Federico Sturzenegger es probablemente el funcionario más gravitante de Macri. Todo el gabinete ha decidido apostar, en algunos casos a regañadientes, a la política de metas de inflación que aplica el jefe del Banco Central. Es la conclusión que van asimilando también los empresarios y, con malhumor, la cúpula entera de la Unión Industrial Argentina. «Tengo que bajar la inflación», fue la respuesta que recibieron de él los ejecutivos y economistas que en los últimos meses venían transmitiéndole inquietud sobre el alto nivel que tiene la tasa de interés.
La resignación de varios de ellos se convirtió en sorpresa el martes, cuando, contra todas las advertencias, Sturzenegger subió de 24,75 a 26,25% la tasa de los pases a 7 días -la referencia del sistema- con el argumento de que el índice de precios seguiría en abril por arriba del sendero establecido por el Banco Central, que fija como meta el 17% de inflación para este año. La jugada fue para los industriales una doble tragedia: al encarecimiento del financiamiento se sumará, proyectan, una caída en el tipo de cambio, porque el costo de dinero empujará a los ahorristas a demandar más pesos que dólares. «Esto de que baja el dólar y sube la tasa ya lo vivimos en la Argentina», protestó el textil José Ignacio de Mendiguren. «Beneficia la especulación financiera», agregó José Urtubey, de Celulosa.
Tendrán que hacerse a la idea. El principal activo de Sturzenegger es la confianza que, pese a las dudas de varios del gabinete, ha logrado de Macri. «Federico es un cruzado contra la inflación», lo describieron en un ministerio. Por ahora no hay discusión. Las últimas mediciones y manifestaciones callejeras han terminado de convencer al Presidente de recetas ortodoxas que eran cuestionadas por su entorno. Hay otro clima. El miércoles, Marcos Peña entusiasmó a varios de ellos con encuestas de imagen sobre los primeros diez días de abril: «Subimos 6% según Poliarquía», contó.
La prueba del aval presidencial a Sturzenegger es que quienes no comparten su decisión hayan decidido hacer silencio. Desde el martes, después de la sorpresa, todo el macrismo repite el argumento del Banco Central: para un país con historia e inercia inflacionaria, pocos factores resultan tan reactivantes como la baja en los precios. Sturzenegger había machacado sobre esta idea en la mañana del martes en la Casa Rosada, antes de tomar la decisión: «Tenemos que estar firmes en que no es lo mismo 17 que 20% de inflación para este año», dijo durante la reunión del gabinete económico ampliado, y lo justificó en las expectativas que el cumplimiento de la meta generará en los agentes económicos. También defendió el tipo de cambio flotante e insistió en la necesidad de corregirlo una vez que se hubiera domado a los precios, y no al revés, como piden en sectores manufactureros. «Chile o Brasil pueden devaluar 15% y esto no genera más que un punto de inflación, pero no es nuestro caso», dicen en la Casa Rosada.
Estas nociones, compartidas desde hace tiempo por el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, están sustentadas en que la tasa de interés no tiene aquí tanta incidencia en el nivel de actividad porque los créditos al sector privado no exceden el 10% de PBI. La mitad de este stock, dice este argumento, corresponde a préstamos personales y tarjetas de crédito que mantuvieron indiferentes sus tasas (39% y 43%, respectivamente) cada vez que el Central las bajaba en los últimos meses, y la única que podría verse afectada es la otra mitad, que son los préstamos a empresas (40% del total) y los prendarios o hipotecarios (10% entre ambos). Conclusión: en todo caso habrá un impacto marginal, no superior al 1% del PBI.
El año electoral ubica estas decisiones más en el terreno del arte que en el de la ciencia. Porque las reacciones a los estímulos monetarios tampoco son lineales ni inmediatas y muchas veces deben ser corregidas. En el directorio del Central admiten cierto relajamiento de la política monetaria durante el verano, en enero, cuando el ente pasó a utilizar la de los pases como tasa de referencia y dejó de vigilar a las Lebac. «Los índices inflacionarios de diciembre y ese mismo mes venían bien y quizás nos pasamos», dicen, pero agregan que con las reversiones de marzo y la del martes han recuperado la senda, por lo que esperan una reducción significativa de la inflación para los próximos meses. El índice mayorista, a veces anticipatorio del minorista, parece haberles dado la razón en marzo: fue del 18% frente al mismo mes del año pasado.
Es la máxima apuesta por el consumo que está dispuesto a hacer un gobierno que se propuso no emitir moneda. Un desafío, porque empezó la campaña. La inició el Presidente con un discurso más duro: las mafias y el kirchnerismo como adversario. «Le estamos hablando al 50% que nos puede votar: tenemos un 30% de voto imposible», dicen en la Casa Rosada.
Es entendible que estas determinaciones distancien a Macri de sus conocidos del sector productivo, donde le objetan a Sturzenegger estar manejando la política monetaria como si la Argentina tuviera inflación por demanda excedente y no, como creen ellos, por la suba en los costos. Con este retraso cambiario, cuestionan, es lógico que las automotrices vendan más y le den vacaciones al personal: el auto tiene precio dólar y viene principalmente de Brasil. Un aumento en las tasas con el consumo deteriorado, anticipan, encarecerá el costo del financiamiento y ellos lo trasladarán a precios.
Los empresarios imaginaban a Macri en un camino inverso. Tasas más bajas y menor gasto público, el gran motor de la presión impositiva que los ahoga desde hace décadas. «Si el Gobierno no hace la reforma del Estado, nos va a obligar a echar gente», le advirtió el año pasado el dueño de un grupo nacional a Andrés Ibarra, ministro de Modernización, al enterarse de que Cambiemos había decidido frenar una segunda ola de despidos en el sector público.
Son urgencias contrapuestas. Una manta corta, suele decir Dujovne. El martes, en la reunión de gabinete económico, el ministro insistió en su presentación con la necesidad de cumplir la meta del gasto a 4,2% del PBI este año y exhibió la estrategia. Se seguirán bajando subsidios y se intentará aprobar el año próximo una ley que congele las contrataciones, mientras crece la economía y se atenúa el ajuste con endeudamiento.
Gradualismo fiscal y ortodoxia monetaria. Dos exhortaciones a la paciencia del establishment, que había llegado a convencer con sus quejas a ciertas dependencias del Ministerio de la Producción. Francisco Cabrera, jefe de esa cartera, aprovechó un seminario sobre desburocratización para acallar algunas de estas recriminaciones. «Estamos para hacer más productiva la Argentina, no la industria», dijo delante del Presidente, empresarios y varios de su equipo. En la frase está el modelo.
La resignación de varios de ellos se convirtió en sorpresa el martes, cuando, contra todas las advertencias, Sturzenegger subió de 24,75 a 26,25% la tasa de los pases a 7 días -la referencia del sistema- con el argumento de que el índice de precios seguiría en abril por arriba del sendero establecido por el Banco Central, que fija como meta el 17% de inflación para este año. La jugada fue para los industriales una doble tragedia: al encarecimiento del financiamiento se sumará, proyectan, una caída en el tipo de cambio, porque el costo de dinero empujará a los ahorristas a demandar más pesos que dólares. «Esto de que baja el dólar y sube la tasa ya lo vivimos en la Argentina», protestó el textil José Ignacio de Mendiguren. «Beneficia la especulación financiera», agregó José Urtubey, de Celulosa.
Tendrán que hacerse a la idea. El principal activo de Sturzenegger es la confianza que, pese a las dudas de varios del gabinete, ha logrado de Macri. «Federico es un cruzado contra la inflación», lo describieron en un ministerio. Por ahora no hay discusión. Las últimas mediciones y manifestaciones callejeras han terminado de convencer al Presidente de recetas ortodoxas que eran cuestionadas por su entorno. Hay otro clima. El miércoles, Marcos Peña entusiasmó a varios de ellos con encuestas de imagen sobre los primeros diez días de abril: «Subimos 6% según Poliarquía», contó.
La prueba del aval presidencial a Sturzenegger es que quienes no comparten su decisión hayan decidido hacer silencio. Desde el martes, después de la sorpresa, todo el macrismo repite el argumento del Banco Central: para un país con historia e inercia inflacionaria, pocos factores resultan tan reactivantes como la baja en los precios. Sturzenegger había machacado sobre esta idea en la mañana del martes en la Casa Rosada, antes de tomar la decisión: «Tenemos que estar firmes en que no es lo mismo 17 que 20% de inflación para este año», dijo durante la reunión del gabinete económico ampliado, y lo justificó en las expectativas que el cumplimiento de la meta generará en los agentes económicos. También defendió el tipo de cambio flotante e insistió en la necesidad de corregirlo una vez que se hubiera domado a los precios, y no al revés, como piden en sectores manufactureros. «Chile o Brasil pueden devaluar 15% y esto no genera más que un punto de inflación, pero no es nuestro caso», dicen en la Casa Rosada.
Estas nociones, compartidas desde hace tiempo por el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, están sustentadas en que la tasa de interés no tiene aquí tanta incidencia en el nivel de actividad porque los créditos al sector privado no exceden el 10% de PBI. La mitad de este stock, dice este argumento, corresponde a préstamos personales y tarjetas de crédito que mantuvieron indiferentes sus tasas (39% y 43%, respectivamente) cada vez que el Central las bajaba en los últimos meses, y la única que podría verse afectada es la otra mitad, que son los préstamos a empresas (40% del total) y los prendarios o hipotecarios (10% entre ambos). Conclusión: en todo caso habrá un impacto marginal, no superior al 1% del PBI.
El año electoral ubica estas decisiones más en el terreno del arte que en el de la ciencia. Porque las reacciones a los estímulos monetarios tampoco son lineales ni inmediatas y muchas veces deben ser corregidas. En el directorio del Central admiten cierto relajamiento de la política monetaria durante el verano, en enero, cuando el ente pasó a utilizar la de los pases como tasa de referencia y dejó de vigilar a las Lebac. «Los índices inflacionarios de diciembre y ese mismo mes venían bien y quizás nos pasamos», dicen, pero agregan que con las reversiones de marzo y la del martes han recuperado la senda, por lo que esperan una reducción significativa de la inflación para los próximos meses. El índice mayorista, a veces anticipatorio del minorista, parece haberles dado la razón en marzo: fue del 18% frente al mismo mes del año pasado.
Es la máxima apuesta por el consumo que está dispuesto a hacer un gobierno que se propuso no emitir moneda. Un desafío, porque empezó la campaña. La inició el Presidente con un discurso más duro: las mafias y el kirchnerismo como adversario. «Le estamos hablando al 50% que nos puede votar: tenemos un 30% de voto imposible», dicen en la Casa Rosada.
Es entendible que estas determinaciones distancien a Macri de sus conocidos del sector productivo, donde le objetan a Sturzenegger estar manejando la política monetaria como si la Argentina tuviera inflación por demanda excedente y no, como creen ellos, por la suba en los costos. Con este retraso cambiario, cuestionan, es lógico que las automotrices vendan más y le den vacaciones al personal: el auto tiene precio dólar y viene principalmente de Brasil. Un aumento en las tasas con el consumo deteriorado, anticipan, encarecerá el costo del financiamiento y ellos lo trasladarán a precios.
Los empresarios imaginaban a Macri en un camino inverso. Tasas más bajas y menor gasto público, el gran motor de la presión impositiva que los ahoga desde hace décadas. «Si el Gobierno no hace la reforma del Estado, nos va a obligar a echar gente», le advirtió el año pasado el dueño de un grupo nacional a Andrés Ibarra, ministro de Modernización, al enterarse de que Cambiemos había decidido frenar una segunda ola de despidos en el sector público.
Son urgencias contrapuestas. Una manta corta, suele decir Dujovne. El martes, en la reunión de gabinete económico, el ministro insistió en su presentación con la necesidad de cumplir la meta del gasto a 4,2% del PBI este año y exhibió la estrategia. Se seguirán bajando subsidios y se intentará aprobar el año próximo una ley que congele las contrataciones, mientras crece la economía y se atenúa el ajuste con endeudamiento.
Gradualismo fiscal y ortodoxia monetaria. Dos exhortaciones a la paciencia del establishment, que había llegado a convencer con sus quejas a ciertas dependencias del Ministerio de la Producción. Francisco Cabrera, jefe de esa cartera, aprovechó un seminario sobre desburocratización para acallar algunas de estas recriminaciones. «Estamos para hacer más productiva la Argentina, no la industria», dijo delante del Presidente, empresarios y varios de su equipo. En la frase está el modelo.