Un fruto de la inclusión: cuando comer deja de ser suficiente

¿Cómo se juzga una gestión o, más aún, un estadista? Al asumir el 1 de enero de 2003, Luiz Inácio Lula da Silva dijo que se daría por satisfecho si al terminar su Gobierno todos los brasileños tuvieran cada día un desayuno, un almuerzo y una cena dignos. Si ése es el patrón de medida, verdaderamente revolucionario para un país como Brasil y razonablemente alcanzado, hay que convenir en que su paso por la Historia, continuado desde 2011 por Dilma Rousseff, valió la pena.
Sin embargo, la propia Dilma, el resto de la clase política brasileña y analistas de todos los colores políticos se sorprenden estos días por la irrupción de masas disconformes en las calles, un fenómeno que, es inevitable, debe considerarse fruto tanto de las luces como de las sombras de la última década.
Más allá de sus éxitos en materia de inclusión, un rasgo destacó al Brasil de los últimos años: una extraordinaria campaña de relaciones públicas que hizo de Lula un ícono mundial, amado de izquierda a derecha… fuera de Brasil, desde ya. Internamente, tanto él como todo lo que representa el Partido de los Trabajadores son considerados por la opinión de derecha y centroderecha fenómenos políticos ligados al populismo, la corrupción y la falta de cultura.
La política internacional interesa a pocos como materia en sí misma; el resto repasa sus páginas entre la indiferencia y el interés de usarla como arma arrojadiza para las reyertas domésticas. Así, el «socialismo» lulista, al que se sumaron variables más módicas como el chileno o el frenteamplismo uruguayo, suelen ser presentados en nuestro país y en otros como un progresismo racional, opuesto a los excesos domésticos. Esa mirada idealizada (e interesada) tendió a soslayar las falencias de un reformismo acaso demasiado suave.
La coyuntura económica internacional del período hizo posible, con materias primas caras y tasas de interés bajas, que todos los proyectos políticos en la región resultaran más o menos exitosos. El Brasil lulista, el Chile de la Concertación y del piñerismo, el Uruguay del Frente Amplio, la Venezuela chavista, la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa, la Colombia de la derecha pronorteamericana y la Argentina kirchnerista registraron, invariablemente, buenos indicadores en materia de crecimiento y reducción de la pobreza. A algunos, como a la Venezuela de Nicolás Maduro, las costuras y remiendos ya le resultan indisimulables. Los de Brasil, muy otros sin duda, habían pasado más inadvertidos.
Los precios récord del petróleo, el cobre, la soja y los granos en general explican buena parte del desempeño de esos países. También del de Brasil, que pese a su potencial industrial sin parangón en la región vio cómo sus exportaciones se primarizaron año a año. Rezagos regulatorios, carencias de infraestructura, falencias institucionales y cierta obsesión con la inflación vuelven ahora a aplanar su tantas veces anunciado «boom».
En los años buenos, allí y aquí, todos ganaron, desde las clases más desfavorecidas a las que la ayuda social les permitió comer, hasta la gran banca, pasando por los pobres que se sumaron a la clase media a partir de la robusta creación de empleo, por las clases medias que accedieron a mejores ingresos y más crédito, por la gran industria y por un agro en expansión.
Esa gestión «fácil» de la coyuntura permitió, en el caso de Brasil, que se hicieran loas a un reformismo, como dijimos suave. Valga un ejemplo de ayer mismo, en plena conmoción por las protestas. El segundo productor mundial de mineral de hierro anunció un nuevo código minero que duplica hasta el 4% las regalías que debe pagar el sector al Estado. ¿Mucho? Depende. Las empresas esperaban un anuncio más lesivo para sus intereses, tanto que las acciones del gigante Vale subían casi un 2% ayer a la tarde en la Bolsa paulista. Además, ese 4% es apenas un tercio de lo que cobra un país como Australia.
Como fuere, mucha, mucha gente ascendió en la escala social con los Gobiernos del PT. Se dijo muchas veces que 40 millones de brasileños salieron en la última década de la pobreza y pasaron a engrosar la clase media. Es cierto, tanto como que los análisis entusiastas minimizaron el hecho de que el universo de la clase media brasileña que abarca hoy a un 54% de la población tiene un piso de ingreso de modestos 145 dólares mensuales por persona. La política puede cambiar la realidad, pero la estadística hace milagros.
Además de lo valioso que es empezar a comer, a vestirse y a contar con el desahogo suficiente como para que más familias envíen a sus hijos a la escuela, ¿qué pasó con los servicios públicos? Transporte, salud y educación son sectores que cuentan con una infraestructura más que deficiente, que hacen que las condiciones de acceso sean difíciles y los tiempos de espera, interminables. El crecimiento acumulado amplió la demanda de esos servicios, pero la oferta no creció en la misma proporción a pesar de los pomposos y reiterados anuncios de megainversiones por cifras colosales que nunca terminaron de concretarse. Todo con el telón de fondo de los fastuosos gastos para un Mundial y unos Juegos Olímpicos de cuya transparencia se hablará mucho en el futuro.0Aunque se trata de evitar las exageraciones, no se busca aquí minimizar los avances sociales registrados. De lo que se trata es de constatar que el mencionado engrosamiento de la clase media, con un componente tradicional y uno nuevo y pujante, originó una demanda de derechos de segunda generación, que incluye los ítems recién mencionados y otros, largamente insatisfechos, como la pelea en serio contra la corrupción endémica y la eliminación de las rémoras de la dictadura en fuerzas policiales (estaduales) que no saben intervenir en las manifestaciones públicas sin brutalidad.
Esto, la brutalidad policial, es justamente el factor que hizo que protestas que hace menos de una semana juntaban a unas pocas miles de personas en demanda de pasajes de colectivo algo más baratos que la enormidad de 1,5 dólares escalaran hasta lo visto el lunes y ayer. El conflicto, acotado y sectorial, se hizo político y masivo. Curioso: algo similar ocurrió en Turquía, donde, salvajismo represivo mediante, una marcha contra una obra en un parque de Estambul derivó en una protesta nacional que conmovió al Gobierno islamista. Brasil y Turquía… dos estrellas del mundo emergente del primer tramo del siglo XXI.
Lo anterior permite pensar también en un cierto «espíritu de época». Jóvenes que rechazan la política partidaria, que se convocan a través de redes sociales… De San Pablo y Río, a Estambul y Madrid.
Si se permite aludir a ese vaporoso «espíritu de época», se podría evocar un paralelo acaso algo abusivo pero que, por la diferencia de escala, permite iluminar algo más lo que está pasando: el Mayo Francés. A 45 años de distancia, ¿quién puede explicar qué motivó aquellos episodios? ¿Un clima ideológico? ¿Una gran cantidad de jóvenes más educados que comenzaban a temer por su inserción profesional en momento en que el Estado benefactor comenzaba a dar señales de agotamiento? ¿Una «irritación difusa», tal la feliz definición que la columnista de Folha de Sao Paulo Eliane Cantanhéde dio a los episodios de estos días?
Por último: ¿quién paga los platos rotos del «otoño brasileño»? Dilma, sin dudas, aunque las mismos sondeos que dan cuenta de un apoyo amplio a los manifestantes le auguran (¿prematuramente?) una reelección en primera vuelta el año que viene. Pero, además de ella, el resto del arco político.
En Río de Janeiro, por caso, gobierna el Partido del Movimiento Democrático (PMDB), un aliado del PT pero que tiene una agenda propia, más electoral que programática; no por nada es la mayor maquinaria electoral de Brasil. Y en San Pablo reina el Partido de la Social Democracia (PSDB), un centroderecha que entregó los últimos candidatos «anti-Lula» y que en octubre de 2014 presentará la potente postulación del exgobernador mineiro Aécio Neves.
Esas multitudes parecen corear nuestro conocido «que se vayan todos», aunque se sabe que casi nadie se va y que la irrupción de esos movimientos juveniles, idealistas y anárquicos suele ser tan sorpresiva como su evaporación. Pero su insatisfacción, difusa o no, sí que persiste y alguna vez deberá ser atendida para evitar males mayores.

Acerca de Artepolítica

El usuario Artepolítica es la firma común de los que hacemos este blog colectivo.

Ver todas las entradas de Artepolítica →

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *