», pocas veces se ha llegado a una situación equivalente a la actual. Hay «blanqueos» para conseguir dólares, pero también para borrar el pecado de fraudes, coimas y extorsiones gigantescas. Corremos el peligro de instalar a la Argentina en el catálogo de los paraísos fiscales que, por suerte, poco a poco van siendo acotados en el mundo. Pero nuestro país da la impresión de seguir eligiendo la peor ruta; nuestra fraternidad con Irán y Venezuela son un botón de muestra. Instrumentos públicos como la Inspección Nacional de Justicia y la Unidad de Información Financiera se han convertido en aparatos encubridores del delito en lugar de servir a la transparencia. ¿Exagero al decir que nos falla la moral?
En este aquelarre de despropósitos, corrupción, aprietes, ineficiencia administrativa, destrucción, incoherencias y mentiras, se nos está deshaciendo la República.
© LA NACION
yo estoy agotado de los aguinis…
Consiganle un novio a Aguinis, así se queda en paz.
Yo nunca había leído nada de Aguinis, pero el año pasado decidí matar el tiempo durante una serie continua de viajes leyendo «La Gesta del Marrano». Y me pareció un libro tan extraordinario, que me cuesta creer que la misma persona sea capaz de escribir estos comentarios. No me molesta en absoluto que sea anti-K, de hecho me encanta leer los (equivocados) artículos antikircheristas de Jorge Fernández Díaz. Pero este primitivismo de Aguinis, un gran escritor, es simplemente incomprensible.
Si pero JFD es bueno cuando pasa la data a quienes corresponde, por supuesto que hay que sacar la hojarasca pero el mensaje a la opo es contundente como éste
Yo creo que lo que a mí me atrae de JFD es que presiento que muy en el fondo es como el tango de Amadori: «No repitas nunca lo que voy a decirte: rencor, tengo miedo de que seas amor»
Además, por supuesto, todos los Menéndez son asturianos…
Jorgito Fernandez Díaz, secretario de reacción de La Nación, aunque no lo crean es peronista, y no lo oculta.
Así que no pierdan la fé, puede ocurrir que los convierta a Claudio Escribano y a Mitre, y ya está, la develación de la verdadera historia está en marcha.
Se imaginan a la tribuma de doctrina publicando «Desde un comienzo denunciamos la crueldad de la tortura y la desaparición de personas codo a codo con los compañeros Nestor y Cristina»
Lo que me preocupa es que también es columnista de Lanata, ¿será que profesa una variante herética de peronismo?
A lo mejor es un topo de Nestor enviado para generar caos en la mesa de radio Mitre, no vieron que el gordo ayer ya se peleo con Geuna.
¿No será que Magnetto es en realidad agente encubierto y tiene la misión faltar a las asambleas para así enfrentar al directorío del monopolio con Moreno para forzar así al gobierno a intervenir el pasquín inmundo?
Al igual que Lázaro, nuestro sacrificado militante, que se priva de todo consumo suntuario y guarda los ahorros de todos los argentinos lejos de la mirada rapaz de los fondos buitres.
¿O para que corno creían uds. que eran las bóvedas?
zxc responde con una joda más grande y divertida que la de lanata con la bóveda de durlock del calafate!!!
¿JFD se confiesa peronista? ¿y? ¿no se «confiesa peronista» de narvaez?
¿un «secretario» «convenciendo» a sus patrones de la ideología a la que deben apoyar….?
¿magnetto agente encubierto de los k? esa sí que es buena…. es como una de esas historia de conspiración de templarios, papas y da vincis, escritas por Down brown!!!
JFD es prácticamente el único columnista inteligente de La Nación.
Pero no hay que engañarse: quiere para el país lo mismo que sus empleadores.
Por eso está en la posición en que está.
Lo interesante de su posición es que dice que hay que ‘aprender’ cómo hace el peronismo… para llegar al poder y hacer la política que propugna ‘La Nación’
No olvidemos que él plantea esto en una época del país qne la que los golpes militares no van más, los de mercado no tienen éxito (por ahora), y ni los cacerolazos ni las tapas de Clarín hacen caer a un gobierno.
JFD, como B. Sarlo, me hace acordar a esos agentes secretos que recibieron la misión de ‘aprender el idioma del enemigo’ y lo han hecho muy bien.
Eso no debe confundirse con que se hayan pasado al otro bando, ni mucho menos.
Si pero a pesar de todo y que obviamente pone la hojarasca para convencer aún más a los convencidos -y en este aspecto lamentablemente la redacción de The Nation está arrastrándose a un nivel cercano del clarinete hasta Pagni entró en la variante- dice cosas interesantes.
En su última columna sacando la parafernalia y hojarasca, es interesante cómo ve al kirchnerismo, lo define como un infiltración en el sistema democrático republicano argentino vía la táctica del entrismo. El problema es que dicho accionar es justificado por vía del voto. Y éste último es el gran inconveniente por que amenaza la continuidad de nuestra democracia.
«Intelectuales, artistas y militantes acompañan acrítica, amorosamente al Gobierno en ese asalto final, algunos sin terminar de entender que es la democracia, estúpido»
Quizás se entienda un poco más los dichos de uno de los descendientes de Mitre cuando se refirió, no hace mucho sobre el «voto calificado», cuestiòn que casualmente la CNN después de la re elección de Obama dejó traslucir.
O sea el kirchnerismo en un mal mayor por que afecta a la democracia mientras que el peronismo jode a un sector
yo leí hace unos años, por pura curiosidad, «el atroz encanto de ser argentino».
lo recomiendo profundamente a aquellos que se interesan por el fenómeno de la imbecilidad.
Cavanzonni tiene un fantástico libro titulado en español «breviario de idiotas».
lo de aguinis no le llega ni a los talones.
sobre todo porque es un tipo «leido» pero lo suficientemente idiota como para leer todo mal, incluso en contra de lo que algunos de los propios autores que cita quieren decir…
ni hablemos de la cantidad de clisés en los que abunda… con un grado de rigor nulo.
lo recomiendo muy profundamente!!! cada tanto lo abro para divertirme con amigos y para recordar lo limitado de la condición humana.
Lo único que leí de él, hace mucho, es ‘La conspiración de los idiotas’, muy interesante y entretenido.
Las explicaciones a su actitud actual deberían ser eminentemente biológicas.
suele ocurrir que el converso quiera parecer mas papista que el Papa…
Existe algo que me subleva más que la estupidez, el encomio de la estupidez. Probablemente Aguinis sea bastante menos idiota de lo que parece, aunque muchísimo más de lo que él aceptaría en sí mismo. Porque convengamos que en un ego de esas magnitudes cabe bastante idiocia. El tipo está jubilado cobrando del Estado por función pública estéril y breve, hace rato que no escribe nada interesante como literatura, pero funciona como referencia de ciertos sectores sociales. Y eso lo deja estar en los medios, aparecer en la foto, que lo palmeen en la espalda cuando sus mejores palabras pasaron a mejores días. A diferencia, FD no hace encomio de esa condición. La pregunta que me hago es ¿por qué Aguinis sí acepta encomiar alegremente estupideces?
Me parece que se trata de una práctica con arreglo a fines. Y el tipo es eficaz: lo leen muchos y se regocijan. Lo hacen aunque no supere esa lectura un mínimo de análisis lógico. ¿Pero quién se anda preguntando por lógica proposicional cuando ve una telenovela? Está bien, no me gusta el género telenovela, pero da igual en un western o en ciencia ficción. Uno lee, encuentra un hilo y lo disfruta, no anda preguntando cuán lógico es que el héroe pueda luchar solo contra 50 alienígenas… Uno acepta ciertas cosas como que después de viajar por el universo durante 50 años luz llegue a un planeta donde hablan… inglés moderno y claro. Está bien. Tampoco es posible que el cowboy llegue a la taberna y después de sacar los revólveres de su cartuchera se pone una capa y sale volando.
En definitiva, Aguinis hace textos por encargo con arreglo a fines y auditorio. Insisto, es eficaz. ¿Cuánto más estúpido es el lector de Aguinis que el que acepta que le vendan una investigación como realizada cuando apenas si tiene datos para comenzar a investigar? Si la noticia es que Fulano dice que hay una bóveda, entonces la investigación debiera ir por el lado de desentrañar inequívocamente todos los datos de la denuncia. Desde lo periodístico digo. Imaginemos que Bernstein y Woodward, los periodistas del WaterGate, reciben la «denuncia» de Garganta Profunda, juntan un par de nombres y sacan su nota así no más, en crudo, hasta lo que tienen, porque consideran que ya es una noticia bomba. No pasa de ahí, de «Fulano dice que», pero del manejo de fondos de la campaña de Nixon, ni pío, no es noticia. No hubiera probado nada. A menos que no tengas realmente una Garganta Profunda, o que no hayas podido llegar a nada o que lo único que te interese sea dejar mierda flotando en lugar de investigar. Y esto independientemente de que la «prueba» periodística no es la prueba judicial. ¿Pero qué dice eso de quienes aceptan eso directamente y como prueba? Qué diríamos de Woodward si en lugar de continuar su investigación hubiera publicado sus datos de «último momento»?
Pues bien, lo de Aguinis es el mismo tipo de fruta pero sin siquiera apelar a presentar cosas como si fueran datos, incluso eso se lo pasa por alto y pasa directamente al género literario que más le gusta.
¿Es pueril mi posición respecto a la estupidez en la condición humana? ¿Soy realmente pesimista?
No, lo que sucede es que tiendo a pensar que cuanto más creído el auditorio de estar formado, ser inteligente y probo, estar capacitado y con títulos profesionales usados cual chapa significativa de posición nobiliaria, tienden a ser más susceptibles de no preguntarse por las cosas más básicas. Y esta falta de pregunta y cuestionamiento no es simple estupidez sino el ejercicio de la voluntad haciendo uso de la razón con falsa conciencia. Nadie es tan estúpido como para pensar que una escenografía de una bóveda, encima mal hecha, es prueba de nada. Pero como coincide con los propios prejuicios inexplicables de que estos son todos chorros…, se acepta.
Aguinis ha tenido pluma. ¿Por qué no la usa cuando escribe estos panegíricos antipolíticos? Su auditorio no aceptaría que le hablen de naves espaciales cuando están leyendo una telenovela, es otro género. El «tobogán ondulante» de la historia argentina tiene el mismo y único sentido que las paredes de cartón de una «bóveda» hecha de construcción seca con una puerta pintada con pintura plateada berreta y una ruedita con palitos de madera (que abre hacia dentro de un espacio reducido, como si se pudiera guardar algo en esas condiciones).
Quizá no estoy siendo claro. La estupidez no está en quien escribe de ciencia ficción, ni está en quien arma decorados truchos y con poco arte. La estupidez está en quien quisiera creer que los alienígenas están por llegar a invadir la tierra y vende todos sus bienes porque se acaba el mundo. La estupidez está en quien usara ese decorado de bóveda para guardar algo realmente de valor. Está, en definitiva, en quien no entiende el género literario así como en quien entendiéndolo le asigna un sentido mayor. La espupidez está en quien contra su interés real y concreto, por una cuestión visceral prejuiciosa, rifa lo que tiene porque vienen Alien a destruir el mundo, llegando por un tobogán histórico.
Saludos
Ladislao
van tres veces que leo el comentario, ladislao.
y cada vez me parece mejor.
saludos,
No. Aguinis no es estúpido. Está algo exasperado, pero siempre dentro de una prosa atractiva para su auditorio (de imbéciles o preclaros según cada quien).
En Elogio dela Culpa describe bastante bien a nuestra psicopatía nacional de cancheros que desde el poder hacen un desaguisado tras otro, y ganan limpias elecciones.
Años mas tarde «nadie» los votó.
justamente, pensar que puede existir algo así como una «psicopàtía nacional» es lo que lo hace un idiota.