18 de Noviembre de 2014
Un puñado de dirigentes radicales ha vuelto a reiterar el error de congregarse para debatir sólo alrededor del tacticaje electoral dejando de lado la discusión de un proyecto de país que, mirando al mundo y a la región, afiance una nación industrial, soberana y solidaria.
Un puñado de dirigentes radicales ha vuelto a reiterar el error de congregarse para debatir sólo alrededor del tacticaje electoral dejando de lado la discusión de un proyecto de país que, mirando al mundo y a la región, afiance una nación industrial, soberana y solidaria.
Más allá de la formalidad de las declaraciones, la realidad es que el razonamiento zigzaguea respecto de cómo colgarse de la boleta de tal o cual candidato presidencial tratando, a la vez, de aparentar que se sigue perteneciendo a un supuesto frente de centro-izquierda.
Esta política ficcional ha llevado a un partido histórico al borde de su desaparición. Le están poniendo una lápida al radicalismo como fuerza nacional, abriendo el camino, en el mejor de los casos, a la existencia de nuevas formaciones provinciales o municipales. Pero nada ocurre de casualidad.
Se ha desembocado en este resultado porque se abandonó la identidad nacional, popular, progresista y democrática que caracterizó a esta corriente histórica. Desconocer y, lo que es peor, negar la contradicción entre democracia y corporaciones, y la puja desatada en torno a la distribución del ingreso llevó al ejercicio de un oposicionismo ciego que ha deslizado a la dirigencia hacia posturas de centro-derecha.
Pero no todo está perdido porque hay otro radicalismo: el popular, el de una identidad nacional, el de Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia y Raúl Alfonsín, el que se niega a alinearse, precisamente, con los que fueron victimarios de esos gobiernos.
Tal vez esos radicales, mayoritariamente, ya no estén dentro de la estructura partidaria. Pero siguen estando en el entretejido social de la Argentina. Y ahí iremos a buscarlos para que vuelvan a ser protagonistas de las grandes gestas populares.