Isabel Martínez, presidenta de la Cámara de Industriales Metalúrgicos de Córdoba, venía de plantear todas las penurias de lo que considera el «desierto» metalmecánico, y sorprendió al final, al levantar la copa. «Por el 2019», dijo. Francisco Cabrera, único ministro nacional invitado a la comida, no lo tomó como un cumplido: lo celebró casi como acto de campaña. Fue el miércoles de la semana pasada en el hotel Sheraton de esa ciudad. El gesto tenía sentido: los fabricantes cordobeses admiten una tibia recuperación en el sector en los últimos meses, pero apuestan más que nada a una demanda que para dentro de dos años imaginan plena, con la inversión de 1100 millones de dólares que acaban de emprender Fiat y Nissan-Renault.
La campaña electoral encuentra al establishment y al Gobierno más consustanciados que nunca desde que Macri llegó al poder. Menos por la reactivación, que ha empezado a sentirse en junio en la mayor parte de las compañías, que por el pavor que les provoca un eventual regreso del populismo. Cristina Kirchner es, desde esa óptica, una amenaza que ha cooptado esta semana las conversaciones entre pares. ¿Cómo están para las elecciones?, fue lo primero que le preguntaron el miércoles en la Unión Industrial Argentina a Marcos Peña. La inquietud partió del líder de los anfitriones, Miguel Acevedo, hombre siempre medido en las palabras, y el jefe de Gabinete no consiguió calmar la ansiedad de los comensales del almuerzo: dijo que era muy probable que el Gobierno ganara en todo el país, pero que en la provincia, justo el mayor punto de atención de los empresarios, se registraba hasta el momento una situación de «paridad».
Aun con objetivos similares de mediano y largo plazo, los desvelos eran en realidad distintos a ambos lados de esa conversación. Los empresarios imaginan que una Cristina Kirchner ganadora no sólo se convertirá rápidamente en la líder del peronismo, sino que bloqueará cualquier medida impopular necesaria para la economía. ¿Qué va a pasar con la reforma impositiva?, le preguntaron ese mediodía a Peña, que se la prometió para después de octubre.
Para el Gobierno, en cambio, las incógnitas estarán más bien en el resto del Partido Justicialista, que dio esta semana en la Cámara de Diputados muestras de heterogeneidad a través del comportamiento de los gobernadores. Sólo Juan Manuel Urtubey (Salta), Juan Schiaretti (Córdoba), Omar Gutiérrez (Neuquén), Mario das Neves (Chubut), Miguel Lifschitz (Santa Fe) y Hugo Passalacqua (Misiones) respaldaron allí con sus representantes la expulsión de Julio De Vido del recinto. Porque hubo otros seis supuestos aliados que quitaron su apoyo -Sergio Casas (La Rioja), Lucía Corpacci (Catamarca), Sergio Uñac (San Juan), Claudia Ledesma (Santiago del Estero), Gustavo Bordet (Entre Ríos) y Domingo Peppo (Chaco)- y que se sumaron así a los cinco declarados opositores: Juan Manzur (Tucumán), Alicia Kirchner (Santa Cruz), Alberto Rodríguez Saá (San Luis), Gildo Insfrán (Formosa) y Carlos Verna (La Pampa).
Ése es el terreno que deberá trabajar políticamente la Casa Rosada, le gane o no a Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires, y que tendrá que disputar con ella en el caso de una derrota de los candidatos bonaerenses de Cambiemos. La conclusión, compartida por casi todos en el entorno presidencial, parte no sólo de la sospecha de que el peronismo nunca se encolumnaría del todo detrás de una candidata sin posibilidades de volver a ser presidenta en 2019, sino de los números que dan sondeos propios: como Pro no tuvo presencia institucional en las elecciones de 2013, incluso con una caída en el distrito bonaerense superaría largamente las 86 bancas que tiene hoy en la Cámara de Diputados. Ese número de representantes que imagina para después de octubre, que los pesimistas del partido ubican en 97 y los optimistas en 105, le dará al Gobierno más de un tercio de los 257 lugares que tiene la Cámara baja. Es la razón que los lleva a prometer que volverán por De Vido.
Serán además la primera minoría, algo decisivo para la estrategia defensiva a que Macri siempre estará obligado: con ella, por ejemplo, por primera vez, el oficialismo podrá evitar que le bloqueen un veto presidencial. Así lo dispone el artículo 83 de la Constitución: «Desechado en el todo o en parte un proyecto por el Poder Ejecutivo, vuelve con sus objeciones a la cámara de su origen; ésta lo discute de nuevo y, si lo confirma por mayoría de dos tercios de votos, pasa otra vez a la cámara de revisión. Si ambas cámaras lo sancionan por igual mayoría, el proyecto es ley y pasa al Poder Ejecutivo para su promulgación». Aquí convergen otra vez los intereses del Gobierno y los empresarios: ese centenar de votos oficialistas será un blindaje definitivo contra proyectos extravagantes.
La otra obsesión en la Casa Rosada son los indecisos o carentes de entusiasmo político. Según los últimos sondeos propios, hay todavía un alto porcentaje de votantes poco interesados en las internas del 13 de agosto. Los estrategos de Pro recuerdan que entre las PASO y las elecciones generales de octubre de 2015 se sumaron cuatro millones de personas, y que de ese universo la mayoría fueron adhesiones a Cambiemos. «Los votos nuestros son menos fanáticos», explican.
De esta manera, el resultado electoral que obtenga Macri será inversamente proporcional a las negociaciones que deberá ejercer con el peronismo. Todo un desafío para quien ha puesto sus mayores energías en la gestión: haber quedado frente a su exacta contraparte, Cristina Kirchner, que terminó el mandato con resultados administrativos desastrosos y abrumadores éxitos políticos.
Es cierto que, aun con una dimensión más simbólica que numérica, un triunfo o una derrota en la provincia de Buenos Aires serán sumamente gravitantes en el trato con los gobernadores. O, por ejemplo, en el momento de despejar un corte de calle. Pero para un gobierno que ya hizo públicas sus pretensiones de quedarse cuatro años más, siempre resultará más sencillo confrontar contra la encarnación de aquello que dice estar dejando atrás. Cristina Kirchner puede ser el fantasma, pero el PJ representa al enemigo real. «Pasado versus futuro», «resignación versus progreso», «miedo versus esperanza», viene recomendando Marcos Peña como dialécticas de campaña entre sus compañeros.
Si triunfa en la provincia de Buenos Aires, Macri terminará para siempre con el kirchnerismo. Si fracasa, en cambio, y ante una ex presidenta rejuvenecida, es probable que su eslogan 2019 sea idéntico al de hoy y que, para entonces, los empresarios estén brindando por lo mismo. Algo más viejos y con menos fervor.
La campaña electoral encuentra al establishment y al Gobierno más consustanciados que nunca desde que Macri llegó al poder. Menos por la reactivación, que ha empezado a sentirse en junio en la mayor parte de las compañías, que por el pavor que les provoca un eventual regreso del populismo. Cristina Kirchner es, desde esa óptica, una amenaza que ha cooptado esta semana las conversaciones entre pares. ¿Cómo están para las elecciones?, fue lo primero que le preguntaron el miércoles en la Unión Industrial Argentina a Marcos Peña. La inquietud partió del líder de los anfitriones, Miguel Acevedo, hombre siempre medido en las palabras, y el jefe de Gabinete no consiguió calmar la ansiedad de los comensales del almuerzo: dijo que era muy probable que el Gobierno ganara en todo el país, pero que en la provincia, justo el mayor punto de atención de los empresarios, se registraba hasta el momento una situación de «paridad».
Aun con objetivos similares de mediano y largo plazo, los desvelos eran en realidad distintos a ambos lados de esa conversación. Los empresarios imaginan que una Cristina Kirchner ganadora no sólo se convertirá rápidamente en la líder del peronismo, sino que bloqueará cualquier medida impopular necesaria para la economía. ¿Qué va a pasar con la reforma impositiva?, le preguntaron ese mediodía a Peña, que se la prometió para después de octubre.
Para el Gobierno, en cambio, las incógnitas estarán más bien en el resto del Partido Justicialista, que dio esta semana en la Cámara de Diputados muestras de heterogeneidad a través del comportamiento de los gobernadores. Sólo Juan Manuel Urtubey (Salta), Juan Schiaretti (Córdoba), Omar Gutiérrez (Neuquén), Mario das Neves (Chubut), Miguel Lifschitz (Santa Fe) y Hugo Passalacqua (Misiones) respaldaron allí con sus representantes la expulsión de Julio De Vido del recinto. Porque hubo otros seis supuestos aliados que quitaron su apoyo -Sergio Casas (La Rioja), Lucía Corpacci (Catamarca), Sergio Uñac (San Juan), Claudia Ledesma (Santiago del Estero), Gustavo Bordet (Entre Ríos) y Domingo Peppo (Chaco)- y que se sumaron así a los cinco declarados opositores: Juan Manzur (Tucumán), Alicia Kirchner (Santa Cruz), Alberto Rodríguez Saá (San Luis), Gildo Insfrán (Formosa) y Carlos Verna (La Pampa).
Ése es el terreno que deberá trabajar políticamente la Casa Rosada, le gane o no a Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires, y que tendrá que disputar con ella en el caso de una derrota de los candidatos bonaerenses de Cambiemos. La conclusión, compartida por casi todos en el entorno presidencial, parte no sólo de la sospecha de que el peronismo nunca se encolumnaría del todo detrás de una candidata sin posibilidades de volver a ser presidenta en 2019, sino de los números que dan sondeos propios: como Pro no tuvo presencia institucional en las elecciones de 2013, incluso con una caída en el distrito bonaerense superaría largamente las 86 bancas que tiene hoy en la Cámara de Diputados. Ese número de representantes que imagina para después de octubre, que los pesimistas del partido ubican en 97 y los optimistas en 105, le dará al Gobierno más de un tercio de los 257 lugares que tiene la Cámara baja. Es la razón que los lleva a prometer que volverán por De Vido.
Serán además la primera minoría, algo decisivo para la estrategia defensiva a que Macri siempre estará obligado: con ella, por ejemplo, por primera vez, el oficialismo podrá evitar que le bloqueen un veto presidencial. Así lo dispone el artículo 83 de la Constitución: «Desechado en el todo o en parte un proyecto por el Poder Ejecutivo, vuelve con sus objeciones a la cámara de su origen; ésta lo discute de nuevo y, si lo confirma por mayoría de dos tercios de votos, pasa otra vez a la cámara de revisión. Si ambas cámaras lo sancionan por igual mayoría, el proyecto es ley y pasa al Poder Ejecutivo para su promulgación». Aquí convergen otra vez los intereses del Gobierno y los empresarios: ese centenar de votos oficialistas será un blindaje definitivo contra proyectos extravagantes.
La otra obsesión en la Casa Rosada son los indecisos o carentes de entusiasmo político. Según los últimos sondeos propios, hay todavía un alto porcentaje de votantes poco interesados en las internas del 13 de agosto. Los estrategos de Pro recuerdan que entre las PASO y las elecciones generales de octubre de 2015 se sumaron cuatro millones de personas, y que de ese universo la mayoría fueron adhesiones a Cambiemos. «Los votos nuestros son menos fanáticos», explican.
De esta manera, el resultado electoral que obtenga Macri será inversamente proporcional a las negociaciones que deberá ejercer con el peronismo. Todo un desafío para quien ha puesto sus mayores energías en la gestión: haber quedado frente a su exacta contraparte, Cristina Kirchner, que terminó el mandato con resultados administrativos desastrosos y abrumadores éxitos políticos.
Es cierto que, aun con una dimensión más simbólica que numérica, un triunfo o una derrota en la provincia de Buenos Aires serán sumamente gravitantes en el trato con los gobernadores. O, por ejemplo, en el momento de despejar un corte de calle. Pero para un gobierno que ya hizo públicas sus pretensiones de quedarse cuatro años más, siempre resultará más sencillo confrontar contra la encarnación de aquello que dice estar dejando atrás. Cristina Kirchner puede ser el fantasma, pero el PJ representa al enemigo real. «Pasado versus futuro», «resignación versus progreso», «miedo versus esperanza», viene recomendando Marcos Peña como dialécticas de campaña entre sus compañeros.
Si triunfa en la provincia de Buenos Aires, Macri terminará para siempre con el kirchnerismo. Si fracasa, en cambio, y ante una ex presidenta rejuvenecida, es probable que su eslogan 2019 sea idéntico al de hoy y que, para entonces, los empresarios estén brindando por lo mismo. Algo más viejos y con menos fervor.