En los últimos días hubo quienes intentaron celebrar la constitución de la alianza electoral FA-UNEN desde el paradigma de un supuesto “enriquecimiento” de la democracia. Hay sentencias que a primera vista pueden pasar por verdades, pero examinadas en profundidad aparentes verdades pueden desnudarse como falsas.
Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático. Así lo dice nuestra Constitución, y quienes hemos seguido el llamado de la vocación política lo comprobamos de forma cotidiana: la construcción colectiva es siempre más valiosa que las individualidades. Sin embargo, para que los partidos políticos cumplan verdaderamente esta función es necesario que su núcleo sea robusto y ¿cuál es el núcleo de un partido político sino las ideas? También esto señala nuestra Constitución: es fundamental la difusión de sus ideas.
En este sentido, ni nuestra democracia ni el pueblo argentino ganan nada con la constitución de esta nueva alianza. Desde donde se lo mire, FA-UNEN no es más que un grupo de dirigentes de extracción diversa y muy diversa experiencia política que –tal como se ha visto incluso en sus primeras declaraciones- en ningún caso podrá subsistir más allá de un acto electoral. Y si bien la elección es un acto fundamental de la democracia, la verdadera vocación democrática se comprueba en la construcción de un plan de gobierno que debe contener políticas de Estado: aquellas pensadas más allá de la coyuntura de fuerzas.
Analicemos los motivos declarados para la constitución de FA-UNEN. Tomamos para ello las declaraciones surgidas de ese propio espacio. Dijeron las ideologías no importan, dijeron Macri sí, Macri no, Macri puede ser, hablaron de las PASO, del 2015, de candidaturas, dijeron que no se votarían entre ellos pero que respetarán la elección de “la gente”. En definitiva, lo único que dicen es que hay que ganarle al peronismo, como sea.
No somos inocentes, sabemos que la ambición de obtener el poder es necesaria, pero fundamentalmente creemos que lo determinante es saber para qué se quiere el poder. Esta Alianza, una vez más, parece ni siquiera haberlo pensado. Y el pueblo, o “la gente” -como prefieren ellos- tiene derecho a saberlo, porque en la política lo más importante es la identidad: saber cuáles son tus valores, de qué lado está tu lucha; por ello no es posible admitir que dirigentes políticos con trayectoria deslegitimen abiertamente las convicciones.
La historia nos muestra que las alianzas contra el peronismo nos dejaron a las puertas de crímenes de Estado: las dictaduras de 1955 en adelante, los asesinatos del 2001. El pueblo merece dirigentes políticos que se junten por sus convicciones, por vocación de servir y no por lo que les dicen las encuestas. En este sentido, la democracia se vería enriquecida si el radicalismo volviese a sus fuentes: nacido como movimiento nacional y popular con Yrigoyen, la democracia nos encontró bajo el liderazgo de las convicciones de Raúl Alfonsín. Si hoy apelaran a honrar su memoria, estoy convencido de que Alfonsín sería partidario de trabajar en conjunto para arribar a la fase superadora de las transformaciones de estos años y no de sentarse a la mesa con Mauricio Macri para planear el desguace del Estado.
Les valdría también identificar cuál es trasfondo fundamental que supone que, a casi setenta años de su surgimiento, nuestro movimiento sigue generando liderazgos y organización política capaz de representar las demandas populares. El peronismo sigue vigente justamente porque el pueblo conoce nuestra identidad, y el kirchnerismo es Peronismo Kirchnerista porque encarna esa fibra esencial que nuestro movimiento había perdido en los noventa. Nos referimos a ese elemento transformador que Cooke definía como hecho maldito, el núcleo íntimo del peronismo: la inclusión de los olvidados, de las voces postergadas, la capacidad de tomar las riendas para cuestionar el centro del poder real, muchas veces entregado a intereses que nada tenían que ver con nuestro destino.
Néstor lo demostró al quebrar las cadenas de plomo que nos ataban a una deuda asfixiante, Cristina siguió ese camino a través de la ampliación de derechos –Asignación Universal, matrimonio igualitario, PROCREAR, PROGRESAR, entre otros- y fundamentalmente, aunque no siempre destacado, a partir del impulso a la industrialización, que es lo único que en definitiva podrá quebrar la matriz centralizada en la exportación de materia prima, que expone el crecimiento de nuestro país a continuos ciclos de stop & go. Independencia económica, soberanía política, justicia social, ese es el plan. ¿Qué hay del otro lado? Apenas amalgama de divergencias opositoras.
Los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático. Así lo dice nuestra Constitución, y quienes hemos seguido el llamado de la vocación política lo comprobamos de forma cotidiana: la construcción colectiva es siempre más valiosa que las individualidades. Sin embargo, para que los partidos políticos cumplan verdaderamente esta función es necesario que su núcleo sea robusto y ¿cuál es el núcleo de un partido político sino las ideas? También esto señala nuestra Constitución: es fundamental la difusión de sus ideas.
En este sentido, ni nuestra democracia ni el pueblo argentino ganan nada con la constitución de esta nueva alianza. Desde donde se lo mire, FA-UNEN no es más que un grupo de dirigentes de extracción diversa y muy diversa experiencia política que –tal como se ha visto incluso en sus primeras declaraciones- en ningún caso podrá subsistir más allá de un acto electoral. Y si bien la elección es un acto fundamental de la democracia, la verdadera vocación democrática se comprueba en la construcción de un plan de gobierno que debe contener políticas de Estado: aquellas pensadas más allá de la coyuntura de fuerzas.
Analicemos los motivos declarados para la constitución de FA-UNEN. Tomamos para ello las declaraciones surgidas de ese propio espacio. Dijeron las ideologías no importan, dijeron Macri sí, Macri no, Macri puede ser, hablaron de las PASO, del 2015, de candidaturas, dijeron que no se votarían entre ellos pero que respetarán la elección de “la gente”. En definitiva, lo único que dicen es que hay que ganarle al peronismo, como sea.
No somos inocentes, sabemos que la ambición de obtener el poder es necesaria, pero fundamentalmente creemos que lo determinante es saber para qué se quiere el poder. Esta Alianza, una vez más, parece ni siquiera haberlo pensado. Y el pueblo, o “la gente” -como prefieren ellos- tiene derecho a saberlo, porque en la política lo más importante es la identidad: saber cuáles son tus valores, de qué lado está tu lucha; por ello no es posible admitir que dirigentes políticos con trayectoria deslegitimen abiertamente las convicciones.
La historia nos muestra que las alianzas contra el peronismo nos dejaron a las puertas de crímenes de Estado: las dictaduras de 1955 en adelante, los asesinatos del 2001. El pueblo merece dirigentes políticos que se junten por sus convicciones, por vocación de servir y no por lo que les dicen las encuestas. En este sentido, la democracia se vería enriquecida si el radicalismo volviese a sus fuentes: nacido como movimiento nacional y popular con Yrigoyen, la democracia nos encontró bajo el liderazgo de las convicciones de Raúl Alfonsín. Si hoy apelaran a honrar su memoria, estoy convencido de que Alfonsín sería partidario de trabajar en conjunto para arribar a la fase superadora de las transformaciones de estos años y no de sentarse a la mesa con Mauricio Macri para planear el desguace del Estado.
Les valdría también identificar cuál es trasfondo fundamental que supone que, a casi setenta años de su surgimiento, nuestro movimiento sigue generando liderazgos y organización política capaz de representar las demandas populares. El peronismo sigue vigente justamente porque el pueblo conoce nuestra identidad, y el kirchnerismo es Peronismo Kirchnerista porque encarna esa fibra esencial que nuestro movimiento había perdido en los noventa. Nos referimos a ese elemento transformador que Cooke definía como hecho maldito, el núcleo íntimo del peronismo: la inclusión de los olvidados, de las voces postergadas, la capacidad de tomar las riendas para cuestionar el centro del poder real, muchas veces entregado a intereses que nada tenían que ver con nuestro destino.
Néstor lo demostró al quebrar las cadenas de plomo que nos ataban a una deuda asfixiante, Cristina siguió ese camino a través de la ampliación de derechos –Asignación Universal, matrimonio igualitario, PROCREAR, PROGRESAR, entre otros- y fundamentalmente, aunque no siempre destacado, a partir del impulso a la industrialización, que es lo único que en definitiva podrá quebrar la matriz centralizada en la exportación de materia prima, que expone el crecimiento de nuestro país a continuos ciclos de stop & go. Independencia económica, soberanía política, justicia social, ese es el plan. ¿Qué hay del otro lado? Apenas amalgama de divergencias opositoras.